Tierra Adentro
Still del documental “Bitter Lake” de Adam Curtis, “We are all born killers” (2015).

Nunca se trató de amor. Se repetía Héctor.

Nunca se trató de amor. La frase rebotaba dentro de su cerebro, como pelota de ping pong, como si se hubiera desencadenado un rebote de izquierda a derecha y ya no pudiera detenerse. “Nunca” toque cráneo lateral derecho, “se” rebote en mandíbula, “trató” toque cráneo lateral izquierdo, “de” rebote en mandíbula, “amor” toque cráneo lateral derecho, “Nunca” rebote en mandíbula…

¿Entonces de qué se trató? le preguntaba Nano sentado en el asiento copiloto mientras Héctor pisaba el acelerador. Nano no tenía muchas cosas claras: ¿por qué Héctor sudaba?, ¿qué imágenes pasaban por su cabeza?, ¿quería llorar o por qué apretaba así la boca?, ¿por qué iban tan rápido?, ¿qué pasaría si un perro cruzara la calle en ese instante?, ¿qué se sentiría morir?, ¿por qué vivimos y con qué objetivo? Las preguntas sobre Héctor no lo apuraban tanto como la última, así que, cuando entendió que Héctor no pensaba hablar, se sumergió en su propia pregunta y volteó a ver la luna creciente.

San apretaba el gatillo del encendedor desde el asiento trasero, batallando contra el viento que entraba por la ventana abierta de Héctor.

Hace tiempo no le salía un porro tan horrible. Pero la velocidad de Héctor y la premura del momento lo habían puesto un poco nervioso. En un carro en movimiento y con las manos sudorosas era difícil forjar con elegancia. 

Eventualmente el humo de la ganjah cumplió su cometido y con los pulmones hinchados de verde, San encontró la paz que llevaba un rato buscando. 

Vi un documental cabrón, dijo en voz alta. 

Sobre Afganistán, continuó. 

He estado viendo muchos videos sobre las torres gemelas. 

¿Te gusta ver cómo caen?, preguntó Nano.

Me gusta ver el fuego.

¿Pero las personas? ¿Te has puesto a ver los videos de la gente que se avienta?

No, wey.

Ah.

¿A ti sí te gusta ver eso?

Los veo y me pregunto qué estaría pasando por su cabeza.

¿Mientras caen?

Antes.

¿Justo antes?

Sí.

Y con ese sí, Nano ponía final al interrogatorio. 

Se dejó caer el silencio, y se volvió protagónico el sonido de la defensa del chevy, que Héctor había aflojado con un banquetazo, meses atrás.

Las luces de los otros carros atravesaban los vidrios. El rechinido de la defensa marcaba un ritmo zigzagueante que arrulló las mentes de los tres. Pensaron primero en la muerte, como concepto y certeza; luego en su propia muerte; y luego temieron la muerte de sus padres. 

Con un movimiento decidido, la mano de Héctor encendió la radio y Marco Antonio Solís inundó el ambiente con su voz color azul con franjas doradas; al menos, ese era el color que le asignaba San. 

He hecho unos cambios en mí, pensando si te gustarán…

¿Será que los hombres somos más proclives a la violencia por haber nacido con pito?, se preguntó San, observando la nuca de Héctor, con su cabello al ras, cortado obsesivamente con la afeitadora de su papá. Era perfecto el corte y evidenciaba el color rojo que seguía tiñendo apenas la nuca de Héctor, que brillaba todavía a causa del sudor. 

San estudiaba biología, aspecto que, de vez en cuando, lo llevaba a hacerse preguntas con respecto al género. Le gustaban mucho los animales, y trataba de entender qué hacía a los machos ser machos y las hembras ser hembras. 

Volvió a pensar en el documental, Bitter Lake se llama, y reparó en que eran hombres casi todas las personas que aparecían en pantalla. 

Hombres en guerra. 

El documental lo impactó, y cuando su mente se volvía turbia, visitaba los momentos que lo habían hecho sentir cosas; como una escena en los primeros minutos del documental, en la que salen unos soldados, parece que están ebrios y hablan de la cantidad de personas que mataron ese día. Como si hablaran de un videojuego. Recordando con euforia cómo ese día habían asesinado 24 personas, sin orden alguna. 

Todos se callan cuando uno le replica a otro: todos nacimos asesinos.

¿Y si sí?

San se preguntaba si sería capaz de matar a otra persona. No estaba seguro de odiar esa fantasía. 

Héctor frenó de repente. 

Nano había percibido como iban desacelerando poco a poco después de una prolongada curva. Se habían orillado oportunamente. 

Sus manos seguían aferradas al volante. 

San preguntó: ¿Hay plan?

Nano respiró profundamente. Era evidente que nadie había hecho ningún plan. 

Héctor rompió en lo que parecía un llanto o un ataque de tos contenido. Sintió ganas de estrellar su cabeza contra la ventana, contra el volante; necesitaba herirse con urgencia. Y ahora también lloraba, como marica. Se intentó reventar la cabeza con dos puñetazos y al notar la dificultad de la empresa, optó por apretarla entre los puños y estrellarla repetidamente contra el volante. El claxon sonaba en consecuencia.

Nano pensó que eso era ya excesivo. Que era solo cuestión de tomar decisiones. Pero en esta ocasión no tenía ni una sola idea sobre cuál era el camino correcto. Tenía claro cuál sería el camino más práctico, aunque probablemente no el moralmente más adecuado. Pero conociendo a Héctor, seguir complicando este dilema moral sería una tortura. Pobre Héctor, ahora sí era incierto cómo saldría de esta. Solo parecía haber tragedia en el panorama. 

“Esperemos todo resulte bien”, pensó, dándose cuenta de que era una frase que repetía mucho su madre. Curioso, enunció en su mente, mientras tomaba su barbilla con la mano en un gesto pensativo.

Héc, Héc. Para cabrón. Estás haciendo mucho ruido.

Cálmate, wey.

Respira, Héc.

Nano observó a San y pensó que tenía una habilidad particular para brindar tranquilidad a otras personas en momentos de crisis. Y se sintió tranquilo, aunque antes de eso no se había sentido intranquilo. Eso también le pareció curioso.

Una vez que Héctor empezó a respirar y un moco escurría por su nariz, San y Nano se vieron a los ojos, y con la mirada se dijeron tantas cosas; entre ellas, que había que decidir qué hacer porque Héctor no parecía tener posibilidad de resolverlo solo. 

San pensaba que la verdad era fácil de manipular, si es que de hecho la verdad existía. Lo vio en el documental, los políticos lo hacían, la gente que dirigía las grandes potencias mundiales se permitía eso. Y ¿qué no, al fin y al cabo, ser bueno o ser malo dependía del ángulo desde el que se juzgaban los actos? Con los argumentos adecuados y las acciones oportunas, Héctor podía aparecer como el bueno de la historia. Todo dependía de quién contara la historia. Todo dependía de quién contara la historia antes y más fuerte. 

Pensaba que me amaba, dijo Héctor. 

Por fin se había destrabado su pensamiento. 

No pintaba nada bien esa respuesta, meditó Nano. Con cuestiones emocionales, él prefería no participar. Nunca había podido cultivar la capacidad de empatizar con las emociones de los demás; tampoco había tenido interés en ello. Cerró los ojos y se entregó a la oscuridad.

San repasó en su cabeza la frase de Héctor y pensó que era interesante el vuelco que había dado con dicho diálogo.

Eventualmente aceptó que no quedaba nada más que esperar que pasara la noche y el día les revelara nuevas respuestas. Se acostó en el asiento trasero y fumó nuevamente. ¿Habría alguna persona verdaderamente buena en el mundo o solo era una serie de hipocresías acumuladas lo que nos hacía creer entender el bien y distinguirlo del mal?


Autores
(Ciudad de México, 1993) Dramaturga, directora de escena y docente. Tiene la licenciatura en Literatura Dramática y Teatro de la UNAM. Fue ganadora del Premio Bellas Artes de Obra de Teatro para Niños, Niñas y Jóvenes “Perla Szuchmacher” 2021, por su obra Oppa, y del Premio Nacional de Dramaturgia Jóven “Gerardo Mancebo del Castillo Trejo” 2023, por su obra Sobre el sonido de un derrumbe. Desde el 2014, con su compañía La voz de las cosas, ha dirigido y adaptado obras de teatro para público jóven y adulto; así mismo se ha especializado en el trabajo y diálogo con jóvenes audiencias, desde la docencia en nivel secundaria, hasta su participación en diversos eventos de difusión cultural entre niñas, niños y jóvenes.