Reese Witherspoon me pinta el pelo
para Dasser y Zyanya,
expertos en estilo
El año pasado, tras un periodo de aburrimiento, decidí pintarme el cabello por primera vez. Inspirado en Cat Power, quien se tiñó de rubia después de una relación fallida y al poco tiempo lanzó al mercado un álbum electrónico y efervescente (Sun, 2012), escribí a D., quien me corta el pelo desde hace años, para preguntarle si podía hacerme gris, acero, nada muy oscuro ni en exceso claro. Mi novia puede, me respondió. El jueves siguiente pasé nueve horas en un salón de belleza, esperando convertirme en otra persona. Al mismo tiempo, en otra parte del mundo, el cantante británico James Blake también se pintaba el cabello, ¿señal de qué?, me pregunté. Z., la novia de D., colorista, fue paciente, me dijo que se había teñido ella misma desde los dieciséis años y que, tras cambiar el color del cabello, uno no vuelve a ser el mismo. Me tomó meses comprobarlo. Ese día, sin que yo lo sospechara, comenzó el inicio de una transformación lenta, porque, debí advertirlo, el color plata es muy difícil de mantener y cuatro semanas más tarde, lo que comenzó de un tono devino en otro: el rubio oxigenado.
Durante años, como Anna Wintour, llevé el mismo corte de pelo, pero tras la universidad empecé a experimentar con todo tipo de estilos y peinados, desde el mohicano a la punk hasta el tupé a la Elvis, que disfruto hacer a pesar de que se deshaga con el viento y la lluvia. Los peinados duran poco, pero el tinte me ha durado meses. Mi terapeuta dice que mi experimentación con el cabello tiene que ver con la asimilación de pequeños cambios y crecimientos en mi vida personal; al verme llegar con el pelo rubio, se sorprendió. ¿Qué clase de mutación interna estaba ocurriendo en mí? Ya no sé quién soy, le decía yo, cada día amanezco con un tono de rubio diferente. En cuestión de días, del rubio oxigenado pasé al rubio cenizo y más tarde, cuando me agoté, compré en el supermercado un castaño claro que me apliqué yo mismo y que también, tras unas semanas, se degradó. Entre un tinte y otro, he olvidado cuál es mi color de cabello original, he sufrido una mutación química que me costará tiempo revertir. Hay que esperar a que el cabello nuevo crezca y mientras se espera, ¿qué se hace?
Se piensa, quizá, en Reese Witherspoon y su Legalmente rubia, que este año cumple veinte. Durante años, Reese Witherspoon ha mantenido el mismo tono de cabello y también el mismo tipo de personajes. Es probable que Elle Woods sea el más famoso de ellos. Una rubia estereotipada, que nadie cree capaz de entrar a Harvard a estudiar derecho después de que su novio la deja. Con ambición e inteligencia, deja a todos boquiabiertos. ¿Quién pensaría que ella se convertiría en la mejor de la clase? Hace poco alguien me dijo que Reese Witherspoon era una mala actriz. Lo dudé. Me pregunto si la lectura que se hace de su personaje en Legalmente rubia se extiende a su carrera como actriz. Si, como a Elle Woods, hay gente que no la cree capaz de encarnar personajes más complejos. Si lo rubio pesa de más. Para su papel como June Carter en Walk the Line le cambiaron el pelo a castaño y se ganó el Óscar (inmerecido, en mi opinión, porque Felicity Huffman estuvo mucho mejor en Transamerica). Me pregunto si el color de cabello determina el destino, si los procesos mentales, mi terapeuta dixit, van de la mano con el estilo, el corte y el peinado.
Cuando pienso en Witherspoon pienso en personajes ambiciosos. Antes de Elle Woods estuvo Tracy Flick (en Election de Alexander Payne, 1999). Un personaje irritante y determinado, una estudiante de preparatoria que busca ser la presidenta de la clase y le pasará por encima a todos; la actuación convence por la delirante actitud de la actriz, pero también por la elección de peinado: un rubio corto y echado hacia atrás, mostrando la cara, dando la cara frente a la competencia. Más recientemente está Madeline Martha Mckenzie, en una de mis series favoritas: Big Little Lies (Jean-Marc Vallée, 2017). La madre de familia californiana, rica, que montará a toda costa una obra en el teatro local, desafiando la moral dominante. La actriz se mantiene fiel al rubio. Nadie cree que pueda ser capaz, pero lo hace al final. ¿Qué clase de ambiciones tenía yo cuando fui rubio? Quizá ninguna. Dejé pasar la mutación como cualquier otra, como una gripe que viene y se va. Lo cierto es que, como bien dijo Z., ya no fui el mismo después del tinte y mi existencia fue otra. A menudo imaginaba que mi cabello era de color diferente, pero tras verme al espejo comprobaba que el rubio seguía ahí, haciendo efecto. Mis amigos se sorprendían. Uno incluso llegó a confesarme meses después que ese color no me quedaba nada bien, ¿habré sido tonto a sus ojos?
Estos días, tras una gran decepción en mi vida personal, he decidido no cortarme el pelo, sino dejarlo crecer. Quiero hacer un chongo y mirar Wild (también Jean-Marc Vallée, 2014), en mi opinión, el mejor papel de Witherspoon. ¿Qué puede hacer uno tras una larga decepción sino volcarse a la catarsis? En Wild, la actriz experimenta el dolor y la pérdida, atraviesa a pie, de norte a sur, los Estados Unidos. Se enfrenta a la lluvia, al aislamiento, a la deshidratación, se hiere las piernas por la caminata, fue adicta a la heroína, no puede establecer contacto con nadie, hay que llegar a la frontera con México a toda costa. Hace poco leí un artículo en donde Reese confesaba que el de Wild había sido el personaje que más le costó hacer y que la experiencia de filmar esa cinta la había cambiado, cito, “a un nivel celular”. Lejos del glamour de Legalmente rubia, la actriz se enfrenta a un personaje que se destruye a sí mismo. Y no es difícil imaginar que el pelo, en esta ocasión, no determina nada. Al recordar algunas escenas, imagino el cabello de ese personaje: sucio, desordenado; a veces es mejor no pensar en exceso, irse, olvidarse del peinado que lleva uno.
Dejar de pensar en el cabello, en su modelado y textura, implica concentrarse en un proceso interno, en algo que no se modifica con spray ni con secadora ni con cera mate, en algo que no está al alcance de las tijeras ni la navaja. En eso que no se puede cortar.
Por eso estos días voy a dejar que mi cabello tome su propia forma. Llevo ahora un tinte negro y estoy determinado a ser paciente, a que regrese mi tono original. No recuerdo ya mis días de rubio, lo olvidé todo, no recuerdo ni siquiera el mohawk. No tengo la opción de atravesar de norte a sur los Estados Unidos, aunque me gustaría. Planeo, en cuanto pueda, hacer un viaje largo con mochila y botas, entregarme, como hace años, a la experiencia del pelo graso, libre, en un país extranjero. Podría hacer cualquier cosa. Empezar a creer en la astrología. Mi signo es Capricornio y su imagen es la cabra. La cabra es obstinada, sube montañas y no se agota. Tengo una reserva de energía extra y no la ocuparé de más pensando si mi cabello se orienta hacia izquierda o derecha. Como a Reese Witherspoon, a mí los últimos años, sus ires y venires (y sus innumerables estilos, casi todos hechos gracias al talento de D. quien, juro, es el mejor para cortar cabello en esta ciudad) también me han cambiado a un nivel celular. ¿Qué tanta seguridad he ganado con el tiempo gracias a las habilidades de D. con las navajas y los peines? El cambio más grande es ese que uno no decide. En el salón de corte, llego con él y le digo: haz lo que quieras. Puedes traer a Reese Witherspoon a que me pinte el pelo, de verdad, lo que sea. Veinte años de Legalmente rubia y pienso si volveré a ser rubio, ¿cuándo será eso? Miré la película muchas veces entre los siete y los once años. Es un clásico de las chick flicks. No sé qué tanto tomé de la determinación de Elle Woods, pero al final, sin sospecharlo, tomé su cabello. Oxigenado, cenizo, los rubios son tonos para dejarse llevar.
Coda: D. y Z. hacen maravillas con el pelo. Puedo pasar su contacto en privado.