Tierra Adentro
Portada de Sopa de tortuga falsa de Nadia Escalante Andrade.

 

Ladrón malo, ladrón bueno

Hay un extremo sobre el cual diré la verdad,
y es que voy a contar mentiras.
Luciano de Samosata

Robé una y otra vez y jamás me descubrieron:
pasitas, chocolates y tampones, baterías AA,
desodorantes; un anillo de plata
—se le desprendió el granate
y nunca más volví a lucirlo—,
un par de pantalones de mezclilla
—regresé al lugar del crimen
porque olvidé mis lentes—,
un libro de Rosario Castellanos
—regresé a pagarlo, fingiendo
haberlo llevado por descuido—,
una antología de Lȇdo Ivo mal traducida,
cuya lectura abandoné a la mitad.
Comía hamburguesas
sin pedir la cuenta nunca,
aconsejaba sobre asuntos
de los que no tenía la más remota idea.
Daba nombres y apellidos falsos
en la lavandería, las encuestas callejeras,
los boletos de autobús entre ciudades,
inventaba historias para los taxistas
sobre pueblos que nunca había visitado
y les convencía de cambiar
a otras marcas de aceite inventadas por mí;
tenía novios similares en ciudades diferentes,
cuya semejanza me hacía fantasear
con que eran el mismo.
Pero cada noche, sin falta, al llegar a casa,
me desmaquillaba a conciencia,
lavaba los trastes mientras repasaba mi día
con la atención necesaria para no olvidar
ningún detalle de lo que sí ocurrió
ni falsear la historia en sus mínimos engaños
para poder contársela el fin de semana
a mi abuelo de noventa años
que me esperaba porque alguien más le daba aviso,
y ya no podía reconocerme.

 
Criptografía

La parábola de la arena y la roca
me obsesionó durante años.
Aunque la roca se me deshizo como arena,
construí la casa.
Recibí una y otra vez a mis tormentas
y también al lobo
que soplaba cada vez más fuerte:
la casa terminó por derrumbarse.
Le recé a la arena,
le recé a la roca,
le recé a los códigos binarios y las dicotomías.
Le recé a la parábola para que ya no existiera,
pero siguió enviándome notas por correo,
requerimientos con logotipos oficiales.
Me fui al campo,
pero las hormigas devoraron las letras de mis libros;
me mudé a una ciudad muy grande,
pero no encontré ningún espacio no indexado
y la parábola acechaba en todas partes.
Fui a una isla en medio del océano,
sobre las rocas de madrépora que brillan en la noche,
pero una compañía petrolera
decidió excavar un pozo en medio de mi sala.
Al fin, vine al desierto
para perderme entre las dunas.
Si aquí todo es arena
para qué buscar la roca,
para qué el mar
si aquí todo es inmenso.
Los espejismos edifican ciudades en alta definición.
Ahora bailo mientras cruzo mi reino de arena
que resiste en la tempestad de sus fragmentos.

 

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