Tierra Adentro
Sabino Guisu. T Boat.

La fascinación por la materia

Producir humo calcinando madera, capturarlo mediante la restricción del aire y luego mezclarlo con agua para hacer tinta, es una práctica proveniente de estados primigenios de la cultura, tiempos que no concebían separaciones francas entre el artista y el místico. El uso del pigmento negro elaborado a partir del humo tiene registros que van desde el carboncillo prehistórico hasta el cartucho de tóner de una impresora láser, pasando por la ancestral y eficaz tinta china.

Sahagún, ese obsesivo informante de la colonia, nos revela la versión mesoamericana del invento: “Hacen estos naturales tinta del humo de las teas, y es tinta fina. Llámanla tilli ócotl. Meticuloso, el fraile tradujo la descripción prehispánica: Tilli (negro): es el humo del pino, es el hollín del pino (ócotl, ocote), es ennegrecedor de cosas”.

La imagen infrarroja de un lienzo europeo del siglo XIX permite observar, nítidamente, el boceto original, trazado con negro de humo, uno de los pigmentos más estables y permanentes que conocemos.

¿Y fueron aquellos antiguos místicos-artistas quienes descubrieron las cualidades mágicas del intoxicante humo, que se eleva tenazmente hacia el cielo, describiendo formas bellas e inaprensibles? Porque no hay ritual sin humo. Y el arte, lo sabemos, es todavía un conjunto de ceremonias. Pero esto es el XXI, el siglo de las patologías.

Sabino Guisu es francamente un incendiario. Crónicas de infancia lo describen ya como miembro de una banda de pirómanos peligrosos, guiados, eso sí, por un sabio axioma oriental: No es lo mismo quemar una maceta que un bosque.

Guisu, como Wolfgang Palaen, aplica directamente el humo sobre las superficies, lo que permite capturar, en la obra, la caprichosa danza de las volutas. En ocasiones, la combustión se aplica en la suavidad de ceras, maderas o copal. A veces es necesaria la rudeza del gas y el soplete. Una de las muchas diferencias con Paalen, es que el estudio de Sabino no cuenta con seguro contra incendios. No es un asunto menor, si al artista le ha dado por el formato grande, pero vale la pena: ha logrado una precoz maestría en el control de los azarosos movimientos de la combustión, y claro, cierto grado de intoxicación.

La miel es el otro elemento que Sabino ha encontrado para meterse en dificultades. La viscosidad y la adherencia son propiedades atractivas para alguien dispuesto a atenerse a las consecuencias. El fluido se cristaliza. Las piezas poseen un brillo que proviene de algo vivo. La tentación surgió del hallazgo de un panal en zona de riesgo: más allá del peligro que significa un panal en el patio de un museo, las abejas producen trazos magistrales, y su existencia se encuentra en riesgo.

Sabino elige sus temas siguiendo una ruta simbólica deliberada.  Los íconos de la resistencia civil, el gran mapa del mundo, el tzompantli. Al vincularse con lo ígneo, las imágenes remiten a conceptos históricamente entrelazados: sacrificio y liberación. Esclavitud, genocidio, revolución, nuestra historia está marcada con fuego, por una impronta de ritual sacrificial.

En las piezas elaboradas en coproducción con laboriosos insectos, la ruta sigue procesos de transformación de la materia y le adhiere dos términos de la postmodernidad: ecocidio y extinción.

Y si uno pasa de discursos, puede simplemente colocarse a cierta distancia, perderse en las volutas y contemplar, capturada en la tela, la extraña y antigua fascinación del humo.

En la obra de Sabino Guisu, en la volatilidad del humo y la densidad de la miel, la destreza del artista se amolda a las modificaciones naturales de la materia.

 

—Fernando Lobo

Pintar para no ir jamás a una oficina

Infancia

En la infancia hacemos cosas y no sabemos que son arte. Por suerte, nací en un lugar donde había calles de tierra y animales en la calle. Cuando llovía jugábamos con el lodo del patio de la casa. Recuerdo que éramos niños y moldeamos figuras e inventamos un ejército de soldados de arcilla armados con espinas y vidrios despedazados de botellas. En la primaria me la pasaba dibujando robots y caricaturas que veía en la tele. También tuve en esa época mis primeros acercamientos a los libros de arte y revistas que mi papá, que es pintor, tenía en casa. Copiaba cosas de ahí, hacía reproducciones. Supe después que lo que veía eran grabados de Utamaro, de Durero, de Tamayo y otros artistas. En ese entonces eran para mí sólo dibujos.

 

La música de la pintura

Años después, viajé a Oaxaca y entré a la instructoría en música: estudié flauta transversal. Aprendí algo, pero me dedicaba a pintar y me cambié a artes plásticas. No es que critique la educación de la escuela, sin embargo los maestros no cuestionaban ni discutían nada del arte, que era lo que yo quería. Sabe por qué los artistas hacían eso y no otra cosa, cómo los obsesionaba un tema, qué padecían. Aprendí de manera más práctica leyendo libros sobre muchos temas: arquitectura, arte, historia, color, origami… Disfruto la música de jazzistas como Miles Davis o Louis Armstrong, que replantearon el papel ante su público y cuestionaron posiciones.

 

Acervos y revelaciones

Trabajé después en la biblioteca de arte del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), donde hacen exposiciones. Uno de mis deberes ahí era estar atento a lo que los usuarios buscaban. Gracias a eso se me revelaron ilustraciones e imágenes de mi pasado. Supe que no es lo mismo un grabado que una pintura y que hay diversas formas de trabajo artístico, que hay una Historia del arte y de las ideas. También entendí que el arte es el arte africano y el arte antiguo, el arte primitivo, el arte prehispánico, no sólo el arte moderno o el del siglo xx. Así, si la gente me preguntaba, yo sabía dónde había libros de grabado de Charlotte o de Posada. No me costó trabajo explicar a los usuarios sobre las diversas secciones de la biblioteca y las técnicas artísticas. Mi trabajo es, pienso, una mezcla o puente entre el arte primitivo y el arte de hoy. Uso grafito y humo, uno de los primeros elementos con que hicieron arte los hombres de las cavernas.

 

Leer y resistir

Leo cosas: autores como Cabrera Infante que escribió Puro humo, un libro que me gusta; la obra de Fadanelli. Leo crónica e historia en autores como Hug Thomas, que tiene una obra enorme sobre la trata de esclavos. Leo a Cioran, a Kawabata, Mishima y otros japoneses. Me caen bien los artistas que hacen activismo y se preocupan por los temas sociales y otros asuntos de su tiempo. Mi obra está marcada por procesos históricos donde intervienen personajes que han cambiado el horizonte de los derechos civiles y las revoluciones. De eso se trata mi serie Negro de humo. Me atrae la obra de Duchamp, de Joseph Beuys, artistas que provocaron un cuestionamiento social y también cuestionaron al espectador. Me gustan de ahora los artistas chinos como Ai Weiwei o Zhang Huan. De México me atrae la obra de Francisco Toledo, un artista completo, involucrado en la pintura, el grabado, la escultura, el diseño y cuya gran obra son las instituciones que ha fundado: la biblioteca, el cineclub, los museos. Me gusta lo que hacen Gabriel Orozco y el Dr Lakra, soy seguidor de la obra del neoyorquino Jean Basquiat, aunque en general creo que el arte contemporáneo es una farsa. Algunos que se dicen artistas parecen hacer cosas para encajar en un círculo de amigos. Aunque creo que así es en todo el mundo.

 

Naturaleza imperecedera

Trabajo con miel y ahora tengo un proyecto en el que uso hojas de tabaco. Tal vez no lo parece, pero son materiales de carácter duradero. La miel no se descompone ni se pudre, sólo se cristaliza y se derrite, materiales de la naturaleza que no se degradan sino que sólo cambian de forma. En mi obra hay un cráneo formado por celdas hexagonales hechas por abejas. Lo logré poniendo en él hormona de abeja reina y la dejé en un apiario. Así la hice colectiva demostrando, en la humildad de este proceso, lo complicado de nuestra inconsciencia sobre lo que sostiene realmente el planeta en tareas a las que no prestamos importancia.

 

Tallerear en el insomnio

Me importa mucho el resultado estético del trabajo, y para eso hay que trabajar mucho en el taller. A veces uno puede tener una idea muy cabrona. Como si fueras un arquitecto que sabe perfectamente lo que quiere pero al final los albañiles hacen una cosa que no era. Por eso pienso que uno debe poner mucho trabajo en la técnica. Duchamp dijo alguna vez que el artista es el que inventó su quehacer para no tener que ir a una oficina. Yo no trabajo con un horario. Clavo una idea en mi mente y no paro hasta investigar todo sobre ella. Agoto los temas y los estudio antes de empezar una obra. Comienzo haciendo bocetos mientras pienso antes de tocar el lienzo. Cuando creo que ya es suficiente, dejo de ver y de leer y me pongo a pintar tomando café. Padezco insomnio.

 

Esas cosas suceden

A veces soy un caos. Tengo un comportamiento heredado de mis ancestros que no es el correcto, pero así he sido por años. Confundo la sabiduría con la información, tengo una vida atormentada. Y soy muy feliz, no soy un hombre realmente serio, aunque a veces me centro y huyo del desmadre. Hay quienes dicen “eso que estás haciendo es una mamada” y otros que, al final, cuando hice lo que yo quería, no creen que lo haya hecho yo o sea el resultado de mi trabajo. Esas cosas pasan. Hubo quienes me criticaron porque mi primera exposición la hice en humo sobre lienzo y la presenté en un espacio de “artes gráficas”, pero la marca del humo al final era gráfica, una marca, una impresión. Por fortuna, mi trabajo se ha movido bien en el mercado, y eso me permite seguir pintando. Quiero hacer un taller más grande, como una bodega. Haré una presentación en el Distrito Federal, donde habrá abejas vivas, ya verán. Quiero hacer un libro importante con mi obra. Cosas así.

Palabras recogidas por Luis Manuel Amador


Autores
(Juchitán, Oaxaca, 1986) es hijo de un pintor de un pueblo zapoteco. A los 19 años viajó a la ciudad de Oaxaca para estudiar música pero se dedicó a pintar. Fue músico tradicional y bibliotecario. Entre sus exposiciones están Negro de Humo (Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, 2011), Dead Honey y BeHUMAN Gallery (Houston, Texas, 2012). Domina el gran formato mediante el dibujo al humo con soplete de petróleo.
(ciudad de México, 1969) ha sido tipógrafo, reportero de nota roja, profesor de literatura y tallerista. Autor de las novelas Relato del suicida (Almadía, 2007 y 2013), No lo tomes personal (Random House Mondadori, 2008), Contacto en Cabo (Random House Mondadori, 2009), Latinas candentes 6 (Almadía, 2013) y del ensayo Sentido Común, simulación y paranoia (Sur+ 2012).
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