Los nuevos rostros de la dramaturgia
A principio de este año, la Dirección de Literatura de la UNAM editó, Grafías contra el planisferio paginado: Antología de dramaturgos nacidos en los años ochenta, con Alberto Villareal como antologador.
El libro llamó rápidamente la atención por ser uno de los primeros intentos por recopilar esta generación de escritores que poco a poco llenan la programación de los teatros del país. Sin embargo, sobresale la directora, dramaturga, actriz, artista interdisciplinaria, gestora y docente, Mariana Gandara (1984), no sólo por el lenguaje fresco que maneja y la construcción de personajes peculiares que logra, sino por el concepto teatral que con paso seguro construye.
En 2014, la también fundadora del colectivo Macramé, tendrá en escena una serie de obras cortas tituladas El último arrecife en tercera dimensión, la cual se presentará con temporadas en el Teatro Orientación del Centro Cultural del Bosque y el Foro la Gruta, del Centro Cultural Helénico.
También se presentará Sasquatch que forma parte de la colección, de dichos textos que veremos en el siguiente año. 2014. Sin duda es un ejemplo representativo de la propuesta que Gandara ofrece. Vale la pena seguirle la pista a esta joven dramaturga.
Agradezco la generosidad de la autora por compartir muestra de esta obra.
SASQUATCH[1]
Personaje:
Chelsea.
Espacio:
Un Datsun.
Acto único
Chelsea se estaciona frente a nosotros. Come una hamburguesa con calma, la muerde lento y sin disfrutarlo. Se embarra de cátsup y mayonesa, con el dedo sucio de condimentos dibuja en el vidrio una carita feliz. Baja la ventana y nos mira.
Chelsea: Desde la segunda semana de febrero sospechabas que ya nada iba a suceder por el resto de tu vida. Nada. Estabas teniendo uno de esos años. Compraste un colchón ortopédico y te echaste a dormir. ¿Después de cuántas horas ya no puedas llamarle siesta? En los restaurantes ordenabas el pastel más gordo. Uno mórbido de tan gordo. Luego te sentabas con las manos debajo de los muslos y lo mirabas. Lo mirabas con ganas. Con todas las ganas del mundo.
Saca un vaso de refresco de litro y medio. Sorbe sonoramente.
Chelsea: Me hubiera gustado que este coche fuera azul, pero papá no quiso. (Pausa.)¿Es el cielo el que refleja el color del mar o al revés? (Al parecer esperaba una respuesta.) ¿Qué importa, verdad? (Se acaba el refresco.) Siempre fue mi favorito: azul.
Algo llama su atención, deja su vista fija en algún punto, como si escuchara algo a lo lejos.
Chelsea: Yo te he visto. He visto la cara que pones cuando presientes que tu angustia seguirá creciendo, ascendiendo por una escalera eléctrica infinita.
Le quita la tapa al vaso. Trata de comerse los hielos, le caen en la cara, su camisa es una revoltijo de sazonadores viscosos.
Chelsea: Hay teorías que dicen que es posible aventar un plátano contra la pared y que el plátano la atraviese. Es en serio, ciencia moderna. (Toma un hielo, lo mira derretirse en la palma de su mano.) También hay un rumor que dice que nosotros no somos quienes creemos ser. Que en realidad somos una de esas personas que se niegan a tomar sus antidepresivos, que no pueden tener un trabajo, que terminan durmiendo en una zanja, que esa persona eres tú. (Se seca la mano en la camisa.) ¿Ustedes creen?
Silencio, estaba cediendo la palabra pero nadie la tomó.
Chelsea: Ojalá no sea cierto. A lo mejor sí hay mundos paralelos. ¿Qué tal que son miles? (Las cuenta.) Chelsea, Chelsea, Chelsea, Chelsea, chel, seachel, seachel, seashell, seashell, seashell… (Se ríe.) Perdón, pensé en una ostra. (Pausa.) ¿Pero entonces qué más da? Porque al final si te tiras de un puente o te pones a ver Indiana Jones es lo mismo.
Mira el parabrisas, sonríe antes de agarrar el vaso.
Chelsea: ¡Física cuántica para todos!
Hielo y líquido chocan contra el vidrio mojando el tablero. Chelsea se quita las gotas de la cara con las manos sucias. Se toca como se toca a un mueble. Baja del coche con torpeza, vestida con un uniforme de McDonald’s. Del interior del auto caen envoltorios de comida rápida.
Chelsea: Era un chiste. (Mira la basura en el piso.) Pensé… (Trata de recogerla.) Esto no… lo que… lo que yo… (Pausa.) Perdón.
Se mete al coche, pone un casete en el estéreo que recita una técnica clásica de relajación. Poco a poco se calma. Lee algo escrito en su mano y vuelve a salir evitando todo contacto visual.
Chelsea: Hola. Eso fue un error. A veces tienes una idea y te das cuenta de que es mala pero ya está afuera. Luego te das cuenta de que la mala idea eres tú.
Se limpia la mano en el pantalón, la extiende hacia los espectadores.
Chelsea: Creo que ya estoy lista. (Retira la mano.) Este no es mi fuerte. (Muestra la plaquita que dice su nombre.) Yo soy Chelsea. (Se quita la placa de la camisa.) Bernadette dice que la destrucción es buena cuando está justificada. (Con grandes esfuerzos logra romper en dos el plástico barato.) Bernadette es mi supervisora. Bueno, era. (Pausa.) ¿Les dije que hoy es mi cumpleaños? (Avienta la placa dentro del coche.) Felicidades a mí.
Chelsea saca una caja de pizza del asiento trasero de su auto. El cartón está manchado de grasa y pelusa. La pone sobre la cajuela, nos ofrece una rebanada.
Chelsea: ¿Seguros? Me la voy a acabar. (Espera un momento.) Conste.
Habla sin parar mientras come con la boca abierta.
Chelsea: Papá y yo fuimos al boliche por lo de mi cumpleaños. Él quiere que sea feliz. Yo nunca he tenido muchos amigos, no sé cómo hacer esas cosas. Papá se esfuerza demasiado, le preocupa que esté sola. En mi familia no solemos sonreír. Me acuerdo que mamá sonrió antes de subirse al auto. Traía su vestido azul como el mar, se veía bonita. Nos dejó hace mucho, cuando yo estaba en la primaria. Esa vez yo también sonreí. (Lo intenta, muestra los dientes, le sale mal.) En la secundaria papá me regaló unos casetes para el Trastorno de Ansiedad Social. Yo no tengo eso, por eso lloré cuando me los dio. Es que antes era tartamuda, pero ya se me quitó. (Eructa.) Ay, pensé que era un hipo. (Pausa.) Se preocupa mucho por mí.
Empieza a chupar lo que le queda del pedazo de pizza.
Chelsea: Cuando ya se le quitó la salsa de tomate y se hace como una masa húmeda, me gusta. (Observa nuestros rostros, deja de comer.) En el audio-curso decían que es bueno hablar de lo que a una le gusta, que hay que ver a la gente a los ojos y que una buena manera de practicar la conversación es con los del tele-marketing. Yo prefiero los estacionamientos. Camino y platico conmigo. Soy buena haciendo voces. (Carraspea para limpiarse la garganta.) ¡Qué linda señorita… Qué… Que lin… No me salió. (Silencio.) En el curso decían que la pena sólo vive dentro de nuestra cabeza: no es cierto.
Podría ponerse a llorar en cualquier momento, no lo hace.
Chelsea: ¿Les ha pasado? ¿Ese momento en que entiendes que lo único que necesitas es hacer algo, lo que sea y tu vida cambiaría?
Se incorpora, se está acercando.
Chelsea: A veces me despierto segura de que un día volveré a ser feliz. Pero avanza el día y luego pienso que ya nada pasará en diez, veinte, setenta años. Puedo sentir todos esos años acumulándose dentro de mí. (Señala a alguien de nosotros.) ¿Tú también los has escuchado? Están caminando en los pasillos de tus huesos, jugando ping-pong en el cuarto tirado que es tu corazón. Juegan sin raquetas, en un partido absurdo de hándbol. Ni siquiera eso. En realidad todos esos años están ahí parados, esperando suceder. ¿Hasta cuándo?
Se aproxima más, retrocede y vuelve.
Chelsea: ¿De qué me sirve esta mierda?
Se quita el uniforme de McDonald’s. Debajo trae una vieja camiseta interior estampada con un conejito feliz. Sobre su cuerpo la carita se deforma en una mueca extraña. Chelsea abre la cajuela y de su interior saca una caja de regalo.
Chelsea: Pienso en esas cosas cuando me estaciono en un lugar como este. (Sostiene la caja como si fuera un salvavidas.) Imagino mi muerte. Sería como un jadeo. Uno que se alarga para siempre. Sofocándome desde afuera, con su cara de animal que quiere más. Es posible. El 85% de todo lo que nos rodea es antimateria. El pulmón oscuro de la muerte. ¿Qué interesante no? Estamos hechos de la misma cosa. Somos átomos conectados y ahí está todo: la culpa, el miedo, el amor, la muerte. Estás tú y tú eres todo. Te das cuenta de eso cuando ves un árbol o el cielo y algo te pasma. Y podrías llorar, ponerte a llorar como la cosa más simple y hermosa y sin sentido.
Chelsea abre la caja. Adentro hay un vestido azul. Sonríe.
Chelsea: Él se preocupa mucho por mí.
Su llanto la sorprende. Nos mira entusiasmada. Se mete al coche e intenta ponerse el vestido. Lucha contra la tela. Al salir es evidente que ha perdido la batalla.
Chelsea: Pero en la vida real nada de eso tiene sentido. Eres una persona metida dentro de un cráneo. Hay más gente allá afuera. Y todo eso de la conexión requiere esfuerzo. A algunos les sale mejor que a otros. Yo…
Se acerca a nosotros, a unos pasos de distancia.
Chelsea: Yo quisiera que alguien me diera un abrazo porque me siento más sola de lo que merezco.
Silencio.
Chelsea: Y yo: “Más sola de lo que merezco.” (Da un paso atrás.) ¡Ay sí! Han de haber pensado: “¡Vamos todos a abrazar a la marrana!” Sí cómo no. (Se acerca al automóvil.) “Toda sudada y sucia. Seguro huele bien feo.” A mí también me hubiera dado asco. ¡Mírenme! ¿Me están viendo? (Silencio.)¿Quién la va a querer? Ni siquiera pudo ser una buena hija. (Pausa.) Sí, ya lo sabía. Ustedes también.
Chelsea se sube al coche, cuando arranca la caja de regalos y los envoltorios de comida caen al piso. El sonido del estéreo aumenta mientras las luces de su automóvil se alejan parpadeantes.
**********
ACOTACIÓN
El próximo 13 de noviembre, inicia el ciclo de lecturas dramatizadas de Teatro Emergente, en El Milagro.
Abrirá el ciclo con:
Florilegio de Teatro Psicotrónico
Dramaturgia y dirección de Luis Alcocer.
Actores: Miguel Conde, Ernesto García, Medín Villatoro, Sergio Cuéllar y Roberto Eslava
Artefactos creados por Alejandra Vega e Isabel Becerril.
Fecha: 13 de noviembre
Horario: 20:30 hrs.
Lugar: Teatro el Milagro
(Milán 24, casi esquina con Lucerna, Col. Juárez, México, D.F.)
ENTRADA LIBRE.