Micronaciones: la reinvención de territorialidades artificiales
Mi deseo de dominar al mundo y mi ambición expansionista imperial comenzaron con un videojuego. En los años noventa, cuando se popularizaron los juegos de computadora para Windows, me fascinaba jugar el World Empire IV. El juego era muy simple y mostraba un mapa de colores con las naciones del mundo y los nombres de los países. El objetivo era conquistar los diferentes territorios por medio de invasiones por tierra, mar o aire y convertirlos a tu “ideología”. Los conflictos eran señalados por globos rojos y amarillos con picos asimétricos que parpadeaban por unos segundos y marcaban las supuestas invasiones, tras lo cual se lograba o no la conquista. Poco a poco y con suerte, iba coloreando el mapa de todos los continentes del color predeterminado que había elegido para marcar la expansión de mi imperio. Así me aprendí los nombres de los países y podía reconocer sus banderas, capitales y población aproximada (según el juego), que se mostraban en una barra lateral antes de efectuar la conquista.
Cuando me regalaron mi primer globo terráqueo para ver en tercera dimensión los países, lo primero que hice fue compararlo con el viejo globo que estaba en casa de mi abuela que era mi fascinación porque todavía marcaba la “Unión Soviética”. El mío, renovado y con colores más brillantes, ya tenía las particiones de todas las naciones nuevamente independientes. Desde entonces, me obsesioné con la geografía y la cartografía, y me preguntaba si los países que yo veía en el mapa existían en realidad y si sería posible realmente conquistarlos con facilidad o simplemente re-trazar los límites de los estados, como en el videojuego. Lo que más me fascinaba era encontrar nuevas ciudades o regiones en los pliegues, cuyos nombres desconocía. Luego de “descubrir” un nuevo lugar corría a la enciclopedia a buscar más información sobre el remoto espacio que aún no había cartografiado.
Las micronaciones que han surgido en los últimos cincuenta años son prueba de que mi ambición expansionista imperial no es única, sino que forma parte de un deseo compartido por todos los pobladores de la tierra que nos sentimos súbditos, muchas veces inútiles y mínimos, de naciones en las que poco podemos influir. La solución de los micronacionalistas ha sido crear sus propias naciones, colorear los espacios ficticios o en disputa de sus propios colores ideológicos y multiplicar la lista de naciones con adherencias afectivas pero sin reconocimiento oficial.
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En 1966 un mayor retirado de la armada británica, Paddy Roy Bates, se apropió de una vieja plataforma marina, Roughs Tower, y la proclamó su territorio soberano. La plataforma, que está en el mar del norte a diez kilómetros de la costa de Suffolk, Inglaterra, era una vieja estructura que había sido usada por la marina como puesto defensivo durante la Segunda Guerra Mundial. La plataforma es del tamaño de dos canchas de tenis (tiene una superficie de 550m²) y está colocada 18 metros sobre el mar, sostenida por dos columnas huecas de concreto. En un principio, Roy se apropió de la torre para que fuera la base de su estación de radio pirata. En los años sesenta, la BBC tenía el monopolio de las transmisiones de radio y no había ninguna estación que tocara música sino hasta la media noche. Algunos aficionados establecieron estaciones piratas en barcos o, como Roy, en plataformas, para transmitir música las 24 horas del día desde fuera de las fronteras de Inglaterra.
Después de establecer su nueva estación de radio en la plataforma de artillería, Roy decidió regalarle la isla a su esposa por motivo de su cumpleaños. Poco después, en 1967, estableció formalmente el estado independiente de la “Principalidad de Sealand”, invocando la Ius Gentium o “Derecho de gentes” sobre un territorio que era Terra Nullius, es decir, “Tierra de nadie”. Roy izó su nueva bandera y junto con la recién coronada Princesa Joan establecieron una monarquía constitucional, parlamentaria y unitaria.
La improbable historia de la creación de la nación marítima más pequeña del mundo fue un golpe para el derecho internacional y abrió la puerta para que surgieran muchas otras micronaciones. Aunque ningún país reconoce formalmente al Principado de Sealand, es muy difícil negar su soberanía. En más de una docena de ocasiones, el gobierno británico ha intentado reconquistar la plataforma ya sea por la fuerza o legalmente, pero ha perdido cada una de estas batallas. La plataforma está localizada en aguas internacionales y por lo tanto fuera del mar territorial de Inglaterra. Luego de que Michael, el hijo de Roy, disparara a trabajadores que se aproximaron a la plataforma en un barco, se declaró en una corte inglesa que Sealand tenía el derecho soberano territorial de defenderse porque está a más de diez kilómetros de la costa, en aguas internacionales, y desde entonces los Bates toman este precedente legal para mantener su principado.
En las cinco décadas desde su establecimiento, Sealand ha sido víctima de golpes de estado, ha tenido crisis de rehenes, y ha intentado resolver sus problemas económicos siendo un casino flotante, un paraíso digital para el crimen organizado o una base para WikiLeaks. Sealand es el espacio ideal para el sueño de libertarios que buscan una nación lejos del alcance de toda regulación gubernamental. Pese a que no es reconocida legítimamente, es la micronación más conocida del mundo y ha sido modelo para la fundación de otras micronaciones que buscan rehuir al derecho local y encontrar espacios de soberanía en territorios en disputa.
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La geografía y la cartografía puras son neutrales en su condición de ciencias y métodos basados en las ciencias naturales o las matemáticas, pero son la base para toda cuestión y disputa política. Las delimitaciones geográficas y el trazado de líneas contienen en sí mismas ideas políticas acerca del espacio y la ordenación del mundo para su aprovechamiento y dominio. Las líneas imaginarias, hasta hoy, nos impiden acceder a ciertos espacios o nos dan el beneficio de entrar gracias a un pasaporte con la denominación de origen de nuestro cuerpo.
La toma de la tierra es el acto primitivo que establece un derecho ya que “la historia de todo pueblo que se ha hecho sedentario, de toda comunidad y de todo imperio se inicia, pues, en cualquier forma con el acto constitutivo de una toma de la tierra…precede lógicamente… e históricamente a la ordenación que luego le seguirá. Contiene así el orden inicial del espacio, el origen de toda ordenación concreta posterior, de todo derecho ulterior. La toma de la tierra es el arraigar en el mundo material de la historia”1.
El jurista alemán Carl Schmitt, adscrito en sus inicios al régimen nazi, publicó en 1950 El nomos de la tierra. El libro conforma una compleja teoría que liga las ideas históricas de la tierra y el territorio con el derecho que se fundó a partir de cada uno de los diferentes ordenamientos espaciales. Para Schmitt todo orden social es una ordenación del espacio y está condicionado por las concepciones que se tienen del espacio y, por lo tanto, toda revolución social es una revolución espacial, es decir, un cambio radical en cómo se concibe la dimensión del espacio. Para Schmitt, la conquista de un territorio es el acto que funda el nomos, es decir, el principio auténtico de legitimación más allá de la mera legalidad2.
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Las micronaciones son entidades constituidas como países modelos que proclaman ser estados independientes pero no tienen el reconocimiento del resto de los estados u organismos internacionales. Generalmente ocupan territorios muy pequeños o imaginarios y casi no tienen población. Tampoco tienen muchos de los atributos de un estado tradicional como control de su territorio, población o monopolio de la fuerza y soberanía. Muchas micronaciones reclaman territorios o le disputan territorios a otros estados, pero muchas de ellas existen solo de forma virtual (como un espacio social o un dominio en internet).
En los últimos cuarenta años, gracias a la expansiva desterritorialización del internet y a la tentativa de reterritorialización de viejos reclamos territoriales, se han multiplicado las micronaciones.
Es importante distinguir a las micronaciones de los pequeños países o microestados, que sí tienen un reconocimiento legítimo como Andorra, Mónaco, Fiji, Lichtenstein, San Marino, Palaos, Tuvalu o el Vaticano. Las micronaciones, a diferencia de los microestados, no cuentan con ningún reconocimiento de su soberanía o territorio y muchas de ellas no tienen los atributos de un estado tradicional. Pero no hace falta mucho para fundar una micronación y legalmente es relativamente fácil hacerlo.
Lo que tienen en común las micronaciones es que se mantienen dentro de los cuatro principios que definen a un “Estado” según la Convención de Montevideo: población permanente (aunque sea solo una persona), un territorio definido, un gobierno y la capacidad de entablar relaciones con otros estados. Todas las micronaciones cuentan con un nombre, un territorio (que va desde un dominio en internet, un cuarto adolescente o el universo entero), ciudadanos y tienen algún objetivo para legitimar su fundación.
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El Principado de Seborga decidió retomar un fragmento de tierra de 14 km² en el noreste de Italia, cerca de la frontera con Francia, que según Giorgio Carbone, no pertenecía legalmente a Italia. Después de una búsqueda exhaustiva en los archivos del Vaticano, Carbone, un ambicioso floricultor de la región, trazó claramente la historia del territorio de Seborga del que luego se proclamó príncipe: durante la Edad Media Seborga había sido propiedad de los monjes benedictinos de San Onorato de Lerins y en 1079 el Abad del monasterio fue coronado Príncipe del Sacro Imperio Romano, con autoridad sobre la Principalidad de Seborga. En el siglo XVIII la Principalidad se le vendió a la dinastía Savoy pero en la Unificación de Italia de 1861 no hay ninguna mención del principado, por lo que la fundación de la República Italiana de 1946, para Carbone, fue un acto ilegítimo y unilateral porque no consideró en ningún documento la soberanía de Seborga. Los habitantes de Seborga proclamaron en 1963 la independencia del principado y eligieron a Carbone como jefe de estado. Carbone se proclamó “Su Tremendidad” (Sua Tremendità) Giorgio I, Príncipe de Seborga, y la mayoría de los menos de cuatrocientos habitantes de la región votaron a favor de la independencia de Seborga de Italia.
El Principado de Seborga es una de muchas micronaciones que han sido fundadas por reclamos históricos válidos (o no tan válidos) como Sealand, la República Libre de Liberland, la Dependencia Real de Forvik o el Reino de Tavolara. En los archivos o en las lagunas de las leyes buscan que se les permita tener soberanía sobre un estrecho pedazo de tierra y así fundar un nomos sobre el cual arraigar su historia material y social. Las historias de los orígenes son ficciones que legitiman una trayectoria expansionista. Reclamos como el de Seborga revelan, en última instancia, que nuestra idea de soberanía fundada sobre el nomos de la tierra sutura el espacio del ser con el de la ley y el lugar y tiene brechas que nos muestran cómo se construyó el orden geopolítico a lo largo de la historia.
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A fines del siglo XIX e inicios del siglo XX la ordenación de la tierra y la idea de los Estados, que había nacido como vehículo de la secularización, cambió radicalmente y con ello el ámbito de la economía toma el primer plano en las relaciones que ahora son mundiales y dependen de la “libertad de la economía del mundo”3. Es decir, por encima de las fronteras político-estatales ahora está la economía mundial, no-estatal. El triunfo definitivo del capital marca la capacidad de descodificar el territorio como orden y de sustraerse al nomos para imponer su propia lógica devoradora.
La tentativa capitalista vino a cambiarlo todo y como bien dice el filósofo Gilles Deleuze, “consiste en reinventar territorialidades artificiales para inscribir a las personas, para volver vagamente a recodificarlas… Y ahí donde las territorialidades son flotantes, se procede por reterritorialización artificial, residual, imaginaria”4. Por un lado, bajo el capitalismo todo se desterritorializa constantemente, se descodifica toda identidad solida y estable o todo territorio fijo y consistente. Y, por otro lado, el capitalismo no cesa de reterritorializarse, de neo-territorializar, lo que no significa que resucite las viejas ideas de una soberanía que emerge de la posesión de la tierra o del cuerpo del soberano, sino que se trata de una reterritorialización subjetiva o de las subjetividades. La territorialización, no obstante, no se refiere solamente a la tierra, sino “todo doblamiento de los signos sobre aquello que puede servir de territorialidad en relación a ellos”5.
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Cuando los estados fallan y no crean espacios de legalidad para reterritorializar a las subjetividades, nacen micronaciones. El Reino Gay y Lésbico de las Islas del Mar del Coral, por ejemplo, nació como una micronación autoproclamada a manera de protesta simbólica de parte de un grupo de activistas LGBTQ de Queensland, Australia. En 2004, un grupo reclamó las islas no habitadas del Mar del Coral y declararon su independencia de Australia. Llegaron en el barco “Gayflower” a la isla de Cato e izaron la bandera del arco iris como protesta ante la decisión del parlamento federal australiano de prohibir los matrimonios homosexuales. En las pequeñas islas sin agua potable los activistas proclamaron su capital en un campamento de la isla Heaven. Basándose en la “Ley de enriquecimiento injusto” de la ley internacional que proclama que las poblaciones oprimidas tienen derecho de autogobierno y autodeterminación, los activistas proclamaron como “compensación territorial” un estado independiente gay y lésbico. La micronación existió de facto hasta 2017 cuando el parlamento australiano finalmente legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo y el autoproclamado emperador Matthew Briggs disolvió el reino.
Algunas micronaciones también comenzaron como un experimento social o como protesta política como el Reino del Otro Mundo basado en el matriarcado, o North Dumpling, una isla en la costa del Estado de Nueva York que se declaró independiente cuando decidieron no construir una turbina eólica en la isla. En esta veta, hay micronaciones que comenzaron como un proyecto artístico o pedagógico como el Gran Ducado de las Islas Lagoan, el proyecto de arte colectivo esloveno Neuwe Slowenische Kunst (NSK) que fundó su propio estado soberano como parte de su programa artístico, o el Reino de los Libros de Hay-on Wye que declaró una ciudad independiente de la corona británica.
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En 1979, Robert Ben Madison, con tan solo catorce años, fundó en Madison, Milwaukee, una de las micronaciones más antiguas que aún sigue vigente: el Reino de Talossa. Poco después de la muerte de su madre y con una ceremonia en la sala de su casa, hizo lo que muchos soñamos: declaró que su cuarto era su propio “país independiente y soberano” y que él sería su monarca y único ciudadano. Madison escribió un periódico, diseñó una bandera y un emblema para su nueva nación e incluso diseñó su propio idioma, el Talossano. Pero lo que le dio notoriedad fue que en 1995 Talossa fue la primera micronación en registrarse en internet y tener una presencia muy activa. A partir de una serie de reportajes que se hicieron sobre su reino, muchos “ciudadanos” se unieron a Talossa y a partir de entonces Madison comenzó a declarar que él había inventado el término “micronación”. Talossa tiene su propia lengua, el glheþ Talossan con 35,000 palabras y 121 palabras derivadas que inventó el propio Madison e incluso hay un Comité para el uso del lenguaje Talossano que en su página web da cursos para aprender el idioma y periódicamente extiende decretos sobre los cambios del uso en el lenguaje y suplementos a la lista del vocabulario. En su libro sobre Talossa, Madison dice que en un referendo la mayoría de los ciudadanos estuvieron de acuerdo en describir a Talossa como “una comunidad de personas que se divierten haciendo cosas que son razonablemente similares a lo que hacen otros países (“reales”), ya sea por razones de nostalgia turística, por desear poder, en busca de ser una parodia o, también, como la construcción de una nación”[efn_ note] R. Ben Madison, Ár Päts, The Classic History of the Kingdom of Talossa. 1979-2008. Abbavilla, Atatürk, RT: Preẞeu Støtanneu, p. 6. https://docplayer.net/47443172-Ar-pats-the-classic-history-of-the-kingdom-of-talossa-r-ben-madison-m-a.html [/efn_note]. A partir del surgimiento de Talossa en internet, han sido fundadas muchas otras micronaciones, territorialidades artificiales que existen exclusivamente en línea.
Con el internet y el surgimiento de la propiedad sobre los códigos o dominios virtuales surgieron nuevas territorialidades indeterminadas. Como llegó a vislumbrar Schmitt con el colonialismo en África, ante “una identidad abstracta del suelo, no puede comprenderse verdaderamente por qué ha de estar prohibida la adquisición de colonias a un Estado neutralizado y por qué un Estado cualquiera no ha de poder dominar, en cualquier parte del globo, por distante que se encuentre, cualquier trozo de tierra como territorio estatal”6. Excepto que, ahora, la identidad abstracta es puramente virtual y lo que se adquieren son territorios ya sean extraterrestres o servidores remotos que constituyen territorios para las micronaciones y sus diversas ambiciones.
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El Imperio Aericano (Aerican Empire) es una micronación fundada en 1987. Aerica no tiene ningún territorio soberano propio y tampoco ha sido reconocido por ningún otro estado soberano. Los ciudadanos aericanos reclaman la soberanía sobre un vasto territorio despoblado que incluye 1km² en Australia, el área del tamaño de una casa en Montreal, Canadá y otras áreas de la Tierra, además de una colonia en Marte, el hemisferio norte de Plutón y un planeta imaginario. Su bandera es similar a la canadiense, pero tiene una gran cara amarilla sonriente en el centro en vez de la hoja de maple. El lema del Imperio Aericano es: “El mundo es ridículo; mantengámoslo así” (“The world is ridiculous; let’s keep it that way”). El imperio fue fundado por el canadiense Eric Lis y un grupo de amigos. Durante los primeros diez años, el Imperio era enteramente ficticio y reclamaba soberanía solo sobre planetas ficticios y peleaba con otras micronaciones de forma virtual, pero después de la apertura de su sitio en internet en 1997, el Imperio fue declarado una entidad real y comenzó a emitir pasaportes, monedas y notas bancarias. A el Imperio Aericano le siguió otra veta de micronaciones que nacieron como un experimento legal o científico como Asgardia y Celestia que reclaman que todo el universo es su territorio.
El impecablemente diseñado sitio de internet de Asgardia, o el “Reino espacial de Asgardia”, micronación que nació en 2016, nos muestra lo lejos que puede llegar la ambición expansionista y de tener un espacio que abarca más que nuestras viejas ideas de territorialidad. Asgardia busca ser una nación digital independiente y quiere que el espacio exterior sea libre para todos, para que la humanidad sea inmortal y se perpetúe. La misión de Asgardia es “unir a la gente en una sociedad transnacional, igualitaria y progresiva y construir un nuevo hogar para la humanidad en el espacio para proteger a nuestra cuna, el planeta Tierra” 7. Asgardia quiere desarrollar una nueva ley espacial que elimine la militarización del espacio. Para ellos, los sistemas de gobierno existentes han probado ser ineficientes y creen que a través de la tecnología pueden crear un gobierno realmente humanista y democrático.
Muchos ven a Asgardia como un proyecto viable dada la accesibilidad de la tecnología espacial y hace unos años lanzaron su primer satélite, Asgardia-1, que es su territorio soberano y que protege a los símbolos nacionales, la constitución e información de los asgardianos. Ser ciudadano de Asgardia es muy sencillo y solo requiere la verificación del correo electrónico y aceptar la constitución. No me podía quedar con la curiosidad y les escribo como nueva ciudadana de Asgardia luego de haber leído meticulosamente la constitución y asegurarme de que no incluyera una contribución económica obligatoria. El fundador, Igor Ashurbeyli, un científico y empresario ruso, originalmente de Azerbaiyán, me mandó ya un certificado virtual, prueba de mi nueva micro-nacionalidad.
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En el serio juego de las micronacionalidades y el micronacionalismo las ambiciones no son tan distintas a las de cuando jugaba World Empire IV. Poco a poco, la reinvención de territorialidades artificiales o de reclamos territoriales va coloreando el siglo XXI de colores insólitos e insospechados bajo el nombre de las mismas ideologías. La proliferación de las micronaciones me parece un síntoma de cómo nuestra ambición y ego buscan a toda costa o, quizás, a costa de todo espacio, poseer un territorio sobre el cual ser soberanos absolutos y ejercer nuestra (falsa) libertad plena. El reclamo de soberanía de parte de las micronaciones no es muy diferente a la forma en que muchas identidades minoritarias reclaman su lugar en la esfera política y es parte de la misma maniobra de desterritorialización y reterritorialización de parte del capital, que nos atomiza cada vez más a su antojo, haciéndonos creer que somos únicos y diferentes e, incluso, que podemos ser ciudadanos de diferentes naciones. Al final, importa muy poco para el capital si nos declaramos soberanos de una nueva micronación, siempre y cuando sigamos disgregados, desarticulados y sigamos consumiendo las nuevas cartografías que nos prometen siempre más libertad, siempre más felicidad, siempre la realización de nuestro último deseo.
- Carl Schmitt, El nomos de la tierra en el derecho de Gentes del “Ius publicum europaeum”. Trad. Dora Schilling Thou. Granada: Comares, 2002, p. 28.
- Bruno Bosteels. “The Obscure Subject: Sovereignty and Geopolitics in Carl Schmitt’s The Nomos of the Earth”. The South Atlantic Quarterly 104: 2, Spring 2005. Duke University Press, p.297.
- Carl Schmitt, El nomos de la tierra, p.246.
- Gilles Deleuze, Derrames: entre el capitalismo y la esquizofrenia. Buenos Aires: Cactus, 2005, p. 30.
- Gilles Deleuze, Derrames, p. 111.
- Carl Schmitt, El nomos de la tierra, p 230.
- “Mission”, Asgardia. The Space Nation. https://asgardia.space/en/pages/mission