Adelanto: Perras
Carta a una oficinista
Maldita sea. ¿Dónde está tu respeto?
Podrías haber usado un poco de imaginación,
elegir a alguien que no conocía. O al menos,
una perra más a mi gusto.
Sandra Cisneros
Pudiste ser cualquiera
y lo fuiste.
Tu nombre no alcanzó.
Tampoco fue suficiente
tu fofa silueta que cruza
los pasillos, buscando
su señal
-perceptible pero inoportuna-
como la marca que deja un insecto
en un ventanal recién lavado.
Y sin embargo
intuyes su llamada
-desde ese cubículo en donde te cabe
la vida-
un menester de pretender
y abarcar nada;
porque el mar es algo
que solo conoces
por la publicidad
del paso peatonal
por el que transitas todos los días.
Siempre es lo mismo,
pero no lo sabes.
Tú no sabes nada
acaso mi nombre: sí, tengo uno,
me llamo como no te alcanza
la voz o la mirada
y sin embargo te lo coges,
aceptas sus escusas,
su pobre vida, sus historias:
ella está de viaje,
nadie me espera.
Aceptas
aquel cuerpo
que todavía me pronuncia,
adormecido por la cerveza,
solo esta vez. Ambos le clavan tijeras
a mi recuerdo deslavado, enmohecido
por una verdad a medias.
Quisiera descargar todo este odio
en un poema.
He de confesar que he pasado noches enteras
tomando notas para odiarte
y que lo sepas.
Escribo esto
para que lo sepas
porque lo sabes ¿o no?
Desanudo mi garganta
que quiere maldecirte
con cada letra de tu pobre nombre,
común como tus atributos
de oficinista
que calienta
su comida en un microondas
sucio
y compra chilaquiles fríos
en la esquina de Periférico
y Rodolfo Gaona.
Te he visto, aprendí tus movimientos.
Es la única manera que algunas
tenemos para curarnos.
Describirte es mi venganza.
Eres tú, convencional y desesperada.
Desde acá te hablo,
desde acá te deseo un destino
incurable y triste.
Y quiero que lo sepas:
a mi vienen a curarme las palabras.
A ti no te curará ni Dios.