Tierra Adentro
Fragmento de "Mandrágora", Santiago Moyao, 2023.
Fragmento de “Mandrágora”, Santiago Moyao, 2023.

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Dos de las objeciones constantes frente a la historieta como un medio narrativo legítimo han sido el copiar modelos extranjeros con temas que poco o nada tiene que ver con nuestro contexto, como los superhéroes y el mimetismo gráfico con el que las nuevas generaciones copian hasta lo obsesivo el estilo manga japonés.

Ninguno de esos dos argumentos puede blandirse contra Mandrágora, desgarradora novela gráfica de Santiago Moyao que en su momento fue apoyada por la beca para jóvenes creadores del FONCA y después ganó el Premio Nacional de Novela Gráfica Joven en 2021. Si ese no es dinero bien empleado, no sé qué lo sea.

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Situada en algún lugar indefinido del norte de México, la historia de Mandrágora sigue los pasos por el desierto de Carmen, madre de un joven desaparecido que todos los días peina la zona buscando los restos de su hijo y de otros ausentes, en un país azotado por el crimen donde la cifra de personas con destino desconocido supera los cien mil casos.

Trepada en una pickup que arranca de milagro, Carmen recorre carreteras polvorosas sin más compañía que la de un perro al que salva de morir en el desierto, al que bautiza como Pancho.

La rutina de Carmen es monótona: va por la región marcando con piedras los lugares que ya exploró, clavando una varilla metálica en el suelo, para extraerla esperando encontrarla impregnada de algún aroma putrefacto, señal de que encontró un cadáver. Señal que, por otro lado, nunca aparece a lo largo de las páginas de la novela. A cambio de ello, la protagonista da con un hallazgo mucho más inquietante:

Un día se topa en el camino con un hombre desnudo, lleno de cicatrices y señales de violencia. El sujeto parece estar bajo los efectos del estrés post traumático: de mirada ausente, no habla ni responde a las preguntas de Carmen, quien se lo lleva a su casita, una modesta vivienda en una población miserable que se arracima a un costado de la carretera, donde lo limpia y le presta ropa de su hijo desaparecido.

Atestiguaremos lo que en inglés se denomina una rebanada de la vida de Carmen y el puñado de mujeres que resisten en su comunidad al tedio, la zozobra de no conocer el destino de sus desaparecidos y el constante azote de la violencia, tanto por los criminales como por las autoridades civiles y militares.

La historia, que pese a correr el riesgo de descarrilarse en sordidez estéril y la desesperanza nihilista, está sazonada con pequeños vuelos imaginativos, tan sutiles, aunque ni por error se podría hablar de una historia de realismo mágico, algo de ese espíritu onírico permea en Mandrágora, como lo sugiere el título.

Del mismo modo, una dosis homeopática de esperanza toca las vidas de Carmen y sus compañeras tanto como para proseguir en su búsqueda de los hijos desaparecidos, ahora integradas en un esfuerzo colectivo.

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Se dice que alguna vez a Will Eisner, padre de la novela gráfica en los Estados Unidos y creador de El Spirit, se le preguntó en una convención de cómics en México qué pensaba de la historieta local.  Todos los aspirantes a autores que se le aproximaban le mostraban imitaciones de cómics norteamericanos (hace tantos años de esto que los manga aún no enraizaban aquí). Refieren los testigos que el maestro dijo que lo que le interesaba era leer las historias de México, no copias de las de su país.

Por ello estoy seguro de que Eisner hubiera leído con deleite la novela gráfica de Moyao, si bien es una experiencia desgarradora. Dibujada con elegante economía, donde los achurados gestuales de trazo suelto se complementan con tramas en dos tonos de grises muy cercanos entre sí, las páginas del cómic evocan desoladas fotografías en blanco y negro de alto contraste. No podía ser de otro modo, ¿cómo colorear con una paleta cromática brillante los horrores que viven estas mujeres, aferradas a vivir en sus comunidades devoradas por la violencia mientras no aparezcan sus familiares?

Moyao apuesta por páginas con una retícula sencilla de tres o cuatro hileras de viñetas divididas en ángulos rectos, contrapunteadas con imágenes grandes y episodios de imágenes a página completa que van sincopando con eficacia el ritmo narrativo.

Si tuviera alguna observación crítica sería la caracterización de los rostros de los personajes, que por momentos parecen confundirse. No obstante, los diálogos limpios ayudan a superar este bache que queda como peccata minuta.

El eficiente dibujo de Moyao, un grafista solvente, entrega una historia potente y conmovedora sobre las más modestas víctimas colaterales del despiadado crimen global, quienes quedan a dos fuegos entre la guerra del narco y la voracidad corporativa de las mineras transnacionales.

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Cabe decir que a pesar de que se puede situar a Operación Bolívar (1991) de Edgar Clément como la primera novela gráfica moderna producida en nuestro país, aún se trata de un canon en construcción y una tradición joven, heredera a partes iguales de la riquísima gráfica popular mexicana y la tradición pictosecuencial del extranjero, principalmente de los Estados Unidos y Japón. Tras treinta años, aún es escasa la lista de novelas gráficas relevantes que conjunten un dibujo solvente con ambición literaria. Una primera novela como la de Santiago Moyao da esperanza en el futuro de este medio narrativo en nuestro país, e invita a leer sus siguientes álbumes. Un debut tan contundente como éste sólo presagia una carrera brillante en la narrativa gráfica.

Ojalá en el futuro cercano las mesas de novedades de nuestras librerías se llenaran todos los meses de cómics mexicanos tan sólidos como Mandrágora.