Los monstruos sin los críticos
Uno de los pies de foto más graciosos con los que me he topado últimamente es el que la redacción del periódico inglés The Guardian colocó bajo la imagen de Noel Gallager, tomada por Dave Hogan para Getty Images, en su nota titulada “Noel Gallagher dice que leer ficción es una jodida pérdida de tiempo”. La foto parece mostrar al letrista de Oasis un segundo antes de perder la calma y abandonarse a uno de sus característicos berrinches. El pie de foto apunta: “Devolviendo la mirada con furia… Noel Gallagher[1].”
El tono burlón de la nota da cuenta de la postura del periódico: en ella, Gallagher enfatiza que al intentar leer una novela siente que está leyendo una mentira (“This isn’t fucking true”). Por el contrario, las lecturas que le maravillan son aquellas que dan cuenta de hechos reales como The Kennedy Tapes de Ernest R. Mays, un libro que revela las conversaciones telefónicas de los miembros de la Casa Blanca durante la crisis de los misiles en Cuba, entre otros momentos claves de esa época. Para contrastar, The Guardian coloca en las notas relacionadas la apasionada defensa que uno de sus columnistas más populares, el escritor Neil Gaiman, hace del arte de la ficción y las bibliotecas. El resultado: una vez más, el señor Gallagher queda como un bruto.
La razón por la que el pie de foto me parece gracioso no es la humillación implícita de Gallagher, o de los que comparten su opinión respecto a la lectura. De hecho, creo que el hombre toca un punto sensible en el que me detendré más adelante, pero por ahora quiero explicar por qué me encantó el “Devolviendo la mirada con furia…”. Me recordó a un sector de las letras mexicanas: ése que nomás no traga a la literatura de imaginación fantástica que se escribe en México[2].
La mirada flamígera de Noel se intuye detrás del llanto y rechinar de dientes que en algunos despierta la literatura de imaginación fantástica, literatura especulativa mexicana o como prefiera llamársele. Basta una ojeada rápida a las reseñas, tuits, comentarios en Facebook o entradas de blog que pueden hallarse en la red para percatarse de que sus detractores no pueden evitar la rabieta cuando abordan el tema: aunque no lleven signos de exclamación ni mayúsculas, la combinación de adjetivos y sustantivos se los colocan de forma tácita: “¡Infantilismo!” (la supuesta condición mental de los autores del subgénero) “¡Pulgas a las que hay que aplastar!” (los “peros” cuya supuesta abundancia impidieron al crítico terminar de leer La Torre y el jardín, de Alberto Chimal), “¡Mártires voluntarios!” (la supuesta estrategia con la que estos escritores se crean un mercado propio), ¡ZOMBIES! (los supuestos lectores que disfrutan la literatura de imaginación fantástica).
Pero ¿qué es lo que les molesta tanto? ¿A qué le temen los críticos de la literatura que se ocupa de lo fantástico? ¿A qué monstruos?
El 25 de noviembre de 1936, J.R.R. Tolkien leyó ante sus colegas académicos la conferencia titulada “Beowulf: Los monstruos y los críticos”. En ella defendió al ya legendario poema como una obra de arte que merecía ser estudiada así, y no sólo como un objeto de interés para la Historia o la Filología , que era la pretensión de sus pares. Tolkien percibía en Beowulf una fuerza poética difícil de ignorar en eso que los demás consideraban un error del autor: Grendel y el Dragón. Los monstruos. No, a los críticos de la época tampoco les gustaban: les parecían poco serios porque sus manías de monstruo (ese morar en fangales, ese batir abrasador de las alas) “enturbiaban” la poesía y le “restaban humanidad” al héroe. Quizá si hubiera profundizado en la idea del poder (sin el ambicioso dragón), o del amor, quizá si hubiese contado algo más verosímil… ésa era la voz de autoridad en Oxford, la que decidía qué era digno de preservarse y qué no. Pero Tolkien formaba parte de ese grupo privilegiado. Él era uno de esos señores cuya erudición podía determinar el valor de tal o cual obra. Si el autor de El Señor de los Anillos hubiese aceptado sin remilgos que a él lo representara el gusto de los otros, quizá las hazañas de Beowulf se habrían publicado sólo en un par de libros legibles sólo para los especialistas en Inglés Antiguo del siglo VIII (y para Borges). Sin la voz disidente de Tolkien, los versos se habrían empolvado en un archivero, repitiéndose a sí mismos en sordina: “la vida se desvanece: todo pasa, y la luz y la vida a una[3]”.
Como muchos creadores tachados de excéntricos, Tolkien también guardaba opiniones poco populares acerca de la arquitectura funcionalista, la devastación del entorno natural provocado por la tecnología, el falso honor concedido por la guerra, el aumento en las tasas de mortalidad a causa de los cada vez más numerosos coches… quienes lo han leído podrán atisbar estas posturas en diálogos y pasajes concretos de su obra, aunque ésta no tenía ningún afán pontificador ni didáctico. Y sin embargo, los críticos insistieron en señalar la brecha menos importante entre Rivendel y la realidad. Hoy podemos ver en YouTube a uno de ellos dentro de un documental que la BBC hizo sobre el autor. Es, con toda probabilidad, un estudiante de la universidad de Oxford. Transcurre el año 1968, lleva el pelo no tan largo como para resultar polémico, pero lo suficiente para distinguirse del resto. No sabemos muy bien si quiere reírse o indignarse, y enfático, señala: “No me gusta Tolkien… su obra implica un escape de la realidad política y social… me parece reprensible, una trivialidad, una regresión, una negación a enfrentar la realidad… una falta de compromiso”. La voz se le va haciendo cada vez más aguda y sí, también devuelve la mirada con furia[4].
Los críticos temen, pues, perder el privilegio de reñirnos, un premio que se ganaron en la lotería histórica, pues como bien apunta Borges: “La idea de que la literatura coincida con la realidad es bastante nueva y puede desaparecer; en cambio, la idea de contar hechos fantásticos es muy antigua, y constituye algo que ha de sobrevivir por muchos siglos[5]”. Por lo general, validan esa prerrogativa a partir de un desprecio generalizado de las superficies que no les sirven como espejo, que no los reflejan ni amplifican: la literatura para niños, cierta literatura escrita por mujeres (aquella que no es complaciente con la mirada tradicionalmente masculina), la literatura de imaginación fantástica. El darwinismo literario que coloca en su cúspide a los hombres —más o menos— blancos, heterosexuales, que escriben literatura “honesta”, que rechazan cualquier etiqueta o pertenencia a alguna generación, y cuyo sentimiento más frecuente es la “hueva” que les provoca prácticamente todo, excepto su propia obra. El eslabón más débil de la cadena evolutiva son, como hemos dicho, los niños, los jóvenes, y las amas de casa (y vaya que la literatura le debe mucho a quienes históricamente se han hecho cargo del cuidado, la alimentación y el trabajo doméstico de sus autores).
Es cosa de todos los días enterarnos de cómo se ve la ficción especulativa desde la ficción mimética, pero ¿cómo podría lucir desde el otro lado del espejo, donde Alicia encontró sucesos extraordinarios? Superflua, onanista, chata, inverosímil. Por ejemplo, encuentro difícil de creer que las mujeres de esas novelas estén siempre tan dispuestas al intercambio sexual con protagonistas francamente mediocres, o que sean la pérfida e inhumana encarnación del rechazo que hiere al eterno pagafantas. Esa réplica de las identidades alienadas sí que me parece pueril. Y la mera calca de su vida al papel, petulante y perezosa[6].
Pero no caigamos en la trampa: juzgar a todo el realismo por sus malos representantes es tan absurdo como juzgar a la literatura fantástica por las películas de Crepúsculo. La literatura realista de buena calidad me gusta tanto como me desagrada la literatura fantástica mal elaborada. Los lectores aficionados a la ficción especulativa, por lo general, se alimentan de ambos tipos de literatura. También de obras para niños, pues tienden a limitar menos sus horizontes de lectura: la imaginación fantástica obsequia avidez. El mundo es un lugar más divertido e interesante cuando se tienen más formas de mirarlo, cuando se involucra también al gozo y no sólo a la racionalización.
Es aquí donde se diluyen las fronteras, donde nos percatamos de que el autor de El Hobbit y el estudiante del 68, la literatura realista y la de imaginación fantástica, tienen búsquedas que no se oponen, que incluso son las mismas algunas veces, aunque sus recursos sean tan distintos. Es el juego de poder el que plantea que una es mejor que la otra. Que una es la Verdadera y otra —supongo— La Falsa.
Al encontrarse en una posición privilegiada, los críticos dejan de cuestionar su autoridad, sus métodos y, sobre todo, sus gustos. Por eso, pese a que son gente seria, se permiten caer en errores que serían inadmisibles a la hora de analizar una obra literaria “De Verdad”: juzgar al libro sin acabar de leerlo, no informarse acerca de otras obras, temas, autores, tradiciones literarias que se vinculan con él, de qué herramientas se vale para construir el mundo de la historia y sostener su congruencia.
La literatura de imaginación fantástica se crea a partir de materiales y técnicas particulares con las que hay que estar familiarizado si se pretende criticarla. Como bien apunta Ursula K. Le Guin: “La distinción es esencial para la crítica, y el crítico debería saber qué estándares son inapropiados para un género[7]”. Pero para poder hacerla, hay que leer literatura fantástica y no quedarse con las pocas lecturas que se hicieron en la infancia, o peor aún, no enterarse de que la literatura de imaginación fantástica incluye más criaturas que las hadas y los duendes.
En México, esta clase de literatura está viviendo horas afortunadas. Entre muchos otros sucesos que la favorecen, podemos mencionar la publicación de La Torre y el Jardín, novela de Alberto Chimal; el premio Gran Angular español concedido a Verónica Murguía por Loba (una novela de caballería); el proyecto de traducción de la Universidad de Cambridge Palabras errantes, que dispondrá en la web textos de ficción especulativa mexicana traducidos al inglés; y la nominación al World Fantasy Award de la antología Three Messages and a Warning. Contemporary Mexican Stories of the Fantastic, que incluye narraciones tanto de autores representantes del género como de otros más bien afincados en el realismo[8], dan cuenta de que esta clase de literatura no sólo cosecha cada vez más lectores, sino que es reconocida como algo que hay que leer, y que está bien hecho, en ámbitos menos prejuiciosos. Como apunta Cristina Rivera Garza en su columna La Mano Oblicua sobre la antología publicada en inglés por Small Beer Press[9]: “Se trata, pues, de lo que las antologías logran en sus mejores momentos: inaugurar modos de lectura que, independientemente de los incluidos (siempre faltará uno o sobrará otro, por cierto), permiten reconfigurar panoramas enteros de producción escritural (…) Traducidos al inglés por un equipo de voluntarios, los 34 cuentos originales que componen este volumen dan la impresión de ser el resultado de una lectura gozosa; una lectura sin jerarquías impuestas o autoimpuestas; una lectura guiada por el placer o el sentido del asombro más que el compadrazgo o el favor personal[10].”
Si la crítica que actualmente domina los espacios de difusión de las obras que se producen en nuestro país no se muestra interesada en lo que está ocurriendo con la literatura de imaginación fantástica (aunque tanto éste de Tierra Adentro como el número dedicado a la Literatura Infantil y Juvenil empiecen a dar cuenta de lo contrario), tanto sus creadores como sus lectores se han procurado mecanismos alternativos para compartirlas, discutirlas y criticarlas. La revista electrónica Penumbria, que ya lleva catorce números y una antología publicada en papel con las mejores ficciones de su primer año de vida, es un ejemplo.
Sin embargo, tanto los aficionados como los críticos profesionales que, obligados por la atención que demandan sus lectores (o por la urgencia de devolver la mirada con furia), deben saber hacer crítica de obras de imaginación fantástica. Los unos para no caer en una complacencia que acabe perjudicando la calidad de esa producción literaria, los otros, para hacer bien su trabajo, como mínimo.
Además del obligado volumen de ensayos de Tolkien Los monstruos y los críticos, está el ya citado “Los críticos, los monstruos y los fantasistas”, de Úrsula K. Le Guin, donde menciona a autores como Mikhail Bakhtin, Jorge Luis Borges, o las obras Romantic Fantasy and Science Fiction de Karl Kroeber y Strategies of Fantasy de Brian Attebery. Es imprescindible también, de la misma autora, “De la Tierra de los Elfos a Poughkeepsie[11]”, donde critica la manufactura barata de los bestsellers post-tolkienianos y se centra en el uso del lenguaje y el estilo que deben cuidarse en la elaboración de la obra fantástica. Otro texto que apunta hacia el tema de la compromiso y la responsabilidad de la creación artística con la realidad es The Influence of Imagination: Essays on Science Fiction and Fantasy As Agents of Social Change, de Lee Easton y Randy Schoeder (MacFarland). Publicado por la misma editorial, el libro From Girl to Goddess. The Heroine’s Journey through Myth and Legend de Valerie Estelle Frankel ofrece la alternativa femenina al mito del héroe de Joseph Campbell, una herramienta muy útil tanto para los escritores como para los críticos. Los recientes textos de Gaiman que mencionábamos al principio, disponibles en el periódico The Guardian[12], es material fresco y lúcido, producido por uno de los autores más importantes de la literatura fantástica contemporánea que, además, ha ejercido una gran influencia en los autores nacionales. Por cierto: otro factor que los críticos pasan por alto es precisamente ése: quienes escriben literatura de la imaginación en México hoy en día se han alimentado más de Ray Bradbury, Phillip K. Dick, Connie Willis, Susanna Clarke, John Crowley o de los autores de cómic Neil Gaiman, Grant Morrison y Alan Moore, que de sus predecesores inmediatos de la literatura mexicana. La excelente revista chilena Fantasía Austral también es un testimonio de cómo la narrativa fantástica anglosajona es la influencia más importante de los autores de imaginación fantástica de habla hispana. Su sección de traducción y crítica son de muy buena calidad.
Pero sobre todo, me parece necesario acudir a los esfuerzos que en México se hacen en pos de una crítica menos supeditada a lo que ocurre en otros escenarios. Desde la academia, la escritora Magali Velasco produjo un volumen fundamental para entender la literatura fantástica hispanoamericana: El cuento, la casa de lo fantástico, publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2007. Además de proveer una generosa bibliografía sobre los estudios acerca de lo fantástico, los capítulos “El nido y la concha” y “El ateneísta y sus herederas” son fundamentales para comprender la obra de las escritoras mexicanas como Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Adela Fernández, Elena Garro, entre otras, desde una perspectiva refrescante, que contempla las cuestiones de género sin los prejuicios habituales acerca de la vida personal o la salud mental de estas escritoras… Se busca heroína, de Paulina Rivero Weber (Ítaca), es otro texto que, si bien habla de la literatura en general y no se especializa en el estudio de lo fantástico, ilumina y aporta elementos interesantes al tema de la falta de representación de personajes femeninos en la literatura, asunto que también le compete a la crítica de ficción especulativa mexicana. Las Rayas de la Cebra, la columna de Verónica Murguía en el diario La Jornada, se ocupa con frecuencia de hacer crítica desde un amplísimo bagaje de lecturas clásicas, fantásticas y realistas, como también demuestra su compilación de ensayos El Hacha Puesta en la Raíz, urdida junto con Geney Beltrán, y que se permitió incluir “La llegada del Expreso Hogwarts y la sordera de Willy Wonka” de Elisa Corona Aguilar. De Corona Aguilar también hay que consultar De niños, niggers y muggles. Sobre literatura infantil y censura, una de esas obras que engrosan el cuerpo de crítica sobre literatura para niños y jóvenes, junto con la columna País de maravillas de Raquel Castro para La Jornada de Aguascalientes. La Generación Z y otros ensayos, de Alberto Chimal, así como su bitácora en línea, Las Historias, son referencias obligadas para quienes deseen conocer cómo se ha hecho crítica especializada en literatura de imaginación fantástica en nuestro país.
Volviendo al inicio de esta reflexión, pienso que pobre Noel Gallagher es un bruto, pero no precisamente por considerar que la ficción es “A fuckin’ waste of time”. Más adelante en esa misma nota, Gallagher apunta que “La gente que escribe y lee y reseña libros se consideran a sí mismos por encima del resto de nosotros, que hacemos discos y escribimos patéticas cancioncitas para ganarnos la vida”. Fuera de la risible victimización, creo que ha dicho lo que mucha gente piensa acerca de la literatura y la crítica literaria, y de alguna forma expone un par de razones por las que la gente se distancia de la lectura. Noel Gallagher se siente fascinado, en cambio, por la Historia, como muchos otros lectores de Fantasía que llegan a ella a través de obras de imaginación fantástica. En México los malos críticos, con sus criterios añejos, rígidos y distanciados del gozo, limitados incluso para compartir con entusiasmo lo que a ellos les parece relevante, no son una guía para los lectores mexicanos. Tampoco para los extranjeros. ¿Qué está haciendo la literatura de imaginación fantástica que se está escribiendo hoy, para hechizar a los lectores, traspasar las fronteras geográficas y del lenguaje? ¿Qué monstruo es éste? Valdría la pena preguntárselo. Ahora mismo, el Skandinavisk Förening For Science Fiction, el club de lectores de Ciencia Ficción más grande de Suecia, se ha propuesto leer Three Messages and a Warning para discutirla en grupo el 3 de diciembre, quizá con la nieve cayendo suavemente detrás de sus ventanas. Esto, que para algunos será una ñoñería digna de nuestro infantilismo, para nosotros implica una alegría semejante a esa que experimentamos al imaginar historias que no encuentran límites, y que ofrecen la posibilidad de sentir que otra forma de habitar este mundo es posible.
Notas
[1] “Noel Gallagher says reading fiction ‘a waste of fucking time’” The Guardian, 18 de octubre de 2013.
[2] Aclaro que el contexto en el que se desarrollan las opiniones de Gallagher y Gaiman tiene varias diferencias con la polémica mexicana sobre la literatura realista vs. literatura de imaginación fantástica. En la literatura anglosajona la discusión se da en torno a la pertinencia de la literatura de ficción en un mundo donde la no ficción parece ganar la partida tanto en el ámbito comercial como en el de las políticas gubernamentales. El gobierno británico ha declarado el cierre de bibliotecas públicas como parte de su plan de austeridad, y aunque es obvio que en ellas se encuentran libros de uno y otro tipo, el golpe más duro será para la ficción: el hábitat de las historias, de los personajes, de los escenarios sin más ubicación que las letras que los crean, está ahí, en la hora del cuento, en el viernes del club de lectura, en el descubrimiento azaroso que hacen los lectores vagabundos entre los pasillos, cazadores de maravillas inventadas. La no ficción, como el registro de lo que sí ocurre en la experiencia material, tiene otros canales de preservación y difusión que quizá la hacen menos vulnerable en los tiempos que corren. Esto, desde luego, al margen de una discusión amplia que se ha sostenido por más tiempo y que confronta los valores intrínsecos de la ficción y la no ficción, a sus autores y temas centrales.
[3] “Beowulf: Los monstruos y los críticos”, en Los monstruos y los críticos y otros ensayos, J. R. R. Tolkien. Minotauro, 2002.
[4] La idea del compromiso de los creadores para con el cambio político y social no es ninguna obligación, y sin embargo, se entiende esa preocupación por que exista en hoy en México. Precisamente por no comprender las claves y los motivos que mueven a ciertas narraciones de corte fantástico, los críticos han pasado por alto la oposición a la violencia en el caso de Loba, de Verónica Murguía, y La Torre y el Jardín de Alberto Chimal. Desacostumbrados a considerar el vínculo perdido de los seres humanos con la naturaleza o la sexualidad como vehículo para hablar de otros temas, han hecho una crítica torpe, simplificando estos símbolos fantásticos y desatendiendo la verdadera construcción de significado que proponen sus autores.
[5] Jorge Luis Borges sobre la literatura fantástica (Resumen de Carlos A. Passos), Montevideo, El País, 2 de diciembre de 1949.
[6] Los lectores de literatura de imaginación fantástica echamos en falta un poco de aire limpio entre tanto humo de cigarro de personajes malditos, nos hacen falta más flujos de conciencia no necesariamente humanos. De animales, o de árboles estaría muy bien…
[7] ”The Critics, the Monsters and the Fantasists”, Wordsworth circle, 2007.
[8] Editada por Chris N. Brown y Eduardo Jiménez Mayo, Small Beer Press, 2012. Lista completa de autores.
[9] Ubicada en Massachussets, esta pequeña editorial es propiedad de dos escritores de ficción especulativa muy populares en E.U., Kelly Link y Gavin Grant. Su catálogo posee a Kalpa Imperial de la argentina Angélica Gorodischer, traducida por Úrsula K. LeGuin.
[10] “Leer desde afuera” La Mano Oblicua, Milenio, 17 de septiembre de 2013.
[11] Disponible en español gracias a la traducción de Fantasía Austral.
[12] Neil Gaiman: Why our future depends on libraries, reading and daydreaming … – The Guardian, 15 de octubre de 2013.