Rescatar los nombres
Volví a saber de la mayoría de mis compañeras de la preparatoria de Guanajuato cuando Joseph Ratzinger, por aquel entonces Benedicto XVI, planeaba su llegada a la ciudad de León. Mi perfil de Facebook quedó sepultado de invitaciones a formar parte de la cadena humana que custodiaría el tránsito del Papa desde el aeropuerto hasta el centro. 38 kilómetros de personas tomadas de las manos para evitar que ninguna protesta enturbiara la visita. Observé las fotografías de los perfiles de las adolescentes rebeldes con las que había estudiado, hoy mujeres decididas a pasar diez horas bajo el sol con tal de proteger al líder de la iglesia católica. La mayoría eran fotos de boda: velo blanco, enorme sonrisa y un hombre de traje oscuro tomándolas por la cintura. Detrás de las pestañas postizas y las enormes manchas de rubor en los pómulos, logré reconocer a las niñas que junto a mí, se prepararon durante años para esa foto. Después las bloqueé.
Desde las primeras décadas posteriores a la Conquista, el catolicismo halló cómodo lecho en las misiones de Guanajuato y Michoacán. Antes que escuelas, alhóndigas u hospitales, Vasco de Quiroga, aún llamado por los guanajuatenses Tata Vasco, fundó parroquias. Desde entonces, cualquier movimiento reaccionario, desde el independentista, cuya finalidad original era desconocer las reformas borbónicas; hasta el sinarquista, ha tenido su origen en Guanajuato, donde el 92% de la población es católica y 2 de cada 3 mujeres han sufrido algún tipo de violencia física o sexual.
La relación entre estos dos hechos puede parecer fortuita si no se conocen a fondo las tradiciones católicas locales. Por ejemplo, en las familias devotas, cuando una mujer se casa es encomendada a Santa Rita, patrona de las esposas y de las causas imposibles, según el santoral. Rita de Casia alcanzó la santidad al ofrecer su martirio a Jesucristo. Sin embargo, en su caso, no era el Estado romano quien la perseguía, sino su propio marido. Santa Rita aguantó durante años las golpizas de su esposo sin rebelarse nunca ni desobedecerle, ofrendándole a Jesús su sufrimiento. Al final de su vida, logró recoger los frutos de su sacrificio obrando su primer milagro: el arrepentimiento de su marido, a quien por supuesto perdonó y con quien continuó casada.
En una comunidad adoctrinada bajo la creencia de que la resignación y el sometimiento son las mayores virtudes que puede alcanzar una mujer, las estadísticas que dan cuenta de la violencia de género durante el último año son indignantes pero no inesperadas.
Estadísticas, números de expediente, cálculos porcentuales, tanto el periodismo como las instituciones estatales han convertido a las víctimas de violencia en una barrita dentro de una gráfica que no deja de crecer. Más de quinientos feminicidios en los últimos diez años es sólo un dato. ¿Cómo combatir la reducción de vidas a una cifra? No es posible siquiera el homenaje más sencillo, si guardáramos un minuto de silencio por cada víctima de feminicidio en Guanajuato del año 2000 a la fecha, pasaríamos al menos un día entero sin emitir una sola palabra. Sin embargo, es posible aferrarse a algunos nombres.
Nombres
Laura Patricia
Tu hija sigue desaparecida. Tenía apenas cinco meses cuando su papá se la llevó. No pudiste ni siquiera despedirte, recobraste la conciencia después una golpiza brutal para darte cuenta de que tu bebé no estaba. A los golpes te habías acostumbrado, pero esta vez se trataba de tu hija. Algo tan sencillo como atreverte a hablar, después del terror en el que habías vivido durante tantos años, para ti significó una proeza. Interpusiste siete denuncias que jamás fueron atendidas por el Ministerio Público de León, Guanajuato. Siete. Seguiste insistiendo a pesar de que nadie quiso escucharte, querías educar a tu hija lejos de la violencia familiar, trabajar y comprar un colchón nuevo para ambas. Ya no podrás hacer nada de eso, Miguel Ángel Castro Rocha, ex policía, tu esposo y padre de tus hijos, te estranguló en septiembre pasado. Siempre tuviste miedo de hallar a tu bebé muerta o lastimada. Nunca supiste, por fortuna, que aquella horrible escena que tanto temías la terminó viviendo tu madre la tarde en que encontró tu cuerpo desnudo y lacerado al abrir la puerta de tu casa.
María de la Luz
¿Qué ropa interior llevabas el día que intentaron violarte, Lucero? ¿Cómo ibas vestida en general? ¿Llevabas falda o escote? ¿A qué edad iniciaste tu vida sexual? ¿Cuántas parejas sexuales has tenido desde entonces? ¿Por qué te subiste al auto de un chico si no planeabas acostarte con él? ¿No crees que si tú no lo hubieras provocado, Miguel jamás te habría atacado? ¿Le sonreíste? ¿Jugaste con tu cabello mientras iban en el auto? ¿Ya pensaste que quizá merecías que intentara asfixiarte por darle una señal y después decir que no querías nada? ¿Cómo crees que eso lo hizo sentir? ¿No crees que tenía razón de enfurecer y agarrarte a golpes? ¿Y ahora te haces la víctima? ¿No será que sólo quieres atención? Este no es el consultorio de un terapeuta, Lucero, es el Ministerio Público de Guanajuato.
Bárbara
No llegaste sollozando a denunciar tu secuestro, tampoco te temblaron los labios cuando agregaste que tu captor te violó dos veces mientras sostenía una navaja sobre tu cuello. Ibas íntegra, fuerte, por eso nadie te creyó. Para las autoridades, una víctima de violación no tiene derecho a la serenidad. Si una mujer violada no se presenta en medio de una crisis histérica, la encargada de tomar su declaración en el Ministerio Público de Celaya, le va a responder que probablemente lo esté inventando. Tenías que haber llegado llorando, humillada y sometida para no escuchar las descalificaciones de quienes debieron ayudarte. “Si hubieras pasado lo que dices no te verías tan calmada, vamos a ver si es cierto y no te fuiste más bien con algún amante”. La respuesta que obtuviste en el Ministerio Público es un castigo ejemplar a tu entereza, para que, al ver cómo te trataron, ninguna mujer se atreva a conservar la dignidad después del ultraje.
Nelly Yessenia
Dijeron que te suicidaste. La Procuraduría General de Justicia de Guanajuato concluyó que saliste de tu casa una madrugada para encontrarte con tu novio, lo viste apenas unas horas y después te marchaste sola de su departamento rumbo a la sierra. Ahí permaneciste tres días, vagando sin comida ni un lugar donde dormir hasta que decidiste ahorcarte. Tu novio, quien se colgó en su habitación poco después de que hallaron tu cadáver, le entregó a la policía una carta tuya en la que decías que estabas deprimida. Evidencia suficiente para cerrar el caso. Para qué perder el tiempo si la carta dice claramente que estabas deprimida. Nadie habló de tus ganas de graduarte de Economía y estudiar en el extranjero, ni de lo mucho que amabas a tu familia. Dijeron que te suicidaste y te enterraron mucho antes de tu funeral.
Nombres
Rosario, Alejandra, Itzel, María, Juana, Elena, Susana, Teresa, Leticia, Ana, Francisca, Raquel, Mónica, Consuelo.
Cada caso pone en evidencia la ineptitud de las autoridades y el anquilosado sistema de justicia guanajuatense. Sin embargo, olvidamos que las leyes están hechas a la medida de las sociedades. El recrudecimiento de los castigos, la persecución y el estado de vigilancia no garantiza la equidad ni la seguridad de las mujeres. Si las autoridades actúan con tal negligencia es porque saben, sin importar el escándalo mediático, que la comunidad para la que trabajan en el fondo no está en total desacuerdo con su proceder. Al final de cuentas, se trata de la misma la sociedad civil que en 2009 organizó una quema de libros de secundaria en una plaza pública por contener información sobre anticonceptivos. Mientras la equidad y el respeto sigan siendo un discurso oficial como medida de emergencia ante la mala imagen y no una verdadera exigencia ciudadana, la vida de las mujeres guanajuatenses corre peligro.