Tierra Adentro

En Anomalisa (2015), colaboración en forma de largometraje en stop-motion entre el guionista Charlie Kaufman y el director Duke Johnson, el protagonista Michael Stone se enfrenta a un statu quo en el que se ve a las hormigas zumbadoras transformarse en humanos. Michael se presenta como un especialista en materia de atención al cliente; sin embargo, desde el comienzo de la película se comprende que su personalidad como consumidor es hostil y nunca recíproca ante cualquier trabajador que le brinde un servicio (el taxista, el recepcionista, el botones del hotel, la mesera). Esto es una contradicción, que perdurará durante el resto de la cinta.

Esta lucha se desenvuelve durante un viaje a la ciudad de Cincinnati, en la que Michael dará una conferencia sobre su libro de negocios, ¿Cómo lo puedo ayudar a ayudarlos?; no obstante, Michael cae en una crisis existencial que lo llevará a experimentar su aparente éxito como algo trivial: el hotel de lujo le parece vacío; las palabras que prepara para su discurso, insignificantes.

Aspectos que alguna vez creía relevantes en su vida cotidiana —como visitar las atracciones o comer la comida típica de las ciudades a las que va— se tornan desoladores; incluso el lugar donde se hospeda: el menú, la cama, los colores de las paredes, son idénticos a los de cualquier otro lugar que haya visto antes. Stone se aloja en el hotel Fregoli, nombrado así por el síndrome homónimo (en el que se padece la ilusión de que todos son la misma persona), ya que Stone ve idénticos a todos los individuos con los que interactúa: con el mismo rostro y la misma voz.

La adversa dicotomía entre ser una gura reconocida y su evidente infelicidad como esposo, padre, profesional y hasta exnovio, se ve disminuida cuando Stone conoce a Lisa, la única persona que logra ver como humana, con un rostro diferente y que, aunque con una anomalía, es sobresaliente al igual que su voz, que al reconocer como de «alguien más», ayuda a Stone a no hundirlo más en su soledad. Con Lisa, Michael recobra la esperanza de perforar la banalidad que lo hunde en una desesperación que ni su prescripción psiquiátrica parece aminorar; sin embargo, Lisa parece no ser tan perfecta como Michael la percibe en su paranoico mundo homogéneo.

Después de su noche juntos, con Stone subyugado por la voz de Lisa interpretando, a capella, «Girls Just Wanna Have Fun» de Cyndi Lauper, él comienza a urdir planes prematuros de su futuro juntos, mientras detecta los primeros defectos de Lisa: choca su tenedor contra los dientes, mastica con la boca abierta, controla sus decisiones. Después de todo sólo es humana, como él. Aquella voz armónica y angelical en un mundo estridente, comienza ahora a ser invadida por la voz monótona que escucha en los demás, hasta convertirse también en ese omnipresente rostro.

En su ejecución, en Anomalisa se utiliza una técnica de animación ya estandarizada en Hollywood, donde las marionetas son elaboradas en serie con rostros montados por partes, para el fácil reemplazo de expresiones, cuyas franjas evidentes se arreglan durante la posproducción. No obstante, Kaufman y Johnson descartaron la última parte del proceso y, en su lugar, conservaron los mellados rostros de las marionetas, con el argumento de que favorecen el concepto de la cinta, ya que reflejan la naturaleza de sus sentimientos frágiles y fragmentados. Luego de su noche juntos, vemos a la cámara panear hacia la ventana, donde un animado time lapse acelera el crepúsculo. Nos estamos adentrando en un sueño de Michael. Lo que es más, Kaufman y Johnson llevan el recurso de la fragmentación del rostro a sus últimas consecuencias durante una secuencia sobre el desvarío de Michael, en el que asegura que todos están conspirando contra él y su recién encontrado amor, violando de manera eficaz las convenciones de una marioneta.

Acaso el mayor hallazgo de Anomalisa es una escena de sexo que tomó más de cinco meses filmar paso por paso. En ella, retratan las sensibilidades y refrenos del sexo cotidiano con una delicadeza asombrosa por su representación de la incomodidad y el deseo. Una escena que, me atrevería a decir, logra más que otras escenas eróticas ya tan ubicuas con actores de carne y hueso.

Incómoda y devastadora —aunque con un humor cuidado y puntual—, Anomalisa entrega un discurso con un ritmo que nos lleva a preguntarnos acerca de lo que damos por sentado en nuestras ocupadas vidas. «¿Qué es ser humano?», «¿qué es el dolor?», expone un sedado Michael, quizá sobre el título de su próximo libro durante una de sus paranoicas tangentes en su conferencia. Quizá no. Acaso es sólo eso: una tangente.