Tierra Adentro
Ilustración: Amanda Mijangos

¿Vale la pena contar una historia en un suspiro? Los narradores José Luis Zárate (La ruta del hielo y la sal) y Daniel Espartaco (Cosmonauta) entablan un debate igualmente breve sobre la minificción.

Por qué no escribo minificción

Por: Daniel Espartaco

Supongo que me encargaron este texto porque, en un pasado reciente, en redes sociales y otros medios, era conocido entre un pequeño grupo de gente por mis críticas hacia la minificción. Por supuesto, he leído a Örkény y a Mroz˙ek, entre otros: pertenezco a esa clase de lectores para los que el tamaño no importa. No creo, como algunos —incluso aquellos que se consideran críticos— que una buena obra deba tener seiscientas páginas. Al contrario, como le sucedió a Chéjov, cada vez tengo menos paciencia para leer obras voluminosas a menos que hayan sido escritas por un maestro. De niño, entre mis libros infantiles estaba La oveja negra de Augusto Monterroso, tal vez porque mi padre me supo contagiar su entusiasmo, aunque yo muchas veces no supiera de qué hablaban realmente esas fábulas; para mí solo eran cuentos de animales, y conforme entré en la edad adulta las fui comprendiendo. Todavía hoy pienso: claro, tenía razón ese tal Augusto Monterroso.

Antes de proseguir me gustaría hacer hincapié en que sería absurdo atacar ese género llamado minificción, denostarlo desde el punto de vista de la extensión. Sería digno de un necio negar la importancia de la brevedad, por ejemplo, en la tradición de la poesía nipona. Entiendo que la brevedad tiene sus bemoles, yo mismo la practico de otra manera. Habrá quienes sean grandes «minificcionalizadores» (acabo de citar tres), pero como ocurre con la poesía y el cuento, la minificción me parece un género en el que se ha parapetado la usual pandilla de aquellos que piensan que la literatura es un camino fácil o un simple pasatiempo. Entre la mayor parte de la minificción mexicana que he tenido la mala suerte de leer y entre los chistes que leía de niño en el baño de mi abuela en la revista Selecciones del Reader’s Digest no encuentro mucha diferencia, salvo que estos últimos podían llegar a ser divertidos y eran escritos por profesionales.

Salvo honrosas excepciones, lo que encuentro en la minificción nacional es el clásico chambonismo que llega al cinismo incluso de publicar estados de Facebook y Twitter (como ya dije, salvo algunas excepciones). Cuando veo estos libros en las mesas de novedades lo primero que me pregunto es: ¿qué culpa tienen nuestros bosques tropicales y de coníferas? Tal como lo veo, junto con gran parte de la poesía, la minificción es el género preferido de los que no quieren comprometerse con el lenguaje (el chambonismo está en todas nuestras letras). Para mí un escritor es aquel que se compromete con una búsqueda, no aquel que garrapatea versos u ocurrencias como si se tratara de un pasatiempo (como todo argumento, éste es rebatible). Lo que me parece ya un exceso es que esta práctica chambona haya encontrado un nicho en algunas instituciones y en la academia. Está bien que la gente tenga un hobby, pero no entiendo por qué alguien tendría que recibir una beca por algo que, observado desde lejos, no me parece tan meritorio como el macramé o armar rompecabezas.

La breve hoguera

Por: José Luis Zárate

Lo que distingue a estos textos como relatos es la existencia de una situación narrativa única formulada en un espacio imaginario y en su decurso temporal, aunque algunos elementos de esta tríada (acción, espacio, tiempo) estén simplemente sugeridos.

 

Juan Armando Epple

Más. Amamos el más. Los circos de tres pistas ya no son suficientes. Twitter, Facebook, mp3, siete ventanas abiertas, multitask, ¿Whatsapp, .doc?

Acuñamos el término «realidad aumentada».

¿Cómo ver algo en tamaño mar de información?

Con un parpadeo.

No es casualidad el enorme auge actual de la microficción, los nanocuentos, la tuiteratura.

Historias en menos de doscientas palabras, unos párrafos, que incluso se sienten a gusto en ciento cuarenta caracteres.

A esas líneas les agrada mostrar un mundo en el destello despiadado del relámpago.

En el metro vemos a una persona que mira con horror su propia bolsa y antes de enterarnos por qué las puertas se cierran: estamos cien metros más allá de la respuesta.

Esa indeterminación la llenamos con conjeturas, hipótesis y, a final de cuentas, con historias.

Hemingway dice: «Un escritor […] puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una sensación tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado. La majestuosidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua».

¿Cuál es entonces el placer?

El de completar la historia, el de ver un paisaje más grande que el ofrecido.

Violeta Rojo afirma: «la microficción exige la participación del lector».

Es un trabajo colaborativo.

Para que el texto tenga un significado, hay que pensar en lo omitido. Una línea nos invita a que la terminemos.

Dolores Koch: «su poder de sugerencia permite más de una interpretación».

Rorschach estaría orgulloso de todo lo que los lectores imaginan.

Lauro Zavala: «la minificción es la narrativa que cabe en una hoja»; sin embargo, las historias y los ecos que despiertan son más grandes que esas líneas.

Piglia: «el cuento es un relato que encierra un relato secreto».

Hay quien ve en la microficción una casa vacía, un esbozo en un plano, pero los lectores la llenan de sus fantasmas y ecos,
y una línea es una ventana, y un cuarto y el secreto dentro de él.

Raúl Brasca: «La minificción aún no ha sido domesticada».

Observen cómo metemos la cabeza en sus fauces…

Los lectores de minificción disfrutan de su variedad genérica, de sus juegos metatextuales, de sus referencias ocultas.

Su pericia para saltar de un medio a otro no sólo está presente en libros y antologías (bastante abundantes ahora), sino que se encuentra a gusto en pantallas y redes sociales.

Uno de los sitios web que recopila la microficción en Twitter cuenta con medio millón de seguidores. Gente que quiere que una línea le cuente una historia, la sorprenda, aliente, asuste, alegre o la entristezca.

Gente reunida alrededor del resplandor de la pantalla (hoguera electrónica) para escuchar un cuento.

¿Cómo no amar la minificción?