Rocío Márquez: enjundia y sangre joven para el nuevo flamenco
En muy pocos géneros musicales del mundo occidental, hay una tensión tan marcada entre el sector tradicionalista y los nuevos intérpretes como en el flamenco. A los aferrados de los modos históricos les cuesta aceptar que se trata de un patrimonio cultural vivo que sigue su propia dinámica y evolución. Por supuesto que se deben conocer y apreciar los orígenes, pero hay que entender que la única manera de conservarlos es saber cómo proyectarlos hacia el futuro con inteligencia y algo de desparpajo.
Es así como se han impuesto y siguen brillando con luz propia dos discos que marcan un antes y un después del arte del cante jondo. Inicialmente La leyenda del tiempo (1979), que le debemos al inmenso Camarón de la Isla, y después vendría Omega (1996) que firmó el gran maestro Enrique Morente junto al grupo Lagartija Nick. En el primero de ellos también soplan los vientos del jazz, pero en los dos hay marcados acentos de la fuerza y las maneras del rock. Ambos son Lp´s excepcionales que forman parte de un universo que es reacio —a su manera— para entender y justificar los momentos en los que se presenta la reinvención.
En tales querencias flamencas, tradición y modernidad son una especie de estira y afloja que ha permitido la aparición de figuras que contribuyen a renovaciones radicales. Y no son pocas, la lista es nutrida pero Paco de Lucía, Tomatito, Kiko Veneno y últimamente Javier Limón, son nombres para considerar en el cuadro de honor de esta música mestiza.
Y cuando apenas el año pasado apreciamos los desplantes de la brillante cantante Silvia Pérez Cruz junto a Raül Fernandez Miró “Refree” en su muy atrevido álbum Granada, hubiéramos podido pensar que no sobrevendría tan seguido otro alud de fino y elegante flamenquismo.
En su segundo disco (tras debutar en 2012 con Claridad), Rocío Márquez decidió no guardarse nada y hacer un homenaje a otra figura polémica por heterodoxa: Pepe Marchena, muy avezado en la parte histórica pero capaz también de inventar nuevos “palos” y acercarse a la música más popular de la península ibérica de su época. Coplas, tonadillas y rumba eran —y son vistas— por debajo del hombro por los puristas.
Resulta que esta cantaora excepcional lo ganó todo en el Festival del Cante de las Minas de la Unión del 2008 (algo que sólo había logrado Miguel Poveda) y sorprendió con El niño (Universal, 2014) que surge del sobrenombre del cantante. Lo que hace es seguir sus enseñanzas de investigadora y dar con piezas que reflejen su personalidad —reinterpretar es volver a crear—. Se trata de una joven mujer que conoce muy bien el interior de la academia y que planea con cuidado cada paso a seguir. Rocío sabía que no se harían esperar las críticas y sin titubear les sale al paso: «Mis queridos talibanes… Solo me interesan las opiniones constructivas. Yo creo que hay que partir de lo clásico, pero sin limitaciones. No he vivido una guerra, no he pasado hambre, he ido a la universidad y a mis amigos les gusta Extremoduro. No puedo ser igual que los de antes. La tradición debe vivir en el presente. En el siglo XVIII ya existía el debate sobre la pureza y aquellos que entonces no eran académicos y traicionaban la tradición hoy son nuestros referentes. Quizá reproducir sin más el pasado solo es ofrecer algo sin vida. Y lo que no está vivo, está muerto»; así se lo reitero a la periodista Elsa Fernández-Santos en una conversación a finales de año para el diario El país.
Márquez (Huelva, 1985) ha dedicado a “El Niño de Marchena” una tesis que todavía no concluye pero que le permitió profundizar en el pasado para seguir descubriendo material sorprendente e innovador. En el álbum se encuentran esas dos caras de una misma moneda.
Para su parte más clásica recibió consejo del flamencólogo y artista Pedro G. Romero y se encargó la producción a Faustino Nuñez, quien coordinó a una serie ilustre de colaboradores entre los que se cuentan Pepe Habichuela, Manolo Franco, Manolo Herrera y Raúl Rodríguez. Para luego saltar hacia esa vertiente visionaria en la que luce –una vez más- la producción y guitarra de Raül Fernandez Miró (Refree) e invitados como Niño de Elche (cante), Oriol Roca (batería) y Miguel Ángel Cortés (guitarra).
Marchena no encontraba diferencias abismales entre las modalidades nuevas y viejas, así que hizo que se alternaran y convivieran de la mejor manera en un álbum lleno de filigrana e inspiración. Cada participante fue respetuoso y atrevido por partes iguales, cada uno supo lo que debía aportar; sólo así se pudo lograr una disco mayúsculo de 17 partes del que —afirman los expertos— que Rocío logró cantar por Morente, como si el cantaor ya fuera un palo flamenco en sí mismo. Un elogio mayúsculo.
El niño es una obra para adentrarse y conocerla como una totalidad, pero a fuerza de tener que hallar sus pasadizos de entrada más fascinantes, habré de decantarme por “Los extraños” y “Una rosa”; ambas con esa carga experimental que no opaca su exuberante belleza.
Rocío Márquez ya trae de cuna el talento vocal que ha logrado desarrollar en clasicismo y vanguardia. Es una artista madura con todo y su juventud. Ella nos confirma que en este Cabaret de galaxias, todos los días sube a un escenario gente que sorprende con su arte mayúsculo.