Ocho corazones a cuatro manos. De Elena Garro a Adolfo Bioy Casares
En 1952 Octavio Paz, en la India, recibe instrucciones de trasladarse a Japón en misión diplomática. En tanto, Elena Garro y su hija permanecen en París. Octavio da orden a Elena de tomar el barco La Marsellaise para reunirse con él en Tokio. Garro comenzó a escribir Los recuerdos del porvenir y Adolfo Bioy Casares, El sueño de los héroes, con visos autorreferenciales. Esta carta está basada en la correspondencia que Garro mantuvo con Bioy durante esa época y en fragmentos de un diario de Elena. En las cartas, Bioy escribía el nombre de Elena con H inicial.[1]
6 de junio de 1952
Mi amor,
Estoy en un tren con rumbo a Marsella. El día apenas tiene brotes de luz, casi no veo mis trazos pero he esperado para poder escribirte en el silencio de esta hora. Enfrente de mí está la Chata durmiendo con la cabeza apoyada contra el cristal y las mejillas rojas por el llanto de las despedidas. Todo el viaje ha mirado por la ventana sin parar de llorar, sin hablarme. Ahora que duerme y no siento su rechazo la he tapado con mi abrigo; tiene las piernas recogidas, tratando de cubrirlas con su vestido, pero de la tela se asoman sus zapatos blancos de niña. La veo tan indefensa y me conmueve que experimente el abandono de sus cosas más queridas, sus amigos, sus clases de ballet, los veranos en el campo donde corría con libertad y montaba a caballo. Hace unos días apenas la miraba navegar sobre una barcaza por el Loira, sus carcajadas y las de los otros chicos llegaban a orillas del río como gritos de pájaros; su alegría ensombreció aún más mi visita, que no era sino para interrumpir su estancia en el castillo de Luynes. “Quédese unos días, para que descanse”, me pidió el duque que seguramente me habrá visto nerviosa, pero le dije que era imposible, teníamos poco más de una semana para arreglar esta mudanza precipitada y sin sentido. Arreglar las deudas, los trámites, el equipaje. La Chata juzgó lo que era obvio, una decisión arbitraria de sus padres, y desde entonces me ha castigado con su silencio.
Tengo fiebre y temblores no sé si por el efecto de las vacunas o por las emociones de lo que yo también dejo atrás. De todos los recuerdos, lo sabes de sobra, elijo aquellos que hagan referencia a ti, el hall del George V donde te conocí, el salón de mi casa con los balcones abiertos en verano (el ruido, las voces de la calle, el café y el pan de las tardes que compartimos), el cruce de caminosde Víctor Hugo con Faisanderie donde me esperabas, las escaleras de mi edificio por donde bajaba presurosa para ir a tu encuentro, los paseos por Bois de Bologne, nuestra cabaña, un zapato perdido; un hijo, el que no tuvimos. Estoy dejando París y siento que el futuro será implacable y no dejará ningún rastro de nosotros, no habrá un lazo en común que dé cuenta de esto que tuvimos.
Ayer busqué a Gabrielle, nos despedimos entre lágrimas; de entre todo tenía la esperanza de que me entregara una carta tuya, un telegrama, pero no había llegado nada. No tuve que preguntarle; sin poder hablar, entre hipos por el llanto, ella negó con la cabeza. Qué sensación más dolorosa regresar a casa con las manos vacías.
¿Te llegó el resto del guión de En memoria de Paulina? ¿Han decidido filmarla? Estas últimas noches, con prisas, hemos trabajado Lambert y yo en los detalles de la traducción de La invención de Morel. Armand Piernhal me ha asegurado que este año saldrá publicada; ahora que no estaré tendrás que ponerte en contacto con él para los derechos de publicación. Tantos asuntos se quedan sin resolver. Tantos años de vivir en París y me voy como si fuera una prófuga.
El cielo está clareando y ya se divisan los campos amarillos de colza. Escucho a la gente moverse en sus asientos, desperezarse, hablar con murmullos pues todavía es temprano, algunos viajeros pasan intermitentemente por el pasillo y se giran a verme; es una tontería pero me siento expuesta ante ellos, ante cualquiera que pudiera posar brevemente su mirada en estas hojas que son para ti. Con la claridad de la mañana algo de pronto se fractura, ya lo dijiste tú: “Estar enamorado es algo íntimo, que no soporta la luz de afuera”, entonces me doy cuenta de qué es lo que realmente nos separa, no la distancia, no tu vida privada y la mía, no la indecisión, sino lo cotidiano que no compartimos, las pequeñas cosas que no miramos juntos, los gestos diarios que secretamente nos cambian para llegar a ser aquello que seremos. No es un reproche, es tarde para eso. Es sólo que quiero conservar a esta Helena que te ha amado por breves e intensos momentos y siento que comienza a despedirse de mí. ¿Será que a ti también te sucede? Temo saber que sólo hemos podido amarnos con torpeza.
Hoy, cuando vaya a la oficina postal de Marsella, esta carta tomará el rumbo que debí tomar hace un año; en su lugar haré uno opuesto y más largo. Cuando la leas, yo seguiré a bordo de un barco que navega por Asia, un territorio que desconozco y que he de confesarte me aterra, rumbo al tedio de una vida que desdeño. Me entristece, me duele, me desespero al pensar que esta tarde dejaré Francia y con ello la posibilidad de vernos de nuevo.
Espero que al menos con esta carta mi amor sí llegue hasta donde te encuentras.
Helena.
[1]Festejamos el “Día del amor y la amistad” con un ejercicio de escritura lúdico. Cuatro escritores imaginan una correspondencia donde las relaciones humanas reinvirtieran el punto de quiebre, una vuelta al pasado para decir lo no dicho. Así, Herson Barona se transforma en la voz de David Foster Wallace y redacta una misiva a su amigo Jonathan Franzen. Por su parte, Eva Castañeda se apropia de la escritura de Roberto Bolaño para entablar un diálogo con Octavio Paz. Liliana Pedroza se pone en los zapatos de Elena Garro y habla con Adolfo Bioy Casares, y Raúl Aníbal Sánchez encarna a Lev Trotski, quien propone una cita amorosa a Frida Kahlo, todo a espaldas del pintor Diego Rivera.