Selva y civilización
“La enfermedad de la razón se arraiga
en su origen mismo: la ambición
humana de dominar la naturaleza”
Max Horkheimer 1
En la comunidad de dos Dos Amates, situada entre las lagunas de Catemaco y Sontecomapan, la selva aún resiste los embates de la deforestación.
En el último medio siglo se ha acabado con el 80% de la vegetación de Los Tuxtlas, en Veracruz, para darle cada vez más espacio a la ganadería. 2 Esta actividad se introdujo en la zona en las primeras décadas del siglo XVI y, a primera vista, parecería que determina este entorno de inmensos pastizales en los que los árboles que todavía no se han talado sirven para atar el alambre de púas que delimita los terrenos.
Pero a medida que uno se aleja de la decena de calles sobre las que se extiende Dos Amates, se encuentra con un espacio cada vez menos reclamado. En lo profundo de la selva, hojas gigantes y permanentemente mojadas reflejan en su inmensidad los pocos pedazos de cielo que logran atravesar la densidad de las copas de los árboles. El sonido de la lluvia se confunde con el de un río oculto en la maleza que sigue curso milenario, ignorando botellas y bolsas de plástico que se atoran entre sus piedras.
Esta cruda imagen de la huella humana revela una verdad común para geógrafos y ecólogos: casi todo lo que entendemos como natural está marcado por la intervención antropogénica. Ahora se sabe, aunque pocos lo sepan, que muchos de los paisajes que alguna vez se consideraron libres de influencia humana han sido continua y profundamente alterados por ella. Las dos caras de Dos Amates son, en realidad, una misma.
La noción de que existen dos esferas esencialmente distintas, una humana y otra natural, es más literaria que científica y es, sobre todo, una creación de la modernidad europea impuesta al resto de un mundo para el cual la división absoluta entre naturaleza y cultura muchas veces no tiene sentido.
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Hace unos 10,000 años terminó la última glaciación en la Tierra. El mundo se derritió, y de lo que era hielo surgieron los primeros bosques modernos. La especie humana no tardaría mucho en volver este nuevo mundo irreconocible.
“En el espacio de 10,000 años — explica Michael Williams — los humanos habrían de tener un efecto solo ligeramente menos dramático y generalizado que el que tuvo la era del hielo en los 100,000 años anteriores”. 3 En cuanto el reinado del hielo cedió, comenzó la transformación antropogénica del nuevo entorno y la transformación ambiental de los nuevos humanos. Desde entonces es que somos nosotros y nuestra circunstancia.
“Capturar el fuego fue nuestro primer experimento de domesticación, y bien pudo haber sido nuestra primera apuesta fáustica”, escribió el historiador del medioambiente Stephen Pyne.4 Después de millones de años de ser un fenómeno impredecible e incontrolable, el fuego se convirtió en una herramienta humana que volvió los inviernos más llevaderos y le quitó al día la exclusividad de la luz.
Gracias a la nueva posibilidad de cocinar y calentarse frente a una fogata, los humanos empezaron a socializar de manera diferente. Comenzaron también a incendiar terrenos para crear espacios habitables, cazar y ahuyentar a animales, regenerar el suelo y, en general, facilitarse la vida, transformando profundamente su entorno en el proceso. Las grandes praderas de América del Norte y del Sur, por ejemplo, son paisajes artificiales a los que los humanos les dieron forma quemando los bosques periódicamente durante siglos.
No es difícil imaginar cómo el fuego pudo darles una idea incipiente a algunos hombres —humanos— de que todo a su alrededor podía ser herramienta y materia prima, de que eran sujeto y lo demás era objeto, de que eran el centro y el resto estaba ahí para ellos.
A partir de este artilugio, se elaboraron otros más complejos que permitieron incrementar el control humano de la naturaleza. Con la agricultura masiva y la capacidad de imaginar y producir en lugar de buscar y (con suerte) encontrar, muchos seres humanos conocieron la tranquilidad de la predicción en un mundo caótico, se multiplicaron y establecieron comunidades estratificadas. Algunas sociedades comenzaron a crear su propio mundo a costa de la dominación de lo otro y los otros, de paso provocando la extinción del 83% de las especies de mamíferos que existían en los albores del Holoceno, hace unos 12,000 años.
La Revolución Industrial y el establecimiento del sistema de explotación capitalista aceleraron exponencialmente ese proceso y nos colocaron, por el camino del Antropoceno o de la época geológica dominada por la transformación humana, a la sexta era de extinción masiva en la Tierra. Sólo en los últimos sesenta años ha desaparecido más de la mitad de las poblaciones animales y, se calcula que entre el 25% y el 40% de todas las especies del planeta se extinguirán en los próximos treinta años, a un ritmo de cien al día. 5
Por esta razón, hay quienes dudan de la utilidad de la noción del Antropoceno, propuesta por el ecólogo Eugene Stoermer en 1983 y popularizada por el químico Paul Crutzen en el 2000, y prefieren referirse a esta época como Capitaloceno.
Este cambio pone el énfasis en el hecho de que no es la humanidad en abstracto y, ni siquiera la mayor parte de ésta, la principal fuerza antropogénica detrás de la crisis del cambio climático.
La profunda y acelerada transformación de la atmósfera de la Tierra, que pone en riesgo la vida de todas sus especies, está vinculada a un sistema económico y específico y a un sector no muy grande de la población mundial que se beneficia desproporcionadamente de la riqueza que éste genera, a costa de la viabilidad de la vida en el planeta.
De acuerdo con el especialista en ecología humana Andreas Malm, que acuñó el término Capitaloceno, “nuestra era geológica no es la de la humanidad, sino la del capital”. 6
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La precursora de la dominación es la denominación. La creación de conceptos, nombres e historias que explican y justifican. En la leyenda del Génesis el personaje de Adán, al nombrar, reconoce lo que le pertenece. Los colonizadores europeos hicieron lo mismo.
El siglo xviii fue un periodo de reajuste y recrudecimiento de los proyectos imperiales y, crucialmente, de los sistemas filosóficos que buscaban darles legitimidad.
Los filósofos de la Ilustración asumieron que todo cuanto existía era inteligible y sistematizable. La monstruosa diversidad del mundo se redujo a una máquina perfectamente diseñada, dominada por leyes naturales: universales, eternas y estáticas. La naturaleza se escribió como un inventario de elementos puntualmente ordenados y jerarquizados, clasificados en géneros, especies, grupos.
En esta época se consolidó como ciencia — y, por ende, como incuestionable — la oposición fundamental entre naturaleza y cultura. En 1757 Victor Riqueti, marqués de Mirabeau, acuñó el neologismo francés civilisation. 7 El término no tardó en importarse, primero, a la Ilustración británica y de ahí al resto de Europa occidental y los territorios que ésta mantenía bajo control colonial.
Desde entonces, el concepto de civilización quedó localizado temporal, geográfica y mitológicamente en el cristianismo europeo. Se convirtió en la base de la saga épica de la modernidad, en la lo civilizado debe vencer sobre lo salvaje, lo racional sobre lo irracional, el sujeto sobre el objeto. El sujeto por excelencia es el hombre europeo; el objeto, toda la naturaleza, incluyendo a un gran número de seres humanos que, dentro del paradigma colonial, quedaron relegados al ámbito de lo natural y, por ende, explotable.
En la Ilustración el estado natural adquirió una significación doble y contradictoria: por un lado, era el contraste frente a lo que lo civilizado se definía a sí mismo como tal; por otro, el modelo que permitía distinguir lo normal de la aberración y que marcaba la pauta que la humanidad debía seguir para establecer su propia organización.
Selvas literarias y filosóficas, sustentadas en una larga tradición dualista que opone y jerarquiza la naturaleza y la civilización, dominan nuestros imaginarios. Una de las más famosas es la de El libro de la selva (1894) de Rudyard Kipling, una novela escrita durante el llamado Nuevo Imperialismo de los siglos XIX y XX. La “ley de la jungla” es el hilo que conduce al lector por los caminos de la selva de Kipling. Esta ley establece un orden jerárquico para los distintos grupos de animales, a la vez que refleja en la ficción las jerarquías raciales del colonialismo. La selva literaria se construye en una contradicción en la que lo humano se opone esencialmente a lo natural y, al mismo tiempo, debe reproducirlo.
Uno de los principales efectos de esta narrativa naturalista fue la consolidación en la ciencia moderna de teorías deterministas sobre la esencialidad de las jerarquías humanas. La Ilustración no sólo se encargó de clasificar científicamente a la naturaleza en especies, sino también a la humanidad en razas, las cuales determinan el lugar que cada individuo y cada grupo deben ocupar, naturalmente, en el orden social. —Sin saberlo, los ilustrados ya promulgaban nuestro origen y destino en el oxímoron de la naturaleza humana.
En su estudio clásico, La invención de las mujeres (1997), la socióloga Yorùbá Oyèronké Oyêwùmí lo explica del siguiente modo: “Durante siglos la idea de que la biología es destino –o mejor aún, que el destino es biológico– ha sido esencial en el pensamiento occidental”.8
Teorías consideradas hoy como pseudociencia eran en el siglo XVIII tan científicas como la mecánica newtoniana. La medición y comparación de cráneos, por ejemplo, se usó para explicar las diferencias entre las cinco razas definidas por el médico alemán Johann Friedrich Blumenbach (1752–1840). Probablemente no sea necesario aclarar cuál se consideraba, científicamente, superior.
Este conjunto de teorías, también conocidas como racismo científico, fue muy influyente hasta bien entrado el siglo XX. Después de un último auge con el programa genocida nazi — el secretario político de Hitler, Rudolf Hess, llamaba al nazismo “biología aplicada” —, el racismo científico perdió terreno con la derrota alemana.
Pero su paradigma evolutivo, que coloca lo europeo (o europeizado) como modelo universal, sigue vivo como una poderosa fuerza organizadora. Incluso, se podría decir que ha ganado impulso con el ascenso de la extrema derecha en muchos lugares del mundo. Recientemente, el presidente brasileño Jair Bolsonaro ejemplificó este punto del siguiente modo: “El indio ha cambiado, está evolucionando y convirtiéndose cada vez más en un ser humano como nosotros”. 9
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La distinción filosófica entre humanidad y naturaleza nunca ha sido literal, pues la categoría humano históricamente no ha incluido a todos los miembros de la especie.
En la Ilustración, los denominados “salvajes” podían ser intrínsecamente buenos, como predicaba Rousseau, o inevitablemente amenazantes (como la naturaleza misma), según pensaba Voltaire. Pero en todo caso eran marginales al orden civilizado: tanto a sus vicios como a sus virtudes.
En las exposiciones etnográficas, o zoológicos humanos, 10 europeos y norteamericanos podían ver no sólo plantas y animales traídos de las colonias, sino a nativos americanos y africanos esclavizados.
Estas exhibiciones, que tuvieron lugar sobre todo en los siglos XIX y XX (aunque en realidad la idea se remonta a Colón), contribuyeron a inscribir el racismo científico en la cultura popular. Su objetivo era mostrar que los indígenas y los negros eran otro tipo de humanos, más cercanos a la naturaleza salvaje que a la civilización, y a quienes, en consecuencia, les correspondía una posición distinta a la de los europeos.
Milenios antes, Aristóteles hablaba de esclavos naturales y sostenía que las mujeres representaban el punto medio entre el hombre y el animal. En la larga y sólo parcialmente superada época imperial, la mujer-naturaleza y el esclavo natural eran el territorio caótico y amenazante que el hombre blanco debía civilizar y dominar. El hombre — ya no el humano — de la modernidad es el centro, y el resto está ahí para él.
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En 1908, el escritor hispano-paraguayo Rafael Barrett (1876-1910) publicó una serie de artículos para exponer la explotación de los trabajadores agrícolas por empresas de yerba mate en Sudamérica. “Lo que son los yerbales” denuncia unas condiciones trabajo forzado que era en gran medida indistinguibles de la esclavitud, abolida oficialmente en el continente el siglo anterior.
“El obrero se interna en la selva”, escribe Barrett:
Allí encuentra la milenaria capa de humus, bañada en la transpiración de la tierra; el monstruo inextricable, inmóvil, hecho de millones de plantas atadas en un solo nudo infinito; la húmeda soledad donde acecha la muerte y donde el horror gotea como en las grutas… ¡La selva! La rama serpiente y la elástica zarpa y el devorar silencioso de los insectos invisibles.
En esa naturaleza cruel, “el hombre desaparece, sepultado bajo la codicia del hombre”. 11
En la narración de Barrett confluyen los opuestos que con tanto esmero separó la Ilustración. El hombre civilizado es la fuerza de lo salvaje. La modernidad se sustenta en la ley de la selva, en la brutalidad de la subordinación del otro. La selva literaria, tenso espejo de lo humano, refleja a éste como lo mismo y lo contrario.
“El mito es ya Ilustración; la Ilustración recae en mitología”. 12 Ésta es la tesis central de la obra seminal de los críticos de la Escuela de Frankfurt Max Horkheimer y Theodor Adorno Dialéctica de la Ilustración (1944). Para ellos, mitología e Ilustración se reducen al afán de entender y explicar la naturaleza para poder someterla.
Dialéctica de la Ilustración fue un libro publicado en el contexto de la Segunda Guerra Mundial en torno a la subsecuente toma de consciencia de lo que significaba el nazismo: el regreso a la barbarie después de 200 años de civilización posilustrada. Tanto progreso y volvimos a ser caos, irracionalidad, jungla.
Para la Escuela de Frankfurt el nazismo demostró que la civilización y la barbarie no son oposiciones, sino que, en su afán de dominación, se contienen una a la otra.
Las décadas que siguieron a la Ilustración fueron el inicio de su largo e inacabado proceso de deconstrucción. Con Johann Georg Hamann y los románticos de Jena comenzó una tradición de sospecha del racionalismo ilustrado que se extiende hasta la filosofía continental contemporánea. Desde otra tradición intelectual y política, escritores y académicos caribeños, africanos y afroamericanos han llegado a conclusiones similares, y con frecuencia más radicales.
Intelectuales contemporáneos a la Escuela de Frankfurt como lo fueron W.E.B. Du Bois o Aimé Césaire elaboraron una genealogía que vinculaba la barbarie colonial (es decir, la ejercida por los supuestos civilizadores) con la de los fascismos de su tiempo.
El nazismo no surge para estos pensadores como un desvío del progreso ilustrado, sino como un fatídico regreso a Europa de la misma barbarie, deshumanización e instrumentalización ejercidas por siglos sobre el mundo colonizado en nombre de la civilización.
- Horkheimer Max, Zur Kritik der instrumentellen Vernunft [Hacia una crítica de la razón instrumental], Fischer, Frankfurt am Main, 1974, p 164. Mi traducción.
- “Los Tuxtlas: una veta de oro verde”, Boletín UNAM-DGCS-310, México, 30 de mayo de 2015. Consultado el 1 de febrero de 2019 en: http://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2015_310.html
- Williams Michael, Deforesting the Earth: From Prehistory to Global Crisis, The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 2003, p. 13. Mi traducción.
- Pyne Stephen, “The Fire Age”, aeon, 5 de mayo de 2015. Consultado el 4 de febrero de 2020 en: https://aeon.co/essays/how-humans-made-fire-and-fire-made-us-human. Mi traducción.
- “Humans just 0.01% of all life but have destroyed 83% of wild mammals – study”, The Guardian, 21 de mayo de 2018. Consultado el 28 de enero de 2020 en: https://www.theguardian.com/environment/2018/may/21/human-race-just-001-of-all-life-but-has-destroyed-over-80-of-wild-mammals-study; Matthew Schneider-Mayerson, “On Extinction and Capitalism”, Los Angeles Review of Books, 28 de marzo de 2016. Consultado el 28 de enero de 2020 en https://lareviewofbooks.org/article/on-extinction-and-capitalism/.
- Andreas Malm, “The Anthropocene Myth”, Jacobin, 30 de marzo de 2015, consultado el 1 de febrero de 2020 en: https://www.jacobinmag.com/2015/03/anthropocene-capitalism-climate-change/. Mi traducción.
- Benveniste Émile, “Civilization: A Contribution to the Word’s History”, Problems of General Linguistics, Mary Elizabeth Meek (trad.), University of Miami Press, Nueva York, 1971, p. 289.
- Oyèronké Oyêwùmí, La invención de las mujeres, Alejandro Montelongo González (trad.), Editorial en la frontera, Bogotá, 2017 [1997], p. 37.
- “Bolsonaro: ‘El indio está evolucionando y convirtiéndose cada vez más en un ser humano como nosotros’”, El País, 24 de enero de 2020. Consultado el 28 de enero de 2020 en: https://www.elpais.com.uy/mundo/bolsonaro-indio-evolucionando-convirtiendose-vez-humano.html. Mi énfasis.
- Bancel Nicolas, Blanchard Pascal, Boetsch Gilles, Deroo Éric y Lemaire Sandrine, Zoos humains. De la Vénus hottentote aux reality shows, La Découverte, Paris, 2002.
- Barrett Rafael, Obras completas, Miguel Ángel Fernández y Francisco Corral (eds.), Tomo ii, RP ediciones / Instituto de Cooperación Iberoamericana, Asunción, 1988, pp. 13-14.
- Adorno Theodor y Horkheimer Max, Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Juan José Sánchez (trad.), Trotta, Madrid, 2005, p. 56.