La balada del caballero de la noche
Algo hay de cierto cuando digo te amo,
ya que no padezco de fenómenos generacionales:
Ni hippie ni tecnócrata ni revolucionario,
siempre —rayo fulminante— conservo en mis puños
el hematoma y la giba contra la falsa libertad
del pensamiento de protesta
No creo en la voluntad romántica del socialismo,
tampoco en la obvia travesía de los capitales,
aunque prefiero Cancún o Los Cabos,
ese título particular que dan las mujeres bellas
No quiero desmitificar la Conquista,
quedarme atrapado —contigo o sin ti—
en esa porción de ingenuo chantaje;
quiero romper a patadas o golpes
los agravios que dan fisonomía
a la historia que nos cuentan:
hacer perceptible, en cada orgasmo,
la sangre que como una nube de nervios
desciende por mi pecho
No puedo decir te amo sin dar, mínimo,
veinticinco panes amargos a los perros del alma;
no puedo desaparecer la sed que tengo con poemas
de agua dulce, mucho menos con el zumbido del río
a punto de desbordarse
Quiero la crueldad del niño que no tiene interés
por la vida, su falta de precaución, sus ojos aislados
del mar, lo que recorta y resguarda bajo una caja
de crayolas y no muestra a nadie por el riesgo
de convertirlos en aviones que caen