Tierra Adentro
Ilustración de Olivia Fainsod

La realidad es una broma que ya
me está poniendo nervioso.
Ricardo Castillo

A cuarenta años de su primera edición, El pobrecito señor X, de Ricardo Castillo (1974), tiene el valor de leerse con la frescura y lozanidad de los veinte. Sea porque me reflejo en los vericuetos emocionales de un joven provinciano en la mera edad de la punzada o porque Ricardo es muy talentoso.

Ubicado en la Guadalajara de finales de los setenta, el libro despliega algunos temas actuales en nuestro contexto, nuestra realidad: las relaciones familiares, domésticas, de casa; la calle que marca la ruta del «señorito X» y el antojo evidentemente de la carne, el deseo erótico. Este muchacho irónico nos redibuja las viñetas archiconocidas de la vida doméstica que embalsama al imaginario del «hogar dulce hogar» clasemediero: «Mi padre nos quiere, / mi madre nos ama / porque hemos logrado ser una familia unida, amante de la / tranquilidad. / Pero ahora que son las diez de la noche, / ahora que como de costumbre nadie tiene nada que hacer / propongo cerrar puertas y ventanas / y abrir la llave del gas». Y de la cómoda salita de estar hogareña, continua por el bullicio del afuera, en las calles de una ciudad donde sincrónicamente convive lo común, lo popular y lo malandro. Para luego traspasar la barrera de lo material y, como motivo central del libro, ver cómo se anteponen las cosas que dice el cuerpo desde el cuerpo, sobre la estimadísima idea del espíritu: «La verdad es que tengo un dolor de aguja en cada pupila, / que la tristeza no me duele en el corazón / sino en los testículos. / No me apena confesar que es allí donde radica mi alma».

El «pobre señorito X» podría ser un hipster convertido en chavorruco. Pero no, es un enviado del futuro que escribe en el papel je je como en el chat room, apuntando el padecimiento existencial de los ninis, millenials y la generación X trasnochada: «La suerte le dio el martillazo a su cochinito, sacó sus ahorros y acabó de mandarme a chingar a mi madre / Si seré pendejo».

El pobrecito señor X es un libro que goza de vitalidad, de sinceridad, de confianza, de ser poéticamente incorrecto y no usar ese «lenguaje aural» de la poesía, sino el natural, el que se tiene: «Si seré pendejo, si me faltará muchísimo para cabrón». Y es por ello que festejo su existencia, pero también la presencia de Ricardo en el relax de su expedición hacia lo otro, más allá de la sorpresa. El «señorito X», además de mostrar el horizonte de los veinte años, nos notifica del salto cuántico que Ricardo ha dado hacia las discontinuidades de su ejercicio poético, y cómo esas discontinuidades lo llevan y derivan en ejercicios vocales, de poesía sonora y de trabajo escénico-corporal. Ricardo Castillo es un adelantado a su época. Ese que hizo etnopoesía en vez de ecopoesía, ese que hizo poesía digital pensándola mediante procedimientos analógicos, ese que formula su habla para imaginar y crear más allá de los lingüístico. Poeta del deslenguaje. El que está afuera y más allá. Un fauno. Definitivamente un raro. Generoso. Eso.


Autores
(Monterrey, 1979). Poeta y gestora cultural. Ha publicado los libros de poesía: Larga oda a la salvación de Osvaldo en co-autoría con Sergio Ernesto Ríos, iremos que te pienso entre las filas y el olfato pobre de un paisaje con borrachos o ahorcados y Lo mejor que damos. Antología personal. Actualmente colabora con Benjamín Moreno en el proyecto de experimentación textual, visual y tecnológico Benerva! Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte.