Llevo más de 10 años viendo One Piece y no sé si pueda parar
Si estamos hechos de recuerdos, es probable entonces que una gran parte de mí esté hecha de One Piece, el anime de piratas, amistad y viajes que se transmitió en México a inicios de los 2000.
La premisa es bastante sencilla: un hombre de goma llamado Monkey D. Luffy se embarca en una aventura para encontrar el mítico One Piece; el lugar en el que el rey de los piratas Gol D. Roger escondió su fortuna. Si Luffy logra encontrarlo antes que cualquier otra tripulación, se convertirá en el nuevo rey de los piratas. En el camino va haciendo amigos, medio obligándolos a unirse a su tripulación, formando un grupo de personajes variopintos que van desde un reno humanoide hasta un esqueleto con un afro y un cyborg adicto a la coca cola.
Es una historia de amistad, piratas y extrañamente, de redención que ha durado más de 22 años serializada en la revista Weekly Shonen Jump y acaba de cumplir 20 años de ser transmitida semanalmente en un anime realizado por Toei Animations. Yo la he seguido religiosamente durante, por lo menos, los últimos 13 años.
A mí, que me cuesta trabajo ser constante en lo que sea, me parece un milagro que en este mundo existan personas capaces de dedicarle tanto tiempo de su vida a una sola cosa. Es por eso que estoy constantemente fascinada por su creador, Eiichirō Oda. A veces me pregunto si lo que le costará a él no será más bien saber cuándo acabar, o si le asusta. Yo, que no sé ni empezar, puedo comprender bien ese miedo. Quizás todos nos aferramos de maneras distintas a lo que amamos, solo que en el caso de Oda eso ha desembocado en 20 años de trabajo continuo. Y en el mío, en un miedo irracional a que la gente se muera.
Carta a Eiichirō Oda
Querido señor Oda,
Su trabajo me encanta, lo he seguido durante tanto tiempo que creo que de pura constancia he ganado el derecho de llamarlo por su nombre, de soltar los honoríficos y dejarnos de formalidades.
Así que, Eiichirō, debo decirte que One Piece me ha salvado la vida. Me ha salvado la vida de pura chiripa, realmente sin querer, como daño colateral. Soy el resultado de tus más de 20 años de trabajo. Lo sé, un tantito decepcionante.
Créeme que ni yo sé cómo tu trabajo se ha convertido en algo tan constante para mí, quizás de las únicas cosas realmente constantes en mi vida. Pero ahí estás y aquí estoy yo y quizás no te vea nunca ni tú llegues a leerme nunca porque no hablas español ni lees Tierra Adentro. Pero, Eiichirō, debes de estar muy loco o ser muy terco para seguir haciendo lo que haces. Quizás ambas. No dejes de dibujar nunca. No dejes de dibujar y yo no dejaré de leer. ¿Trato hecho?
Esto queda de mí
“Háblame más de esa serie”, me dice mi terapeuta. Se me salió decirle que nunca he tenido una relación, de cualquier tipo, tan larga como la que tengo con One Piece. Nunca he sido tan constante con nada en mi vida como lo soy con Luffy y sus amigos.
Me pregunta por qué y yo guardo silencio.
¿Cómo comenzar a entender lo que significa esa serie para mí? La respuesta sencilla es que no significa nada, que nada más la veo porque me gusta, que me cuesta trabajo ser constante, pero que he permanecido fiel con Luffy todos estos años porque la historia me parece bonita. Pero las respuestas sencillas normalmente son solo mentiras.
One Piece para mí es la felicidad de mi infancia, la angustia de mi adolescencia y lo que sea que estoy viviendo ahora. One Piece es una parte de mí que no quiero que se vaya nunca, aunque quizás ya lo ha hecho. Soy yo a través de los años, es la constancia que me gustaría tener para hacer cualquier cosa. También a veces es lo que sé de mí.
La verdad es que no recuerdo bien los inicios de mi adolescencia, pero sí las primeras temporadas de esa serie japonesa, lejana e infantil, y cuando intento recordar aquellos años es poco lo que llega a mi mente, pero cuando lo hago pensando primero en el episodio de One Piece que estaba viendo, todo me parece más sencillo, como si esa serie fuera la clave para recordarme.
Quizás con los años es normal que se difuminen los días hasta convertirse en una masa de tiempo, pero a mis 24 no puedo dejar de pensar en que no es normal lo poco que recuerdo de mí. Sensaciones entremezcladas, colores, sonrisas, fragmentos de conversaciones, vómito, vacío y One Piece. Eso soy; eso queda. Y está bien.
Ojalá esto fuera la serie y yo fuera Luffy
Mi abuela se enfermó de cáncer de lengua cuando yo tenía quizás 12 años, falleció un año después. Del inicio de su enfermedad recuerdo algunas visitas a un doctor en medio de un lugar polvoso y lejano, una sala de espera, un olor dulzón, vitamina C y su sonrisa.
Después hay un vacío del que no recuerdo nada. Sé que mi mamá comenzó a viajar a Oaxaca más seguido. Después compramos una cama y amueblamos una habitación de mi casa. ¿Fue antes o después de que muriera mi perro? Mi abuela se mudó con nosotros, debió de haber estado meses ahí, en mi memoria solo hay tres días.
Los tres días sin ningún orden específico
Día uno: Me corté el cabello y le fui a enseñar el nuevo estilo. Me siento horrible siempre, fea e inadecuada. Gorda todo el tiempo, sé que no estaba gorda, pero recuerdo la sensación de pesadez. Ella no puede hablar, pero sonríe. ¿En este recuerdo ya está usando la peluca? Escribe algo en un pizarrón. Aquí inserto algo que quizás no haya sucedido: escribe que me quiere.
Día dos: Mi abuela ríe. Suena una campanita que ella usaba cuando necesitaba ayuda, la oigo desde mi cuarto. Le subo a One Piece para no escucharla, cierro mi puerta para no verla. En este momento prefiero pensar en Luffy y el One Piece.
Día tres: Estoy sentada junto a su cama. Mi mamá me dice que le ayude a ponerle crema en las manos y piernas. Me quedo sola con ella. Emite un olor dulzón, a sangre, a enfermedad. Le digo que la quiero, le digo que creo que es muy bonita, aunque no tenga cabello y no pueda hablar. Lloro, esta será la última vez en años que lo haga por algo verdaderamente importante. Me voy y no la vuelvo a ver.
Murió ese día, yo estaba en una pijamada en casa de mi prima, recibí una llamada la mañana siguiente, “Maca murió anoche”. Ahora pienso que quizás mi mamá sabía que mi abuela iba a morir ese día, creo que tenía miedo de que su muerte fuera tan horrible como habían pronosticado los doctores. “Una hemorragia”, “se ahogan en su propia sangre”, “una muerte horrible”.
Mi abuela se quedó dormida y murió. Sin hemorragia, sin asfixia. Solo cerró los ojos. Era y después dejó de ser.
Yo también dejé de ser de cierto modo. No pude llorar su muerte sino hasta muchos años después. Me tragué el dolor y el dolor regresó en forma de vómito una y otra vez, seguiría regresando durante los siguientes años en lugar de llanto.
Ahora me dan náuseas cada vez que estoy triste.
Pero Luffy seguía ahí y seguía vivo. Luffy reía. Con él todo estaba bien, con Luffy sí podía llorar, aunque fuera por cosas tontas. Luffy me salvó la vida así. Solo existiendo y dejándome existir con él en un lugar en el que todo era distinto, en el que todo tenía solución. Donde no había abuelas muertas ni enfermedad, un lugar sin vómito ni vacío. Donde la trama es sencilla y el objetivo es claro: llegar a ser el rey de los piratas.
Carta a Eiichirō Oda II
Querido Oda,
No sé cómo le has hecho para mantenerte firme en llevar a esta historia hasta su final por más de 20 años, tú, bestia magnífica del manga. Yo ya lo habría dejado. Yo nunca habría llegado al capítulo dos, habría abandonado a Luffy desde el inicio. Lo habría dejado flotando en el mar en el barril ese del que sale en el primer capítulo, sin Zoro, sin Nami, sin Sanji, Usopp, Chopper, Robin, Ace, Franky, Brook, y todos los demás. Sin haber vivido nada interesante jamás. Tambaleándose en un barril sobre las olas hasta el infinito.
Yo, que no puedo ni leer el mismo libro durante más de una semana, habría arruinado todo desde el principio por temor a llegar al final.
Amado Eiichirō, eres el mejor de los dos, sin duda.
Esto queda de mí II
Le digo a la analista que quizás me siento representada en el personaje principal. Aunque bien pensado, Luffy y yo no nos parecemos realmente en nada y por algún motivo hablar de One Piece se siente demasiado personal, demasiado personal como para que lo escuche incluso mi terapeuta.
Cuando me pregunta por qué, le digo que porque la he visto durante todos estos años. Que ese pedazo de industria japonesa me ha visto crecer, fallar y levantarme una y otra y otra vez. Que es mi amiga y me conoce bien y yo a ella. Con todos sus capítulos y canciones.
“Pero tú sabes que la serie no está viva, ¿verdad? Ella no sabe que tú la has visto tanto tiempo porque no es humana”
Caramba. Pues sí, sí lo sé, doctora Chelala, maldita sea, claro que lo sé. Pero he visto esa serie por tanto tiempo que algo así tenía que pasar, eventualmente tenía que cobrar vida en mi mente.
Me pregunta qué otros objetos inanimados o productos industrializados he humanizado. No quiero responderle que me da tristeza no comer todo lo que hay en mi plato por temor a que se ponga triste la comida que abandono, pero lo hago de todas formas. Parece ser que la palabra clave aquí es abandono.
Me pregunta por Luffy.
Le digo que admiro su constancia. Lleva 20 años persiguiendo el mismo sueño, semana con semana (aunque para él, que está viviendo la historia, han de ser muchos menos). Le digo que me gusta porque no se da por vencido con las personas. Porque ve lo mejor en todos. Porque no abandona a nadie. Porque sigue creyendo en sus amigos aún cuando ellos no quieren que él siga creyendo en ellos. Porque es bueno y amable cuando nadie lo es. Lo acepto, le digo, te mentí antes, no me siento representada ni reflejada en él, pero me gustaría. Me gustaría creer tanto en mí como Luffy cree en sí mismo y en sus amigos.
Me pregunta, entonces, a quién me da miedo abandonar.
Ojalá esto fuera la serie y yo fuera Luffy II
Mi hermana murió este año. El duelo ha sido un proceso confuso y doloroso que me ha revivido, inevitablemente, todos los demás duelos que vengo cargando.
Recuerdo que cuando murió lo primero que pensé fue:
“Mierda, ya nada va a volver a ser igual de nuevo.”
Después me tomó semanas superar el haber sentido tanta molestia ante su muerte, ante la perspectiva de tener que volver a pasar por el proceso del duelo de nuevo.
Lo cierto es que en ese breve momento de lucidez yo estaba en lo correcto. Nada volvió a ser lo mismo, pero había alguien que no había cambiado. Luffy seguía ahí, no lo había visto en meses y los días posteriores al funeral me hundí en horas y horas de One Piece.
Luego recordé que a Luffy también se le había muerto su hermano y lloré por ese dibujo animado fabricado en Japón, con la voz de alguien completamente ajeno a mí y diseñado por la mano de un señor al que jamás conoceré en la vida.
Lloré porque había que llorar, porque mi hermana había muerto, porque ya nada iba a ser igual nunca, porque me da miedo perder gente, porque no podía sentir más que nuestras pérdidas conjuntas, y porque como su hermano Ace, ella tampoco había sido mi hermana de verdad.
Le pedí perdón por haberme saltado los episodios en los que muere Ace, por llorar cuando se murió su barco más que cuando murió mi abuela, por todo lo que Oda lo hace sufrir.
Perdón, Luffy, por querer que al menos uno de los dos sea siempre invulnerable ante la pérdida y el dolor.
Carta a Eiichirō Oda III
Querido Eiichirō,
He soñado cientos de veces con One Piece. He soñado tanto con eso que ya he perdido la cuenta hace tiempo. ¿Se te hace justo que haya soñado más con tu obra que con mi abuela?, ¿que pueda recordar cada uno de los 22 openings de tu serie de televisión con más facilidad que su risa?
Eiichirō Oda, me da miedo que te mueras y se nos acabe One Piece a los dos. Ya estás viejito, Oda. Cuídate más. Toma vacaciones.
Esto queda de mí III
Me da miedo abandonarme a mí, supongo.
Doctora, me da miedo darme por vencida conmigo misma porque no soy constante con nada y eso me incluye a mí. La constancia lleva inevitablemente, algún día, a completar algo. A llegar a algo y a mí me da mucho miedo eso. Llegar a cualquier lado. Terminar lo que sea. Llegar y terminar son formas de morir. Yo ya no quiero que nadie se muera.
Carretera a Tailandia
Era de noche. En una camioneta viajaban mis dos tías con sus hijos, el esposo de una de ellas manejaba, iban también mis tíos abuelos, una amiga de la familia y la suegra de una de mis tías. Se habían ido de viaje a Tailandia. Tuvieron un accidente, murieron cuatro.
Me enteré en la clase de lingüística, era martes, mi mamá me llamó, de esa llamada solo recuerdo el “hubo un accidente”. Comencé a llorar al entrar al salón, cuando la maestra me preguntó qué pasaba solo pude repetir “hubo un accidente” y salí corriendo.
Llegué a mi casa quién sabe cómo. Con náuseas, llena de mocos y lágrimas. Las cosas tampoco volvieron a ser iguales después de eso.
Pero Luffy también estuvo ahí. Estuvo sin estar, tanto como puede hacerlo un dibujo animado que no sabe que existes.
He entendido que la gente puede ser muy cruel ante las pérdidas ajenas y los procesos individuales de duelo. Una amiga me dijo sobre una de mis tías “¿Por qué estás tan triste, sí la veías mucho?” Mierda. Cómo que por qué. Porque esa señora me vio crecer y me enseñó a mezclar mayonesa con catsup. Porque me cambió los pañales y me quiso y yo la quise a ella. Porque se estampó en una carretera en medio de ningún lugar y ya no pude volver a verla o a escuchar su risa. Cómo que por qué.
Qué crueles podemos ser. Qué jodidos. Qué insensibles. Ante esa insensibilidad creo que prefiero ser como Luffy y ser amable cuando nadie es amable.
Luffy, no te acabes nunca
Me da miedo dejar de ver One Piece o que se acabe algún día. Sé que se va a acabar como sé que voy a morir, pero preferiría que no lo hiciera nunca.
Querido Luffy, me gustaría que navegaras por siempre. Querido Oda, me gustaría que dibujaras por siempre y que pudieras seguirme acompañando en todas las etapas de mi vida. Acompañarme realmente sin hacerlo, solo existiendo ahí, en una playa en la que todo tiene solución y los malos pueden ser redimidos. En un lugar en el que no nos damos por vencidos con nadie.