Álvaro Uribe en el taller del tiempo
La primera vez que retraté a Álvaro fue en mayo del 2018. Dos cosas me parecieron permanentes en él desde que lo conocí: su sentido del humor y su amor por Tedi López Mills.
Me gusta retratar los espacios donde los autores pasan tiempo leyendo, escribiendo o pensando, esto es la intimidad para mí y no siempre es fácil llegar a ella. Diría que para aquel entonces estos conceptos no estaban tan definidos en mi trabajo y sin embargo Álvaro me fue abriendo las puertas de esa intimidad como ningún autor hasta ese momento. Entramos a la habitación y me enseñó su lado de la cama. Se quedó ahí esperando a que hiciera la fotografía que yo quisiera, comprendió sin decir nada lo que yo estaba buscando y me ayudó de manera espontánea a lograrlo.
Pasamos a la biblioteca y como un niño emocionado me enseñaba las cosas que decoraban esta sala. Me enseñó algún retrato que le habían hecho, algunos libros. Me pidió que le tomara una foto con unas esferas que le gustaban mucho y que colgaban en medio de la sala como un móvil que parecía el universo. Nos quedamos en silencio. Todo el tiempo me decía que no gastara el rollo de la cámara en él, que mejor lo usara en Tedi porque ella era muy hermosa. Sus elogios por Tedi siempre me parecieron profundamente tiernos.
En esa sala de lectura con dos sillones y dos lámparas donde lo retraté a él y a Tedi, se queda en mi memoria una fotografía de su sonrisa y su sentido del humor.
Pienso en ese sillón ahora y mi memoria lo llena con la fotografía.
Buen Viaje, querido Álvaro.