Tierra Adentro
Luis Cernuda en Acapulco en 1950. Fotografía: ARCHIVO DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

El poeta andaluz Luis Cernuda murió el 5 de noviembre de 1963 en la Ciudad de México, es decir, hace exactamente 50 años. Llegó a nuestro país en 1952, así que estuvo poco más de 10 años, después de haber salido exiliado de España por la guerra civil a Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Gracias a sus primeras visitas a México, escribió una serie de poemas en prosa, Variaciones sobre tema mexicano (Porrúa, 1952), en los que a la manera de José Mariano Larra y Benito Pérez Galdón, poetiza las muchas reminiscencias que de la cultura española encontraba en la mexicana. “Y tras la curiosidad vino el interés; tras el interés la simpatía; tras la simpatía el amor”, escribe en el poema que abre las Variaciones

Aunque él se quejaba de los años que pasó en Inglaterra y Estados Unidos exiliado dando clases en distintas universidades y soportando el clima frío que detestaba, lo cierto es que esos años le sirvieron para que su poesía tomara una nueva dicción. Aunque él decía que no hablaba bien inglés y se negaba a hablarlo (o al menos así lo recordó en una anécdota el poeta Stephen Spender), la lectura de Browning, en particular, le dio la forma y el estilo para escribir dos magníficos poemas: “Lázaro” y “El joven marino”. Después, escribirá un libro de ensayos sobre esa generación de poetas ingleses, Pensamiento poético en la lírica inglesa (siglo XIX), que publicó la UNAM en 1958.

A diferencia de García Lorca, su compañero de generación, Cernuda no contó con el éxito instantáneo ni del reconocimiento de sus pares a temprana edad. El reconocimiento le llegó ya tarde, en los años cincuenta, cuando un grupo de poetas andaluces reunidos en la revista Cántico (Pablo García Baena, Julio Aumente, entre otros) le dedicó un número, al cual se sumó luego uno de la revista La caña gris, en la que escribieron sobre él poetas más jóvenes como Jaime Gil de Biedma y José Ángel Valente.

En ese sentido es cierto que era necesaria una biografía suya a pesar de los esfuerzos que hicieron Luis Antonio de Villena en su ensayo biográfico Luis Cernuda (Omega, Barcelona, 2000) y James Valender en la cronología del Álbum (Residencia de estudiantes, Madrid, 2002). La biografía la hizo, finalmente, el traductor Antonio Rivero Taravillo en dos tomos: Luis Cernuda. Los años españoles 1902-1938 (Tusquets, Barcelona, 2008) y Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963) (Tusquets, México, 2011). Sin embargo, es una biografía lamentable, llena de paja y divagaciones, deficiente y excedida en sus interpretaciones, por ejemplo, sobre la ausencia del padre y los cuidados de la madre y las hermanas, Rivero Taravillo lanza una teoría fácil y vergonzosa sobre su homosexualidad: “Esta ausencia continuada del padre y un entorno avasalladoramente femenino durante un largo transcurso de meses, coincidiendo con la edad en la que se forja la personalidad, tuvo sin duda que influir en la formación del carácter y la sensibilidad de Cernuda, y contribuiría, como en tantos casos en los que falta una figura paterna como modelo, a su homosexualidad”. Con esas líneas, queda claro que el biógrafo no tiene afinidad con su biografiado y es mejor abandonar el libro.

Para terminar, hay que decir que el edificio donde vivió Cernuda en La Habana (un edificio desvencijado del Vedado en la calle O esquina con 25, si mal no recuerdo) tiene una placa y, claro, en su natal Sevilla, la casa donde vivió, tiene la suya para recordar al paseante que allí habitó uno de los más grandes poetas de la lengua española. En México es lamentable que eso no suceda: ni el edificio en la calle Madrid, de la colonia Tabacalera, el primer lugar donde llegó a vivir, ni la casa de Tres Cruces 11, en Coyoacán, donde murió, tienen una placa que informe y reconozca la estancia del gran poeta sevillano en nuestro país. En 2006 escribí un artículo en el que denuncié el olvido en que se encontraba la tumba de Cernuda en el panteón Jardín, el artículo surtió efecto pues una asociación andaluza me escribió para decirme que no sabían del deterioro de su lápida y que tomarían cartas en el asunto; después supe que, en efecto, había sido remozada. Ahora espero que estas líneas sirvan para que el INBA o la delegación Coyoacán tomen la iniciativa de reconocer con una simple placa la estancia entre nosotros del célebre poeta de Desolación de la quimera, su último libro que publicó en México.