Sobre Joseph Conrad y su mundo

Titulo: Joseph Conrad y su mundo
Autor: Jessie Conrad
Editorial: Sexto piso
Lugar y Año: México, 2011
Los diarios personales son un género literario que nos hace cuestionarnos sobre nuestros motivos para leerlos: ¿Se trata de buscar a la persona detrás del artista? ¿O de encontrar los verdaderos orígenes de su obra? ¿O quizá de atisbar aquellas obras que quedaron para siempre sin terminar? ¿O simplemente de una curiosidad morbosa por ver al autor en tierra firme, lejos de su pedestal? Cuando el interés al escribir un libro, o un diario personal reside exclusivamente en retratar a un ser humano que goza de fama literaria, en este caso, el esposo de la autora del diario, es difícil para el lector encontrar algo de interesante en esas páginas. El libro de Jessie Conrad cae en esta categoría de diario en que la única razón para leerlo es el chismorreo literario, el deseo de enterarse de los pormenores de la vida cotidiana de Conrad, la cual no es para nada ni remotamente tan fascinante como los mundos creados por el escritor, el artista en el que se convertía al poner pluma en papel.
Que la biografía está bien escrita, no hay duda; la autora es, al parecer, de estas escritoras relegadas a la sombra por haber vivido exclusivamente para ser la esposa de un autor reconocido. Que su crónica de la vida cotidiana es fidedigna y un retrato por demás objetivo de una mujer que se casó con Joseph Conrad cuando apenas lo conocía, cierto. Que muestra el gran sentido del humor con el que esta joven manejaba el difícil temperamento de su marido, incuestionable. Es interesante la sinceridad con la que Jessie declara su condición “de esposa y madre del escritor aquel. Al depender tanto de mí, Joseph Conrad me despertaba el instinto maternal y hasta el fin de sus días me presté a ser el amortiguamiento que lo separaba del mundo externo.” Conrad es mostrado en su fragilidad de ser humano, “el hombre de los eternos cambios de humor”, lo llama su esposa. También ella se muestra como era vista por Conrad, quien odiaba su “hipertrofiado sentido del humor”, el cuál él consideraba un gran defecto de su timidez, pero Jessie consideraba una virtud que muchas veces aligeró las discusiones y los contratiempos en sus vidas. Las partes más humorísticas, quizás, para un lector ávido de detalles del mundo literario de ese entonces son aquellas en las que Jessie señala las mentiras y desviaciones en que cayó Ford Madox Ford una vez que su amigo falleció, y muestra cómo él era más abnegado que su esposa misma, cómo intentó borrarla por completo de sus recuerdos de Conrad y cómo pareciera que en cuanto él murió, se sintió dueño de su obra y declaró haberlo ayudado mucho más de lo real.
En este libro hay también breves resplandores de la inspiración de algunos de sus cuentos y obras, de un paseo, por ejemplo, en el cual vieron a los que se convertirían en Los idiotas; pero como Jessie misma lo dice, pocas veces Conrad escribía sobre lo que veía o vivía en ese momento, por lo tanto se vuelve un trabajo de ociosos descubrir estos instantes entre las páginas y páginas del diario donde se habla mucho más de las reflexiones de Jessie sobre cuánto gastar en muebles, qué casa alquilar para vivir, qué hacer para contenerse una vez más y no explotar ante la completa falta de empatía de su esposo, incluso en los momentos más precarios como dar a luz a su hijo, cuando Joseph Conrad se fue sin prisas en busca del doctor y se quedó con él a desayunar una segunda vez, asegurándole que no había prisa por volver al parto. Y si de lo que se trata es de sentir empatía por la situación de Jessie como mujer por completo sometida a los designios de su esposo, con unas veinte páginas sería suficiente: son innecesarias las más de cuatrocientas. El libro sólo puede ser apreciado y disfrutado por dos clases de lector, para quienes seguro sería de gran utilidad: uno interesado en la vida cotidiana de finales del siglo XIX y principios deL XX, o uno increíblemente obsesionado con Conrad, con saber los pormenores de su carácter y su salud, los ataques de mal humor en los que caía antes de que le viniera un ataque de gota, la cara de niño entusiasta que puso al recibir un libro de Henry James, los desplantes secretos de Ford Madox Ford contra su mujer y muchísimos detalles más, inservibles sin embargo si de lo que se trata es de entender sus grandes obras.