Norcorea
Capítulo 1
Entrada de la voceadora a Sarajevo (14 de abril)
Ella es la voceadora y se llama Ilia Arenas. Llegó a pie, entre neblina y oscuridad, guiada por la luz del faro. Inició la novela con su llegada a este pueblo. Preguntó al hombre del faro:
—¿Dónde estoy?
—Este pueblo fantasma es Sarajevo de Juárez.
—¿Qué hace un faro tan lejos del mar?
—Guiarte, ¿o no?
—Eso sí.
—¿Eres la nueva voceadora?
—Sí, mucho gusto. Mi nombre es Ilia Arenas.
—El gusto es mío. Víktor con K Lúcido, para servirte. ¿Me permites uno? —señaló el periódico.
—Claro. Aquí tiene. Yo ni lo he revisado.
La intermitencia de la luz del faro le permitió leer poco a poco la primera plana. Luego se paralizó.
—¿Todo bien, Víktor con K?
Aprovechó el letargo de Víktor para ojear la nota principal, que comenzaba así:
El jueves 13 de abril, la señora Luda Conejos, intendente de la planta de producción de Volkswagen Puebla, encontró, en el comedor, el cuerpo sin vida del obrero Pável Malo. Sentado alrededor de una mesa, con la cabeza agachada, bañado en sangre y con los pantalones abajo. Cabe destacar que los calzones los tenía puestos en su lugar.
La oficina de comunicación social de Volkswagen México informó de la “sentida” y “lamentable” muerte del “valioso” trabajador, la cual se debió a causas ajenas a la actividad que desempeñaba dentro de la empresa. Se presume un posible asesinato a causa de una rencilla personal. No se descarta un crimen pasional, por eso de los pantalones abajo.
—¿Conocía al finado? —preguntó Ilia.
—Es el padre del maestro Apolinar.
—Lo siento mucho, Víktor.
—Sarajevo de Juárez no está listo para esto —volteó a ver el pueblo, que estaba a medio kilómetro del faro.
Ilia no sabía si era sensato cobrarle por el periódico.
Capítulo 2
La noticia se corre por el pueblo (14 de abril)
Sarajevo de Juárez era más o menos así. Un rectángulo. Cuatro calles de terracería. Ilia Arenas las recorrió. Volteó a ver la punta del faro. Víktor Lúcido bajaba las cortinas blancas. El sol ya estaba ahí.
Solo le quedaba un periódico en la mano. Cada sarajevense reaccionó igual que Víktor ante la noticia que se llevaba la primera plana. Apolinar Malo era el maestro de los hijos de todos. De acuerdo con las impresiones que tuvo, Ilia se quedó con la imagen de un Apolinar entrañable, un tipazo.
Ese último periódico que le restaba por entregar era para Apolinar. Aún no volvía de sus caminatas mañaneras por la pradera.
—¡Ahí viene, Ilia! —gritó Víktor desde los pies del faro.
Una mancha se acercaba con paso seguro. Las manos de Ilia empezaron a sudar y su garganta se bloqueó con saliva seca. Temió arruinar el periódico con el sudor y se secó con su pantalón.
La mancha pasó el faro. Saludó a Víktor. Este optó por no anticiparle nada, se limitó a decirle:
—¡Días!
La mirada de Ilia regresó al periódico. Junto a la nota principal venía una fotografía. Era Pável Malo muerto, con su cara borrosa mediante un efecto de edición, sentado y con la cara recargada en una mesa plateada.
—Eres nueva. Mucho gusto. Mi nombre es Apolinar Malo y soy el maestro de Sarajevo de Juárez.
La mancha le ofreció la mano a Ilia Arenas.
Capítulo 3
El caballo indómito y mortal (14 de abril)
Nasredín Pieldelobo miraba el horizonte acompañado de su pequeña nieta. Casi diario Anastasia Pieldelobo visitaba a su abuelo y después de comer se sentaban en ese par de piedras con forma de prisma hexagonal. Hacía tiempo que ella las había pintado de naranja para que pudieran identificarlas a la distancia y así nunca perderlas.
Un caballo negro atravesó el paisaje, un animal solitario y salvaje que fue observado por estos. Raudo recorría la horizontal.
—Papá Nasredín, ¿por qué dejaste ir a ese caballo?
—No era para mí, hija.
—Pero hasta le habías puesto nombre.
—El Fonca no era para mí.
—¿Qué crees que le pase?
—Espero que sea libre por siempre, hija.
—Es muy hermoso el Fonca. Es el caballo más lindo que he visto en mi vida, papá Nasredín.
—Lo es, hija.
—¿Él también se va a morir?
—¿Por qué dices eso?
—El maestro Apolinar nos explicó el proceso de la vida.
—Ese Apolinar. Pues tiene razón.
—Yo no me quiero morir, papá Nasredín.
—En este pueblo todos estamos muertos, hija. En sentido figurado. Desde que nacemos empezamos a morir. Y es necesario que fallezcamos para darle espacio a los que vienen atrás de nosotros.
—Yo quiero que tú, el Fonca y yo vivamos por siempre. Quiero que nos sentemos todos los días aquí en estas piedras naranjas a ver correr al Fonca. Que lo dejemos libre por siempre.
—No te pongas triste, hija. Agarra ese montón de tierra, por favor. Mira, estos pedacitos de arena alguna vez formaron parte de algo mayor que tú, que el Fonca y que yo. Tal vez fueron parte de un brontosaurio o de un mamut.
—¿Cómo crees?
—En serio. Al sostener este montoncito de tierra tú y yo estamos compartiendo una agradable tarde con un dinosaurio. Él nunca se imaginó que acabaría en este preciso lugar doscientos millones de años más tarde. Siendo cargado por una niña tan preciosa como tú.
—¿Entonces en doscientos millones de años otra persona me pisará mientras camina?
—No creo que sea una persona como nosotros. Me imagino a una criatura diferente que pasó por años y años de evolución hasta llegar a ese punto.
—¿Podría ser un extraterrestre?
—Por qué no.
—Ojalá sea un marciano, papá Nasredín. Me caen bien los marcianos. Quisiera conocer uno antes de morir.
—Quién quita y ya has tenido contacto con alguno. Podría hasta vivir uno en Sarajevo de Juárez. ¿No crees?
—¡No! Si yo fuera un marciano nunca visitaría Sarajevo de Juárez. Aquí nunca pasa nada.
—Es lo que tú crees —dijo Nasredín Pieldelobo mientras se veía las palmas de las manos, llenas de tinta negra de periódico corriente—. Es lo que tú crees, hija.
Anastasia no prestó la atención debida a las últimas palabras de su abuelo por estar al pendiente de la desaparición del Fonca entre la pradera.
—Ojalá nunca muramos, papá Nasredín.
Capítulo 4
Apolinar se entera de la muerte de su padre (14 de abril)
Ilia Arenas le estrechó la mano. Se maldijo por ser la portadora de tan horrible noticia.
—Lo siento mucho, maestro Apolinar —le entregó el periódico—. No sabe cuánto lo siento.
—¿De qué está hablan…
Una luz escarlata cubrió a Apolinar Malo y a Ilia Arenas. Víktor Lúcido mostró su apoyo con esa iluminación breve que cesó a los veintitrés segundos.
Al apagarse el faro, las fachadas de las casas de Sarajevo vistieron moños rojos y los perros emprendieron una carrera en círculos alrededor del pueblo. Las familias se prepararon para comenzar el duelo. Buscaron su ropa roja y se la pusieron.
Víktor Lúcido bajó las escaleras del faro, ya vestido de rojo, y caminó hacia Apolinar e Ilia. Bajo su axila llevaba un libro rojo de pasta dura sujetado por su brazo. Le tocó el hombro al huérfano y le dio el libro.
—Estamos contigo, Apolinar. Cuando estés listo avísame para iniciar la lectura.
—Es mejor empezar ya —las lágrimas oscurecían el periódico.
Con el libro en una mano y con el periódico en la otra se dirigió a la iglesia de Sarajevo de Juárez. Atrás iban Víktor e Ilia. La procesión de tres se robustecía a cada paso, hasta convertirse en todo el pueblo.
El pueblo e Ilia Arenas entraron a la iglesia. Se acomodaron en las bancas y de los compartimientos cada uno sacó un libro rojo de pasta dura. Ekaterina Piesplanos notó la extrañeza de Ilia y la orientó.
—Muchas gracias, señora —le dijo Ilia.
Una puerta de madera se abrió y del fondo de la iglesia surgió la figura del sacerdote Antón Sorrentino. Trastabillaba y con sus manos tentaba sus cercanías. Se colocó en el altar y al igual que los demás sostuvo un libro rojo. Los presentes tomaron asiento, incluida Ilia.
—Bienvenidos sean a la casa del señor, queridos sarajevenses. Una fatídica ocasión nos trae aquí y qué les digo, está cabrón esto. Saludo sensiblemente al hermano Apolinar Malo. No me queda más que empezar esta liturgia extraordinaria. Acompáñenme, por favor.
Todos abrieron los libros rojos en la primera página y leyeron en voz alta.
—¡Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo!
Ilia Arenas no se lo esperaba. Naturalmente fue parte del coro sarajevense.
Capítulo 5
La despedida de Apolinar Malo (14 de abril)
El luto rojo llegó a Sarajevo. Acabada la misa roja por el difunto, Apolinar Malo tuvo que ir a identificar el cuerpo de su padre.
El pueblo lo acompañó al faro y ahí Víktor Lúcido iluminó su salida.
—¡Cuídese mucho, maestro Apolinar! —gritó Anastasia Pieldelobo.
Apolinar alcanzó a escuchar el aullido de la pequeña y le ondeó un brazo.
—Papá Nasredín, ¿para qué va a ir a reconocer al señor Pável Malo? ¿No se supone que ya lo vio en el periódico?
—Quiere estar completamente seguro de que es él.
—Pero ya le hicimos la misa roja y todo.
—Sí, pero ya conoces el dicho sarajevense: primero el manifiesto y luego checo el muerto.
—¿Y dónde está el muerto?
—En Puebla, hija.
—¿Eso está muy lejos de Sarajevo de Juárez?
—Para contestarte está ese dicho que dice: todo está muy lejos de Sarajevo de Juárez.
—¿Y qué hacía tan lejos el señor Pável Malo, papá Nasredín?
—Ganándose la vida, hija.
—¿Entonces nosotros nos la estamos perdiendo?
—Pues ya ves que no. Al final él la perdió y nosotros estamos aquí viendo partir a su hijo.
—¿Y ahora qué haremos?
—Vamos a irnos cada quien a su casa a encerrarnos en lo que regresa el maestro Apolinar, en señal de respeto por su duelo.
—Ojalá que no sea el señor Pável Malo el de la foto. Muchos tienen la espalda así, ¿no?
—Sí tiene una espalda muy común. Mao te oiga.
Los perros continuaron su carrera alrededor de Sarajevo de Juárez. Los gatos intentaron montar a los cerdos por enésima vez sin conseguirlo, siempre quisieron ser jinetes de cerdo.
—¿Cuándo aprenderán esos pinches gatos que los cerdos no se montan como los caballos? —dijo Ekaterina Piesplanos.
—Tengo fe y esperanza en que un día lo conseguirán. Son disciplinados. Nada que ver con esos perros. Mire nada más cómo corren a lo menso. No se detienen a pensar un poquito sobre la función de su exabrupto, simplemente corren por correr. En cambio, los gatos parecen prepararse para tiempos difíciles, en donde tendrán que saber montar cerdos para sobrellevar cualquier tragedia —respondió Rasputín Pieldecordero.
—Ok —dijo Ekaterina Piesplanos.
El grupo de personas de rojo deshizo el corro de despedida y caminaron hacia sus respectivas casas.
Apolinar Malo recorrió un par kilómetros. Al pasar por la hacienda de don Yaroslav Pechoabierto redujo el paso y observó con cuidado. En una de las ventanas vio una silueta estática. Ninguno de los dos hizo el menor esfuerzo por reaccionar. Encontró la carretera y aguardó el autobús.
Mientras, Ilia Arenas seguía a la gente de rojo y se aproximó a Ekaterina Piesplanos.
—Disculpe, señora, ¿no sabrá de algún cuarto disponible? No tengo dónde quedarme.
—Claro que sí. ¡Haberlo dicho antes! Con gusto le rento mi cuarto trasero. Con la falta que me hacía compañía, joven. Recuérdeme de prestarle ropa roja en cuanto lleguemos.
Así fue como Ilia Arenas encontró dónde dormir en Sarajevo de Juárez.
Capítulo 6
Viaje en el camión (14 de abril)
Apolinar Malo viajó en el asiento de atrás del autobús rumbo a Puebla. Cuando se subió solo iban la conductora y él. Se sentó junto a la ventana y contempló intervalos de bosque y semidesierto. Pasó Caradura, Timorato y Salvatierra. En uno de esos tres pueblos se subió una persona.
—Por favor, que no se siente cerca —pensó Apolinar—. Por favor, que no se siente cerca. Por favor, que no se siente cerca. Por favor, que…
—Tardes.
—Tardes —tuvo que responder Apolinar, quien intentó hacerse el dormido, pero fue inútil.
—¿Va para la capital?
—¿Disculpe?
—¿Qué si va para la capital?
—No.
—¿Entonces a dónde va? Si se puede saber y disculpe usted la indiscreción.
—A Puebla.
—Uy, es bien bonito Puebla. El mole, las cremitas, los tacos árabes, Africam Safari, uy, ¡tantas cosas! Ojalá yo fuera a Puebla.
—…
—Yo voy para la capital, por eso le preguntaba.
Apolinar calculó cuánto faltaba para llegar a la capital, para preparar sus nervios.
—¿Qué tanto piensa? Si se puede saber y de nuevo disculpe la indiscreción.
—En nada.
—¡Se le murió alguien! Una mega disculpa. Apenas caí en cuenta de que iba todo de rojo. Es sarajevés, usted. Lo siento muchísimo. Yo aquí hablando de cremitas y de mole. Me hubiera dicho algo. Una disculpa. ¿Su madre?
—No, mi padre.
—Lo siento mucho. Yo soy huérfano, así que más o menos lo comprendo. Le deseo un pronto alivio.
—Gracias. Si no le molesta, quiero descansar un poco.
—Claro, claro. Lo entiendo perfectamente. Descanse. Yo voy a ir al baño, con permiso.
Apolinar pudo volver a mirar el bosque y el semidesierto, uno y luego el otro. Pasó más de una hora y el indiscreto no volvía. Apolinar no quiso indagar, estaba bien así. En eso se abrió la puerta del baño y fingió estar dormido. Unos pasos mojados se escucharon por el pasillo. El sujeto se sentó y por suerte para Apolinar esta vez no lo importunó.
Después de media hora se bajó el tipo sin despedirse. Apolinar abrió los ojos y notó el asiento de junto todo empapado. No olía mal. En el descansabrazos encontró una hoja de papel, con la tinta corrida, pero aún legible. La tomó.
—Compañero de asiento, ya no pude despedirme de ti. No quise despertarte. Siento que en el poco tiempo que convivimos logramos una conexión muy fuerte y por ello te escribo. Para decirte que todo estará bien. Atentamente, Agustín Melgar. Por favor, no vayas al baño.
Ante la extraña petición, más le dieron ganas de orinar. Consideró usar la botella de agua, sin embargo, era insuficiente, se iba a desbordar. Se levantó para hacerse a la idea de que no tenía de otra, iba a tener que fallar a la promesa nunca pronunciada. Trató de resistir y se sentó.
Esa lucha interna se prolongó mucho tiempo. El cuerpo le ganó a la fuerza de voluntad y se dirigió al baño. El piso seguía húmedo. Llegó a la puerta y estiró un brazo.
—¡Puebla! ¡Ya llegamos, señor! —Apolinar volteó a ver a la conductora y asintió. Corrió al baño de la terminal de autobuses y de esa forma no desobedeció las órdenes de Agustín Melgar.
Capítulo 7
Camino a la morgue (14 de abril)
—Vine a Puebla porque acá murió mi padre, Pável Malo —contestó Apolinar Malo a la pregunta del taxista.
—Qué pena, amigo —sus ojos fijos en los de Apolinar a través del espejo retrovisor—. Entonces viene de Sarajevo de Juárez. Con razón el rojo. Ya se me hacía raro.
—Sí, justo hoy me enteré y enseguida me vine acabada la misa roja.
—Pues qué se le va a hacer, amigo. El ciclo de la vida. Nadie tiene asegurado el día de mañana. Justo este fin de semana un chamaco pendejo se llevó a una señora. Iba en sentido contrario en una de las avenidas importantes de aquí. El colmo fue que lo dejaron libre por ser hijo de los de la Coca Cola. Imagínese el coraje de la familia. Pero qué se le va a ser, ¿no? Así es nuestro hermoso país, lleno de contrariedades. Tenemos bosque, mar, lagos, desierto, montañas, minerales, lo que usted me diga, todo lo tenemos. Y mire cómo vivimos. Luchando por cada pinche centavo. De sol a sol. Para que cualquier mugre día llegue un junior a estrellar su BMW contra nosotros y nos mate. Y sin recibir su merecido. No, no, no. Estamos en el hoyo, amigo.
—Lo estamos —Apolinar clavó su mirada en el volcán Popocatépetl, una humareda descomunal ascendía lenta en el cielo azul—. Cremación.
—¿Qué dijo, amigo?
—Que voy a pedir que cremen a mi padre. Estaba pensando justo eso.
—Solo le aconsejo que cuide no estar viendo el horno cuando cremen a su padre. Se lo comento porque a mis hermanas y a mí, por la ineptitud de los del crematorio, nos tocó ver cómo quemaban a nuestra madre. Nadie nos dio la indicación de que saliéramos y empezaron a cremarla con nosotros ahí viendo todo. No. Fue horrible. Casi nos desmayamos del dolor. Imagine ver a su madre moviéndose ya muerta, el fuego activa ciertos músculos y el cadáver se zangolotea como si estuviera viva aún la persona. Horrible. No. No puede ser.
—Lo siento mucho, señor. Ha de haber sido horrible. Qué estúpidos los empleados del crematorio.
—No se imagina el escándalo que armamos. Casi nos agarramos a golpes. Estuvimos a nada. Por eso cheque bien usted que los ineptos no lo dejen adentro cuando vayan a cremar a su padre. Póngase buzo.
—Lo haré. Muchas gracias por el consejo.
—¿Fue muerte natural?
—No, supuestamente un accidente en su trabajo.
—No me diga que su papá es el empleado de la Volkswagen.
—Sí, mi padre es Pável Malo y falleció en las instalaciones de la Volkswagen.
—Uy, todo Puebla se enteró. Ya ve que aquí todos tenemos uno o dos parientes trabajando en la planta de autos. Se pasaron los del periódico. Qué culeros fueron al poner la foto de su finado padre en primera plana. Usted póngase al tiro. No deje que lo chamaqueen los de la Volkswagen, con el debido respeto, ¿sabe? He escuchado cosas muy fuertes que han pasado ahí. Muy muy fuertes. Y pues ya sabe que don dinero manda en este mundo. Y esa empresa se baña en dinero. Todos sus terrenos fueron regalos del gober. Es enorme la planta. Eran tierras de sembradío hermosas, muy fértiles. Todos esos terrenos se los arrebataron a los campesinos y a los que se resistieron los desaparecieron. Ahora nadie sabe nada. Nadie dice nada. Por el mismo miedo a que le hagan algo. Qué jodido que le tengamos más miedo al gobierno que a los delincuentes. Que, viéndolo bien, son los mismos. Unos les dan chamba a los otros y luego cambian de lugar. Es un completo cochinero. Ni los puercos son tan cochinos. Ya ve que hasta George Clooney tiene su cerdito bien limpio. Se duerme con él, según. Así las cosas. Así las cosas. Mi más sentido pésame, amigo. Ya llegamos. No se le olvide lo que le dije de la cremación. Nadie se merece lo que vivimos ese día mis hermanas y yo.
—Lo tendré en mente. Muchas gracias por sus palabras.
—No, pues gracias a usted por escucharme. Pocos son los pasajeros que escuchan. Se la viven con sus audífonos, con sus aparatitos, alelados, hipnotizados, ¿verdad? ¡Un gustazo!
—Igualmente —Apolinar cerró la puerta del taxi y vio tres palabras plateadas: Servicio Médico Forense. Pensó que, si fumara, ese sería el momento perfecto para detenerse a prender un cigarro. Mas nunca fumó tabaco.
Capítulo 8
Ilia Arenas se pone cómoda en casa de Ekaterina Piesplanos (14 de abril)
—¿Qué te ha parecido Sarajevo de Juárez hasta ahora? ¿Pueblo bicicletero? —preguntó Ekaterina Piesplanos a Ilia Arenas.
—Muy rojillo.
—Eso que ni qué. Y eso que no has visto la semana roja. Se pone padrísima. Ya es en tres meses. Espero que sigas aquí para que vivas nuestra fiesta más importante.
—Seguro andaré por aquí, señora Ekaterina.
—Qué bueno, señorita Ilia. Me viene muy bien su compañía. Permítame traerle ropa de color rojo. No me tardo.
—Qué amable.
Ilia Arenas aprovechó para observar una pared con fotos enmarcadas. Conoció al padre de Ekaterina, quien la acompañaba en la mayoría de los retratos. La madre posaba en una sola fotografía. Ilia centró su atención en una en la que el padre sostenía un libro gastado. Se alcanzaba a leer el título, era…
—¡Veo que conoció a mis padres! ¿Cómo los ve? Guapos, ¿verdad? Yo salí igualita a mi padre, don Lev Piesplanos. Era imponente. Siempre serio y elegante. Mi madre falleció antes que mi querido padre, por eso casi no sale en las fotos. Se cayó en un barranco, estaba resbaloso y se fue para abajo. Muy trágico —Ekaterina miraba el retrato de su madre—. Mi padre tuvo que hacerse cargo de mí, él solo. Era muy cariñoso. No se deje llevar por la cara de piedra que ve ahí. Era un amor.
—¿A qué se dedicaba?
—Era escritor. Un excelente escritor. Venga, le voy a enseñar sus libros —caminaron hacia el estudio, donde tenía dos paredes atestadas de libros.
—¡Órale! Leía muchísimo por lo que veo.
—No tiene idea. Se despertaba a las cinco de la mañana, daba una caminata y regresaba a leer. Se la pasaba la mañana leyendo y por las tardes escribía. Qué raro, ¿no? Lo común entre escritores es escribir temprano y leer pasado el mediodía. Pero eso le funcionaba a mi padre. Y escribió veintitrés libros. Son estos de aquí.
—¿Qué género escribía?
—Policiaco. Le encantaba resolver misterios. Inventó una saga de una detective que conseguía solucionar cualquier tipo de problema. La detective se llama… ¿Cómo cree que se llama?
—¿Ekaterina?
—¿Cómo sabe? La detective Ekaterina Piesarqueados. Mi padre me adoraba. Me consintió muchísimo. No tiene una idea. Absolutamente todos los libros que escribió me los dedicó.
—¿Y usted tuvo hermanos?
—No, aunque siempre soñé con una hermanita a la cual cuidar y con quien jugar. Mi padre procuró una familia pequeña para brindarme una vida acomodada. No me puedo quejar, tuve una infancia espléndida, llena de amor, a pesar de la triste pérdida de mi madre a tan pronta edad.
—¿Y usted nunca se casó?
—¿Casarme? ¿Para qué? Soltera soy feliz. Para qué quiero a alguien que me esté fregando. No te voy a mentir, por mucho tiempo añoré una hija, sin embargo luego se me pasó y hoy en día no me arrepiento de nada. Si gustas te enseño tu cuarto para que puedas cambiarte. Ojalá te quede la ropa.
El nuevo cuarto de Ilia Arenas era precioso. Cerró la puerta y mudó de ropa para integrarse al luto rojo. Para su buena suerte ese era su color favorito.
Capítulo 9
En la morgue (14 de abril)
Apolinar Malo identificó a su padre, Pável Malo. Firmó el papeleo. Como lo platicó con el taxista, eligió la cremación.
Obnubilado por el impacto del cuerpo sin vida de su padre, le dio el avión al agente del ministerio público que trató de explicarle las causas de la muerte. Veía una persona que le hablaba, mas no captaba lo que le decía. Se limitó a decir ok repetidas veces.
Se despidió el agente y en eso llegó un abogado de Volkswagen. Igual que con el agente, Apolinar le dijo ok a todo y firmó un documento en el que aceptaba la indemnización, no puso peros. El abogado iba preparado con un arsenal retórico, mas no hubo necesidad de emplearlo. Apolinar solo quería volver a Sarajevo con las cenizas de su padre. No cuestionó ni una sola palabra, ni del agente del ministerio ni del abogado. Quería salir de allí. Eso era todo lo que quería.
El abogado, completamente satisfecho, todavía tuvo el descaro de regalarle una gorra con el logo de Volkswagen. Intentó ponérsela a Apolinar, pero enseguida desistió y se la dejó en la mano.
—La familia Volkswagen México lo acompaña a usted y a su familia en estos difíciles momentos, recordándole el papel crucial que tuvo su padre en la empresa. Nunca lo olvidaremos y honraremos su legado regalando veintitrés bicicletas a niños en situación de calle. Hasta luego, señor Apolinar. Volkswagen. Das auto.
Apolinar se quedó solo con su padre. Este sistema económico lo había matado. Recordó la última vez que habló con él. Fue ahí en Puebla. En un punto de la conversación Pável Malo se puso nervioso e interrumpió su plática.
—Qué estúpido soy.
—¿De qué hablas?
—Te iba a contar algo, pero acabo de comprender que es una tontería. Olvídalo.
—Cuéntame, ya me dejaste picado.
—Últimamente he leído mucho a Lev Piesplanos y se me pegó su paranoia. Ya sé que no todo es una intriga internacional, hijo, pero me enteré de un chisme del trabajo, es solo chisme.
—A ver. ¿De qué va ese chisme?
—Ya te dije, es una tontería. Es algo sobre Corea del…
—¡Dos tacos árabes con todo! Ahorita les traigo limones —terció el mesero.
—Me estoy muriendo de hambre, Apolinar. Luego te cuento bien, ¿ok?
Ahora que lo tenía de frente le preguntó.
—¿A qué Corea te referías? ¿Sur o norte?
El cuerpo inerte guardó silencio. Apolinar se desahogó hasta secar sus ojos. Agradeció a los empleados del Servicio Médico Forense y se retiró.
Lo cremarían en un par de horas. Quedó de pasar a las siete por las cenizas, así que fue a matar el tiempo al centro. Comió dos cremitas en La California. Su postre favorito. De chico lo premiaba su madre con natilla, Pável prefería el flan napolitano. La primera vez que visitó Puebla quedó fascinado con las cremitas. Eran el epítome del sabor. Suaves, frías y dulces. Le gustaba la decoración antigua de La California, las luces neón que anunciaban los postres y el caballo de monedas que recibía a los clientes.
—Si llegase a existir el paraíso, ojalá fuera como esto —pensó Apolinar y luego pidió otra cremita.
Vio su reloj. Era hora. Se limpió los labios con una servilleta y agradeció el servicio a una señora. Pagó la cuenta y se salió.
Estaba por subir al taxi, mas se arrepintió. Entró de nueva cuenta a La California y pidió hablar con la gerente.
—Me interesa comprar una franquicia. ¿Con quién puedo arreglarlo?
—La dueña casi no viene. Pero le puedo dar su teléfono. Es coreana.
El dato racial sobraba, según Apolinar Malo.