Sólo esto
1
Bebimos de ese frasco que trajiste con agua del Mar Muerto.
La conciencia flotaba sin esfuerzo dentro de esa dureza
salitrosa que permitía a nuestros ojos mirar el cielo
sin pensar en el ahogo y distenderse en él,
plácidamente. Solíamos buscar una manera
de sacar vida aun de la mortaja, y ahora esa mortaja
era líquida, y viajaba en el centro de nosotros,
y nos daba fuerzas. La muerte nos volvía, sí, convulsos,
pero de tanto asco y tanta risa, y, salobres, nos dejaba
sobrevivir. Esa muerte que nos diste se volvió un lazo
de sal entre nosotros, para que nunca nos faltara
luego de aquel amanecer en el que intuimos
un haz de mutaciones, un tosco crecimiento
que no alcanzábamos a aprehender desde tu azotea.
2
Contábamos los días para que el año terminara.
Faltaban veintitrés, y algo había de muñón adentro
nuestro, “como si hubiéramos visto, en un segundo,
toda la mordedura que el tiempo nos tenía
preparada”. El teléfono sonó, insistente, y tuve
que contestarte, a pesar de que yo solo
quería fundirme en el ardor de mi rotura.
Tu novia. Tú. Una cresta verdosa que se hacía,
terca y cotiledónea, camino hacia la atmósfera.
¿Qué necesitas? alcancé a decirte. Mientras, luchaba,
en el surco de la asimilación, en plena noche,
como si el ladrido de un perro desquiciante,
y te vi, en el medio de un desierto, líquido
y espeso, que no quita la sed ni cede al nado.
3
«Desde el fondo de ella, arrodillada», se venía preparando
una tormenta. Tu cabeza se ahogaba en ese líquido
amniótico. Teníamos dieciocho y, a ochenta kilómetros
de aquí, prometía comenzar, para tus ojos, un ajetreo
decidido por adentrarte en lo recóndito hasta la más absoluta
pequeñez, por sumirte en nuestro adentro inconcebible,
compuesto por cadenas infinitas y frágiles, descomunales
y nimias. Tu pasión era aprender a mirar La Vida
y saborear, como el agua saborea su lento tránsito
hacia el fondo de lo grave, el desollarla sutilmente
para observar, en pleno asombro, su cráter misterioso
y germinante. Tal vez por eso entendías mejor que nadie
aquello que venía formándose en su vientre,
que se me figuraba denso, granizo de sal cuajada.
4
En dónde se encontraba lo Correcto. En tu íntima
Gomorra, veía cómo arrastrabas los pies para salvarte,
tentado siempre a mirar hacia atrás, como esperando
que un faro ultraterreno te hiciera ver aquello
que ganabas o perdías, aquello que dejabas
atrás para pudrirse. Al fin y al cabo, no dependía
sólo de ti, y yo sabía que tú, cínico y todo,
harías lo que ella te pidiera. De cualquier forma,
manoteabas, espasmódico, para alejar el arrepentimiento
(y eso yo lo sé aunque jamás me lo dijiste de ese modo),
y sudabas del esfuerzo, como el rey de un cuento laberíntico,
abandonado a su suerte en una cárcel de arena.
Hoy tendría unos diez años, y lo imagino, y no me gusta
imaginármelo, igual a ti en esa foto de tu casa.
5
Entre el fragor de una estación del metro,
y oculto de los guardias trepados en tarima,
intercambié el dinero que me diste por unas
píldoras que, en el Norte, habían sido ya aprobadas
por los filtros de sanidad. Tomada ya la decisión,
me lo habías pedido, y yo no supe negarme.
Después, según dijiste, vino la náusea
como un desgajamiento. El jadeo alérgico
de aquella temporada parecía venir de esa tormenta,
sin nombre, por cuyo escampe clavé, en el tuyo,
cuchillos en la tierra. O más bien: para su siega,
te conseguí la hoz con la cual impediste que ese tallo
de vapor continuara subiendo a condensarse,
cumulonímbico y severo, sobre sus rostros aturdidos.
6
Nunca lo hemos platicado, y ahora, de seguro,
pensarás: ¿de dónde sale todo esto? Es curioso
pensar así las cosas: de esa otra mortaja compartida,
se posó, entre los dos, un vínculo cómplice tan ceñido
como la muerte misma: en el fondo de lo muerto
se forja lo que no se deshace, lo que de veras perdura,
como la vida paciente de la artemia jordana
en su paraje de sal. Acaso la amistad sea sólo esto
que obtuvimos de la muerte, esto que, tercamente,
persiste, renaciendo, y que nos dice cómo
tomar agua tan dura y no desfallecer, sino aferrarnos,
más enérgicos, al placer de flotar, con la vista hacia arriba,
mientras hablamos, riendo, de todo o casi todo;
mientras callamos todo aquello que no es necesario decirnos.
* Fragmento del libro ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2017.