Ángeles de Neón: Reseña de Asfalto de Hernán Gallo
Durante los primeros años, muchos de los lectores que nos iniciamos en la infancia fuimos maravillados a través de libros “con dibujitos” (como los llamaba yo cuando era niño). Luego crecemos, vienen las tribulaciones, las derrotas, en mi caso, los electroencefalogramas, la depresión, las adicciones a la cocaína, el desempleo, los ataques de ira… En medio de la vorágine de madurar, muchos ya sólo leemos libros “con puras letritas” (para citar de nuevo a mi yo niño) y nos olvidamos de lo maravilloso que resultan los textos ilustrados. Por ello me encantó reseñar esta vez una novela gráfica. En especial, porque la obra asignada, Asfalto de Hernán Gallo, ganadora del Premio Nacional de Novela Gráfica Joven 2020, me pareció estupenda. Además, justo como la epilepsia, las adicciones o la quiebra económica, se trata de una lectura que, entre mis vivencias, me ha resultado inolvidable.
La historia es simple, pero conmueve, se trata de literatura de viajes y pérdidas de la inocencia. Un gato humanizado huye de casa harto de sus circunstancias. Para volver la decisión inamovible, Gato arroja el celular a la basura y así rompe cualquier posibilidad de contacto con su mundo. La escena me impactó tanto, he de confesarlo, que miré mi propio dispositivo con saña y me dieron ganas de aventarlo también a la chingada. Luego pensé que lo saqué a un plazo de dos años con los abusivos de Telcel y me arrepentí; pero disfruté la tentación momentánea de eliminarlo. En fin, por accidente, Gato se topa con la dueña de un café, una mujer colérica, y con la sobrina de esta señora, una mesera llamada Mía. La chica también está harta de su vida. En un arranque de impulsividad convence a Gato de huir juntos.
En cuanto al aspecto visual, el estilo del autor me recuerda el poderío, la desfachatez, la expresividad y la rebeldía del arte urbano, pero con una gran exactitud como diferenciador. Además de un enfoque minucioso en los detalles, a pesar de la sencillez de los trazos. Las influencias en la forma de ilustrar (Charles Forsman, Max de Radiguès, Gipi o el manga) se vuelven simplemente anecdóticas, ya que el toque personal, la subjetividad y la propuesta artística del autor es lo que pesa en su trabajo. Yo añadiría que me sorprendió, de igual forma, su capacidad para retratar, caricaturizar y hasta maximizar emociones complejas, como la derrota, el fiasco, la desolación, el rencor. El alma hecha pedazos de sus personajes es evidenciada en cada cuadro.
La minuciosidad de los detalles en las ilustraciones engrandece el trabajo del libro. Muchas de las acciones se hallan rodeadas de elementos que sorprenden, que provocan una sonrisa o que generan nostalgia. Todos los pormenores ilustrados generan un sinfín de emociones: el dibujo de un tipo que se agarra el pene mientras orina en la ducha, unos calcetines sucios en el asiento trasero de un vocho, un despertador con forma de Vic Rattlehead (la calaca mascota de Megadeth), un gato blanco en una ventana, un policía echándose un taco, un volante con forma de cadena, un Power Ranger verde enterrado en la arena, un foco que ilumina el llanto de un personaje, el nido de un ave en una casa abandonada por demasiado tiempo o los calcetines de Hello Kitty debajo de las botas de una muchacha que no sabe más que apretar el acelerador para seguir adelante, todo se va añadiendo a las capas de goce estético y emotividad que provoca la lectura.
Como ya lo mencioné, el libro se enfoca en las ganas de escapar de las propias circunstancias, en el afán de buscar respuestas a costa de la autodestrucción, incluso se centra en la elección de nuevos mecanismos o vehículos que nos alejen de aquello que nos desbarata. Al final de la obra, uno no puede dejar de preguntarse cuándo se acaban esos anhelos de largarse y dejar todo atrás. Tengo cuarenta y ocho años, huí de una granja de rehabilitación, de la casa de mis padres, de un hospital psiquiátrico, y sigo fantaseando con el escape definitivo.
Hay en Asfalto referencias geniales, detalles que enriquecen la experiencia de observar, de leer. Por ejemplo, un póster de PolyMarchs que me emocionó al verlo, por el amor que yo tengo por el colectivo, por los recuerdos que tengo de sus bailes. Ese tipo de elementos que parecen diseñados para cada lector siempre se agradecen.
En el libro incluso las texturas de las ilustraciones comunican, hacen dar tumbos al corazón, a las tripas, te llenan la piel, los ojos y el alma de puntos, de rayas, de ladrillos, de lluvia, de oleaje, de oscuridad cabal, de luz onírica. Se trata de un texto que asfalta, que tapiza, que cambia el color de tus pensamientos, que desfasa los colores mismos de la realidad y reitera el poder de los dibujos.
Por cierto, el libro también expone, con maestría y cinismo, una de las emociones que me parecen más complejas de reproducir en la ficción: la ternura. Sus personajes conmueven. Creo que lo logran porque a pesar de estar derrumbados, no dejan de buscar, de preguntarse, de andar. Porque aprenden a hacerse compañía a pesar de las disparidades y la incompatibilidad de sus cosmos tangibles e intangibles. Me gusta aceptar que a mí sí me reconfortó leer una historia de amistad, quizás porque la compañía es algo que añoro.
La experiencia lectora siempre me asombra, las coincidencias que parecen manifestar los propios libros no dejan de pasmarme. Leí los cuadros en donde aparece un disco de Ozzy Osborn (Bark at the moon) precisamente el día en que murió la estrella de rock. ¿Pensé de inmediato si ello significaría algo?, ¿quizás que debía ladrarle yo mismo a la luna para redimir mis faltas?, ¿o que debo recaer en las drogas?, ¿o que la muerte bendice mis lecturas? Es probable que más bien compruebe el hecho de que todos los días se mueren miles de personas, algunos que importan y otros miles que no. Ojalá que el autor de esta novela gráfica, con el tiempo, se vuelva uno de los individuos trascendentes, su obra lo merece.
Quiero compartir que la lectura me provocó una de las experiencias más disfrutables que me ha regalado una obra. Una noche, mientras escribía esta reseña, soñé que mi propio mundo tenía la misma estética del libro. Vi mi casa de la infancia en dos dimensiones, con paredes naranjas, verdes, moradas. Vi mis medicamentos para el sistema nervioso central en blanco y negro. Por la ventana, vi el cielo amarillo con aves que eran unos simples trazos. También vi a mi mamá caricaturizada diciendo: “Estoy harta”, mediante un globo de diálogo que parecía una explosión. A pesar de que el tema del sueño no era agradable, la forma sí me encantó. Es imposible no recomendar un libro que pinta los sueños de un lector. Creo que haber tenido esta visión no es una mera coincidencia, ya que el autor sabe dibujar con solidez sueños eróticos, pesadillas y hasta alucinaciones psicodélicas.
Deseo destacar una historia alterna que se cuenta por medio de viñetas que aparecen al principio de cada capítulo. Es la anécdota de una rata escritora que se enfrenta con la decadencia, la pobreza, las adicciones (como muchos de nosotros en el gremio). Me conmocionó cómo se puede armar una secuencia tan potente con unos cuantos dibujos.
La música en el libro es también un gran personaje. En especial, la canción Neon Angels On The Road To Ruin de The Runaways, que acompaña muy bien uno de los momentos cumbre del libro. En general, todos los personajes están muy ligados al rock clásico de una u otra manera.
Asfalto es una obra que me conmovió tremendamente, que me entretuvo sin ninguna duda y que me hizo recuperar el impulso de leer cómics y novelas gráficas. Entonces no me queda nada más que agradecerle al autor e invitarlos a conocer el trabajo de Hernán Gallo a través de su libro publicado, de manera impecable, por Tierra Adentro.




