Tierra Adentro
Douglas Freitas. Flickr

Les he contado a mis amigos que nunca he

visto una película de terror, y Sean dijo que

crecer como bautista fundamentalista era

suficiente, que sólo sacara los esqueletos del closet.

Wes Craven.

Los protagonistas de El gran cuaderno (1986), novela de Agota Kristoff, no temen cruzar los límites éticos. Claus y Lucas están viviendo la guerra y para sobrellevarla han inventado una serie de preceptos que, según ellos, les aseguran la sobrevivencia; así como eligen lastimarse a sí mismos para afrontar el dolor que pueden producirle los otros, también deciden herir y, si es necesario, eliminar a los demás. Con una atmósfera similar a la de esta novela, donde puede ser difícil perdonar a los que se valen de la violencia para defenderse ante el peligro, Almadía ha publicado dos novelas del escritor alemán Stefan Kiesbye en los últimos años, donde los protagonistas –también– son niños cuya infancia es interrumpida drásticamente.

Nacido en Alemania a finales de los sesentas, Kiesbye llega a Estados Unidos en los noventas para participar en los másteres de escritura creativa que se manejan en algunas universidades; desde entonces comienza su carrera de novelista con Al lado vivía una niña (2004). Hasta la fecha ha publicado seis novelas más de las cuales solo Puerta al infierno (2012) se tradujo al español. La información que hay en internet demuestra que el tiempo de publicación entre una y otra obra no es extenso, tampoco queda claro si la mayoría de estas novelas fueron escritas en alemán y luego traducidas al inglés, como el caso de Vladimir Navokov.

En Al lado vivía una niña, Kiesbye propone un escenario que luego será retomado. Catalogada como una novela negra, la realidad es que tiene más semejanza con el clásico americano Rebeldes (Susan E. Hilton, 1967) que con las novelas de crimen que ahora abarrotan las librerías: en la novela Kisbye nos presenta a Moritz, un joven que vive en un pueblo industrial donde todos se conocen y los niños se adentran al bosque a jugar. Forma parte de una pandilla conocida como los Tejones, quienes pueden protegerlo si se necesita. Gracias al narrador en primera persona y a través de un tono infantiloide, vemos pinceladas de su crecimiento mientras vive la guerra de pandillas, empieza a salir con una chica y sostiene una relación incestuosa con su hermana. Cuando los Tejones encuentran a una niña encadenada en un cuarto, en una casa cuya dueña ha muerto, que por fin empieza a desarrollarse el argumento central de la novela–– mucho después de su primera mitad. Dicha niña no puede hablar y difícilmente entiende lo que quieren decirle. Y ellos intentan protegerla, pero la pandilla de los Zorros está dispuesta a hacerles cualquier cosa con tal de robarla. Finalmente, Moritz, igual que los personajes de Susan E. Hilton, debe tomar una decisión que lo convertirá en un antihéroe.

Los personajes de Puerta al infierno no obtienen la redención de Moritz. En la apertura de la novela atestiguamos el funeral de Anke Hoffman, cuando su única amiga de la infancia escupe sobre el ataúd que desciende a la tierra. A su alrededor están Martín, Christian y Alex, con quienes creció y quienes serán los protagonistas de la novela. Así nos introducimos a la historia de Hemmersmoor, el pueblo donde ellos crecieron. A lo largo de la novela los protagonistas relatan, en capítulos individuales, cómo perdieron su juventud por las atrocidades que cometieron, no solo a otras personas, sino entre ellos mismos. Parricidios, violencia intrafamiliar, acoso, violaciones. En una escena, durante un concurso de comida, los pobladores suponen que una recién llegada cocinó un estofado con carne humana —porque de pronto todos tienen la lengua negra— y el pueblo entero la golpea antes de encerrarla en su casa con sus hijos, luego incendiaron la construcción.

En uno de los epígrafes del libro, Stefan Kiesbye cita al detective de Arthur Conan Doyle cuando menciona que, en la campiña inglesa, donde se desconocen las leyes, deben ocurrir delitos más atroces que en las ciudades: “Piense en los actos de crueldad infernal, la maldad oculta que puede transcurrir en estos lugares, año tras año, sin que nadie se entere”. Esto recuerda a los relatos del gótico americano, como los de Flannery O’Connor o de Ray Bradbury o de Truman Capote, en los que aparecen casas viejas en medio de llanuras en las que se han cometido más crímenes en que en las supuestas casas embrujadas de las ciudades, a las que temen entrar los niños; regiones alejadas de la Ley donde la atrocidad es la regla y no la excepción. Mientras estos  hechos sórdidos ocurren en Estados Unidos, en medio de los campos de cultivo, en Alemania es en bosques repletos de nieve: lejos de las urbes, sus habitantes de poblaciones rurales pueden vivir peores atrocidades, entre las que Blue velvet (David Lynch, 1985) puede ser el ejemplo perfecto, ya que ahí el acto cruel está gestándose en un rincón de un pueblo que busca similar perfección entre avenidas de casas de tonos pastel rodeadas de jardines de rosas. En la narrativa de Stefan Kiesbye se habla de esos territorios sin ejercer ningún juicio sobre sus personajes y sin que estos los ejerzan entre ellos; pero también parece que ponerlos en aquellos lugares solo es una circunstancia. Porque algunos de los personajes de Puerta al infierno podrían argumentar que no pueden ser de otra manera, que ese es el mundo que les tocó vivir, pero ¿qué los diferencia de quienes cometen tales atrocidades en las ciudades? Ambas novelas de Kiesbye están repletas de escenas donde los narradores atestiguan tragedias sin expresar la menor emoción: hacerlo, es señal de debilidad. Eso no significa que no sientan nada. Así como en El gran cuaderno de Agota Kristoff, los gemelos Claus y Lucas se entrenan para sobrevivir a la guerra y, posteriormente, este enfriamiento emocional parece cobrarles factura, los niños de Kiesbye son iguales: en Al lado vivía una niña, por ejemplo, los Tejones observan, desde un lugar alto, el hogar de una pareja que intenta tener hijos: hasta que, al no tener éxito, deciden suicidarse. No los detienen o alertan a nadie.

Es curioso que Puerta al infierno fue vendida como literatura de género, en este caso como una novela de terror, aunque de eso no tiene más que la portada. Y esto ocurre no sólo en la edición en español, sino en la de varios idiomas: en la de Almadía, tiene un rostro manchado en tinta negra, como si fuera sangre. Su título en inglés más bien podría ser el del libro más reciente de Stephen King: Your house is on fire, your children all gone; la portada incluye a una niña fantasma mirando al posible lector; en alemán es, simplemente, Hemmersmoor y tiene de fondo la fotografía de un camino inundado por la neblina, en el que sobrevuela un cuervo. Para los lectores americanos este paisaje de la Taiga también les recordó, según muchas de las reseñas consultables en la red, a la atmosfera de los cuentos de hadas: pareciera que al catalogar la literatura de Kiesbye como terror o novela negra, el lector creyera que el incendio que está leyendo ocurre en otro mundo y no en su propia casa o en la del vecino. Y es en esta situación donde el trabajo de Stefan Kiesbye –o también el de Agota Kristoff o el de los últimos libros de Roberto Bolaño– podrían entrar como un recordatorio de que estas realidades no son exclusivas de territorios inhóspitos: se están viviendo en las calles de todos los países del mundo. Cientos de niños similares a los de las novelas de Kiesbye van por nuestras calles sin empatizar con los demás. En México, tenemos a los juniors que no temen usar su influencia para protegerse de consecuencias de sus propios actos; o a los niños que crecen envueltos en el narcotráfico y que aspiran a replicarlo. Ninguno aceptaría que todo es su culpa total, como tampoco harían los personajes de Puerta al infierno: pareciera, entonces, que el punto de esas historias (que la gente cree consumir como literatura de género) es que el lector se cuestione realmente qué tan alejado se encuentra de esa violencia.

Pero también estas historias pueden hacernos reflexionar sobre nuestra propia capacidad para la violencia.  En un dialogo que sostienen los protagonistas de la serie True Detective (Carey Fukanaga, 2014), en donde el personaje interpretado por Woody Harrelson le pregunta al que interpreta Matthew McConaughey, si alguna vez ha reflexionado sobre si es un hombre malo, McConaughey le responde: “no, no lo hago, Marty. El mundo necesita hombres malos. Nosotros mantenemos a los otros hombres malos alejados de nuestras puertas”. Para defenderte de lo atroz, quizá necesites volverte un monstruo. Quizá sólo necesitamos la razón correcta.


Autores
Sergio Ceyca (Culiacán, 1990) ha publicado la novela No tendrás perdón (ISIC, 2018) y el libro de cuentos Magia moribunda (Ediciones del Olvido, 2021). Estudió leyes en la Universidad Autónoma de Sinaloa y se ha desempeñado como reportero en diversos medios electrónicos. Participó en el primer Curso-taller para jóvenes creadores de la Fundación para las Letras Mexicanas, con sede en Xalapa; y ha sido beneficiario del Programa de Estímulos para la Creación y el Desarrollo Artístico de Sinaloa durante 2018, así como de la beca de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en el periodo 2019-2020.
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