Museo del cansancio. Poéticas de la procrastinación
para kuro
En el 2018 emprendí una recolección de memes relacionados con el sueño y la hueva. Sería presuntuoso llamarle archivo y sería exagerado llamarle investigación. Fue, digamos, una búsqueda irregular e intermitente que empezó cuando leí un artículo en Buzzfeed sobre life hacks para la gente floja (cubrir de celofán un plato para no tener que lavarlo, girar el televisor noventa grados para jugar videojuegos acostadx, empujar el bote de basura desde el asiento de conductor, entre otros). Me pareció que dichas imágenes iban más allá del humor. Aquel que no hace un esfuerzo, aquel que ralentiza o aletarga el proceso de producción, aquel que preferiría no hacerlo porque ha optado por permanecer el día entero en cama me parecía el estandarte de una nueva forma de insurrección.
Mi postura con el tema no pretendía ni pretende ser radical. Este ensayo es un Retrato del becario cansado. “You still look tired”, dice un dibujo del ilustrador y tatuador Charlie Castañeda (Toluca, 1997).
Charlie Castañeda aka merlot samurai, You still look tired, 2021
Algunas tardes, sin ánimos de reanudar mi labor como tesista, me acostaba en la cama viendo hacia el techo, pensando en todo lo que podía hacer y no hacía, a sabiendas de que todos mis pendientes, mis responsabilidades, mis planes a largo plazo, se esfumaban en la calma del colchón. Después de todo, me era difícil distinguir los límites entre ocio y trabajo (quienes nos dedicamos a la investigación la mayoría de las veces desconocemos si leemos por gusto o por necesidad). En esas tardes exasperantes donde no podía moverme, tenía que repetirme a mí mismo: no estoy deprimido, no estoy deprimido, no estoy deprimido. ¿Entonces?
Me asumí, digamos, como el experimento de mis huevas y mis cansancios. Desprovisto de la voluntad para concentrarme, la sensación de improductividad se intensificó al darme cuenta de que mi rutina como estudiante de maestría estaba enmarcada en una lógica en la que yo asumía ciertas obligaciones; que esas obligaciones autoimpuestas se encaminaban siempre a una sed de reconocimiento de una triste plusvalía simbólica. Cuando me di cuenta de que todos mis esfuerzos como trabajador creativo implicaban una especie de patético reconocimiento tardío, empecé a preguntarme si acaso no sería mejor abdicar. Si no estoy leyendo, si no estoy escribiendo, si no estoy haciendo nada, ¿será que estar acostado no es algo así como parte de mi obra en proceso? ¿Y cómo vivir mi cansancio sin remordimiento?
Cuando estoy acostado sin hacer nada, siento que de golpe freno toda una lógica que me obliga a permanecer activo. Si no estoy produciendo, dejo de existir. La procrastinación es autonulificación y renuncia. (En una tortilla, la artista Carmen Serratos Chavarría [Pachuca de Soto, 1995] tejió la frase “No tengo ganas ni de escrolear”).
Ser productivx, ¿para qué? Aún más: ¿para quién? ¿Acaso no sería mejor boicotear, desde mi no hacer nada, el circuito de producción? ¿Para qué trabajar si las recompensas, a diferencia de las que me proporcionan mis estados de reposo, no eran inmediatas? Empecé a fantasear con la idea imposible de sobrevivir haciendo nada, ya no digamos bajo el amparo de una beca. Sobrevivir de nada, ningún tipo de subvención, ningún dinero que no provenga del esfuerzo. ¿Podemos imaginar un mundo en el que no haya que trabajar para subsistir? Una declaración de Marcel Duchamp se convirtió en un motto: “soy un respirateur: un respirador”.1 Me pregunto si acaso no somos una confederación de respiradores, de sujetos improductivos, de flojxs en busca de reivindicación.
La pereza reaparece en la cultura occidental en términos condenatorios. En la Segunda Carta a los Tesaloniences (3:6), Pablo sentencia: “Hermanos, les ordenamos, en nombre de Cristo Jesús el Señor, que se aparten de todo hermano que viva sin hacer nada”. En “Contra la holgazanería”, Montaigne relata el valeroso ejemplo del emperador Vespasiano, quien daba órdenes a su ejército desde su lecho de muerte.2 Aunque fungió como político y consejero del reino, el escritor francés pasó buena parte de su vida sumergido en su biblioteca, enfrascado en la lectura y el estudio, gracias a una situación económica afortunada que se lo permitía. Quizá Montaigne evadió el tema de censurar la flojera porque él, en resumen, era un flojo, un “laborioso indolente”, como se describía a sí mismo en otro essai.3
El año pasado, cuando comenzó la pandemia, nunca imaginé que íbamos a pasar tanto tiempo acostadxs. Que nuestras camas, cobrarían un protagonismo dentro de la cotidianeidad de nuestro estrecho aislamiento doméstico. De pronto comencé a sentirme más conectado con el mundo, más empático con otrxs acostadxs.4 Conozco de antemano las objeciones: no todas las personas tuvieron el privilegio de acatar la cuarentena y menos en cama (pero ¿qué pasa con lxs creativxs que no tuvieron de otra? ¿quién contará la atrofia gradual de nuestrxs cuerpxs?) En ese mismo periodo encontré una imagen que, para alentarnos a evitar la procrastinación, aconsejaba imaginar “como si la cama fuera de lava” (bed is lava). Y yo me preguntaba por qué no podíamos aceptar que pasar todo el día en cama podía ser no solo poético, sino también un acto de resistencia.
En la serie fotográfica Artist At Work (1978), Madlen Stilinović permanece acostado en una estrecha cama. Los gestos que hace el serbo al reposar no invitan al descanso, por el contrario, transmiten angustia, ¿realmente está celebrando la ociosidad? ¿O se trata de un comentario en torno a la ansiedad del artista al no estar produciendo? ¿Es una metáfora sobre su rol disfuncional en la sociedad? La flojera de Stilinović presentada en términos documentales parece desalentadora al compararla con otras formas de ocio creativo, inclusive trabajos de performance de la misma época, como Bed Peace (1969) de Yoko Ono y John Lennon y Bed Piece (1972) de Chris Burden, donde la cama es ocupada a modo de manifestación pública, en una especie de antagonismo institucional. Otro ejemplo que vincula creación y descanso es el poeta Saint Pol-Roux, quien, antes de irse a dormir, colgaba un cartel con la leyenda “el poeta trabaja” (le poéte travaille).
Esbocemos, pues, diferentes poéticas de la procrastinación en las artes visuales y la literatura. Conforme escribo estas líneas me reconozco y celebro flojo y fracasado entre una genealogía de flojos y fracasados, algunos de caricatura, como Garfield, desde su reinterpretación mexicana como un “bello durmiente” en la pintura de Joel Castro-Ramos, artista que, tras quedarse desempleado durante la pandemia, trabajó de velador en la ruta camionera 46 en la Ciudad de México. Este texto es, en cierto sentido, una apología de la mediocridad, y, también, una invitación a una convención imaginaria de cansadxs.
Forevers y haraganxs
La trayectoria de irak morales (Edomex, 1981) tendría que relatarse como una novela picaresca. Antes de entrar al campo de las artes visuales, llevaba un empleo convencional, trabajando ocho horas en una empresa en la que tenía ciertas facilidades y, a la vez, “condiciones aspiracionales muy chaquetas”. Pronto se fastidió y pidió un descanso, en el que se dedicó a esculpir en el patio de su casa. Al cabo de unos días renunció. Un exjefe, que más o menos había intentado convencerlo de cambiar de opinión, al enterarse de que tenía inquietudes artísticas, lo animó a seguir en el viaje, y una amiga le propuso ir al Museo de la Cultura Tlatilca a preguntar si de casualidad podía exhibir ahí sus creaciones. Le dijeron que sí.
Para ese entonces desconocía que se podía estudiar para artista, y pronto se enfrascó en la misión de entrar a la ENPEG La Esmeralda, que parecía la única ruta viable para cualquiera que buscara ser artista. Primero tuvo que terminar la prepa en un sistema escolarizado abierto. Se esperó y aplicó, pero no quedó. Tras otro par, o varios pares, de intentos fallidos, y luego de descartar la posibilidad de ser admitido en la ENAP, morales se asumió autodidacta. Partió a Oaxaca, a un diplomado en el Centro de las Artes de San Agustín Etla, y luego se movió a cursar el posgrado CEACO, en La Curtiduría, centro de artes visuales fundado por Demián Flores en el año 2006. Como reza la canción del legendario grupo de rock El Personal, morales no se hallaba en Oaxaca. Finalmente ingresó a la escuela de arte SOMA, programa educativo no-oficial gestionado por y para artistas en la Ciudad de México, al tiempo que cursaba el programa pedagógico experimental, Sincronico II Atlas, en la extinta fundación Alumnos 47. La búsqueda de morales tuvo como imperativo “dejar de lado los materiales comunes del arte, pinceles y eso”, para así apostar por “materiales más dúctiles para sus ideas”.
Su peregrinaje devela una relación incómoda con la educación artística nacional, con su innegable miopía al integrar aspirantes que propongan superar la exigencia de un oficio (dibujo, grabado, pintura, escultura). No parece arriesgado decir que las instituciones artísticas oficiales en México aún no saben asimilar por completo candidatxs que interroguen dónde empieza y dónde termina esa cosa que llamamos arte más allá de las convenciones. Pues ¿cómo se practica esa cosa desde allá, desde el cinturón periférico con todo y su vacío de referentes, periferia que además sostiene una relación desigual frente al epicentro? ¿Es posible en la actualidad abogar por formas indisciplinadas, salvajes, por un arte sin formación mas no desinformado?
irak transforma el desecho en una especie de combustible. La ciudad es concebida como un gran vertedero; el desecho, el excremento, el cascajo, son sus ejes vectores. Prevalece una postura política en el uso de los materiales, en pro de una economía de producción barata, despreocupada de los gastos, sustentable, a modo de permacultura o deriva ecológica, que es, por otro lado, un gesto subversivo, corrosivo, casi de iconoclastia frente al gusto purista y biempensante. Hay una libido en su producción que, desde el margen, desde la calle y no desde un estudio, arroja piedritas con una resortera casera al modelo capitalista heterocorporativo. Como diciendo: más objetos, ¿para qué?
Esa energía juvenil, en tanto temporalidad biológica y añoranza nostálgica de la mocedad, culmina en forever y salvaje (2017) proyecto realizado en Interior 2.1, espacio de arte independiente en Guadalajara. Allí, morales apostó por un tipo de obra que no se distingue del entorno: cajas de cartón, empaques de comida chatarra, cemento, bolsas de plástico, calcetines, bolsas de té usadas y secas, etc. Aunque la manufactura objetual en ocasiones asemeja al de una escultura, la sensación general es envolvente, como una instalación guiada por un principio de derroche y flojera: “entre menos ‘energía’ deposite yo en un objeto, está mejor, entre menos esfuerzo me cueste”. Para morales, el residuo ya viene trabajado (ya se depositó un esfuerzo en su creación y uso), y el chiste, pues, recae en “trabajarlo menos”. Y digo chiste porque, en efecto, gran parte de la producción de irak es motivada por la socarronería, la improvisación, el juego, el espíritu parrandero. La obra cotorrea, no se toma en serio a sí misma, incluso, desde su vocabulario en apariencia ingenuo, alburea.
“Que unx produzca arte como se demanda es una forma de control”, afirma irak. De ahí que su labor oscile entre el hacer y el no hacer, entre la confección depurada de un objeto, el ocio y el vagabundeo. Otros de sus trabajos establecen asociaciones entre la labor artística y las economías precarias e informales: rotulistas, puestos de tacos, Uber Eats. Hay un subrayado interés por enaltecer el valor de las economías domésticas. En su caso particular, la distribución de un mezcal casero “el pierdenalgas” (actualmente produce otro en botellas de electrolitos llamado “electromezcal“). En deme 3×5, con tode y pallevar!!! (2019), solx show presentado por NERIBarranco en Material Art Fair, trastornó la dinámica habitual de la feria, transformando su booth de exhibición en una mezcalería underground atascada de imágenes del pulp mexicano: Las chambeadoras y el Libro vaquero. También exhibió un tortillero bañado en chapa de oro de 24k, ornamentado con granos de maíz de procedencia varia, en clara alusión paródica al extractivismo del arte con enfoque social.
En la producción de irak morales persiste una actitud que nos invita a trazar una genealogía del paria en la cultura occidental, siendo el paria una figura sintomática de nuestras sociedades disciplinarias y también una respuesta frente a la opresión social, estatal y mercantil. Si existe una preocupación en este cuerpo de obra es la de hacer poco o, de preferencia, nada. Sería propicio recordar a Robert Filiou (1926-1987), artista/escritor francés cercano al movimiento Fluxus y sumamente adelantado a su tiempo. En el poema performático Yes: An Action Poem (1965), sugirió la idea de “sentarse de forma quieta, sin hacer nada” como el “secreto de la creación permanente”.5 Defensor del “poder revolucionario de la mediocridad”, Filiou celebró “la falta de disciplina, la flojera, la espontaneidad, fantasía e improvisación”.6
Insisto, no se trata de producir obra inmaterial o cuestionar los límites del objeto desde su presencia, sino de no producir o, bien, producir lo mínimo, sorteando las adversidades que implica aquella postura. Como afirma irak, “si me preguntan qué hago como arte, cómo materializo o cómo pongo la obra en marcha, yo lo resumiría a nomás estar. Estar como un gesto máximo desde lo mínimo”.
Tardes de ocio y días de inacción
La obra multidisciplinaria de Carlos Lara (Monterrey, 1994) traza un relato genealógico que arranca con el arribo de sus bisabuelos a su ciudad natal en la última década del siglo XIX. El desplazamiento del ambiente rural al urbano de su familia, así como los procesos de modernización y las transformaciones en el sector laboral de la región han sido las principales líneas temáticas que recorren su producción. Desde entonces ha esbozado una investigación en torno a la ideología cimentada sobre el deber ser del trabajo en la sociedad regiomontana, férrea dedicación que se condensa en el Ideario Cuauhtémoc, decálogo de liderazgo creado por don Eugenio Garza Sada. Entre sus postulados de liderazgo se recomienda evitar considerar el trabajo un sacrificio y afrontarlo como un sacerdocio.7
En la instalación escultórica Breve melancolía de un atardecer dominical (2018), Lara retoma las mecedoras tradicionales de Monterrey de hierro fundido como una especie de “gozne simbólico” donde se entronca la historia colectiva con su linaje familiar. El título evoca las tardes de infancia en las que se mecía en compañía de su abuela, mientras sus padres se dedicaban a atender el mini súper que han llevado durante casi toda su vida. El movimiento de la mecedora también se relaciona con una sensación de letargo, que es, asimismo, un cansancio ennoblecedor. Peter Handke describe de forma parecida la vida en el campo austriaco en Ensayo sobre el cansancio. Allí, el autor narra cómo se experimentaba un “cansancio honrado, de igual a igual, en el cansancio de todos, unidos, y sobre todo, purificados por él”.8
Para producir la instalación, Lara recolectó 45 mecedoras oxidadas provenientes de diferentes colonias asociadas al pasado industrial de Monterrey (la Cuauhtémoc, la Vidriera, la Obrerista, entre otras), las cuales fueron intercambiadas por mecedoras nuevas. Algunas habían sido abandonadas a la intemperie de las casas, en los patios y, en ocasiones, en los techos. Su óxido y decadencia marca un antes y un después en la comunidad. La mecedora remite a una etapa idílica en la que, debido al calor, la comunidad tenía la costumbre de congregarse en la calle y ocupar las banquetas. Antes de la delincuencia, la vida social era de puertas hacia afuera. Durante el periodo de incremento de la violencia en Nuevo León, el hábito de descansar en la mecedora al aire libre se mitigó, al grado de que estas tuvieron que desplazarse a otros puntos de la vivienda o simplemente quedaron en desuso.
El diseño particular de la mecedora de Monterrey surgió, tal parece, tras las crisis de la Fundidora Monterrey en 1974, que desembocó en una serie de despidos graduales, motivo por el cual se abrieron diferentes talleres de soldadura y herraje a lo largo de la ciudad. Es posible que su diseño haya sido un trabajo en colectivo que responde a una “ingeniería local”, como una forma práctica de producirlas con un estilo que hasta la fecha evidencia cambios sutiles. Las mecedoras que Lara recolectó fueron posteriormente ensambladas siguiendo “un principio de equilibrio”. Desde su origen hasta su reajuste como obra de arte, fueron originalmente esculpidas por un “obrero cansado”. Ensambladas, compactadas en su curvilínea dureza, se convierten en una sola estructura tambaleante, acaso una metáfora de la economía familiar y la clase media mexicana. Sin embargo, para su creador, la escultura como tal no radica en el objeto monumental de casi siete metros de largo que fue exhibido en una plaza pública de Monterrey, sino en el principio de transformación detrás del acto de intercambio como una forma para esculpir la sociedad.
Si bien la mecedora es, en esencia, un sitio para descansar, inevitablemente está conectada a la idea de seguir trabajando. Lara advierte, no obstante, que ya no podemos concebir el trabajo como antípoda del ocio: son dos nociones que continuamente se empalman. ¿Cómo resignificar el ocio y cómo hacerlo productivo para el individuo, sin que genere capital para un tercero? ¿Cómo desprendernos de las nociones consumistas y capitalistas del descanso? En la premisa de Carlos Lara de reivindicar los descansos vespertinos de la clase trabajadora regiomontana, subyace la intención de revalorar formas de ocio que sirvan como fisuras dentro de las “industrias del ocio”.9 La lógica de producción que el artista cuestiona es ejemplificada por el trabajador promedio de FEMSA que invierte sus ratos de ocio y su salario en consumir los partidos de fútbol y la cerveza de la misma empresa para la que trabaja. Frente a una capitalización gradual de los espacios de ocio de su ciudad —parques, plazas comerciales, estadios de fútbol—, el proyecto de Lara indaga en los intersticios del descanso no-lucrativo que teje e integra a la sociedad mexicana.
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Del tortillero a la mecedora, las obras que conforman al museo del cansancio se someten a una lenta desmaterialización. Hay formas de cansancio que no se expresan a través de un objeto físico, sino de su desaparición. En efecto, la práctica de Rodrigo Prian-García (CDMX, 1989) ha consistido en un reiterado acto de desaparición: borrar sus señas de identidad de documentos oficiales; desaparecer con solvente el contenido de publicaciones de arte; lijar el contenido escrito de cartas firmadas en papel membretado; quemar toda su obra pictórica de una década, etcétera. Quizá sería mejor resumir su empresa como la epopeya del arte inútil. De cómo hacer un gran esfuerzo para no llegar a nada.
Cada una de sus series bien podría decir, como nota al pie, “en vano”. En el 2019, por ejemplo, ideó redactar a modo de plana en una máquina de escribir: no tengo nada que hacer y lo estoy haciendo y esto es arte. La plana se cumplía con un rigor de cuatro horas diarias (exceptuando fines de semana y días feriados). Si el modelo capitalista ha orillado al trabajador creativo a producir objetos para lucrar con ellos, Rodrigo Prian-García ha optado por gestionar su horario de producción para borrar, destruir y pulverizar.
Rodrigo se describe a sí mismo como un “burócrata de lo simbólico”, un “artista de medio tiempo” que, en su inconformidad ante los paradigmas del arte, ha optado por un tipo de conceptualismo extremista. A diferencia del conceptualismo que nació a finales de los años sesentas, poco tiene que ver con un metalenguaje o una crítica de los signos; a diferencia del que se consolidó en América Latina en los noventa como reacción al exotismo y a los tropos visuales del sur, este escoge el silencio, el vacío y la nada, es más: hace de la nada su materia prima; le intenta dar forma y sentido. La nada como un estilo de vida: “¿qué haremos?”, pregunta Vladimir a Estragón en el primer acto de Waiting for Godot, quien le responde: Don’t let’s do anything. It’s safer.10
Se trata de un ostracismo visual, un conceptualismo renegado cuya única preocupación (si es que realmente tiene una) es la de agotar los límites de la inactividad. Este cuerpo de obra apático y a la vez humorista (a veces espectral, basado en rastros o vestigios, en polvo, nubes y aliento), se opone enfáticamente a toda manera de trabajo, considerado “una maldición o castigo”. Habría que matizar estas palabras. Para Byung-Chul Han, el exceso de positividad y la hiperactividad contemporáneas van en detrimento del desarrollo del sujeto contemporáneo, y añade que “es una ilusión pensar que, cuanto más activo uno se vuelve, más libre se es”.11 Por ello, el principio que moviliza las ideas de Rodrigo Prian-García es siempre el de la negación y el ocio como actividad suprema.
El arte se autoreferencia a sí mismo todo el tiempo, como si hubiera un miedo a la pérdida de la significación: una imagen nos remite a otra para que el canon no pierda su serena linealidad. El proceso de decodificación y hermenéutica parece sencillo cuando los signos nos brindan seguridad interpretativa. ¿Qué sucede donde solo hay un espacio en blanco y nada que ver, donde solo permanece la anécdota? La mayoría de sus trabajos, debido a un descreimiento de la originalidad, recurren a la cita y al homenaje. Inspirado en los actos de larga duración del taiwanés Tehching Hsieh (1950), que de 1986 a 1999 se propuso no producir ni mostrar nada de arte, Rodrigo emprendió Ninguna pieza de arte (2016-2017). En ese período no visitó galerías ni museos, ni leyó nada relacionado con el arte, empleando su tiempo de producir para des-producir, hacer otras cosas, vivir a secas (la pieza partió de una declaración firmada).
Gestos de negación que nos recuerdan a Bartleby, aquel misterioso escribano protagonista de un relato de Herman Melville, renuente a asumir cualquier actividad al repetir una misma frase: preferiría no hacerlo. “Yo me considero un especialista en hacer nada”, sostiene Rodrigo. En su análisis dedicado a la cultura del “slacker” en Estados Unidos, Tom Lutz apunta que, en numerosas ocasiones, el defensor de la flojera es una especie de “impostor”. Si la flojera se vuelve impostada o no, es lo de menos: su exaltación es lo que cuenta, puesto que “en una cultura obsesionada con el uso, el pragmatismo y la productividad, el hacer nada no es un acto neutral”.12 El humor negro se agudiza en Tarjetas de presentación (2018), para las cuales empleó un diseño tipográfico cliché. Las tarjetas homenajean, ya no a un celebérrimo artista, sino a aquellxs que simplemente no han encontrado o no pueden o no quieren amoldarse a un rol dentro de la sociedad, y que de hecho somos bastantes: Rodrigo Prian-García — bueno para nada.
Precariedad y cansancio en la era tiktok
La primera vez que conocí a Victor Alvarado (CDMX, 1995), me regaló una paleta de dulce con la leyenda “PAGO CON EXPERIENCIA”. El caramelo forma una serie de objetos de arte comestibles con frases que aluden al trabajo precario en las industrias creativas. Desde entonces, su producción no ha dejado de probar todo tipo de soportes, estrategias e ingredientes, siempre con la intención de señalar problemáticas derivadas de la precariedad, la autoexplotación y la ansiedad. Workout afectivo hacia la nueva normalidad (2020) es un “rinconcito afectivo-digital” gestado con el apoyo del PAC que indaga en las secuelas psicoafectivas del sujeto precario después de la pandemia. Alvarado propone estrategias de distanciamiento (o ¿sería válido llamarlas “didácticas”?) que contrastan con la gravedad y tesitura teórica del tema en cuestión. En conjunto forman un bricollage estridente de memes, comedia, stand-up, soft-porn, ASMR, emojis y camp. Alvarado extrae de cada secuencia de ejercicios —burpees, jumping jacks, sentadillas— un comentario crítico y humorístico sobre el afán de perseguir nuestras metas en un sistema meritocrático y engañoso. Inhalo y exhalo.
Alvarado parodia la pose del coach de rutinas videograbadas, así como a la cultura fitness de celebridades como Bárbara de Regil, llevando a la exageración el habla del emprendedor contemporáneo. La estrategia es, ante todo, ensayística. ¿Podríamos pensar el ensayo como un deporte? En sus diarios, Susan Sontag anotaba que un escritor, al igual que un atleta, debe entrenar para mantenerse en forma.13 Años más tarde, apuntaba la idea descoyuntada de un “jogging cerebral”.14 Pero en el video de Víctor la modalidad ensayística no apunta a la perfección de un oficio, sino a la denuncia de la “positividad tóxica” y el “optimismo cruel” que nos inducen a mantenernos exitosos y productivos para sobrevivir en la era post-covid (precisamente la filosofía de bed is lava). Al final, el trainer recapacita, adopta seriedad y, al percatarse del “marco de reglas obsoletas que nos obligan a triunfar”, concluye: “no me cuadra la presión social de conseguir un cuerpo ideal”.
Tras varias conversaciones sobre los complejos en torno al crecimiento de nuestros cuerpos en la pubertad, durante el periodo de pandemia, realicé en colaboración con Victor Alvarado un “docu-pastiche” titulado Con el sudor de mi frente (2020), donde aparezco con una indumentaria de gimnasio ochentero, haciendo una rutina de workout sin diálogo: el montaje de las imágenes hace explícito, casi tautológico, el comentario sobre una sociedad basada en el dinero. El sudor, que es un elemento fetiche en la publicidad, se vuelve un efecto especial deprimente. La pose desafiante del inicio se va perdiendo conforme el agotamiento se acentúa y el cansancio se vuelve grotesco.
La idea surgió al reflexionar sobre la expresión “con el sudor de su frente”. ¿Por qué no todos los trabajos nos hacen sudar? ¿Por qué los trabajos donde la gente no suda son mejor pagados que los trabajos arduos donde sí? ¿Por qué una persona pizcando en una cosecha gana menos que una persona en una oficina, si su esfuerzo físico es mayor? Otras cuestiones se entrecruzaron: mis inseguridades y fantasías, la construcción mainstream de lo gay, mi atracción por los comerciales vintage mexicanos, las telenovelas y la cultura memética (en una parte vemos a los protagonistas de Destilando amor y a MC Dinero). Tal vez sea cansado trabajar, pero es todavía más cansado buscar trabajo y no encontrar nada.
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Pero hay un cansancio contemporáneo que no lo produce el trabajo, sino el esfuerzo de autorrepresentarse continuamente frente a lxs otrxs en las redes sociales. El cansancio de la sobreproducción de selfies y contenido no remunerado para Instagram. “Como el tono desechable de lo precario, sujeto e imagen se hermanan y parecen increíblemente en estos tiempos”, advierte Remedios Zafra, y agrega que “solo una vida solitaria y sin testigos offline podría resistir la impostura de la presión de producción estetizadora veinticuatro horas al día”.15
Las imágenes de Dani de la Torre (Querétaro, 1997) son “auto-memes” que circulan en Instagram, editados con un Photoshop “crackeado” circa 2016-2017, en busca de un efecto cutre y low-quality. Así, entre la confesión y la ficción (podría ser una con/ficción, un mensaje sincero expresado de forma insincera), Dani describe su práctica como caminar “la cuerda floja entre lo personal y lo público”. En la era del Tik Tok, ¿acaso no vivimos en modo performance 24/7? Sus imágenes cuentan un relato de formación, una novela coming-of-age, el viaje del underdog que parodia las dinámicas de interacción de los influencers.
En ocasiones, las imágenes que escoge de sí misma no son precisamente halagadoras, o, bien, escoge fondos o detalles decorativos que apelan al sinsentido, con el propósito de montar dos imágenes sin conexión, guiada por el carrete de fotos, planteando una “diferencia”, un “guiño” frente al maremágnum de imágenes hegemónicas en internet. En una de sus imágenes, donde porta con entusiasmo una mascarilla de avena, se lee: pensar está muy chido pero también está muy fácil. Al preguntarse los motivos que la orillaron a dejar de responder correos y desatender sus labores, Anne Helen Petersen advierte que el agotamiento o burnout es la “aflicción millenial” por excelencia, un tipo de agotamiento envolvente que recorre a la juventud tras la crisis económica del 2008, y que el capitalismo simula curar mediante una industria millonaria del self-care, de mascarillas y Marie Kondo.16 El meme de Dani reacciona a ese clima de descanso impostado a través de self-care sustentable y una apología de sus procesos de duda e inacción.
En otro meme creado a inicios de la pandemia, la artista sostiene un “kit de supervivencia”. De fondo vemos un caldo de pollo preparado por su mamá. La imagen interroga: cuando un proyecto se encuentra con su propio fracaso – el fracaso se debe volver un tema integral de estudio del proyecto.
Si fracasar está subestimado, tendríamos que revalorarlo. Volver a nuestros aburrimientos, defenderlos, si acaso fomentarlos, enaltecer la mediocridad para cortocircuitar la competitividad. Otra vez Zafra: “necesitamos abandonarnos al tiempo vacío, al aburrimiento que nos permite salir del flujo del malestar y pasar de la queja a la conciencia, de la deriva a la concentración”.17 Sin embargo, tampoco podemos caer en el romanticismo de la inacción. En una de nuestras entrevistas, Dani me dijo: no hacer nada es no querer nada y está muy difícil no querer nada. De la frase salió un nuevo meme especial para este ensayo.
“La neta creo que lo mío es pensar, pensar en cosas”, afirma De la Torre. Aunque se trate de imágenes ancladas en lo digital, su estrategia es decididamente literaria. Antes de la imagen, viene el texto, la frase ingeniosa que consigna en su libreta/diario/repositorio y que culmina como aforismo, o, inclusive, como emblema, en tanto combinación imagen + texto. Para Susan Sontag, el aforismo y el fragmento son un “pensamiento de libreta […] se podría rastrear una historia del pensamiento/arte en relación a las formas de transcripción: carta / manuscrito / libreta”.18 En la época que vivimos, habría que sumar a la lista al meme o el posteo web. La singularidad de las creaciones de Dani de la Torre radica en que la tradición del aforismo es notoriamente masculina, por no decir machista; rara vez incorpora voces femeninas.19 El aforismo, no obstante, es una visión antagónica frente a los grandes sistemas filosóficos; es deliberadamente ambiguo, instaura una “inagotabilidad hermenéutica”.20
Como si la artista se asumiera en un sketch permanente y el Instagram fuera tan solo el escenario, la transcripción de sus pensamientos como post-its mentales tiene un factor cómico crucial, pues considera que “el humor es el lubricante y también el punto de encuentro”. Así, en la producción digital de Victor Alvarado y Dani de la Torre, persiste la necesidad de afrontar de formas creativas la cuarentena, el aburrimiento y la im/productividad, escribiendo un relato que nos interpela como generación.
Coda
Pero quizá deba ceder paso a la poesía. Evocar la belleza de estar en cama acurrucado entre las sábanas, relajando la nuca, presionando la sien, apreciando la silueta blanda de las arrugas del cubre colchón, delineadas por el agotamiento, desatando mi extraña tendencia a olfatear los rastros de saliva en la almohada. En la cama se vuelven palpables los vestigios del spleen posindustrial. Tal vez por eso me desagrada tenderla (sobra decir que me da hueva hacer la cama). La cama como escultura work-in-progress. Por una flojera compartida pensada desde el hedonismo.
Dormir plácido como un personaje de caricatura, como Papá Moomin en uno de los dibujos de Alaíde Ixchel (Ensenada, 1995), a medio camino entre el meme de Instagram y la bitácora personal. ¡Cuánto tiempo me tardé en aceptar que mi mundo ideal no era el trabajo, sino un perpetuo estar-en-cama!
Ciudad de México, 22 de abril 2021
Agradezco a mis entrevistadxs por sus testimonios e imágenes
- Calvin Tomkins, Duchamp, Barcelona, Editorial Anagrama, 2006, p. 453.
- Michel de Montaigne, Ensayos, trad. Javier Yagüe Bosch, Barcelona, Galaxia Guntenberg, 2014, p. 1322-1329.
- Ibíd., 665. “Laborieux délicat” en el original.
- La cantante Charli XCX aparece en ropa interior en su propia cama para la portada de How I’m Feeling Now (2020). La cama se había vuelto una especie de punto focal en la experiencia cotidiana.
- Anna Dezeuze, “Good for Nothing”, Almost nothing: Observations on precarious practices in contemporary art, Manchester University Press, 2016, p. 129-130. La traducción es mía.
- Ibíd. La traducción es mía.
- Eugenio Garza Sada et al., “Ideario Cuauhtémoc”, disponible en línea: https://www.femsa.com/assets/2019/10/Ideario_Cuauhtemoc.pdf Nuevamente, vemos la estrecha asociación entre trabajo y religiosidad.
- Peter Handke, Ensayo sobre el cansancio, trad. Eustaquio Barjau, Madrid, Alianza Editorial, 2006, p. 34.
- Retomo el término de Raúl Rodríguez Ferrándiz. Ver “De industrias culturales a industrias del ocio y creativas: los límites del “campo cultural”, Revista Científica de Educomunicación, no. 36, v. XVIII, pp. 149-156. Agradezco a Carlos Lara por la referencia.
- Samuel Beckett, Waiting for Godot. A tragicomedy in two acts, New York, Grove Press, 2011, p. 13.
- Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Barcelona, Herder, 2012, edición kindle, s/p.
- Tom Lutz, Doing Nothing: A History of Loafers, Loungers, Slackers, and Bums in America, New York, Farrar, Straus and Giroux, 2006, p. 270. La traducción es mía.
- Susan Sontag, As Conscious Is Harnessed to Flesh. Journals and Notebooks 1964-1980, ed. David Rieff, New York, Picador, 2012, p. 327.
- Ibid., 488.
- Remedios Zafra. El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital, Barcelona, Anagrama, 2018, edición kindle, s/p.
- Anne Helen Petersen, “How Millenials Became The Burnout Generation”,Buzzfeed, enero 5 del 2019, https://www.buzzfeednews.com/article/annehelenpetersen/millennials-burnout-generation-debt-work
- Ibíd.
- Ibíd., 511.
- Existen casos extraordinarios en la poesía del siglo XX donde se combina el humor con el epigrama, tal es el caso de Dorothy Parker.
- Andrew Hui, A Theory of the Aphorism: From Confucius to Twitter, Princeton University Press, 2019, p. 3.