Pascal Comelade: el juguetero loco está de regreso
Solemos pensar en Barcelona como una de las capitales europeas de la música. La ciudad que alberga cada año al Sonar y el Primavera Sound. Y es cierto que está inundada de música de última generación, pero su encanto y misterio también se deben a que en su seno contiene otras sonoridades igual de intensas y emocionantes. Antes se le conocía también por el mestizaje –al que por allá llamaban buen rollito- y que todavía se siente a través de grupos como La troba Kung Fú. De un tiempo acá, el pop rock y la canción catalana han encumbrado a Manel (ningún catalán había llegado al número 1 de las listas en más de 20 años). Detrás de ellos viene toda una camada que reactiva una tradición viva.
Pero la cosa no acaba ahí. También podemos encontrar a creadores que parecen proceder de algún lugar más allá del tiempo. Pascal Comelade (1955) es uno de ellos. Su figura es la de un tipo torvo y elusivo, que bien podría trabajar en el puerto y que parece sacado de uno de los comics de Corto Maltés, dibujado por el italiano Hugo Pratt.
Este peculiar músico se caracteriza por tocar con instrumentos de juguete y objetos diversos. Bien podría ser considerado como el padre de Cabo San Roque (que estuvieran por México en el Vive Latino pasado). Aunque nacido en Montepellier, Francia, se presenta como catalán por adopción, toca todo tipo de instrumentos de teclado y repasa casi cualquier género. Lo mismo toca un rock a lo Rolling, que un vals pervertido o una sardana (típicamente regional).
Virtuoso, incontenible y genial, ha desarrollado una carrera en la que no es necesaria la presencia de líneas vocales. Es música instrumental repartida en una gran cantidad de discos. No para de editar música y presentarse en directos impredecibles, en los que siempre varía el tipo de agrupación que lo acompaña.
Es uno de los secretos mejor guardados de la ciudad condal; aun no es conocido por el gran público (que no sabe que temas suyos suenan en muchos comerciales), pero también ha sido invitado por creadores de la talla de Robert Wyatt y PJ Harvey para colaborar. Uno de los grandes elogios que ha recibido consiste en que el gran músico francés Yann Tiersen (a quien el mundo conoce principalmente por Amelié) lo ha reconocido como una influencia fundamental para llegar a lo que hace. Así también lo dijo el italiano Vinicio Capossela, otro interesado en darle una vuelta de tuerca a la música tradicional.
Pese a que en los tiempos que corren existe la posibilidad de acceder a una casi infinita oferta de contenidos, los medios especializados tienden a estandarizar la baraja. Revistas y portales suelen ofrecer reseñas y entrevistas con los mismos artistas, que obedecen a la relación con disqueras y organizadores de festivales y conciertos.
Es por ello que he decidido nombrar a esta colaboración semanal como Cabaret de Galaxias, en el entendido de que es posible organizar sesiones de apasionada melomanía con ese alud cósmico de gran música que es dejada de lado por la mayoría de instancias dedicadas al periodismo musical. Se trata de un mínimo homenaje a Comelade y su disco El Cabaret Galactic de 1995.
Una vez explicitado el origen del nombre, volvamos a lo nuestro. Pascal se encuentra activo desde 1975 y durante tantos años ha coqueteado con el minimalismo, destrozado los clichés del jazz, reivindicado el folklore catalán y la música mediterránea. Todo con la soltura y el desparpajo que el pop y el rock traen consigo. A este hombre le aplica el mismo calificativo que Kevin Johansen se da a sí mismo: un músico desgenerado.
El asunto es que publica nuevo disco: El pianista del antifaz (Because Music/ Discmedi, 2013), en el que coincide material inédito con versiones mutantes de lo hecho en Friki Serenata (2009) y de un trabajo posterior junto a la Cobla Sant Jordi del mismo nombre (2011). De allí proceden “El bolero del Raval”, “Petita escena nocturna” y “The Skatalan Logicofobism”, expresiones de su fantástico universo, en el que “lo culto” brota debido al bagaje que carga el músico.
Ahí está una evocación al Captain Beefheart en “I Scream Ice Cream” y un acercamiento al sonido de The cramps en “Spinoza was a soul garagist” –la filoso fía traída al traspatio-. En general, encontramos a un Comelade más accesible e interesado por la base rítmica y un tono festivo. Por ejemplo, en “La bella Dorita” se escucha el sonido de un futbolito.
Heredero de sus mejores trabajos, entre los que se encuentra Psicòtic Music Hall (2002), hace espacio para el pasodoble o un poco de ruido dosificado al estilo de Pere Ubu. A lo que se agrega las aportaciones de los franceses The Limiñanas, en “Ze Crypto-Situ Cow-Boy Rides Again” y los ya mencionados Cabo San Roque en la estupenda “Sardana Mecánica”, una versión libérrima de la “Sardana dels Desemparats”, una pieza popular a la que Pascal regresa una y otra vez.
Por si fuera poco dedica “O dancing del gran fumisme” a un cómplice de heterodoxias: Albert Pla, con el que compartió el álbum doble Somiatruites (2011). Además de que incluye un precioso trabajo de arte realizado por Joost Swarte. El pianista del antifaz, como cada uno de los discos de este Zappa de la Cataluña del norte, es vasto, exploratorio y cálido a la vez. No todos los días uno se topa con experiencias musicales de este tamaño.
[…] P.S. ja kāds saprot spāniski vai franciski, esat laipni gaidīti komentāru sadaļā. http://www.lesinrocks.com/musique/critique-album/pascal-comelade-toujours-a-part/ http://tierraadentro.fondodeculturaeconomica.com/blogs/pascal-comelade/ […]