Soundtrack para una generación plantada

Titulo: Imbéciles anónimos
Autor: José Mariano Leyva
Editorial: Mondadori / Conaculta-INBA / Secretaría de Cultura de Michoacán
Lugar y Año: México, 2011
No puedo distinguir entre el José Mariano Leyva, el cruel personaje de Imbéciles anónimos, y el José Mariano Leyva que tengo aquí a mi lado, el despiadado que hace apenas una semana me invitó a presentar su novela. Aventuro entonces una teoría sobre porqué me invitó a fungir como madrina para la presentación en sociedad de su libro.
Recuerdo perfectamente el día en que, luego de acabar con los planes de un proyecto en común, Pepe me contó sobre la inminente aparición de su novela, y sentenció: “Pero no te va a gustar, TéllezPauls, la vas a destrozar”. Así que con ese antecedente, cuando tuve en mis manos un ejemplar de Imbéciles anónimos me propuse destrozarla a priori. Pero he aquí que no pude, la novela me atrapó de inmediato, pronto tuve una voracidad por terminarla así tuviera que dejar de hacer algunos asuntos pendientes. Si me invitaste, Pepe Leyva, para confesar públicamente que tu novela me gustó, entonces lo reconozco: terminé derrotado pero con la satisfacción de haberme sumergido en sus páginas, con el ánimo placentero de que haya sido él quien salió victorioso de nuestro encuentro.
¿Qué me atrapó? Al principio me recordó El club de la pelea, de Chuck Palahniuk, a quien Leyva a leído bien, en la que una cofradía secreta de patéticos se alejan de la normas sociales e imponen las suyas a su convivencia. Un cocainómano insaciable, una DJ frustrada con aspecto de manflora, un gay que da el giro pero al revés y un Don Juan de mujeres a punto de entrar en la tercera edad –o a su segunda juventud, como ellas prefieren llamarla–, además del José Mariano Leyva que entra como personaje, conforman el patético quinteto de Imbéciles anónimos (bautizada originalmente como Los imponderables, con la que ganó el premio José Rubén Romero de novela en 2009). Elías, Sunny B., Carlos y Marsé escapan a Cuernavaca, a una casa en medio de la nada, para olvidarse de sus penas y pasar el idílico fin de semana típico de los chilangos. En esa ciudad antaño paradisíaca se enfrentan con un asesinato que los hace toparse con la realidad. Pero nadie, ya se sabe, es lo que aparentaba ser, el tiempo los pone a todos en su lugar: de la misma manera como los ideólogos quedaron como simples idealistas. Fue entonces cuando me recordó una genial cinta alemana, Cómo armar una bomba (Was tun, wenn’s Brennt?, 2001): ambientada en 1987, la película cuenta la historia de un grupo de jóvenes anarquistas que pone una bomba en una casa de un barrio residencial, sin embargo, la bomba nunca estalla, el Muro cae, pasa el tiempo y cada quien sigue su camino… salvo dos de ellos, quienes muchos años después los vuelven a reunir para ir a destruir las evidencias de su acto. Cuando se reencuentran, unos a otros se descubren con sorpresa justo como lo que lucharon en su juventud.
Los cinco personajes de Imbéciles anónimos son hijos de quienes vivieron la guerra de las ideologías. Una generación anterior que apostaba todo por la siguiente, que quería lo mejor para sus hijos. En Imbéciles anónimos, dos generaciones se enfrentan y se recriminan no con discusiones interminables sino con actos. La generación de la Revolución Social es contestada por una generación desencantada: con tantas promesas incumplidas que ya no apuesta por ninguna opción política y se fuga de la realidad. No pienso, o al menos no leo esta novela desde las actuales circunstancias políticas y sociales del país, tampoco pienso en los Indignados, que al menos en España no impedirán el triunfo del PP en las próximas elecciones generales, en cambio, pienso en Amy Winehouse, la diosa de esta generación, una radical a su manera, que le volvió a la cara a su sociedad y ésta le cobró muy caro el desplante. ¿Qué hace, entonces, madurar a estos cinco que se creen imponderables?, ¿una muerte de seres queridos?, ¿los hijos, ya sean propios o adoptados? ¿Qué nos hace falta a nosotros como generación para enfrentarnos con nuestra realidad? ¿Qué tiene que pasar para que toda una generación se despabile, tan ensimismada, tan falta de conciencia, tan embelesada en sus monótonos e hipnóticos beats? Son preguntas que comparto con ustedes, pues no soy tan osado para aventurar una respuesta.
Imbéciles anónimos tiene esa frescura y ese desparpajo que tanta falta le hacía a la reciente novela mexicana, a veces tan predecible y aburrida. Es una balde de agua fría, que así como puede parecer una sorpresiva agresión también es cierto que despabila, hace caer en la cuenta de esas cosas que quisiéramos seguir soslayando. Además, no tiene ese pretencioso tono desafiante, ese pesimismo wannabe, ese falso descreimiento sólo porque está muy de moda lanzarse contra todo, como han hecho otros escritores de su generación. Lo digo sinceramente, quienes me conocen saben que no soy de elogios gratuitos: su escepticismo es genuino, su crítica bien dirigida y sustentada con un veneno infalible: un filoso sentido del humor. Leyva se tenía bien guardada esta novela, a diferencia de otros de su edad que ya tienen dos, ¡o hasta tres!, novelas publicadas. Además, Leyva recurre a una escritura fragmentada, sin que en ningún momento parezca pretenciosa o telegráfica, las oraciones bien hiladas y calibradas sostienen la novela hasta el final.
Los reparos me los guardo para la hora de los tequilas. Sólo quiero decirte, Pepe Leyva, que nunca aceptaré la invitación para ir a la profanada casa de tus padres en Cuernavaca.
Texto leído en la presentación de la novela el jueves 28 de octubre de 2011 en el bar Covadonga de la Ciudad de México.