Amígdala literaria
Mi tesis es esta: quiero que usted crea.
Profesor Van Helsing
Si fuera personaje de una película de zombis virulentos, vampiros hambrientos o monstruos tipo Kaijus de Guillermo del Toro, estoy completamente segura de que no sobreviviría al minuto dos de la filmación. Me imagino corriendo, sudando a mares, con los pies destrozados, sin poder pensar claramente, muy probablemente con ganas de hacer pipi, con sed, con, mínimo, taquicardia. No, no creo sobrevivir porque no sé de mecánica básica ni de nanotecnología.
Pero quién lo puede saber, quizá sea lo contrario y me suceda como a ciertas personas muy ancianas que no se sueltan de la vida a pesar de que están postradas en una cama usando pañales para adultos, comiendo papillas, pero, aparentemente lúcidos. Tengo una tía de 101 años y esa es su condición. Hace unos días, su hija de 79 años nos llamó pidiendo ayuda. Por suerte que mi hermano estaba en la ciudad, porque de lo contrario habría sido muy difícil levantar a la tía Paz que yacía en el piso, a un costado de su cama. Cuando logramos acomodarla, su mandíbula temblaba, se aferraba con sus trémulas y heladas manos a mis brazos, trataba de articular palabras pero resultaban quejidos, sus ojos grises se sumían en los míos, mi tía parecía estar muriendo y yo le acariciaba la mejilla, le decía que todo estaba bien, que descansara, la invitaba a la muerte y deseaba que ocurriera y que su cuerpo flotara y no se estremeciera más.
No pasó. La hija, junto con una enfermera, nos expulsó de la habitación a mi hermano y a mí, y luego se concentró en gritarle a la tía Paz, a regañarla por haberse caído, por no dejarse cambiar el pañal. Escuchábamos desde el pasillo y en ese instante deseé que mi tía abuela se marchara a ese otro tiempo en el que su hermoso cuerpo de piel blanquísima nadaba a las seis de la mañana en la laguna de Orizaba.
¿Qué nos hace aferrarnos al filo, al borde del precipicio? Supongo que la misma fuerza contraria que a otros los avienta al abismo.
Eros y thánatos en un ataque de pánico.
En este texto trataré de explicar el extraño sentimiento de ansiedad que me provocaron, por ejemplo, lecturas como Drácula de Bram Stoker, It de Stephen King, cuentos magistrales como “La granja blanca” de Clemente Palma, los de muerte y locura de Horacio Quiroga, los fantásticos de Julio Cortázar, y los relatos psicológicos y de lo extraño de Amparo Dávila, Inés Arredondo y Guadalupe Dueñas.
La ansiedad, definida desde la psiquiatría, “es una emoción cuya finalidad es adaptativa. Constituye un sistema de alarma biológica que prepara al individuo para la acción y contribuye tanto a su supervivencia como a su crecimiento personal. Pero la ansiedad se torna patológica cuando su intensidad es excesiva, si se presenta en forma persistente y, en general, cuando ya no es una señal de alarma útil[1]”. La raíz de la ansiedad es el miedo preciso a morir o a perder el control de la razón, de este estado se disparan síntomas cardiovasculares, respiratorios, gastrointestinales, cognitivos que pueden provocar que la persona sienta que ya no es ella misma (desdoblamiento) ni su entorno es su realidad. Y toda esta maravilla se fabrica en el lóbulo temporal del cerebro, en la amígdala, tan pequeña como una almendra pero poderosísima para excitar el miedo y sus consecuentes reacciones.
Sin hablar de uno o varios autores específicos, me interesa revisar a partir de la perspectiva de las emociones, cómo se construye el gusto social y cultural por las narrativas fantásticas, de terror, horror y distópicas. El miedo es cultural y cada sociedad define sus propios códigos y prácticas y representa uno de los discursos, retóricamente hablando, más poderosos.
La literatura, desde el paradigma de lo fantástico, advierte la diferencia entre angustia / terror / horror / miedo, categorías que la psicología y la psiquiatría clínicamente han matizado.
Anne Radcliffe, autora de Los misterios de Udolf, desde su estética gótica y su contexto histórico de entre siglos (XVIII-XIX) contrapone sustancialmente la idea del terror y del horror: el primero dilata el alma y suscita una intensa actividad física y mental; mientras que el segundo estado, petrifica, nulifica el alma y la voluntad. Ambas situaciones son la tesis perfecta para incidir en las estructuras profundas de la psicología de los personajes y sus lectores.
La literatura, ya lo decía Jorge Luis Borges en ensayos como “El arte narrativo y la magia”, desde su forma oral, siempre ha sido fantástica, mientras que el realismo es un género reciente que surge con la picaresca y se fortalece en el siglo XIX. La literatura realista construye mundos únicos en correspondencia con la idea de verosimilitud, y la literatura fantástica, que también trabaja con los códigos de lo real / verosímil, abre sus fronteras para permitir el convivio de varios registros narrativos. Estas narrativas son las que me seducen y creo que en gran medida porque soy yo y el espectro de otros mundos. De facto, la unilateralidad de elementos y etapas de la vida me incomodan, me encrespa. La literatura fantástica tiene la dosis de rebeldía, de protesta social y política necesaria para mí.
Rebasada queda ya la idea de que este género es escapista o no comprometido con la realidad social. Nada más lejos.
A varios siglos de distancia con Anne Radcliffe, el polémico Stephen King apuesta por el terror como una de las más fuertes emociones del ser y lo metaforiza con la puerta como símbolo: qué hay detrás de la puerta o qué es lo que a través de ella va a entrar. El terror creciente de los padres en La pata de mono de W.W. Jacobs; la puerta trasera de la casa del Dr. Jekyll, frontera líquida que permite la transmutación anónima de Hyde; la puerta cerrada en la novela de Norma Lazo, El dolor es un triangulo equilátero, y la cerradura a través de la cual un niño se vuelve voyerista del sadomasoquismo de sus padres. Precisamente en otra de sus novelas, Norma Lazo ahonda en el tema del miedo con un historia de marco fantástica (la saga de un linaje de brujas, las Berenguer, en México) cruzada con un tópico contemporáneo, como lo es la desaparición / secuestro de niños. En El mecanismo del miedo (2010) María José será iniciada a las tradiciones y al inmutable destino de un particular gineceo cuyo cometido es mantener en funcionamiento la compleja maquinaria que se alimenta de las emociones infantiles. Cada que es relatada o leída una historia de terror, el mecanismo se echa a andar y permite alimentar sombras en los rincones, seres tras los espejos y otras quimeras que mantienen la balanza del bien y del mal en equilibrio, porque el día en que dejamos de creer en lo fantástico, la balanza se inclina hacia la crueldad y la inclemencia, los verdaderos demonios del ser. Las Berenguer salvaguardan por siglos la imaginación, la pureza del miedo, la necesidad de creer en lo desconocido. La narradora, María José y su madre regresan a Ciudad Albazán, a la casa de la abuela, y son testigas de la desaparición de varios niños, sin ellos, el mecanismo deja de funcionar; desaparecer a los niños trae como consecuencia el silencio de una sociedad sin futuro, María José debe descubrir qué están haciendo con ellos.
El miedo, según la abuela Ediviges, no necesariamente es malo, se refiere a aquel que es necesario para sobrevivir, el instinto de alerta frente al peligro, entonces, frente a la pregunta de la nieta de si el miedo es bueno, la abuela contesta:
Depende. Debes saber que hay diferentes tipos de miedo. Hay uno inservible: el que teme todo aquello que no entiende porque es diferente, que empuja a la crueldad y la violencia. Y hay otro muy distinto, aleccionador, que nos enseña a ponernos los zapatos de otros sin perder la cordura. Que no te dé vergüenza sentir miedo, y que tampoco te dé miedo sentir miedo, sólo debes aprender a diferenciar entre ambos[2]. (91)
Norma Lazo justamente era de esas niñas que leían bajo las sábanas con una linterna. Que se aterrorizaban de las sombras proyectadas en la pared; usurpar del librero El Dr. Jekyll y Mr. Hyde para luego de puntitas encerrarse en su cuarto, era ya una película de horror. Desde muy temprana edad entendió que el miedo no lo inspiraba aquello que creía la seguía, observaba o acechaba como ente tangible, sino lo que su mente proyectaba, lo que ella poderosamente imaginaba. Su interés literario se limitó a la búsqueda del miedo. De Stephen King o Peter Straub y otros autores de género fantástico de terror, sintió la necesidad de conocer diversos pasajes de la historia bélica. Las lecturas sobre las Cruzadas, la Santa Inquisición, las Guerras Mundiales, las dictaduras latinoamericanas le revelaron la vacuidad del horror literario: “El verdadero horror provenía del hombre y las sociedades que inventaba. Abandoné mis lecturas de horror sobrenatural por algún tiempo porque me pareció tonto. Busqué otro hobby[3]”.
Durante la adolescencia, Lazo confiesa haberse obsesionado con la literatura de Stephen King, y es que a pesar de que mantuvo por un tiempo “en el clóset” su gusto, en El horror en el cine y la literatura apuesta por King como un maestro del terror a pesar de que: “Los verdaderos defectos de este escritor pueden resumirse en tres: efectivamente, es moralista; su producción literaria es tan vasta que es imposible que no haya un detrimento en su calidad, y nunca verifica datos, lo cual resta veracidad a sus historias[4]”.
Harold Bloom desprecia, qué digo, vomita la literatura de Sthepen King y no pierde oportunidad de enjuiciarlo y quemarlo en la hoguera junto con otra escritora que debió suprimir su nombre de pila para evitar que la marca genérica limitara la compra y aceptación de lectores masculinos.
J.K. Rowling es al parecer la escritora más rica en la historia, con más lectores que la mítica española Corin Tellado. Para el canónico Bloom, 35 millones de lectores de Harry Potter no significa que estemos frente a una obra maestra que fascinantemente cautiva la mente de un lector. No, para el crítico norteamericano los 35 millones de compradores de Harry Potter significa el sacrilegio mayor a la buena literatura:
How to read “Harry Potter and the Sorcerer’s Stone”? Why, very quickly, to begin with, perhaps also to make an end. Why read it? Presumably, if you cannot be persuaded to read anything better, Rowling will have to do. Is there any redeeming education use to Rowling? Is there any to Stephen King? Why read, if what you read will not enrich mind or spirit or personality? For all I know, the actual wizards and witches of Britain, or America, may provide an alternative culture for more people than is commonly realized[5].
Hay una distancia en tiempo y estilos entre J.K. Rowling y Stephen King, entre los clichés y metáforas muertas que Bloom señala en los libros de la primera, y el terrorífico atentado contra la “alta cultura” al galardonar con el National Book Award al autor de El resplandor[6].
No he leído ni un libro de Rowling.
Esnobismo o prejuicio literario, el caso es que sí visité a Lovecraft —con desairado interés, influencia de Julio Cortázar— pero jamás me acerqué a Stephen King, a excepción de su novela The body (1982), que a los 14 años encontré en la biblioteca de la secundaria en inglés original y la leí en inglés original para cumplir con una calificación y porque había visto la película Stand by me.
Entonces el horror arquetípico[7] lo visualizaba únicamente en Edgar Allan Poe, en Bram Stoker, Maupassant, Wild y con mayor arraigo, en Julio Cortázar. Al inicio de este texto admitía mi escasez darwineana para sobrevivir a una situación extrema y creo que esa serie de imágenes distópicas fueron consolidándose en las varias pantallas de cine, más que en las páginas de una novela, hasta que leí It (1986) y La niebla (1985), de Stephen King.
En La niebla, un grupo de humanos quedan atrapados en un supermercado en Long Lake. Una espesa e inexplicable niebla rodea todo y aquellos que se atrevieron a traspasarla perecieron en el intento. El protagonista David Drayton y su pequeño hijo tendrán que sobrevivir no ya a la niebla y los tentáculos y patas peludas que emergen de ella, sino a los demás pueblerinos. En medio de la conmoción, los atrapados en el súper, en menos de 24 horas enloquecerán: primero un nutrido grupo se instala alrededor de la licorería y del refri de cervezas con el objetivo de emborracharse en lo que se disipa la niebla o alguien llega a rescatarlos; otro grupo —en el que ubicamos al héroe— busca cómo resolver la situación, qué hacer, cómo coordinarse para sobrevivir a cuesta de lo que sea; el tercer grupo de gente se transformará en devotos de la reaccionaria señora Carmody, quien había siempre augurado que el apocalipsis estaba por llegar y que la niebla era prueba de que la muerte estaba afuera del supermercado y era hora de expiar pecados: “¡La expiación disipará la niebla! ¡Ella conjugará los monstruos y los engendros! ¡Ella nos quitará de los ojos las escamas de las nieblas y nos dejará ver[8]!”. Tal como la ceguera blanca en la novela de José Saramago, la pesadilla en el relato de King no es lo que afuera existe, sino las dinámicas que rápidamente se establecen entre los seres humanos. El niño, como en otras novelas de King, será un símbolo latente de vulnerabilidad frente al desamparo de los adultos. Encarna el miedo arquetípico del abandono. Billy transitará entre el ansia de ver a su madre, no entender el encierro y menos a los otros humanos borrachos y agresivos, a una rápida y forzada adaptación a la nueva situación en la que debe desapegarse y afrontar el miedo, a pesar de: “Billy se había echado a llorar. —Vamos, vamos, Billy —susurré, estrechándole la cabeza contra el pecho. Pero continuó llorando. Era la clase de llanto que solo las madres saben remediar[9]”.
It, una novela de amplio aliento y escrita también en la década de los 80, es para mí, un ensayo extraordinario sobre el miedo. No importa encarnado en qué, en las mil quinientas páginas “el coco” se metamorfoseará en alcantarilla, en sangre en paredes de un baño, en un payaso que atemorizará a una generación de personajes desde su infancia hasta la adultez. En Derry, cada 27 años aproximadamente, acaece un suceso violento: “En Texas hay una ciudad de medianas dimensiones donde la tasa de crímenes violentos está muy por debajo de lo que cabría esperar en una población de ese tamaño. Se ha atribuido la extraordinaria placidez de la gente que la habita a un elemento del agua, una especie de sedante natural. Aquí ocurre exactamente lo contrario. Derry es un lugar violento en cualquier época[10]”.
De la amplia producción de Stephen King que no tengo interés de cubrir, me son altamente significativas las novelas Carrie, El resplandor e It. Creo, amén de que cualquier otro lector de King insista, un autor tan prolífero como él, trasciende como otros autores, no por cantidad sino por el impacto de muy particulares obras tanto en particulares épocas como en generaciones posteriores de lectores.
It y La niebla, por ejemplo, son novelas escritas en los ochentas, justo en la época en la que el trastorno de ansiedad generalizada aparece por vez primera en la nosología psiquiátrica. A partir de 1980 los estudios apuntan a que este tipo de trastorno es frecuente en la población general, tiene un curso crónico y limita las capacidades psicosociales de la persona. Los principales síntomas son la ansiedad, la preocupación excesiva y la aprensión. De tal suerte que por sus manifestaciones físicas, es más común que nos revise un médico que un psiquiatra cuando el origen de la dermatitis atópica, el síndrome de colon irritable, la migraña, etc., pueden ser secuelas del fin de siglo y sus sobrevivientes.
De acuerdo con el Departamento de Psiquiatría y Salud Mental, en 2013 cerca del 30% de la población en México tiene riesgo a desarrollar algún trastorno mental a lo largo de su vida:
Los trastornos de ansiedad son los más frecuentes (14.3%), incluso más que por los trastornos por uso de sustancias (9.2%) y del estado de ánimo (9.1%). El trastorno de ansiedad más prevalente en la población mexicana es la fobia específica (7.1%) seguido de la fobia social (4.7%), del trastorno por estrés postraumático (2.65), la agorafobia (2.5%) y el trastorno de angustia (2.1%); el menos prevalente entre los mexicanos es el trastorno de ansiedad generalizada (1.2[11]%).
Drácula (1897) de Bram Stoker es un poderoso discurso del miedo. El paisaje gótico de los Cárpatos, sus habitantes hablantes de lenguas raras ataviados de cruces y ajos, la ominosa presencia del Conde, Lucy, con su boca sangrante que de inocente virginal exacerbará su voluptuosidad con niños secuestrados en brazos, Renfield y sus moscas y arañas, los discursos de Van Helsing… Drácula, además de ser una novela vanguardista por su arquitectura (jamás hay una voz directriz, todos los personajes son directrices, la epístola, el diario, la nota periodística, la bitácora de viaje, la transcripción del fonógrafo) es una novela de dimensiones polifónicas: nunca desde un solo ángulo, siempre desde la subjetividad.
La última vez que la leí (después de dar a la luz a mi hijo que hoy tiene casi cuatro años de edad) me provocó pesadillas. Soñaba inquietantes escenas y al final, la imagen se reducía a un específico cuadro en la novela en el que una madre desquiciadamente se postra frente al palacio del monstruo para gritarle y exigirle que le devuelvan a su hijo, nada más posmo y transmoderno:
Mientras estaba sentado escuché un ruido afuera, en el patio: el agonizante grito de una mujer. Corrí a la ventana y subiéndola de golpe, espié entre los barrotes. De hecho, ahí afuera había una mujer con el pelo desgreñado, agarrándose las manos sobre su corazón como víctima de un gran infortunio. Estaba reclinada contra la esquina del zaguán. Cuando vio mi cara en la ventana se lanzó hacia adelante, y grito en una voz cargada con amenaza: —¡Monstruo, devuélveme a mi hijo! Cayó de rodillas, y alzando los brazos gritó algunas palabras en tonos que atormentaron mi corazón. Luego se arrancó el pelo y se golpeó el pecho, y se abandonó a todas las violencias de emoción extravagante. Finalmente, corrió, y, aunque yo no podía verla, podía escuchar como golpeaba con sus desnudas manos la puerta[12].
Esa madre podría ser cualquiera reclamando justicia en el marco de lo jurídico, ético, social y moral; esa madre pudiera ser yo y es uno de mis mayores terrores.
Quizá la única razón para mantenerme en pie luego de que a la humanidad se la lleve la chingada, los aliens o una epidemia, es mi hijo. Por eso no puedo alcanzar ni la mitad de la novela La carretera de Cormac McCarthy, y es que primero llegó a mí la versión fílmica que en 2009 estrenó el director John Hillcoat y sé que leer y discutir la secuencia en la que una madre dispone sólo de dos balas, no comida y no esperanza, y decide matar a su propio hijo para salvarlo de ser violado y luego devorado por los subhumanos que tras la hecatombe gobiernan, me somete a un fuerte nivel de angustia. Creo que yo también sería esa madre abogando por una bala de plata. La vuelta de tuerca (que sin ella no hay plot) es el padre que se opone y decide marchar hacia el sur para sobrevivir al invierno con la única fe encarnada en el niño:
¿Nos vamos a morir? [pregunta el niño]
Algún día. Pero no ahora [contesta el padre]
Y todavía vamos hacia el sur.
Sí.
Para no pasar frío.
Así es.
Vale.
¿Vale qué?
Nada. Sólo vale.
Duérmete.
Vale.
Voy a apagar la luz. ¿De acuerdo?
De acuerdo.
Y luego, ya a oscuras: ¿Puedo preguntarte algo?
Naturalmente.
¿Qué harías si yo muriera?
Si tú murieras yo también querría morirme.
¿Para poder estar conmigo?
Sí. Para poder estar contigo.
Vale[13].
El hijo, dice el narrador, es la única prueba de la existencia de Dios.
Tres veces he intentado leer La carretera, pero aproximadamente en la página 40 que son las que puedo leer más o menos en media hora, la tristeza es tal que me oprime el pecho, se me dificulta respirar, estoy, obvio, completamente ansiosa, no puedo no ver el rostro de mi hijo, no puedo no proyectarme en ese imaginario de soledad y orfandad. Cierro el libro (las tres veces porque en ellas he tenido que empezar de cero) y, simplemente me dejo llorar.
Un día voy a terminar La carretera.
Notas
[1] De la Fuente, Juan Ramón y Heinze, Gerhard, Salud mental y medicina psicológica, México, UNAM, 2013, p. 137.
[2] Lazo, Norma, El mecanismo del miedo, México, Montena, 2010, p. 91.
[3] Lazo, Norma, El horror en el cine y en la literatura, acompañado de una crónica sobre un monstruo en el armario, México, Paidós, 2004, 59.
[4] Ibid, p. 150.
[5] Bloom, Harold, “Can 35 Million Book Buyers Be Wrong? Yes”, Wall Street Journal, 7-11-2000. http://www.fanpop.com/clubs/harry-potter-vs-twilight/articles/96481/title/can-35-million-book-buyers-wron
[6]“La decisión de otorgar a Stephen King el premio anual de la Fundación Nacional del Libro por su “contribución distinguida a la literatura norteamericana” es otro hito del indignante proceso de entumecimiento de nuestra vida cultural. En el pasado describí a King como un escritor de novelas baratas, pero tal vez eso sea demasiado amable. No tiene nada en común con Edgar Allan Poe. Es un escritor terriblemente malo, cosa que puede comprobarse frase a frase, libro a libro”. Bloom, Harold, “Un honor inmerecido”, http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2003/10/11/u-638727.htm
[7] De especial interés resulta el libro de Norma Lazo: El horror en el cine y en la literatura: acompañado de una crónica sobre el monstruo en el armario, México, Paidós, 2004. Lazo recupera la teoría de C. Jung para interpretar el concepto de horror arquetípico y horror cósmico: “El horro arquetípico pertenece a los temores del inconsciente colectivo […] hay un horror original, algo que está grabado en nuestra memoria y que todos poseemos, aún los más pragmáticos […] La creencia de que algo malo habita en los espacios oscuros es un clásico del horror arquetípico. La esencia del temor no cambia con e tiempo, sólo se va adaptando a las nuevas creencias populares. Quién no sabe que en los drenajes de Nueva York hay cocodrilos, y ratas gigantes en los andenes del metro de la ciudad de México”. (pp. 18-20).
[8] King, Stephen, La niebla, México, Debolsillo, 2002, p. 203.
[9] Ibid., p. 132.
[10] King, Stephen, It, España, Plaza y Janés, 1998, p. 664.
[11] De la Fuente Juan Ramón y Heinze Gerhard, Salud mental y medicina psicológica, op. cit., p. 137.
[12] Stoker, Bram, Drácula (anotado), Madrid, Ediciones Akal, 2012, p. 96.
[13] McCarthy, C., La carretera, Barcelona, Mondadori, 2007, p. 14.