A pesar del dolor, The Boatman’s Call de Nick Cave & The Bad Seeds
—¿Vas a escribir sobre Nick Cave?
—Pues sí.
—¿Tú quién eres para hacerlo?
Discuto con mi inquilino vitalicio, también conocido bajo el alias de “El Síndrome de Impostor”; tras grandes esfuerzos salgo victorioso al arremeter a modo de sentencia, categórico, petulante, y, lo peor de todo, veraz: si alguien tiene derecho a escribir sobre Nick Cave soy yo, por el mero hecho de que se ha parado sobre mis hombros. Y no es metáfora, analogía, delirio, sueño o deseo reprimido.
En su concierto, el 19 de febrero de 2013, Plaza Condesa, en el entonces D.F., Nick Cave, como parte de su interpretación de Stagger Lee, se acercó a los que estábamos pegados al escenario (aquellos benditos en puntualidad), corroboró algo en mi mirada y se paró en mis hombros, sus manos extendidas a los demás, sosteniéndolas, entrelazándose y cuidando el equilibrio sobre aquel mexicano de 23 años.
En un punto, Nick Cave vio el cabello rizado de mi madre y la despeinó, su mirada pasó a enfrentarse a la de mi padre, lo señaló con su índice largo y delgado y le gritó “motherfucker”. Esto último tampoco es metáfora, analogía, delirio, sueño o deseo reprimido. Mi madre y mi padre, aunque no era el plan original, fueron conmigo al concierto, y recibieron la despeinada y el insulto de buena gana.
En ese entonces yo vivía en Guadalajara, tenía una novia con la que las cosas iban muy en serio, tan en serio que portábamos anillos de compromiso, sí, los dos, de plata, nada de diamantes o esas cosas. El plan era casarnos e ir a estudiar juntos una maestría. Y como toda relación seria, la cosa iba mal y sin enunciarse. La seriedad y el silencio son síntomas de las relaciones erosionadas. En esas marañas, yo había comprado dos boletos para ver a uno de mis cantautores favoritos, el tercero de la santísimo trinidad: Leonard Cohen, Patti Smith y Nick Cave. A la mera hora, por exceso de trabajo (uno de los muchos temas que no discutimos en la relación) mi novia no pudo ir. No quise desperdiciar el boleto, viajé al D.F. e invité a mi madre; luego, al sentirse excluido, mi padre decidió hacerse de una entrada revendida afuera del recinto. Y así es como terminaron siendo despeinados e insultados por un australiano trepado en los hombros de su hijo.
Poco después terminaría mi relación. Me sumí en una depresión severa, mi único plan tras graduarme era conseguir un trabajo contestando llamadas de emergencia y sirviendo como intérprete simultáneo entre el inglés y el español. Estaba cayendo en un espiral de conmiseración, de hundirme en mis vicios que agrietaron el noviazgo: me negaba a enunciar mis deseos, mis emociones. Sin embargo, encontré el modo de asumir el dolor y apreciar a ese espiral, la caída, lo que resultaría ser el primer paso para levantarme. Pero esto no lo aprendí solo y todavía pasarían muchos raspones para que adoptara como forma de vida esa visión.
Hace 25 años salió The Boatman’s Call, el 3 de marzo de 1997, el décimo disco de Nick Cave & The Bad Seeds. Yo lo descubrí hasta el 2004. Quisiera poder inventarme una historia que me haga sonar interesante, profundo, destinado a apropiarme de la música de Cave, pero no, la primera canción que escuché fue “People Ain’t No Good“, gracias a Shrek 2: excelente secuela con una banda sonora insuperable.
Shrek, Burro y El Gato con Botas están en la cantina bebiendo, en el piano El Capitán Garfio toca la canción de Nick Cave. El Príncipe Encantador y Fiona parecen ser el uno para el otro, Shrek ahoga sus penas. Y algo se queda en mí por esa música tan sencilla, tan punzante en su letra, semilla de una oscuridad luminiscente:
To our love send a dozen white lilies
To our love send a coffin of wood
To our love let all the pink-eyed pigeons coo
That people they just ain’t no good
The Boatman’s Call marcó un quiebre en la carrera de Cave, dejaba de lado los guitarrazos, las distorsiones y los gritos post-punk, remanentes de su antiguo proyecto The Birthday Party. Este disco tiene 12 canciones que no dibujan picos escarpados con sus decibeles, el piano es el instrumento central. El mismo Cave dijo que la banda, The Bad Seeds, tuvo que mantenerse a raya, acompañar esa cadencia melancólica que él necesitaba purgar.
Pero no sólo cambió su música, sino las letras de sus canciones. El disco anterior, Murder Ballads (1996), está compuesto de temas tradicionales del crimen, pequeñas narraciones sobre asesinos y asesinatos, se explora la violencia, la maldad humana, es como si Cormac McCarthy escribiera canciones. De ahí viene “Stagger Lee” y ese “motherfucker” que recibió mi padre. En The Boatman’s Call se deja de lado la ficción y se sumerge en lo autorreferencial, lo autobiográfico.
El disco que fue un quiebre surgió por otro quiebre, el de la relación de Cave con la cantante PJ Harvey. Nick Cave tiene una página personal en la que contesta preguntas de sus fans: The Red Hand Files. Es una ventana para asomarse al pensamiento del artista, pero, sobre todo, para apreciar su habilidad como escritor. Ante una de las preguntas, Nick Cave ahonda en los motivos de la ruptura sin necesidad de ser explícito, hace uso del recurso de un buen cuentista, contar una historia y a la par presentar otra que subyace:
“En realidad, yo no rompí con PJ Harvey, ella rompió conmigo. Ahí estoy, sentado en el suelo de mi departamento en Notting Hill, el sol fluyendo por la ventana (quizá), sintiéndome bien, con una novia cantante, talentosa, joven y bella, cuando el teléfono suena. Contesto y es Polly.
—Hola —digo.
—Quiero terminar contigo.
—¿Por? —pregunto.
—Simplemente se acabó —dice ella.
Estaba tan sorprendido que casi se me cae la jeringa.1
En el último enunciado da un golpe de realidad, te arroja la razón por la que toda la trama se desenvuelve, las drogas se vuelven lo central, el “quizá” se explica, entendemos cómo es que no recuerda bien la atmósfera a pesar de presentarla como un momento estético, con los elementos suspendidos, cuando en realidad estaban opacados por una miasma de heroína.
Y así abre el disco con “Into My Arms”, una balada de amor que parece mirar de lejos, incapaz de acercarse del todo, de consumar, a sabiendas de un destino roto, de un dios que no interviene, de ángeles que no vigilan, pero que sucede por causa de un ser superior, el mismo amor, indudable incluso ante el más férreo ateo. En la tristeza se encuentra un vino dulce, que embriaga y trae sonrisas a pesar de las lágrimas.
Esta mezcla entre desamparo y esperanza sigue en “Lime Tree Arbour”:
There will always be suffering
It flows through life like water…
…Through every word that I speak
And everything I know
There is a hand that protects me
And I do love her so…
Escribe Cave en otra de las preguntas de la página: “Esperanza y optimismo pueden ser diferentes, incluso fuerzas opuestas. La esperanza surge del sufrimiento que se conoce de frente, es la chispa desafiante y disidente que se rehúsa a extinguir. El optimismo, por otro lado, puede ser la negación de ese sufrimiento, el miedo a enfrentarse a la oscuridad, ausencia de conocimiento, una especie de ceguera ante lo actual.2”
La quinta canción de The Boatman’s Call, “There is a Kingdom” sentencia:
And all the world’s darkness can’t swallow up
A single spark
Los discos de rupturas son una especie de género musical en sí mismo, suceden cuando algún artista purga y graba los sentimientos que lo colman al terminar una relación. Algunos son:
- Blue de Joni Mitchell
- ¿Dónde están los ladrones? de Shakira
- Rumours de Fleetwood Mac
- Shoot Out The Lights de Richard & Linda Thompson
- 21 de Adele
- Disintegration de The Cure
Al repasar estos ejemplos, me llega a parecer curiosa la atmósfera del disco de Nick Cave, ese aferrarse a cierta luz, la mínima, a pesar del quebranto. No manda todo a la mierda, no recoge la jeringa del suelo para ahogarse en niebla, para aferrarse a la conmiseración como muchos hacemos al sentirnos dolidos. Como yo mismo hice tras ese concierto en 2013, tras mi ruptura: comiendo diario pizza congelada y pasando horas de entrenamiento para un trabajo que nunca quise tener: contestar teléfonos. En The Boatman’s Call se explota el sufrimiento y se crean bellezas que no están ausentes de luz, de ideas e imágenes luminosas: recoge los pedazos y arma un testimonio vivo de la ruptura, sin arrepentimientos y, sobre todo, con esperanza. Tardé en adoptar esa lección, cuando lo hice renuncié al trabajo y me tomé en serio la idea de escribir, de seguir un camino que redime al dolor por medio de la estética, del arte.
Para muchas personas podría parecer algo nimio, intrascendente incluso, mantener esa posición llena de esperanza en una ruptura, y quizá tengan razón, la mayoría pasamos por eso y el tiempo nos cura por igual. Pero Nick Cave mantuvo esa actitud incluso en una situación que pocos llegan a vivir, una tragedia que derrumba, que hiela, agrieta los dientes de la sonrisa más optimista.
En julio del 2015, el hijo de Nick Cave, de tan sólo 15 años, murió en un accidente. Y el duelo se vivió con las lecciones que 1997 dejó, con las sombras de The Boatman’s Call, sólo que ahora con un dolor muy distinto. De ese duelo surgen los discos Skeleton Tree (2016) y Ghosteen (2019). Lo autobiográfico fue el camino por el cual llegó a dar un sentido al sinsentido, reconocer lo bello en lo horroroso.
En su página escribe: “Me parece que, si amamos, experimentamos el duelo. Ese es el acuerdo. El pacto. Duelo y amor, por siempre entrelazados. El duelo es el recuerdo terrible de las profundidades de nuestro amor y, como el amor, el duelo no se negocia. Hay una vastedad en el duelo que nos abruma en nuestros seres minúsculos. Somos diminutos racimos de átomos, subsumidos dentro de la increíble presencia del duelo. Ocupa el centro de nuestro ser y se extiende a través de nuestros dedos hasta los límites del universo. Dentro de esos vórtex arremolinados existen todos los contornos de la locura; fantasmas y espíritus y visitaciones de sueños, y todo lo demás que nosotros, en nuestra angustia, forzamos dentro de nuestra existencia. Son regalos preciosos que son tan válidos y reales como necesitamos que lo sean. Son guías espirituales que nos guían fuera de la oscuridad.3”
La segunda vez que compré boletos para ver a Nick Cave & The Bad Seeds de nuevo compré dos, para mí y para mi entonces pareja. Una relación muy distinta a la anterior: no había promesas de matrimonio, de vida en común, anillos de plata, al contrario, nos decíamos te amo con cierta consciencia de los finales, como si cada beso fuera de despedida: “I need you, I don’t need you, I need you, I don’t need you, And all of that jiving around”, dice la canción de Leonard Cohen sobre su amorío con Janis Joplin. Éramos eso, a pesar de dedicarnos “Into My Arms” de Cave.
Y como maldición, como eterno retorno del fracaso de no encontrar un nuevo estado de la materia, a la mera hora no pudo ir, y vendí los boletos. Esta vez no me sentí con ánimos para abrazar la contingencia, de buscar una resignificación, invitar a alguien más a escuchar lo que era para nosotros dos. Lo opuesto, decidí privarme, compartir eso, la ausencia de música, de vitalidad. Poco después terminaríamos… más bien, como escribió Nick Cave: terminó conmigo.
De nuevo, en mi actitud tras el concierto fallido estaba la semilla del vicio que haría grietas en la relación. Esa abnegación, pintarme de mártir, era mi salida fácil para no afrontar la ausencia de aire, de besos y luz… es raro escribir de esto: exponer los motivos, la psique de un noviazgo en derrumbe, algo tan personal.
En otra respuesta en su página, Nick Cave asegura que algunos elementos de The Boatman’s Call solían asquearle. La catarsis de escribir canciones alejadas de la ficción y apegadas al dolor que sentía tras la ruptura le llegó a parecer vergonzoso:
“Ya no veo a The Boatman’s Call de esa manera, y entiendo que el disco era un brinco necesario hacia un tipo de escritura que se terminaría por convertir en autobiográfica exclusivamente (Skeleton Tree y Ghosteen, por ejemplo) pero, por otro lado, menos centrada en mí mismo y más en aquel “yo” colectivo. Cuando interpreté las canciones de The Boatman’s Call para la película Idiot Prayer, ya no se sentían como llantos que emanaban de las devastaciones pequeñas y cataclísmicas de la vida. Se convirtieron más en una liberación espiritual del ser, algo más amplio y comprensivo (no exactamente trascendental) pero expansivo, en el sentido de que nos reagrupan a todos en una misma comunalidad de la experiencia que intentan describir. Al menos eso espero.[efn_noe](Traducción original de Danush Montaño Beckmann) Nick Cave, The Red Hand Files, Issue #132, consultado el 16 de febrero de 2022 en https://www.theredhandfiles.com/what-were-you-disgusted-by/[/efn_note]”
Como reflexiona el escritor mexicano César Tejeda: “…la mayor argucia de los textos autorreferenciales no consiste en tergiversar la realidad ni la memoria, consiste en inventar una realidad que está siempre unida a otra cosa: que el narrador se revele paulatinamente a partir de una existencia exterior: otra persona, un vicio o un lugar, por mencionar algunos ejemplos.4” Y es precisamente lo que logra Nick Cave tras ese quiebre en su escritura, utiliza sus vivencias como punto de partida para revelarse, pero sin ser ancla, sin regodeos en el agua putrefacta de un estanque de conmiseración, al contrario: evoca cierta universalidad en su individualidad, presenta una cadena, emociones tan primarias y desnudas que, aunque no estemos pasando por un duelo amoroso, o de cualquier otro tipo, nos sentimos reconfortados, identificados, parte de un algo más: experiencia estética. Lo trascendente se nos revela a partir de una existencia subjetiva.
Michael Hutchence, cantante de la banda australiana INXS, falleció el 22 de noviembre de 1997; Nick Cave, amigo de Michael, tocó “Into My Arms” en su funeral. La letra de la canción, originalmente ideada para dolerse por PJ Harvey, sirvió como homenaje a la pérdida de un amigo, de un colega, porque a final de cuentas iba más allá de lo inmediato, de la vivencia inicial que se plasmó.
Mientras escribo este texto a lo largo de un mes, escucho una y otra vez el disco, las canciones de dolor, de un amor que arranca raíces de lo más profundo y, sin embargo, no estoy en donde estaba cuando sucedieron esos dos conciertos de Nick Cave. Estoy lejos de una relación tormentosa, con futuros imposibles o con desapegos subliminales, e incluso así las canciones me llaman.
Ahora entiendo que las canciones de The Boatman’s Call y la visión de Nick Cave es una lección perpetua, modus vivendi, no de momentos, es una forma de recibir el sufrimiento, pero también la belleza. Nick Cave hace énfasis en una estética que deviene en ética, un abrazo a la vida, a pesar de las oscuridades, a pesar de las lágrimas, una reafirmación radical en medio de las tinieblas.
En una entrevista, Nick Cave dijo que la gente debería de dejar de leer a Charles Bukowksi. Critica la visión de Bukowski, sobre todo de cómo ve la poesía: dijo que es como ir a cagar: una postura de desprecio, de asco, de fetidez. Cave responde: “Su visión particular de la humanidad abyecta me parece difícil de digerir, especialmente en la poesía, hermosa poesía, siendo yo un amante de la vida y el mundo.5”
Esa oscuridad esperanzadora es la que me llamó al ver Shrek 2, es lo que sentí al escuchar por primera vez el disco The Boatman’s Call, es lo que me condujo a volverme un aficionado de la obra artística de Nick Cave, de su sensibilidad, de su modo de ver y entender el dolor y la vida, la muerte y el placer, el amor y el duelo, es lo que hizo que él tuviera hombros donde pararse una noche del 2013 y es lo que, sin duda, me hará seguir comprando dos boletos cada que venga a dar un concierto a México, a pesar de… a pesar de lo que indica mi estadística personal, el historial de dolores, de fisuras, a pesar de, o más bien, por virtud de las mismas. Porque ya dejé atrás los silencios mustios del primer concierto, la ceguera del ignorante, esa actitud de peso muerto en naufragio, que no bracea ni pide ayuda, también queda atrás el mártir que se mata de hambre del segundo concierto, el cínico en su mierda, sufriendo por sufrir; ahora abrazo las penas, las oscuridades, mientras miro las luminiscencias, aquellas grietas que dejan pasar la esperanza, porque a pesar del dolor, creo en el amor.
- (Traducción original de Danush Montaño Beckmann) Nick Cave, The Red Hand Files, Issue #57, consultado el 16 de febrero de 2022 en https://www.theredhandfiles.com/your-relationship-with-pj-harvey/
- (Traducción original de Danush Montaño Beckmann) Nick Cave, The Red Hand Files, Issue #178, consultado el 16 de febrero de 2022 en https://www.theredhandfiles.com/do-you-have-hope/
- (Traducción original de Danush Montaño Beckmann) Nick Cave, The Red Hand Files, Issue #6, consultado el 16 de febrero de 2022 en https://www.theredhandfiles.com/communication-dream-feeling/
- César Tejeda, “Usos rudimentarios de la selva, de Jordi Soler”, en Revista de la Universidad, octubre de 2018, consultado el 16 de febrero de 2022 en https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/39513ada-40f8-4821-b9dd-ef6323545795/usos-rudimentarios-de-la-selva-de-jordi-soler
- (Traducción original de Danush Montaño Beckmann) Nick Cave, The Red Hand Files, Issue #154, consultado el 16 de febrero de 2022 en https://www.theredhandfiles.com/people-who-tell-them-to-read-bukowski/