Zapata en la memoria popular
(Fragmentos de entrevistas de historia oral
bajo la custodia del archivo de la palabra
del instituto de investigaciones
Dr. José María Luis Mora)
Recopilación y selección: Eva Salgado Andrade
De excelente carácter, afectuoso con sus
subordinados a quienes quería y trataba
con consideración, lo mismo que a los
campesinos, por lo que era sumamente
querido por sus soldados y casi venerado
por los pueblos de las regiones en donde
operaba, al grado que se decía: “que en el
sur, hasta las piedras eran zapatistas”.
Emiliano Zapata, Octavio Paz Solórzano
En el sur, hasta las piedras eran zapatistas*
* Tomado de Octavio Paz Solórzano, Tres revolucionarios,
tres testimonios. Tomo II. Zapata, México, eosa, 1986.
En el año de 1911, después de la firma de los Tratados de Ciudad Juárez, las tropas revolucionarias aceptaron el licenciamiento y depusieron las armas. Sin embargo, en el sur del país, un grupo de hombres, al no ver satisfechas las demandas que los habían llevado a la lucha, decidieron continuarla. Merced a su “justificada terquedad” —como la bautizaría Jesús Silva Herzog—, Zapata y los zapatistas se convirtieron en un constante dolor de cabeza para los sucesivos gobiernos. Enarbolando el Plan de Ayala, bajo el lema de “Libertad, Justicia y Ley”, y exigiendo que se les dotara de la tierra que les fuera prometida, la lucha de los campesinos zapatistas no claudicó.
Con trozos de testimonios del Archivo de la Palabra del Instituto Mora buscamos revivir los recuerdos de quienes conocieron o convivieron con Zapata, y compartieron con él ese amor por la tierra y la libertad. Los juicios, experiencias y recuerdos no deben ser juzgados por la exactitud o inexactitud histórica en ellos visible, sino como la expresión espontánea, ingenua a veces, de quienes fueron testigos —con los ojos o con el corazón— de “la raíz y la razón” de Zapata.
—Platíquenos de su primer encuentro con Zapata.
—Es demasiado humano para que usted lo —dijéramos— justifique, y es demasiado importante, porque Zapata y el zapatismo no es el mito que nos sirven en los periódicos, ¿verdad?
… En primer lugar, un día me dijo Everardo González: “Vamos a Atizapán”, y ái vamos hasta Atizapán, y en una casa de Atizapán, que llamaban cuartel general, estaba en un corredor Zapata y otros señores en un…, sentados en cajones, y otro cajón sirviendo de mesa y unas cuantas botellas de aguardiente de caña, jugando baraja. Cuando entró Everardo y enfiló por el corredor, le dijo: “¡Emiliano!” “Qué hubo, Everardo, ¿qué te trae?” “Te vengo a ver.” Llegó y lo saludó, y me dijo Everardo: “Espérame aquí tantito”. Se fueron a otro rincón y hablaron, y no supe lo que habían hablado. Lo que sí supe era cómo estaba Zapata: un hombre de ojos dulces, bigote más o menos grande, moreno aceitunado, vestido de charro… completo vestido de charro, con botonadura de plata. De cuerpo medio delgado, agradable, pero no dominante[1].
—La primera vez que lo vio, ¿cómo iba vestido?
—Precisamente de camisa y blusa blanca, pantalón de charro, su botonadura de plata y su sombrero ancho.[2]
—Pues, no tuve ocasión más que de ver un indio respetuoso, como en general eran aquellos caballerangos; ya dentro de la graduación del campesino, el caballerango era un señor que conocía de caballos, los curaba, los atendía, recibía a las visitas, los ayudaba a montar, a otros los enseñaba, en fin. Era ya una categoría un tanto superior a la del campesino común y corriente, ¿verdad?, del que trabajaba la tierra. Hablaba muy poco, lo usual: “Cómo está el caballo”, etc.; nos decía: “Niños…”, en lugar de…, ya éramos hombrecitos, ¿verdad? “Niño, qué tal el caballo; la pata del lado derecho…” En fin, dándonos consejos de cómo debíamos tratar el caballo; muy sencillo, muy discreto.[3]
—¿Cómo era Zapata?
—No era ni muy chaparro, ni muy alto, de un cuerpo regular, con sus bigotes; tenía un lunar, no me acuerdo si en este ojo derecho o izquierdo, en el mero párpado del ojo; tenía un lunar. Y no era chino, era lacio, y era muy misterioso, yo no sé cómo le fueron a ganar ahora que lo mataron, si era rete hábil para eso.[4]
—Pues, era delgadito, ojo grande, bigotón, sí, sí, me tocó conocerlo (…) Pues, era buena persona con nosotros, era amable, sincero.[5]
—Nos trataba a gusto, era cariñoso, ¿verdad?, aunque cuando se enojaba era déspota, bueno, cariñoso; luego se le quitaba la muina y nos platicaba él.[6]
—Pues era un hombre muy fornido, alto. Por la buena era un buen cristiano, muy buen hombre, ¿verdad?, con todos. Era un hombre muy pasado por todo el mundo, muy decente.[7]
—Muy amable, muy amable, muy gente, muy respetuoso, le hablaba a usted con una sinceridad, con los que no tenía confianza se ponía más bien renuente, pero así hablando con usted, pues nosotros los muchachos, con los que tenía confianza, se ponía hasta a reírse y a jugar.[8]
“Pero Zapata no quedó conforme”
—Pero Zapata no quedó conforme. Ése no quiso dinero, no, dice: “Yo sigo peleando, yo quiero las tierras, porque ese compromiso lo tengo con los pobres, que tanto sufren”.[9]
—Zapata entendió el problema agrario, ¿verdad?, de acuerdo con los conceptos históricos.[10]
—Era el que (por ái han de ver la estatua, cuando pasen) quería que repartieran las haciendas de aquí del estado de Morelos, que eran de españoles o de mexicanos ricos.[11]
—Pues era un hombre… La historia de Zapata es buena, mucho muy buena, también. No puedo hablar mal de Zapata, porque Zapata fue el primero en la cuestión del reparto de tierras.[12]
—Según su biografía fue voluntario en tiempo… Pero allá en su infancia, según su plática que nos hizo a sus más amigos (…) nos narró que él cuando era joven su padre tenía terrenos de una hacienda y cultivaba para su sostén de la vida; pero cuando llegó el día en que el dueño de esa finca le recogió las tierras a su papá, él ya tenía, pues si no sobrada experiencia, pero se daba cuenta que comenzaba a ver la vida de sufrimiento y él mismo nos dijo que dijo al padre: “Si Dios no me quita la vida, yo tengo que vengar esto”. Ya su mente le avisaba las cosas.[13]
—¿Por qué hizo Zapata el Plan de Ayala?
—Porque era el compromiso que tenía con el pueblo, para que creyera en él, que él no iba a pelear por dinero, que iba a pelear para defender las tierras; que él quería las tierras de aquí de Morelos para su pueblo. Con eso iba a pelear, por eso fue a pelear él, para darle vida al pueblo, porque el pueblo no tenía, sufría, porque el hacendado, pues…, era pura caña, no los dejaban que sembraran milpa para comer maíz.[14]
—En 1913, antes de que mataran a Madero, nos llegó un Plan de Ayala, en una forma pues, incógnita, ¿verdad?, escondiditos. Entonces vimos y dijimos: “Aquí está nuestra salvación”. Y ya nos empezamos a platicar entre los muchachos y nos juntamos 26 y nos fuimos a presentar al señor general Melesio Cavanzo, que era zapatista (…) Por la cuestión de las tierras, ¿no?, porque nosotros no podíamos sembrar sin permiso del hacendado. Entonces dijimos: “Bueno, pues aquí está nuestra salvación”.[15]
—Pues, el pueblo sí lo quería, porque, porque… ¡Bueno!, ya Zapata no hacía cosas malas. Y los pueblos lo querían y allí lo protegían con maíz, con zacate para las bestias, y les daban de comer y todo eso, ¿verdad?[16]
—¿Cómo trataba Zapata a su gente?
—Con un corazón tan tierno, como todos se pueden imaginar, si ustedes han ido a Morelos y han visto una estatua que está por allá. Él está a caballo, un hombre humilde le está rindiendo informes de la situación vivida; el hombre está pues así, por respeto, sin sombrero, y él a caballo, está así inclinado a su oído a la petición del hombre.[17]
—Hablaba él con los generales, con los coroneles, a ellos los saludaba hasta de la mano y todo; pero (nosotros) así de pláticas así con él, no, ¿verdad? Éramos tropa, éramos soldados. Y, este, hasta eso, él no era orgulloso y nos trataba…, no como soldados, como un hijo, como un hermano, ¿verdad?[18]
—Pues mire, era un hombre muy amable con todos nosotros, lo que…, él les hablaba a toda la gente como si fueran sus hijos; de manera que usted se sentía halagado cuando él hablaba (…), si teníamos que ir a un ataque, íbamos felices, ninguno decía que: “Yo me quedo y que…” No, los jefes iban adelante, la mayor parte de los jefes iban adelante, la mayor parte, todos seguían a los jefes y nadie… como los carrancistas, que algunos se escondían… No, ahí todos, todos. Después de que él hablaba, todos se sentían halagados, toda la gente. Decía: “Hijos, tenemos que llegar a tal parte y vamos a hacerle la lucha, y tienen todo lo que ustedes necesitan; coman antes, si hay”. Y se sacaba él lo de él, pa’ regalarlo si no había. De manera es que se tenía muy buena opinión de él, ¿verdad?, porque le hablaba a usted con el corazón en la mano, y usted se sentía obligado a corresponderle.[19]
—Los zapatistas en campaña
—Mire usted, nosotros que pudimos ver de cerca el comportamiento de Zapata, personalmente Zapata jamás mató a nadie, en campaña el que le tocó le tocó; pero él, no supimos que matara a alguno ni robara, ni toleraba los robos.[20]
—La gente de Zapata era muy simpática, en general, todos nos recibían…, al principio nos veían con ojeriza, porque íbamos de trajecito, pero ya después por el calor de esas regiones, tuvimos que usar blusa blanca y pantalón de charro (…) Pues entendían (los zapatistas) que iban a ser mejores, porque se les iban a dotar de tierras, que por eso se peleaba, en Morelos, especialmente, que eran latifundios de ricos de la ciudad de México, que les habían quitado sus tierras para agrandar sus haciendas, se las iban a devolver. Con esta promesa todos estaban entusiasmados y eran de una obediencia ciega, lo que mandaba el general Zapata eso se hacía aunque expusieran su vida.[21]
—Emiliano, él era buena gente. Él ordenaba así, sus planes, las guerras las hacía ordenadas, él se metía muy valiente; había veces que también era confiado en: “Ya vienen, ya viene la gente, ya viene”, ¿no?, dice. Luego hasta los sitiaban y salían ya nomás para afuera y su caballo. Muy confiado que era, porque cuando la guerra, cuando el sitio de Cuautla, Cuautla era chiquito, no era grande, y fue el sitio con 400 hombres (…) con 400 hombres sitiaron Cuautla (…)[22]
—Pues la comida la hacían las señoras de los soldados compañeros, allí preparaban, por ejemplo, mandaba pedir una res o dos a los hacendados, se las daban y hacíamos como día de campo con mucho gusto, ¿verdad? Dice (Zapata): “Pues aliméntense bien, chaparros, porque quién sabe qué vaya a ser de nosotros dentro de días”. Y había señoras que, cuando estaba cerca de Morelos, siempre iban las señoras a visitarlos, le hacían de comer y todo, o es que lo invitaban a las fincas a comer.[23]
—Decían que era mal hombre, y don Emiliano no fue…, no era sinvergüenza, si siquiera, como dicen algunos… No, eso sí que no, porque ese hombre, por la buena, se quitaba sus trapos y se los daba a usté; se quitaba la tortilla de la boca para dársela, aunque sea a uno de los soldados, con eso le digo todo. Cuan’taba en Jojutla, que la enfermedad taba rete juerte, de esa… gripa, o de eso que pegó, había harta gente de tierra fría, ¿verdad?, y allí la tenía en los corralones y eso… Y toditos los días, pobre don Emiliano, a toditos tenía que darle pa’ que los asistieran. Bueno, algunos encueraditos. Ya traiba ropa y… del aquí, del cuartel general que tenía en Tlaltizapán, y ya llevaban ropa para vestir a algunas criaturas que estaban… Había algunos que iban a beber agua a, al estanque y allá quedaban, de la enfermedá que ’taba tan juerte. Y él, viendo por su gente y viendo por su gente y viendo por su gente. ¿Sería malo?[24]
“Era picardiento, mal hablado, rancherote de a tiro, ¡vaya!”
—Cuando yo llegué (a la estación de tren en Tlaltizapán), el general Zapata estaba parado en la puerta y ya tenía allí una música, puros músicos (…) Y cuando va llegando el tren lo viré para entrar con el coche para atrás. Cuando entré, paré merito allí, se subió el general Zapata, y me abrazó, era picardiento. Decía picardías. Zapata, sobre ese particular, así era grosero. Por otro lado, era buen hombre (…) Era mal hablado, rancherote
de a tiro, ¡vaya![25]
—Cuéntenos cuando iba usted a torear con Emiliano Zapata.
—Bueno, primero lo encontrábamos aquí, aquí en Yautepec, allí hacían los toros; allí en la estación no había casas ni nada, era una plazuela grande de la estación para acá; y ahí se hacían los toros y luego me llamaban: “¡Ahí viene la pachona (risa), la vamos a hacer que monte, la vamos a hacer que monte!” “Que viene cansada.” “Ai se le quita el cansancio” (…) Ya llegaba yo: “Muy buenas tardes”. “Buenas tardes.” “¿Ya llegastes?” “Ya.” “Ándele, ¿no quiere usté tomarse su cerveza?” “No, sabe usté que yo no tomo.” “Pues sus cincuenta pesotes para lo que quiera. ¡Ándele!” “No, no —le digo—, montaré pero sin interés de cincuenta pesos, porque si me mato, con los cincuenta pesos no voy a revivir” (risa). Y ái voy. “¡Mucho ojo con ella!”, decía él. Que me cuidaron; sí veían que me seguía el toro, que lo lazaron. Y ya me ponía las espuelas, y ái ando. Me cansaba yo, ya consideraba que estaba bueno, y: “Ahora sí ya, ya le di a usted gusto”.[26]
“Cuando le dijimos que lo iban a matar, pero él no lo quiso creer”
—Cuando Zapata cayó, pues yo andaba junto con él, con la escolta de él, éramos treinta generales ahí nada más; por cierto todos eran del estado de Morelos, sólo uno de allá de Guerrero, y uno de aquí de Morelos, y uno de Guerrero…, cuatro eran del estado de Puebla. Pues éstos eran los que estábamos ahí, cuando le dijimos que lo iban a matar, pero él no quiso creer (…) Apenas habíamos bajado del cerro, nos acabábamos de tomar ese traguito con Zapata —que nos regaló— cuando miró y dijo: “¿en dónde está el otro?” Pues, pasen a comer, ya está la comida, aquí dejan los caballos —dijo Zapata—. A ver, tú, ¡móntate, pícale para adentro a ver a Palacios! Y ahí va, y entonces lo agarraba el otro de las piernas, así… Se llevó a las fuerzas, levantó la cabeza y los vio allá arriba, se los traía así, Zapata. Pero luego vieron que iba a entrar, estaba con un clarín arriba, tomando el clarín, y se para toda esa fila de hombres, le tiran a la espalda, tenía seis balazos, aquí en el pecho, y el caballo lo tiró de la silla.[27]
“Zapata murió y no comprometió en nada”
—Zapata casi nunca quiso nada. Zapata murió pero no comprometió nada a su patria. Se murió pero… no comprometió para nada, ¿eh?, como otros que comprometen a su patria y a su nación. Cuando estábamos en Yautepec vino el general Serratos con tres americanos —porque el general Serratos conocía el idioma de los americanos—, y a ellos les presentaron a Zapata en Yautepec. Estábamos comiendo allí en la mesa, cuando llegaba el general con los americanos; le ofrecían armamento, artillería, nada más que dijera qué era lo que quería; caballada, lo que pidiera. Y Zapata dijo que no quería nada, que ya todo le sobraba. Si Zapata hubiera sido otro, entonces: “A ver, vengan tantos dólares o…”, pero no. Zapata murió y no comprometió en nada.[28]
“Yo los vi llorar al recordar a Zapata”
—Qué hubiera dado yo porque cuando hace 25 o 30 años que viajaba por Morelos hubiera habido grabadoras (…) para poder recoger el habla de esas gentes, su emoción; yo vi llorar a indios, a campesinos, a hombres de 60, 70 u 80 años, llorar al recordar a Emiliano Zapata. Una vez me iba a matar uno porque creyó que yo le iba a llevar noticias de Emiliano Zapata, me recibió en su casa, quería que le dijera si yo era mensajero de Emiliano Zapata para irle a decir que lo estaba llamando a la Revolución otra vez.[29]
Reprodujimos el fragmento anterior del libro Emiliano Zapata de Octavio Paz Solórzano con la autorización del Fondo de Cultura Económica
[1] Entrevista con Luis Vargas Rea, realizada por Eugenia Meyer, y Beatriz Arroyo, el 29 de agosto, 4, 17 y 30 de septiembre de 1975, en la ciudad de México, Archivo de la Palabra del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, PHO/1/164, pp. 30-3l.
[2] Entrevista con Juan Olivera López, realizada por Eugenia Meyer, el 25 de noviembre y 5 de diciembre de 1972, en la ciudad de México, ibidem, PHO/1/28, p. 36.
[3] Entrevista con Víctor Velázquez, realizada por Eugenia Meyer, el 6, 10, 14 y 25 de febrero y 7 de marzo de 1975, en la ciudad de México, ibidem, PHO/1/144, p. 56.
[4] Entrevista con María de la Luz Barrera, realizada por Rosalind Beimler, ibidem, PHO/1/206.
[5] Entrevista con Gregorio Campillo Arvizu, realizada por María Alba Pastor, el 19 de julio de 1973, en Chihuahua, Chihuahua, ibidem, PHO/1/67, p. 4.
[6] Entrevista con Jesús Chávez, realizada por María Alba Pastor, el 31 de agosto de 1973, en Cuautla, Morelos, ibidem, PHO/l/99, p. 26.
[7] Entrevista con Federico González Jiménez, realizada por Alexis Arroyo, en marzo de 1961 en la ciudad de México, ibidem, PHO/1/ 137, p. 16.
[8] Entrevista con Ramón Caballero, realizada por Laura Espejel, el 25 de abril de 1973, en San Luis Puebla, ibidem, PHO/1/51.
[9] Entrevista con Jesús Chávez, op. cit., PHO/1/99, p. 24.
[10] Entrevista con Luis Vargas Rea, op. cit., PHO/1/164, p. 31.
[11] Entrevista con Pedro Caloca, realizada por María Isabel Souza, el 23 de enero de 1973, en la ciudad de México, ibidem, PHO/1/36, p. 6.
[12] Entrevista con José Baray Morales, realizada por Ximena Sepúlveda, el 27 de junio de 1974, en Bachíniva, Chihuahua, ibidem, PHO/1/148, p. 37.
[13] Entrevista con Máximo Flores, realizada por María Alba Pastor, en San Martín Texmelucan, Puebla, el 14 de junio de 1974, ibidem, PHO/1/140, p. 35.
[14] Entrevista con Jesús Chávez, op. cit., PHO/l/99, p. 36.
[15] Entrevista con Tiburcio Cuéllar, realizada por Eugenia Meyer, el 8 de marzo de 1973, en la ciudad de México, ibidem, PHO/1/45, pp. 9-10.
[16] Entrevista con María Chávez, realizada por Rosalind Beimler, ibidem, PHO /1/201, p. 6.
[17] Entrevista con Máximo Flores, op. cit., PHO/1/140, p. 36.
[18] Entrevista con Víctor González, realizada por Rosalind Beimler, ibidem, PHO/1/202.
[19] Entrevista con Severiano Chávez Herrera, realizada por Jaime Alexis Arroyo, en mayo de 1961, en la ciudad de México, ibidem, PHO/1/134, p. 25.
[20] Entrevista con Juan Olivera López, op. cit., PHO/ 1/99, p. 32.
[21] Ibidem, p. 28.
[22] Entrevista con Consuelo Bravo, realizada por Rosalind Beimler, el 13 de junio de 1985, en Cuautla, Morelos, ibidem, PHO/1/211, p. 20.
[23] Entrevista con Ramón Caballero, op. cit., PHO/1/51, p. 3.
[24] Entrevista con Emiliano Bustos, realizada por Rosalind Beimler, ibidem, PHO/l/194, p. 4.
[25] Entrevista con Manuel Sosa Pavón, realizada por Eugenia Meyer, el 27 de marzo, 5 de abril, 9 y 17 de mayo de 1973, en la ciudad de México, ibidem, PHO/1/48, p. 123.
[26] Entrevista con María de la Luz Barrera, realizada por Rosalind Beimler, ibidem, PHO/1/206.
[27] Entrevista con Jesús Chávez, op. cit., PHO/1/99, pp. 28-34.
[28] Entrevista con Aurelio Sánchez, realizada por Rosalind Beimler, ibidem, PHO/1/210.
[29] Entrevista con Jesús Sotelo Inclán, realizada por Alicia Olivera de Bonfi l y Eugenia Meyer, el 15 de enero de 1970, en la ciudad de México, ibidem, PHO/4/5, p. 20.