Tierra Adentro

Si bien la obra de cualquier artista no está separada de su ideología hay casos en los que ésta se vuelve más elocuente. Sea por un ejercicio estético, una declaración política manifiesta o por la época y contexto en el que dicha obra se desarrolla. En la música de Shostakóvich ocurren todas estas cosas y su séptima sinfonía, Leningrado, es uno de los mejores ejemplos.

Dmitri fue aceptado en el Conservatorio de Petrogrado a la edad de trece años, donde estudió composición. Seis años después, su primera sinfonía fue presentada para acreditar esta materia. La obra fue inmediatamente reconocida como una obra maestra. Shostakóvich tenía diecinueve años de edad. Sus siguientes dos sinfonías fueron recibidas con igual atención en Europa; ambas explícitamente políticas: Para octubre, que conmemoraba la revolución de 1917 y El primero de mayo, conmemorando el día internacional de los trabajadores.

También desde sus composiciones más tempranas, Shostakóvich dejó manifiesta su habilidad para la sátira. En 1930 compuso una ópera basada en el cuento “La nariz” de Gogol (una nariz que un día se harta de su dueño y escapa mientras el hombre intenta convencerla de que vuelva). A esta ópera siguió Lady Macbeth de Mtsensk (1934), la cual se convirtió en un éxito inmediato en Leningrado y Moscú. Sin embargo este éxito sería el inicio de un largo camino entre aplausos y amenazas de Stalin.

Stalin acudió a ver Lady Macbeth de Mtsensk el 26 de enero de 1936 y se retiró al terminar el tercer acto de los cuatro que conforman dicha obra. Dos días después apareció una crítica negativa de la ópera en el periódico Pravda (el diario de mayor difusión después de la revolución de 1917); en ella se decía que la obra carecía de melodía, que tenía un carácter formalista y que era inmoral. Pocos días después apareció otra crítica negativa en el mismo periódico acerca de El arroyo claro, un ballet compuesto por Shostakóvich y que también Stalin había ido a ver al teatro Bolshoi. A partir de entonces Shostakóvich recibió la etiqueta de “enemigo del pueblo” y eso habría significado la muerte, la prisión o desaparición inmediata para más de un artista. Sin embargo, el hecho de que Shostakóvich fuera músico (los músicos eran menos perseguidos que los escritores) y que fuera tan talentoso, lo salvaron de algunas de estas cosas.

En 1937, la quinta sinfonía de Shostakóvich resultó un éxito rotundo. Uno de los críticos de Stalin “reconoció” en esta obra una respuesta positiva a la crítica justa que anteriormente se le había hecho al compositor. En 1942, con la aparición de su séptima sinfonía, Shostakóvich logró mantener el favor de la crítica soviética por algunos años más hasta que otras de sus sinfonías como la octava y la novena resultaron complejas para la crítica por su carácter oscuro y lúdico respectivamente. Ante esta complejidad, el Estado prefirió la censura y renovó la persecución en contra del compositor. En 1948 se abrió un juicio encabezado por Andrei Zhdanov, el esbirro de Stalin en asuntos culturales (Prokofiev estaba también como acusado en ese juicio). Shostakóvich fue obligado a “confesar” su arrepentimiento por haber compuesto música formalista y atacó a Prokofiev y a Stravinsky por componer música contraria al pueblo y a la revolución.

Shostakóvich comenzó a componer su séptima sinfonía el 15 de julio de 1941 y la terminó el 27 de diciembre del mismo año en Kuibyshev, adonde fue enviado junto con su familia. Esta sinfonía se estrenó en marzo de 1942 en Kuibyshev con la Orquesta del Teatro de Bolshoi bajo la batuta de Samuil Abramovitch Samosud, todos ellos también refugiados ahí.

Para el momento de la composición de esta obra, Hitler llevaba ya poco más de un año de haber invadido la Unión Soviética. Leningrado se encontraba sitiada por el ejército alemán y la única vía de abastecimiento era a través de una parte del Ladoga, el lago que entonces estaba congelado. Cerca de una tercera parte de la población de Leningrado murió a consecuencia de este sitio por los bombardeos, los incendios, el frío, el hambre y las enfermedades. De acuerdo con lo expresado en el libro Testimonio. Las memorias de Dmitri Shostakóvich de Solomon Volkov, el compositor había declarado que esta sinfonía no podía considerarse como una respuesta a la invasión alemana. En palabras del propio Shostakóvich:

Siento un dolor eterno por quienes murieron por órdenes de Hitler, pero también por aquellos que murieron bajo las órdenes de Stalin […] no tengo nada en contra de que a mi séptima sinfonía se le llame Leningrado, pero no es una obra acerca del sitio de la ciudad sino sobre el Leningrado que Stalin destruyó y que Hitler sólo terminó de aniquilar.

Sin embargo, el manuscrito de la obra está fechado y si bien el autor pudo tener algunas ideas previas al sitio de la ciudad, no hay duda de que la composición como tal ocurrió durante el mismo, en julio de 1941, cuando el ejército alemán se posicionaba en las afueras de Leningrado mientras los finlandeses avanzaban rápidamente desde el norte.

Para el otoño siguiente, los alemanes ya habían penetrado cerca de 240 kilómetros dentro de Moscú y hacia el sur ya habían llegado al Mar Negro. El gobierno soviético había comenzado la evacuación de algunos miembros del ámbito artístico y cultural (compañías de teatro y danza, escritores y orquestas de música, entre otros). Shostakóvich quería permanecer en Leningrado, pero fue evacuado junto con Nina, su esposa, y sus dos hijos: Galina (de 5) y Maxim (de 3). Primero fueron llevados a Moscú y después a Kuibyshev, una ciudad industrial que fue declarada la capital temporal de la Unión Soviética debido a la ocupación alemana. En el mismo tren en el que fueron transportados los Shostakóvich iban también los compositores Vissarion Shebalin, Dmitri Kabalevsky, el violinista David Oistrakh, el cineasta Sergei Eisenstein y el escritor Ilya Ehrenburg, entre otros.

Fuera de la Unión Soviética fue Henry J. Wood quien realizó la primera interpretación de esta sinfonía como parte de un ciclo de los Conciertos de Paseo (Promenade Concerts, ahora conocidos como BBC Proms) en el Queen’s Hall de Londres. El concierto tuvo un gran impacto, ya que un año antes esta sala de conciertos había sido destruida por un bombardeo alemán. En Estados Unidos, la Orquesta de la NBC (National Broadcasting Company, entonces co-dirigida por Leopold Stokowski y Arturo Toscanini) compró los derechos para el estreno de la séptima sinfonía de Shostakóvich en ese país. Pocas veces una obra sinfónica había generado tantas expectativas.

La partitura fue copiada en un microfilm, enviada de Kuibyshev a Tehran vía aérea, luego fue transportada en auto a través de Irán, Irak, Jordania y Palestina hasta el Cairo desde donde nuevamente fue enviada por avión a Brasil. Ahí fue puesta a resguardo de un avión de la Armada de los Estados Unidos que lo llevó a Nueva York. Un grupo de representantes de la Corporación Musical Ruso-americana entregaron el microfilm a la NBC, quienes lo depositaron en manos de Arturo Toscanini.

Stokowski y Toscanini se pelearon por el derecho a dirigir la sinfonía, ya que había un contrato que establecía que Stokowski dirigiría las obras de música moderna, pero la importancia de esta obra fue tal que Toscanini estuvo dispuesto a enfrentarse a Stokowski. La confrontación entre ambos directores los llevó a declaraciones agresivas a través de los distintos medios de comunicación. Al final, la NBC se decantó por el director italiano, quien estrenó la interpretación de esta obra en julio de 1942. En sus memorias, Shostakóvich declaró que detestaba la interpretación que había hecho Toscanini de esta sinfonía. Dijo que el italiano no había entendido ni el espíritu ni el carácter de los tempi y que había hecho un pésimo trabajo. Con todo, entre 1942 y 1943, la sinfonía Leningrado se interpretó sesenta y dos veces en Estados Unidos con distintas orquestas.

Si está elaborado con sutileza, uno de los aspectos más difíciles de captar en el arte —sobre todo en la música— es el humor. Cuando Shostakóvich se queja de la mala dirección de Toscanini de su séptima sinfonía se refiere, principalmente, al carácter que el tempo conlleva y que en ciertas composiciones forma parte de un contraste deliberado cuya intención es el humor.

El primer movimiento de esta sinfonía, por ejemplo, tiene la marca de “allegretto”, pero se trata de un movimiento absolutamente serio. ¿Cómo interpretar este contraste? Más adelante, en las versiones recomendadas en este artículo ofreceré algunos ejemplos, pero por ahora baste decir que lo único que no puede hacerse en estos casos es ignorar la indicación del compositor. Es decir, tocar con la solemnidad a secas de un director como Toscanini o con la allegre ingenuidad de un Leonard Bernstein, el resultado es fallido por la ausencia de dicho contraste. En esta manera de presentar ciertos retos vinculados al carácter de las dinámicas de sus obras, Shostakóvich se parece a Mahler, de quien aprendió más de un recurso estético. Este movimiento inicia con un tema inarmónico que tanto las percusiones como las trompetas se encargan de puntualizar. Tiene un tempo marcial, firme, que después de desarrollarse ampliamente abre el paso a una melodía más suave y lírica (hablando de contrastes) compuesta en sol mayor.

Este es uno de esos momentos difíciles de acentuar por el contraste propuesto en el carácter de la obra: un flautín continúa la melodía que acabamos de escuchar y un violín hace una suerte de eco de lo que interpreta el flautín. Como si se desprendiera de la última nota ejecutada por el violín, se escucha el inicio de un redoble que comienza a tocar muy suave al principio, pero siempre firme. Al mismo tiempo escuchamos a los violines golpetear las cuerdas con la base del arco y a las violas hacer un pizzicato iniciando suavemente una marcha que acompaña el ritmo del tambor.

Luego una flauta repite el tema, seguida del flautín y del fagot que repiten cada frase; por su parte, la trompeta y los clarinetes se acompañan del oboe y del corno inglés, cuyo fraseo se superpone al tema original. Tenemos nueve minutos de una música concentrada en una sola idea que irá en un crescendo en el que todos los instrumentos alcanzan un punto forte y después uno fortississimo en uno de los momentos de mayor emotividad de toda la obra. En sus memorias, Shostakóvich dijo que este pasaje describía la irrupción de la guerra en la vida cotidiana, aludiendo al ejército alemán a punto de asediar Leningrado. Esta parte de la sinfonía tiene tal fuerza que en 1948 el Comité Central Bolchevique acusó a Shostakóvich de haber descrito mucho mejor a los enemigos invasores que el heroísmo del pueblo ruso. En esta parte Shostakóvich cita una parte de la opereta La viuda alegre de Franz Lehár, concretamente la melodía del “Da geh’ ich zu Maxim” (me encontrarás en el Maxim) quizás como una pequeña broma que involucraba el nombre de su hijo, Maxim. Esta misma melodía también es citada (pero con sarcasmo) en el Concierto para orquesta (1943) de Bartók, quien detestaba a Shostakóvich y a su música.

El musicólogo Michael Strindberg, en un análisis de esta obra, sugiere que Shostákovich también cita una parte de la quinta sinfonía del finlandés Jean Sibelius. En 1939, pocas semanas después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, los soviéticos querían establecer bases militares en Lituania, Latvia, Estonia y Finlandia. El único país que se opuso fue este último. Los finlandeses lucharon de un modo sorprendente contra los soviéticos hasta que fueron vencidos en marzo de 1940. Al año siguiente, tres días después de la invasión de los alemanes a Rusia, Finlandia también le declaró la guerra a Rusia y se unieron a los alemanes en el sitio de Leningrado.

Después del clímax de este pasaje, Shostakóvich hace una recapitulación de la música con la que inició el movimiento, fortissimo, mientras el tema de la “invasión” (la parte que inicia con el redoble del tambor) continúa. La melodía sigue a través del fagot acompañado por el piano y los cellos. Para terminar el movimiento regresamos al primer tema, mucho más quedo (piano primero y luego espressivo), pero al final del movimiento continúan los fragmentos del tambor (ya apenas audibles). Este movimiento dura aproximadamente veintiséis minutos porque la idea original de Shostakóvich era que esta sinfonía fuese de un solo movimiento (como la séptima de Sibelius), pero a medida que el autor avanzaba en la composición de la sinfonía se dio cuenta de que necesitaba resolver la tensión provocada en esta primera parte.

El segundo movimiento, moderato, es el más corto de la obra. Comienza con un carácter lírico, suave, con los segundos violines interpretando una melodía alegre. Esto nos lleva a un momento de gran expansión, como una bocanada de aire fresco que deja atrás la opresión de la marcha de los invasores. Esta música inicia con el oboe, luego sigue el corno inglés y a éstos les siguen los cellos, después de lo cual la velocidad de la música aumenta considerablemente. Mientras los clarinetes y el fagot tocan el primer momento de música abiertamente alegre de toda la sinfonía, escuchamos de fondo al clarinete alto cuya estridencia opaca también esta alegría, como sugiriendo que aun estos momentos difícilmente pueden disfrutarse con plenitud, pues se está en medio de la guerra. El movimiento termina con algunas breves resonancias del tema inicial.

En el Adagio, Shostakóvich intentó representar la ciudad de Leningrado al atardecer. Inicia con grandes acordes en el órgano, cuyo acompañamiento de los alientos y las arpas producen una sonoridad áspera. Los violines inician un tema en re mayor con gran determinación produciendo un gran contraste con el inicio. A esto sigue un solo de flauta muy quedo, fantasmagórico, que cede ante un pasaje de mayor rapidez y de carácter más agresivo. Después de un fraseo lírico a cargo de las violas, con reminiscencias de las dos ideas del principio, este movimiento termina súbitamente.

El cuarto movimiento se liga sin pausas al tercero. Al inicio se percibe aún cierta oscuridad con la melodía de los violines que se queda suspendida sobre el redoble pianissimo del tambor. Shostakóvich se vale de una gran variedad de recursos que simulan una gran confusión, para llegar al clímax de este movimiento y, por extensión, de la obra. Esta parte representa, según el propio compositor, el momento para recordar a las víctimas del sitio de Leningrado. Después de este pasaje caótico el escucha espera, como ocurre en la quinta sinfonía de Beethoven, que la oscuridad del do menor se transforme en un do mayor para reafirmar la idea de una victoria en el último momento. Y así ocurre, pero Shostakóvich nos presenta la resolución en do mayor con mucho más trabajo. Primero hay que pasar por una serie de pasajes en mi, la y si bemol, correspondientes con la tonalidad en do menor, antes de que podamos reconocer el cambio pleno de tonalidad y ver entonces la luz que el final de una guerra (y no sólo la victoria) arroja sobre la muerte y la devastación.

 

Versiones recomendadas:

La primera versión de la sinfonía Leningrado en interpretarse en Estados Unidos fue la que dirigió Toscanini con la Orquesta de la NBC. Conviene escuchar esta versión, irónicamente, para apreciar mejor las subsecuentes. Ya antes hemos hablado de los comentarios que el propio Shostakóvich hizo sobre la deficiente dirección de Toscanini. Baste subrayar la tediosa uniformidad con la que dirige toda la obra.

La interpretación ejecutada por la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña bajo la dirección de Pablo González es un buen ejemplo del contraste que hay no sólo entre las indicaciones de los tempi por parte del autor y el carácter de los movimientos, sino también entre éstos y la interpretación actual de la obra. En esta versión vemos a una orquesta nerviosa, tensa al principio, más preocupada por la técnica que poco a poco, bajo una gran dirección de González, se relaja y logra disfrutar su interpretación sin que ello altere el carácter a ratos violento, a ratos conmovedor o festivo de la obra. Una interpretación creativa, arriesgada.

Vladimir Ashkenazy dirige la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo y la interpretación de Leningrado adquiere un equilibrio particular. Ashkenazy no se preocupa tanto por imprimir un estilo personal a su propuesta como por ofrecer una visión panorámica de la obra. Hay un cuidado por la partitura tal que deja muy poco a la imaginación de los músicos y, por extensión, del público. Sin embargo, la precisión de la ejecución es más que brillante.

Rudolf Barshai, discípulo de Shostakóvich hace una interpretación que resalta lo mejor de la obra en términos de su emotividad y al mismo tiempo conserva un rigor técnico de muy alto nivel. Los músicos de la Orquesta de la Radiodifusora del Oeste Alemán (WDR en alemán) mantienen la fuerza y el brillo de su ejecución a lo largo de los setenta minutos que dura la sinfonía. Un trabajo titánico que redunda en una propuesta expresiva impecable.