Veinticinco
La temprana partida de Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968-2016) no sólo dejó a la literatura mexicana sin uno de sus mejores prosistas: también sin el escritor que más apostó por el género del cuento en los últimos años. El texto que ahora presentamos es un adelanto de Inéditos y extraviados, libro póstumo publicado por la editorial Océano: una compilación hecha por el propio autor de relatos breves no incluidos en sus anteriores libros.
Por fin, el escritor célebre ha logrado vaciar su vida en el lavabo. Una densa amalgama de recuerdos reales o fabricados flota ahora a placer en el agua que él ha dejado salir de la llave en un ligerísimo chorro. Con el dedo índice el escritor hace pequeños remolinos y paladea las primicias de su próxima obra, la definitiva.
Narre su vida, le han pedido los editores. Cuéntenos todo, ha exigido la prensa. Y él, luego de dudarlo sólo un poco, ha prometido hacerlo. Cada mañana el escritor célebre se encierra en el baño, observa con detalle las partes de su vida y toma alguna que le parece interesante para alinearla más tarde entre los tipos de su máquina de escribir: un recuerdo de infancia como aperitivo, algún complejo psicológico por allá, por aquí un cierto flujo de consciencia preadolescente que había dado por perdido.
La empresa, claro está, no es tan fácil como parece. En ocasiones el agua se enturbia, los recuerdos se enredan y él entonces
debe tomar unas pinzas de cejas para deshilvanarlos sin destruirlos. Cada fragmento ha de ser registrado con esmero en un proceso casi ritual: recogerlo, pasarlo por un vaso de tintura y por un tamiz que le permita rescatar hechos al parecer nimios pero cruciales. Más de una vez el escritor célebre ha tenido que recurrir a lentes de aumento o incluso al microscopio para conocer a fondo algún diminuto detalle de su existencia que en el fondo es el más significativo.
Aunque lenta, la labor del escritor célebre no tarda en rendir sus primeros frutos: el borrador de su infancia está casi terminado y lo satisface mucho. Ahora cada noche será maquinar el capítulo siguiente, sorprenderse, levantarse a deshoras para descifrar el remolino de sus nostalgias.
El escritor célebre trata de mantener la operación en el más absoluto secreto. Algunos periodistas han instalado tiendas de campaña en el jardín de la casa y le aguardan con sus cámaras y sus micrófonos. A veces consiguen entrevistar al ama de llaves cuando ésta sale en busca de provisiones. Pero el ama sabe muy poco y dice menos de las raras costumbres de su patrón, de lo mal que se alimenta y de las horas que pasa sospechosamente encerrado en el baño, el cual permanece vedado a su escoba pertinaz. Lejos del mundo, el escritor célebre se inclina sobre el charco con ojos de perturbado y rescata el siguiente capítulo sin importarle el riesgo de que algún nuevo descubrimiento lo lleve a modificar lo ya escrito. Después de todo, murmura para sí, así es la vida.
Un día el escritor célebre despierta con un profundo malestar en el estómago. Revisa los papeles y su máquina de escribir, y descubre que las líneas escritas la noche previa se han desprendido mientras dormía. Hay páginas enteras desperdigadas en el suelo. Ahogando un grito, el escritor célebre corre al baño cuya puerta olvidó cerrar la tarde anterior. Dentro, el ama de llaves canturrea, trapea el mosaico y dice buenos días, señor. Su saludo es de repente interrumpido por el eructo plácido de la coladera que traga un último sorbo de agua espesa y consternada.