Tierra Adentro
LSD, por Manel Torralba. Fotografía recuperada de Flickr (CC BY 2.0)
LSD, por Manel Torralba. Fotografía recuperada de Flickr (CC BY 2.0)

 

El 19 de abril de 1943 el químico suizo Albert Hoffman se administró una dosis de dietilamida del ácido lisérgico 25 y salió a dar un paseo en bicicleta, lo que cambiaría la historia para siempre. Por un lado, inauguraría un nuevo capítulo dentro de la cultura de las drogas, y, por otro, despertaría el culto mundial por la bicicleta como vehículo ideal de las sociedades contemporáneas.

Desde entonces, el ácido en sí mismo ha realizado un viaje a través de las décadas que lo ha convertido en un protagonista de nuestras obsesiones. Aunque se trata de una sustancia ilegal, su popularidad se ha incrustado hasta la médula en el subconsciente colectivo.

Uno de sus primeros usos fue como objeto de control por parte del gobierno de Estados Unidos. No obstante, a pesar de que actualmente se habla poco de los experimentos a los que sometían a militares y voluntarios durante finales de los cincuenta, ahora que en 2019 los crímenes perpetrados por la secta de Charles Manson cumplieron cinco décadas, se vuelve a indagar en este horrendo capítulo.

En su estupendo libro, Manson y la historia real, Tom O’Neill, documenta la capacitación que Manson tuvo por parte del gobierno a través de clínicas que le suministraron durante varios años LSD y, donde según el periodista, aprendió a manipular a la gente administrándoles a su vez él mismo la sustancia. Aunque dichos experimentos van más allá de esta secta, se sorprenderían de la gran cantidad de gente, países y agencias, además de la CIA y el FBI, involucradas en la exploración del ácido. Es la de Manson la más satanizada debido a que fueron los perpetradores del crimen del siglo.

Sin embargo, el uso recreativo del LSD buscaba imbuir de espiritualidad a la generación de los sesenta. Con Timothy Leary como principal promotor de la droga del amor y después con el respaldo de Ken Kesey, el fenómeno de la contracultura hizo del ácido su bandera. El impacto de este en la música, la literatura, etc., fue multitudinario. Activistas como Abbie Hoffman y Jerry Rubin, o escritores como Hunter S. Thompson, gravitaban alrededor del LSD. Incluso Philip K. Dick, que solo en una ocasión lo probó y tuvo un mal viaje, era relacionado con la sustancia. Todo mundo pensaba que era un gurú del ácido, cuando en realidad le tenía miedo.

La música y el LSD siempre han estado asociados. Sin embargo, durante los ochenta, la droga favorita de los músicos fue la cocaína. Durante principios de los noventa fue la heroína. Esto se extendió hasta inicios de los dosmiles, como se relata en Meet Me in the Bathroom, el libro de Lizzy Goodman sobre el renacimiento del rock en Nueva York a inicios del nuevo milenio, así como el resurgimiento de las drogas psicotrópicas a finales de los noventa. Por otro lado, cuando la cultura rave hizo explosión, el éxtasis fue una de las sustancias consentidas. Pero el regreso del ácido todavía tardaría unos años en presentarse.

El tabú alrededor del LSD se ha ido desinflando en los últimos años. Sin embargo, en 2018 el cineasta Gaspar Noé presentó una visión distorsionada y moralina del ácido en su película Climax. En ella, un grupo de bailarines celebran una fiesta y alguien sin avisar vierte LSD en una bebida colectiva que todos beben sin su consentimiento. A partir de que les surte efecto empiezan a ocurrir todo tipo de tragedias y mal viajes que tocan todos los clichés de la mala experiencia con las drogas, paranoia, claustrofobia, etc. Aunque es una interpretación libre, la visión de Noé parece ofrecer una versión tendenciosa del LSD: no lo consumas o esto podría ocurrirte. Lo cual es una mentira. De hecho, las primeras experiencias con LSD están muy alejadas de lo que ocurre en Climax.

La percepción sobre el LSD ha cambiado en los últimos años debido a su relación con la música, pues se ha convertido en el consentido de los asistentes a festivales. El miedo se ha perdido paulatinamente por distintas causas, una de ellas es que mientras que en los sesenta las dosis de LSD eran de quinientos microgramos, en la actualidad hay de distintos rangos, bajas: de 50, medias: 100 y altas: 200. Esto ha ocasionado que, administrada según el conocimiento de cada individuo sobre los umbrales de sus capacidades, sea una droga muy solicitada.

De ser considerado para uso recreativo, el LSD ha sido adoptado y adaptado para su uso terapéutico. Estudios sugieren que bien administrado, el LSD puede ayudar a curar la depresión y es en general una herramienta para aspirar a la salud mental. El método de la micro dosis cada vez es más socorrido por personas que necesitan estabilizarse emocional y anímicamente. La gente ya no sataniza al ácido. Al contrario, lo considera un aliado.

Antes de morir, Hoffman lamentaba el abuso que se había hecho de la sustancia. De seguir vivo quizá se habría sentido orgulloso de que la humanidad empieza a hacer cada vez más un uso responsable e inteligente de su descubrimiento.