Tierra Adentro
Fotografía por Pixabay.

El cine y la televisión saben de la tristeza y la alegría que generan los proyectos que no salen como se previó, que resultan una buena o mala sorpresa, que confirman lo sospechado o pasan del reproche a la admiración. Esa preocupación por las cosas menos importantes podría ser una virtud en nuestra cultura, como si hubiéramos acordado tomarnos en serio el desenfado. Internet magnificó los reclamos, hizo más ruidosas las celebraciones y globalizó una palabra para el desmadre en torno a la serie o la película: lo que no tiene hype no existe. ¿Y qué ha creado más expectativa para el televidente moderno que las series de Netflix, un servicio que “revolucionó” la forma de ver televisión? Para crecer, Netflix aprovechó una necesidad de consumo al simplificarla. Desde que fue viable, internet se convirtió en la filmoteca ilegal del mundo. Pero no todo es sencillo de obtener y no todos tienen la paciencia de encontrarlo. Lo menos complicado tampoco dura: Cuevana, por ejemplo, se desvaneció en medio de problemas legales. Con Netflix basta un accesible pago al mes para aprovechar su catálogo.

Esa accesibilidad le dio a Netflix más de cuarenta y ocho millones de suscriptores en más de cuarenta países y con ello comenzó a crear contenido original exclusivo, lo que permitía flexibilidad, libertad creativa y la capacidad de encontrar la audiencia necesaria para cada show, pues no están sujetos a intereses de rating o televisoras, según se lee en la visión a largo plazo de la compañía.

Aunque la mayoría ha celebrado la forma innovadora de consumir programas a través de Netflix, que facilita la reproducción continua de episodios para verlos sin parar (binge watching) en casi cualquier dispositivo, todas las expectativas descansan en sus producciones originales. Estas series son la apuesta capital de la empresa, donde buscamos a la Nueva Televisión.

Vistas las primeras ficciones serializadas de Netflix (Orange Is The New Black, House of Cards, Hemlock Grove y Arrested Development), muerto el hype, descubrimos que estos programas prefieren no lanzarse de lleno a la revolución y optan por lo conservador, guardando las formalidades de la televisión lineal, esa que impone horarios y pelea por rating, pero que en fechas recientes ha demostrado más capacidad para explotar formas y posibilidades.

A mediados de la década pasada, los críticos empezaban a dudar de la capacidad de HBO para mantener su genialidad creadora. La exigencia no era injusta. Entre las series que en aquel entonces transmitía se encontraban muchas que, hasta hoy, se mantienen como el epítome de la creación televisiva: The Sopranos, Deadwood, Six Feet Under, Sex and the City y The Wire.

Lo que nuestra época espera de Netflix e internet, HBO lo esbozó con el cable y satélite. En los setenta, los primeros servicios de televisión por suscripción se preguntaban cómo proveer programación que fuera atractiva como para cobrar por ella cada mes y mantener el servicio a las personas por largo plazo. Los servicios de streaming (Netflix, Hulu Plus y Amazon Prime) responden, como su antecesor, a la generación de contenidos.

Estas nuevas series fueron exploraciones nunca hechas antes en la televisión: Deadwood nadó en el brutal nacimiento de Norteamérica; The Wire desmenuzó la burocracia y el fracaso de la sociedad moderna; a The Sopranos le valía parecer apología del crimen y Sex and the City espantaba con sus conversaciones (“¿Está bien cogerse a un hombre cuando estás embarazada de otro?”, llegó a preguntar Miranda con toda honestidad).

El canal inspiró muchos de los programas que empezamos a ver en emisoras como Showtime, FX, Fox y ABC; aprovechó su medio de distribución para cambiar las series de televisión con nuevos formatos para episodios y temporadas; buscó talento en espacios tradicionales para desarrollar narraciones nunca contempladas. ¿Qué podemos esperar de Netflix, servicio nacido en la libertad de internet y lejos de toda restricción de la televisión?

Netflix tiene series de internet, no series de televisión. “Programa televisivo” evoca ciertos preceptos que no tienen por qué trasladarse a un show en la web: la duración, la censura, el género, la forma de producir, las temporadas. Si revisamos la forma en que se han presentado las nuevas series del sitio, no vemos la novedad del formato. Todas sus series exclusivas han hecho uso de “temporadas” (salen de golpe: no se transmiten a lo largo de semanas) y con episodios que van desde los veintiocho minutos hasta la hora y media. También mantienen las secuencias tradicionales de títulos iniciales y créditos al final de cada episodio. Pierden, eso sí, las recapitulaciones.

Netflix busca productoras establecidas de televisión para realizar sus shows. Gaumont International Television produce Hemlock Grove y tambien Hannibal (NBC); Media Rights Capital esta con House of Cards, pero realizó proyectos para HBO; Lionsgate Television hace Orange Is The New Black (OITNB, para abreviar), al mismo tiempo que Mad Men (AMC) y Nurse Jackie (Showtime).

Sin tomar riesgos, sus géneros no se desvían tanto de los terrenos televisivos. Arrested Development es una comedia que Netflix decidió continuar casi seis años después de que se canceló en Fox; House of Cards es un drama político, adaptación de la homónima serie inglesa; Hemlock Grove, un thriller sobre hombres lobos y vampiros, apuntando a la tendencia adolescente de los últimos años (Twilight, True Blood); OITNB, drama/ comedia sobre una prisión de mujeres, tal vez la de menos antecedentes en la pantalla chica.

Si hasta aquí intentamos nombrar sin pleitos las características de las series de Netflix, peleamos al enumerar lo que consideremos sus defectos o cualidades narrativas, de trama y desarrollo. ¿Ha influido para bien o para mal las entregas únicas por temporada? ¿Cambió la forma de verlas, la forma de producirlas? ¿Dan ganas de terminarlas? Eso sí, son buenas series y, más o menos, gran televisión.

House of Cards (protagonizada por Kevin Spacey y producida por David Fincher), por ejemplo, goza de mostrar hasta el cansancio la habilidad política de su protagonista, Frank Underwood, antihéroe de los que abundan en la televisión contemporánea, cuyo constante cinismo termina por dibujar un personaje vacío, como suele sentirse toda la serie. Aun con su vacuidad, el show es entretenido. Podemos disfrutar su avance a costa de un guion perezoso que sólo muestra personajes devorándose entre sí, explorando nada, desarrollando menos por varios capítulos.

Orange-Is-the-New-Black

OITNB y Arrested Development tienen muchas más virtudes. De Jenji Kohan, OITNB emula la narración con base en flashbacks de Lost para contar la vida de un grupo de prisioneras, una polifonía de tragedias y redención. Para su segunda temporada el programa escoge relegar a su protagonista (interpretada por Taylor Schilling) y centrarse en las historias que su primera entrega nos ofreció a pedazos. Si bien esa temporada inicial parece no llevar rumbo, logra sentar lo notable de la serie: su reparto, sus referencias a la cultura pop, su desenfado, su tristeza a ratos, el optimismo de la nada, la heroína exasperante, los secundarios al frente del drama. Por su desarrollo, OITNB parece consciente de su potencial como ficción con numerosos personajes.

Arrested Development, de Mitchell Hurwitz, es, hasta ahora, el más ambicioso de todo el contenido original de Netflix. La serie aprovecha, explota, utiliza y fatiga el servicio. Si hay críticas que la sancionan es porque no la entendieron o no les alcanzó la paciencia: su compleja construcción requiere examinar más de una vez cada episodio, exige aguantar esa primera vista para entender la estructura serializada. Para la mitad de la serie se dirá que es aburrida; antes de su última escena será asombrosa. Esta serie fue un hito de culto durante su primera emisión en Fox, su valor apenas se fue entendiendo con el paso de los años: el humor era rápido, hilado y autorreferencial, y cada episodio contenía estructuras detalladas que alimentaban toda la temporada. La cuarta entrega recupera lo anterior y lo aumenta para presentarlo de manera diferente. Hurwitz no logró que los episodios pudieran verse en cualquier orden sin afectar la coherencia de la historia (el plan original para esta temporada), sin embargo consiguió una serie que sólo es posible en un nuevo medio que reconoce la totalidad de la obra desde el inicio.

Las series de Netflix comparten algunas críticas. De todas se ha dicho que tardan en construir sus historias, quizá por asumir que serán consumidas de una sentada. No existe para estos shows la conversación semanal, ni la discusión prolongada de la crítica. Con excepción de Arrested Development, estos programas pudieron pasar sin problemas semanalmente en un canal de televisión porque no tienen diferencias con los dramas habituales. Esto, visto desde el anhelo revolucionario de la empresa, es un fracaso del medio. Lo peor es la ausencia de una propuesta estilística notable: Louie (FX), True Detective (HBO), Fargo (FX) y Hannibal se hicieron notar por su uso de la cámara, trabajando la toma larga, la puesta en escena, secuencias complicadas o detalles inusuales en la televisión. De OITNB o House of Cards podemos recordar personajes pero no un momento nunca visto o rara vez intentado.

La “nueva” forma de hacer televisión parece provenir del mismo medio, no del servicio en línea que promete lograrlo. La pantalla tradicional demostró que podemos estar en paz con lo lineal, porque al menos crea todavía expectativas para su audiencia. Netflix prefiere ser convencional, no explota su propio medio para ser reconocido como otro. Queda por ver si seguirá por este sendero para beneficiarse de las premiaciones. Esto, por lo pronto, mata el interés y nos deja a la espera de esa revolución de la que todos hablan pero que pocos podemos ver.

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