Surco, Ñamandú y El Viento Traicionado
Surco
Se trata de sostener el aliento hasta el final de la línea, y al regreso las bestias de cuernos ahogados en música resistan la violencia y el idioma.
Es el vientre que tragó la voz del pájaro del alba y amplifica las cuentas de tierra negra como el ábaco de un dios descalzo y pobre.
Es el cuerno que agota el aire en la materia viscosa de la mañana y trasparenta: el algodón tejido, los huesos padres de mis huesos, la tos y los labios, madera apretada. Los ojos que aún miran la muerte.
¿En el inicio quién se advierte en pie sobre un país mientras la neblina silabea caótica arruinando en él aquellos versos de Yevtushenko que gritan que el País no existe?
Narahupía, un hombre muerto llega antes que el sol y sus manos les muestran a mis manos el ballestrinque y la aroma que fajan y libran.
Mi abuelo me sienta sobre las rejas del arado y abre la tierra bajo mis pies hasta completar el surco. Se detiene y levanta en peso toda la estructura que coloca al inicio de la siguiente línea: es mi Arte Poética.
Juego con mis bueyes traslúcidos en la agricultura de los signos, artesano que procura contener en la botella el velero y la tormenta mientras se debate el mismo en la tormenta y el velero que lo contienen.
Son bestias de cuernos espléndidos-terribles-sonoros que embrido a precio de muerte para que no se espanten ante la multitud de tu rostro, y luzcan serenos el hierro de mi nombre. Y parezcan míos.
Todo se trata de que parezcan míos.
Ñamandú
Siento el pavor de la belleza.
J. L. BORGES
Estoy escuchándome crecer. Dejo mi gastado corazón y forjo otro. La ciudad está cansada Ernesto, los pájaros no aguantan el peso de la noche, hiede a ayer en todos lados. ¿Y nosotros los poetas? dejamos que cayera España y Vallejo cayera, su esqueleto hace un ruido de semillas secas sobre el lomo negro caído y tomamos café tranquilamente, halados por un buey anoréxico y mudo. Me recuerdo lo pequeñito que era yo sobre el polvo, cuando me tomé del barro y con mis propias manos me hice a mi imagen y semejanza, hombre y árbol me hice, poeta. Luego estas voces naciéndome como un signo oscuro para que mi corazón eche luz y pazca tranquilo el toro que hay en mi sangre y en el Níger, o en el Bélico la sed apague. Ahora sobre el polvo la luz arquea el horizonte hasta romperlo en mi pupila, y apagado desecho conforma la silueta de mi padre. Recuerdo mi mano en el signo oscuro del adiós, recuerdo la sonrisa de mi padre y el rostro del Che en lontananza. En Santa Clara está la cacharrita del Ñancahuazu y está él, pero no sus manos. Yo era como él y como mi padre y cuando tuve sed puse un vaso de agua a su retrato. Yo imaginé la Revolución con el rostro del Che exacto al rostro de mi padre y si mañana cae la Revolución no podría mirar más el rostro de mi padre. Si mañana cae la Revolución creo no ver más la foto de korda (¿o era andy warhol?) Han pasado flotando los muertos de la Coubre por la mirada del hombre, la gente olvida, dicen. Los turistas van a Santa Clara por el Che, yo voy a Santa Clara a trabajar por la Poesía y por mí, aunque no sabría reconocerme, me sé poco, de vista apenas. Cuando mañana caiga la Revolución, es un decir, si cae: escribiré versos largos como un disparo y haré el amor a una mujer sobre la yerba desnuda, y en la yerba del país dejaré a mis hijos que deberán ser idénticos a sí mismos, y cobraré ánimos y calma.
El Viento Traicionado
(Descubrimiento de las Embarcaciones a vela)
El mar ya no reconoce a sus amantes:
Velas cuadradas mastican la brisa
Látigos de lino doman el viento.
Los marineros, arponeros de estrellas
ven el orbe contenido en mapas y brújulas
El timón, animal domesticado,
muerde las olas con dientes de cobre.
Antes, el viento era un Dios caprichoso
Ahora, ecuación en cuadernos de bitácora
Las nubes, testigo y cómplices de naufragios
Se disuelven en cálculos de
trigonometría
En los puertos de madera los viejos narran
—con saliva salada—
De ballenas que arrastraban barcas
Y de noches en que el horizonte
era un susurro de sirena, no un número.