Tierra Adentro
Fotografía: Pánico del Edén.

En los últimos años la música ha sufrido poderosas transformaciones a raíz de los avances tecnológicos: desde la amplia posibilidad de producción, hasta nuevas plataformas de difusión. La cultura contemporánea es ampliamente musical y este aspecto está ligado a las generaciones jóvenes. En este dossier abordamos el fenómeno musical, cómo enfrenta la crítica este momento de la producción y también algunas propuestas de diversos géneros latentes.

 

RADIOGRAFÍA DEL PERIODISTA MUSICAL

¿Qué es exactamente un crítico de rock? ¿Un antiguo aspirante a músico, un fanático de los conciertos, un eterno joven dispuesto a pasar horas con los audífonos puestos, un comentarista de radio que escribe notas de repente? Enrique Blanc hace un recuento de la crítica musical en nuestro país, de las publicaciones en papel al comentario en sitios web, así como las vicisitudes que debe sortear quien se dedica a este oficio.

 

Construir la nada, el abismo del puro instante
presente, como lo verdaderamente esencial, ocultando
de ese modo la temporalidad y lo real, tal es la titánica
obra del crítico y del periodista.
Félix de Azúa

 

Diré a manera de chispa arranque de esta reflexión que el término “crítica musical” me resulta incómodo. Aquellos que hemos escrito sobre música de algunos años a la fecha, nos hemos dado cuenta que quizás el ser crítico es lo que menos importa, siempre y cuando uno escriba y pueda comunicar con sus textos la pasión que experimenta tras escuchar tal o cual creación musical. Dicho de otro modo, confieso que me he vuelto un hedonista, y que más que verme en la apretada situación de argumentar a favor o en contra de un disco en particular o un concierto al que he asistido, quiero celebrar a través de la escritura la emoción de la que he sido presa. No sé si traicione en cierta medida mi oficio, pero por ello desmiento a menudo a todo aquel que me mira con un dejo de seriedad y me adjudica el terminajo, desarmándolo con un simple: “Mejor dime periodista. Periodista musical.” Claro, admito que he jugado la parte en algún momento y que, tras la insatisfacción que experimenté luego de acercar el oído a tal o cual sonido, a tal o cual racimo de canciones, cavilé lo suficiente hasta conseguir ese tono dramático y sentencioso que se requiere a la hora de descalificar, con argumentos lo más válido posibles, la obra de un tercero. Y quizás es algo que debería retomar y hacer de vez en cuando, pensando sobre todo en la gran cantidad de música pop banal y frívola que suena en México y Latinoamérica, y lo poco que se aborda con rigor crítico. Pero enseguida resuelvo que “artistas” —como suele llamárseles— de la calaña de Arjona, por mencionar uno que considero denigrante y ruin, Gloria Trevi o Juanes (menciono los primeros que me vienen a la cabeza), no merecen que uno pierda más tiempo en condenarlos del que se invierte en redactar 140 caracteres, que para eso, entre otras cosas, debe haberse inventado Twitter.

PASADO Y PRESENTE

En el mundo que habitamos, en el que la producción de canciones se ha multiplicado de forma exponencial debido al acceso que tiene cualquiera a tecnologías como la laptop y los softwares de creación musical y edición de audio, la crítica empieza a hacerse desde el momento que uno elige qué quiere reseñar; es decir, en qué obra va a invertir su tiempo. Reconozco que a menudo mi ansiedad por no abarcar todo lo que quisiera agudiza, por no poder escuchar todos los discos que deseo y tampoco poder hacerlo las veces que me gustaría, como acostumbraba décadas atrás cuando podía concentrarme en un título a capricho y, en lugar de escuchar veinte discos una sola vez, escuchar uno solo pero veinte veces. Lejos he quedado de aquel amplificador de bulbos y la tornamesa Garrard en la que solía embriagarme de las voces que iban dando forma a la telaraña de sonidos con la que intento contextualizar todo aquello que desafía a mi oído. Ahora me veo, en pleno siglo XXI, con la cabeza sumida en la pantalla de la computadora, ligado a ella por unos audífonos como si fuesen una especie de cordón umbilical, navegando a través de Internet en busca de sonidos, vía YouTube, portales oficiales de grupos y solistas que me interesan, revisitando interfaces en SoundCloud, descargando (legalmente) a diestra y siniestra y, por si todo ello no fuese suficiente, mirando de reojo la montaña de discos compactos que reclama mi atención. Porque, obvio, si tienes años escribiendo sobre música, valoras todavía el cd y lo privilegias sobre el mp3. Te gusta el objeto, la imagen de la portada asociada a una idea que archivas en tu memoria, el referente visual tras el cual clasificas la obra y su contenido. Y el envoltorio, las réplicas de cartoncillo que se hacen en la actualidad para recordar la emoción que era tener en las manos un lp, abrirlo y, si era importado, aspirar el aroma a ginebra que brotaba inexplicablemente de su interior. Así, repetir ese ritual previo al hecho de encarar la escritura, justo después de que uno ha detenido el tiempo y el girar del mundo para dedicarse a beber el elixir mágico que brota de las bocinas y acicata la inspiración.

TRADICIÓN

Periodista musical. El término me parece mucho más completo. Porque uno, lo que hace al cabo de cada ejercicio de reflexión, no es otra cosa que poner en juego los géneros de dicha disciplina: la reseña, la crónica, la semblanza, la entrevista, el reportaje y la opinión, en los cuales no siempre hay lugar para la crítica. En los días en que Internet ha democratizado los medios de expresión, cualquiera se aventura a montar un blog y desde ahí afirmar lo que se le viene en gana, aunque por lo general siempre desde el formato de la reseña, sin duda el arte menor del quehacer que algunos hemos entendido como una profesión tan seria y digna como la del guionista de cine, el poeta o el ensayista. Y si alguien sostiene que estoy exagerando, ahí están para constatarlo una serie de experimentos que desde la crónica, la autobiografía, el ensayo o el cruce de todos estos plantean un novedoso camino al periodismo musical. Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock del estadounidense Robert Hillburn, es uno de ellos. 31 canciones del británico Nick Hornby, es otro. Like a Rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada o de Greil Marcus, uno más. Libros todos ellos que arrojan textos únicos y originales con innegable lustre literario.
En ese sentido, puede afirmarse que si la crítica musical es pan de todos los días en la vastedad de la web, el periodismo musical resulta un arte mucho más sofisticado y complejo, que si bien tiene en Internet un territorio virgen para seguir desarrollándose, parece todavía estar más anclado a los espacios impresos en los que nació. Bien afirma el periodista catalán Jordi Turtós —en un texto que gravita por la red con el título “La función de la crítica musical”— que el periodismo musical “es un oficio que tiene sus raíces en un mundo analógico y que no acaba de encontrar su lugar en el mundo digital en el que el consumo musical tiende a la simplificación, a la canción de usar y tirar.” Aquí, Turtós avizora un problema que atañe a quienes han seguido de cerca el hilo de la historia de la música, al entender el desarrollo de un autor específico a través de las obras completas que crea, de cada disco que simboliza un momento con ciertas preocupaciones y prioridades artísticas, y que abona a una discografía que finalmente evaluará su trascendencia y su contribución en tal o cual estilo. Esto a diferencia de la producción aislada de canciones que en la actualidad acostumbran ciertos músicos, y que no consiguen aportar información alguna acerca de las ideas que las sustentan.

Fotografía: Pánico del Edén.

Fotografía: Pánico del Edén.

DESARROLLO

Tres son las fechas que ilustran la evolución que el periodismo musical ha tenido a través del tiempo, entendido éste como aquél que se asocia a la música popular y a los estilos que en menor o mayor medida se vinculan con él: rock, jazz, música pop, hip hop, electrónica y las fusiones que se practican a lo largo y ancho del orbe. La primera está vinculada a la fundación de la revista Billboard: 1 de noviembre de 1854. Créase o no, desde entonces se tiene el interés de clasificar las canciones de un mercado específico de acuerdo al impacto que tienen en los consumidores del mismo. La segunda tiene que ver con la aparición del semanario inglés New Musical Express, en el cual comienzan ya a ejercitarse géneros periodísticos: 7 de marzo de 1952. Sucesora de Accordeon Times and Musical Express, que se publicaba desde 1946, quiso ser la tardía respuesta británica a Billboard, pero muy pronto se distanció del concepto de la anterior, interesándose más por los aspectos cualitativos de la música y su industria que por los meramente cuantitativos. Y la tercera, podría apostar por ello, está vinculada al lanzamiento de la que es hoy la revista musical virtual por excelencia, la también estadounidense Pitchfork: 1995. Cada una de estas publicaciones marca un momento con características determinadas en el desarrollo del periodismo aplicado a la música. Sobre todo es interesante la era que inicia en los años cincuenta con la explosión del rock and roll, y en la que surgieron tanto las publicaciones como las firmas de quienes han ido elaborando su libro de estilo. Revistas clásicas, algunas de ellas ya extintas, como Rolling Stone, Creem, Hit Parader, Musician, Spin, Mojo, así como alternativas recientes y consolidadas: Uncut, Filter, Paste, XLR8R, Wire, entre otras, a la par de los diarios más importantes: The New York Times, Chicago Tribune, Los Angeles Times, han servido de escaparate al trabajo de plumas reconocidas: Lester Bangs, Bill Flanagan, David Fricke, Greil Marcus, Kurt Loder, Jay Cocks, Cameron Crowe, Dave Marsh, Robert Hillburn, Simon Reynolds, Jann S. Wenner, Rob Tannenbaum, entre muchos más que influyeron a quienes decidieron emularlos fuera de los países anglosajones. Escritores que trazaron las fronteras del periodismo musical con el mismo rigor que sus colegas dedicados a los asuntos políticos, sociales o económicos.
Una era, la que va de los años cincuenta a los noventa, en la que el trabajo del fotógrafo ha sido asimismo medular para la conformación de los impresos más prestigiosos, destacando a profesionales de la cámara como Annie Leibovitz, Lynn Goldsmith, David Wedgury, Anton Corbijn, Mark Seliger, por sólo mencionar algunos de reconocida fama.

IBEROAMÉRICA

No puede negarse que en América Latina y España existe una tradición de periodistas musicales en activo que se reinventa y se adapta a los nuevos tiempos. Si aludimos al caso español, hay que reconocer el rol que por años ha jugado Diego A. Manrique desde distintas trincheras, muy asociado al diario El País, que también ha abierto la puerta a talentos más jóvenes como Iker Seisdedos. Lo mismo el equipo de colaboradores que ha mantenido a flote una de las publicaciones más representativas escritas en castellano en Europa y hecha en Barcelona: Rock De Lux, en la que destacan las plumas de Juan Cervera, Kiko Amat, Jordi Bianciotto, Quim Casas, Nando Cruz y Eduardo Guillot, entre una lista verdaderamente abundante.
En México, el también músico Federico Arana puso en claro su interés en el tema tras la publicación de los cuatro tomos de Guaraches de Ante Azul, obra que recuenta los inicios del rock nacional y su continuidad a través de los años sesenta y setenta, y que es única en su especie. Asimismo, las aportaciones hechas por los escritores de “la onda”, José Agustín y Parménides García Saldaña, son aleccionadoras, sobre todo en la mítica y efímera revista Rock Mi. Junto a ellos, Víctor Roura y Las Horas Extras, Ricardo Bravo y Nuestro Rock, Chava Rock y Mezcalito, a la par de Óscar Sarquiz, Walter Schmidt, José Luis Pluma, José Xavier Návar, David Cortés, por citar los nombres de algunos que han publicado con constancia en revistas y periódicos del país.
En Argentina, el desarrollo del periodismo viene de la mano de una larga lista de plumas, muchas de ellas partícipes del suplemento S! del diario Clarín, referente puntual de su ajetreada escena musical. O bien de publicaciones que tienen una presencia fuerte, como ahora lo hace La Mano. Nombres como los de Alfredo Rosso, Pipo Lernoud, Marcelo Fernández Bitar, Sergio Marchi y Roque Casciero son algunos de sus referentes más reconocidos.

Fotografía: Pánico del Edén.

Fotografía: Pánico del Edén.

¿CRISIS?

Incuestionable. Los avances tecnológicos, especialmente la irrupción de la Internet han facilitado las cosas para quienes escriben sobre música en la actualidad. En el pasado, era imprescindible hacerse de alguna de aquellas enciclopedias en las que podían consultarse los datos duros de cada uno de los músicos sobre los que se investigaba, de Harry Belafonte a Frank Zappa a Ry Cooder a Damon Albarn. La seminal The Harmony Illustrated Enciclopedia of Rock, avalada por diarios como Los Angeles Times y Boston Herald. La anual y de vocación indie: The Trouser Press Record Guide, compilada por el visionario Ira A. Robbins. Y las novedosas en su momento: The Rough Guide, impresas en el Reino Unido en la segunda mitad de los años noventa, minutos antes del irreversible estallido mundial de la web, quizá los tomos referenciales más completos realizados sobre rock, jazz, música country y músicas tradicionales de mundo. En la actualidad portales como All Music, Discogs e incluso Wikipedia almacenan cantidades desbordantes de información que facilitan cualquier indagación documental. No obstante las ventajas que garantiza Internet surgen de una serie de conductas puestas en acción la mayoría de las veces por improvisados, que distancian al periodismo musical, a la crítica musical, de su esencia. La compulsión por querer etiquetar rebuscadamente cualquier sonido que parezca exhibir algo de originalidad; la preferencia por la reseña y la entrevista ante la riqueza de otros géneros como el reportaje, la crónica y el ensayo; la compresión de la información que se produce, a imagen y semejanza de la compresión de sonido que caracteriza a los archivos mp3; el abuso del cut & paste para apropiarse de una información ajena. Ello aunado al desdén con el que los diarios miran al periodismo musical en contraste con los contenidos insustanciales de aquello que llaman “entretenimiento”, plantean un escenario un tanto sombrío, tal como lo afirma Turtós: “La crítica musical ante tal panorama, parece estar condenada a convertirse en un anacronismo, parece estar abocada a un proceso de desaparición que muy difícilmente podrá evitarse.” Sea como sea, queda la certidumbre de que la música seguirá contagiándonos su magia y encendiendo nuestra pasión de tal modo que no podremos evadirnos de querer describirla, contarla y compartirla por medio de la palabra escrita, sin importar que con ello hagamos crítica o literatura o periodismo musical.