Tierra Adentro
Paul del Rio (Río Canales, Cuba – Venezuela). Sueño de un obrero sobre fondo rojo. 1994. Acrílico sobre tela, 181,5 cm x 122,5 cm. Col. CELARG
Paul del Rio (Río Canales, Cuba – Venezuela). Sueño de un obrero sobre fondo rojo. 1994. Acrílico sobre tela, 181,5 cm x 122,5 cm. Col. CELARG

“Sueño de un obrero sobre fondo rojo” (1994) es el nombre de la pintura que ilumina estas letras. Su creador fue Paul Del Rio, artista plástico cubano-venezolano que pareciera sacado de una película de acción latinoamericana o de una novela proletaria preñada de realismo mágico, pues el personaje en cuestión, además de pintar, robó aviones en operaciones guerrilleras internacionales, secuestró al astro del fútbol Alfredo Di Estefano con fines propagandistas para el movimiento revolucionario, y terminó, luego de haber diseñado el sarcófago del mismísimo Simón Bolívar, suicidándose en un cuartel ocupado por sus viejos camaradas, todos víctimas de la tortura infligida por el ejército y la policía de Venezuela, asesorada por la CIA.

Paul del Rio (Río Canales, Cuba – Venezuela). Sueño de un obrero sobre fondo rojo. 1994. Acrílico sobre tela, 181,5 cm x 122,5 cm. Col. CELARG
Paul del Rio (Río Canales, Cuba – Venezuela). Sueño de un obrero sobre fondo rojo. 1994. Acrílico sobre tela, 181,5 cm x 122,5 cm. Col. CELARG

A pesar de esta dramática introducción debo advertirles que este texto tratará sobre las utopías de los trabajadores y las trabajadoras en el siglo XXI, contrastadas con la actual crisis programática del progresismo, y la obra de Paul Del Río nos servirá en esta reflexión para reflejar la realidad de una manera didáctica y creativa, pues estoy convencido de que el marxismo y los análisis políticos deben dejar de ser acartonados y ser más poderosos desde el punto de vista estético y narrativo, como ha planteado muchas veces el profe Buen Abad. A fin de cuentas, no ser tan heavy y ser más rock-pop, salsa, corridos, rap y trap (cuando sea necesario), por supuesto, sin que esto nos reste profundidad. Este texto, escrito al estilo de los artículos de la columna El arte de la política, procurará hacer praxis de este enunciado. ¡Go on! o ¡Поехали!, como diría Gagarin al despegar. 

Entonces, rojo intenso, rojo abrasador, rojo deslumbrante… sobre ese rojo vemos en la obra plástica a un obrero que se dibuja en primer plano a partir del humo. El psicoanálisis explica que los colores no aparecen azarosamente en nuestros sueños; en ese mundo interno en el que accedemos misteriosamente cada elemento contiene un mensaje del subconsciente, relacionado simbólicamente con nuestras experiencias, deseos latentes, traumas de la infancia o estados emocionales. El rojo, en este sentido, evoca lo más intenso, las pasiones que nos movilizan, así como el poder. 

Ya en el terreno de la política, el color rojo ha sido históricamente asociado con la izquierda. Esta conexión se consolida con la Revolución bolchevique de 1917, donde los obreros dirigidos por Vladimir Lenin adoptaron la bandera roja con un martillo y una hoz como símbolo del movimiento revolucionario. Es la misma bandera que se ondeó como símbolo de victoria en Berlín, cuando el Ejército Rojo venció al nazifascismo en 1945. Fue entonces cuando el rojo irradió sobre el mundo, de una manera incandescente, para encarnar la gloria militar y social de una revolución socialista. Los obreros veían el cielo de la misma forma que Paul Del Río lo pintó. 

En el siglo XX la utopía tenía un color, no obstante, ¿tendrán los obreros siempre el mismo sueño con fondo rojo?, ¿al transcurrir la historia son los obreros siempre los mismos obreros?, ¿o son los obreros y sus sueños resultado de las formas y las relaciones de producción de su tiempo? Estas preguntas me interpelan cuando veo la base del cuadro, esa fábrica humeante que se pierde entre el caos de una ciudad hecha a imagen y semejanza de su agobio. Un agobio que trasciende los temas de carácter material, producidos por el capitalismo en su fase industrial, para convertirse en una crisis humana de carácter existencial, en un capitalismo más sofisticado que Marx pudo interpretar desde la ciencia y Gorki desde el corazón, un capitalismo donde las relaciones de producción están mediadas por estructuras financieras globalizadas y complejos sistemas privados de comunicación, control cognitivo y vigilancia, donde los Estados nación se desdibujan y la clase trabajadora es víctima de nuevos modelos de explotación proxi y alienación sistemática. El capitalismo evolucionó en su tecnología económica para lograr un metabolismo mucho más eficiente a la hora de acumular capital, pero evolucionó aún más en el terreno de la guerra cognitiva y en la consolidación de una industria cultural que garantice “plusvalía ideológica” (Ludovico Silva, 1970), lo que nos deja a la izquierda retos inmensos en el terreno de la cultura y la comunicación ¿O es que acaso la IA y las redes sociales no son temas a abordar desde el movimiento revolucionario? 

¿Si los obreros cambian según las condiciones históricas, determinadas por el modo de producción y la tecnología de su época, no deben también transformarse los programas de la izquierda? En la mayoría de los debates la respuesta predominante es sí. Sin embargo, pareciera que para la izquierda del siglo XXI las aspiraciones de la clase obrera aún resultan un misterio sin resolver, he ahí uno de los principales problemas del movimiento progresista en el mundo occidental contemporáneo: Los proyectos de la izquierda dejaron de tener como centro a las mayorías oprimidas para concentrarse en las minorías excluidas. 

Es cierto que el final del siglo XX fue escenario del agotamiento de los discursos de la ultraderecha y de los gobiernos que se impusieron manipulando los márgenes de la democracia, al punto de vender el modelo neoliberal como apéndice del programa político “más moderno”. El resultado fue una miseria agobiante e indignante para los sectores populares. La desigualdad económica y el hastío permitieron a la izquierda mostrarse como una esperanza, y esa esperanza se convirtió en capital político. Así, se acumularon victorias significativas en lo que corresponde al control del aparato del Estado y el desarrollo social, no obstante, en ese tiempo en el que nacía el siglo XXI, no existió la visión colectiva ni la audacia necesaria para dar respuesta en el campo de lo económico a una sociedad que se enfrentaba a un cambio de época. Fue la propia izquierda la que garantizó las condiciones de carácter material (a través del subsidio y la redistribución) para que la clase trabajadora desarrollara nuevas aspiraciones, que solo será posible alcanzar con una moderna y radical revolución económica, que ninguno de los gobiernos de izquierda ha logrado aún. ¡Eureka… he ahí la cereza sobre el pastel conceptual y la gasolina que hace posible avanzar hacia el socialismo en una revolución que se proyecta al futuro!

La verdad, es evidente que entre lo material y lo identitario se entrampó el debate, y las prioridades entraron en desorden. Estando de moda y luego de lograr el poder político (especialmente en América Latina), la izquierda construyó una agenda que prestó especial atención a asuntos de carácter cultural, dejando de atender temas fundamentales en el terreno de lo material. Es así que llegamos a una coyuntura donde se complejizaron las aspiraciones socioeconómicas del pueblo y el movimiento revolucionario dejó de entenderse con su base social fundamental: las mayorías explotadas por el sistema capitalista en su condición de trabajadores y trabajadoras. Las dirigencias de izquierda comenzaron a interpretar la realidad como una vanguardia sesuda y progre, pero no desarrollaron nuevas formas de generación de riqueza… lo que trajo como consecuencia que, tras el asedio económico del imperialismo, los trabajadores vieron sus salarios diluidos en el agua mientras se levantaban banderas que no tenían nada que ver con el pan. 

¡Ojo! Por supuesto que una mujer lesbiana, madre soltera, negra, vegetariana y de la clase media resulta un sujeto al cual atender, proteger y empoderar, para que tenga también los tornillos y llaves que tiene el obrero de Paul Del Río en las manos. No obstante, el centro del programa deben ser los trabajadores y las trabajadoras, ellos son el sujeto colectivo a los cuales debemos dirigir un discurso aglutinador, esperanzador y poderoso que interprete sus aspiraciones más concretas. Haciendo esto, podremos acumular el capital político para movilizar y organizarnos en función de administrar el poder del Estado, superar las relaciones de producción capitalista y en pro de cultivar una nueva conciencia social, que constituya un terreno fértil para que germine una nueva cultura, donde los temas de carácter sectorial sí puedan ser el centro del debate político, sin que eso nos distraiga del proyecto histórico que constituye el socialismo. 

En dos platos y con metáforas: teniendo semillas, herramientas y tierra detrás de la casa, el problema fundamental de una familia será producir en esa tierra y garantizar los recursos para que cada individuo tenga la libertad de desarrollar su personalidad con base en los valores construidos de manera mancomunada y amorosa, en el proceso del trabajo colectivo que emprendieron. Esta lógica protege el bienestar de la familia y garantiza una visión de futuro. En esa familia, como en la sociedad, hay mujeres, infantes, hombres, gays, ancianos, enfermos, discapacitados, emprendedores, artistas, etcétera (todos de la misma clase social)… y cada uno tiene el deber de contribuir según sus capacidades y el derecho de recibir según sus necesidades ¿les suena?

Como en esa familia que nos imaginamos, la base social del progresismo hoy es mucho más heterogénea que la que está representada arquetípicamente por Paul Del Río en su obra, pues la clase trabajadora en el presente constituye una gama mucho más amplia que la que se pone overol para manufacturar un producto. Desde los freelancers hasta las campesinas, desde los buhoneros hasta las que hacen trending, pueden levantar los brazos como el obrero que sueña sobre fondo rojo. Todos ellos pertenecen a la clase trabajadora, pues no son dueños de los medios de producción y mucho menos son accionistas de una corporación farmacéutica o petrolera. En fin, los seres humanos que son susceptibles a constituir la base social de la izquierda han diversificado sus oficios y sus estatus, pero siguen teniendo la misma condición frente a los magnates del mundo. Una condición de dominados. Condición que rompe con el principio de igualdad en dignidad y derechos en cuanto humanos, pues como en todas las películas de ciencia ficción, son los ricos los que tienen los cohetes y al ver hacia abajo levantan su brazo derecho haciendo el saludo nazi. ¿O acaso alguno cree que tendrá los mismos derechos que Musk frente a una pandemia, un juicio, una guerra o en una crisis económica?

En fin, la superación de esa relación de dominación pasa por la liberación del sujeto en cuanto ente económico y ser colectivo. En el libro El Hombre y el socialismo en Cuba (1965), de Ernesto Che Guevara, podemos encontrar las siguientes líneas, con las que es posible abonar este debate:

El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo; a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor. Todavía es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total conciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación. Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte.

Si bien la izquierda está en un dilema político y programático, no es menos cierto que la crisis terminal de la modernidad occidental nos enfrenta al reto de construir una nueva modernidad, donde una nueva época de transición al socialismo florezca y finalmente superemos las falencias estructurales de un sistema de pensamiento que se agotó por el peso de sus propias contradicciones, pues llevó a la humanidad al colmo, es decir, a un punto donde la racionalidad imperante no puede dar explicación a fenómenos sociales, económicos y culturales que, contrastados con los principios fundamentales del humanismo, nos condenan a una quimera de barbaries. Por ejemplo, en el sistema capitalista el desarrollo tecnológico es lo suficientemente avanzado para acabar con el hambre en el planeta, no obstante, erradicar el hambre sigue siendo uno de los desafíos más importantes que tienen diversos países, así como sectores sociales en todas las latitudes del planeta. Ejemplos tan indignantes como este pueden verse en los diferentes campos del desarrollo humano, como la educación y la salud, dejando en evidencia que ni el sistema económico ni los fundamentos filosóficos que lo sustentan son útiles para solucionar los problemas materiales y existenciales que hoy enfrentamos. El llamado sueño americano se marchitó y el modelo europeo se muestra derrotado, como ha planteado Emmanuel Todd. Ahora, ¿existen modelos que nos permitan pensarnos de una manera diferente en esta confrontación con el capitalismo?

China ha logrado mantenerse en su proyecto histórico al tiempo que ha tenido la versatilidad científica de abordar los nuevos desafíos en cada época, fundamentalmente los económicos, tecnológicos y sociales. Ha logrado promover reformas que aportan a la transformación de las relaciones de producción capitalistas; en concreto, esto significa que se ha centrado en mejorar el sistema y el mecanismo para desarrollar lo que ellos llaman las Nuevas Fuerzas Productivas de Calidad, de acuerdo con las condiciones locales; se ha promovido el desarrollo del sistema económico socialista, teniendo como objetivo el mejoramiento de las condiciones de vida de cada trabajador; se ha optimizado la asignación de recursos de varios factores de producción avanzados en el territorio, generando alianzas estratégicas entre diversas instancias productivas y en diferentes escalas; se han integrado los factores sociales y económicos, como la innovación científica y la reforma institucional, a la producción total, y, en gran medida, se ha aumentado la productividad total de los factores frente a los desafíos de la economía global. Este es un tema fundamental en lo que La Fundación de Investigación Económica y Social de Beijing Longway ha llamado el socialismo 3.0. Respecto a este tema, el presidente Xi Jinping, teniendo como escenario la XI sesión de estudio grupal del Buró Político del Comité Central del PCCh (2024), afirmó que:  

Las relaciones de producción tienen que adaptarse a la exigencia del desarrollo de las fuerzas productivas. Con miras a desarrollar nuevas fuerzas productivas, es imperativo profundizar más integralmente la reforma y la apertura, y formar nuevas relaciones de producción compatibles con aquellas. Es necesario ahondar en la reforma del sistema económico y el sistema de ciencia y tecnología, entre otros terrenos, esforzarnos por eliminar los obstáculos que dificultan el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas, construir un sistema de mercado de elevados estándares, así como renovar formas de distribución de los elementos de producción, a fin de que todo tipo de elementos de producción avanzados y de alta calidad fluyan sin dificultad hacia el desarrollo de las nuevas fuerzas productivas. Al mismo tiempo, hace falta ampliar la apertura al exterior de alto nivel, creando un entorno internacional favorable al desarrollo de las nuevas fuerzas productivas.

En China también se ha alcanzado un nivel de justicia social que da seguridad a sus ciudadanos, sacando a 700 millones de personas del umbral de la pobreza; se ha organizado un sistema económico para que sea el Estado quien controle al mercado y no las clases dominantes, en una relación de sometimiento de las grandes mayorías. China nos permite reflexionar sobre la posibilidad de avanzar hacia programas que verdaderamente solucionen los problemas centrales y llenen de esperanza a las mayorías. Otros ejemplos menos espectaculares, pero igual de valiosos y necesarios de tomar en cuenta, podemos encontrarlos en el modelo cubano, donde la planificación de la economía y el resguardo de los derechos sociales fundamentales han sido vitales para mantener el país a flote, luego de sesenta y tres años de bloqueo económico contra la isla por parte del imperialismo norteamericano; en las experiencias organizativas y productivas de los movimientos sociales de Brasil, que sin tener el control del aparato del Estado avanzan con nuevas perspectivas organizativas con los sectores populares; y en las comunas de Venezuela, expresiones del socialismo territorial y de la democracia directa, donde se profundiza, cada vez con más fuerza, una revolución de carácter político y cultural que democratiza los poderes y los recursos del Estado, a fin de garantizar justicia social y promover la diversificación económica con un sentido topárquico. Quizá el “fondo rojo” de cada uno de estos ejemplos cambie de tonalidad, pero todos son esencialmente socialistas, entendiendo esto constatamos que no se trata de tener programas y métodos únicos, pero sí, horizontes comunes.

Los objetivos de los programas progresistas no deben desviarse del proyecto histórico y deben al mismo tiempo dar respuestas concretas a las aspiraciones de su base social fundamental. En tal sentido, el discurso de la izquierda en cada país debe ser más convocante, esto implica reformularse a fin de aligerar su carga woke y aumentar su sentido worker. Sobre todo, en un contexto donde la depredación neoliberal se expresa en la miseria material de la clase trabajadora y la revitalización de movimientos de ultraderecha (fascistas) en todas las latitudes. Al respecto de la organización de las fuerzas populares, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha expresado: 

Llamemos a todos y a todas, eso es una metodología inclusiva necesaria, participativa, que la gente sienta la felicidad de opinar, de proponer, de ser útil integralmente, y todas las fuerzas bolivarianas verdaderamente chavistas, auténticamente patriotas, socialistas y progresistas de Venezuela, sientan que tienen un espacio para dibujar el futuro, y podamos nosotros consolidar esta fórmula mágica (…) la fórmula de integrar, de unir y de expandir las cinco generaciones que hemos visto y que actuamos de manera protagónica en el devenir de la Revolución Bolivariana del siglo XXI, y de construir el poderoso sistema de fuerzas de las siete grandes fuerzas sociales de Venezuela.

Se requiere de una izquierda que se renueve más allá de los discursos y las estéticas, estos cambios más bien deben ser consecuencias de las transformaciones conceptuales y programáticas del movimiento revolucionario. Una izquierda que haga equilibrio entre su amplitud y su radicalidad. La única manera es reconectar con las necesidades y esperanzas actuales de las mayorías deprimidas y oprimidas, en un sentido tanto económico como cultural, por el sistema imperante. En cada contexto nacional esta renovación amerita de un análisis particular sobre la realidad de la clase trabajadora, a fin de determinar cuáles son las contradicciones más sentidas por el pueblo. No se trata de ser ortodoxos y dogmáticos en relación a la teoría revolucionaria, por lo contrario, se trata de utilizar las herramientas de análisis y transformación de forma dinámica y versátil, en pro de cultivar una conciencia e identidad que nos unifique, incluso más allá de las fronteras, pero sobre todo de construir de manera participativa y sin sesgos de carácter ideológicos un programa de lucha que resuelva los problemas concretos de la gente. No permitir que la política se diluya en la retórica, sino, más bien, que se pueda ver hecha praxis revolucionaria en cada contexto y espacio. 

En conclusión, la izquierda del siglo XXI no puede ser ni la vanguardia iluminada que existe solo en el plano de lo teórico, ni el movimiento progresista combativo, pero fragmentado y enajenado con los ombligos de sus parcelas (situación muy bien explicada por Juan Carlos Monedero en su libro Política para indiferentes). José Pío Tamayo, el precursor del socialismo científico en Venezuela, preso a causa de su militancia política, ya lo decía de la siguiente manera en 1930:

¡Ojalá algunos bien intencionados no se equivoquen engrosando filas destinadas al fracaso! Filas tal vez gubernamentales en primer momento, pero reducto último de un pasado vestido de espejismos y de retórica plagiada, destinadas a una rápida derrota porque no llegarán jamás a representar los deseos del pueblo ni podrán satisfacer sus necesidades. Nosotros sí. ¡El futuro será nuestro; de los que haremos el porvenir con las manos para moldearlo con líneas llenas de ciencia y arte nuevos!

El desafío es ser un inmenso condensador y catalizador de luchas, que dé respuesta, en un proyecto innovador y luminoso, a la rabia que germina del presente y a la esperanza de un futuro donde, como dirían Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, “el libre desarrollo de cada uno sea la condición del libre desarrollo de todos”. Solo así no veremos a ese obrero que sueña sobre fondo rojo de una manera tan dramática y solitaria, sino que el paisaje será populoso, tropical y cinético… podremos ser un pueblo hecho gobierno, garante de “la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política”, como diría Bolívar en el Discurso de Angosturas.


Autores
(Venezuela, 1990). Escritor, politólogo y Dr. PhD en Desarrollo Humano. Es portador de la Orden Presidencial “José Félix Ribas” por méritos culturales. Fundador del Colectivo Cultural “El Cuarto de los Duendes” y del Círculo de Estudio y Creación Poética de la Universidad Centroccidental “Lisandro Alvarado” (UCLA). Ha publicado el poemario Puentes de miel sobre la grieta (2021), el ensayo Organizar el vendaval, la juventud en la nueva etapa de transición al socialismo (2022) y la novela Del naufragio intuyo el alba (2024). Es integrante de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad y de la Vicepresidencia de Formación e Ideología del Partido Socialista Unido de Venezuela. Actualmente pública semanalmente su columna El arte de la política en medios como TeleSUR, Ahora el pueblo y RedRafioVe.