Tierra Adentro
Still de Volver al Futuro
Fotografía de Pixabay.

Un amigo me dijo que haría un ensayo de Volver al futuro y la tragedia griega. Eso dice de cualquier tema. Y casi siempre tiene razón en su enfoque, pero en este caso no: si algo se distancia de Volver al futuro es una tragedia griega.

Ambas hablan de cumplir un destino, pero mientras en la segunda, el espectador atestigua cómo el destino (moira) se cumple a pesar de los personajes, en Volver al futuro el destino no es moira, sino libertad: Marty puede lograr salvarse a sí mismo y hacer que sus padres se enamoren. O no. Si en la tragedia se muestra, a la Nacho Cano, la fuerza del destino, en Volver al futuro se encumbra la libertad humana. Y sus desastres. Eso hace de Volver al futuro una película rara de viajes en el tiempo,como Looper, The Butterfly Effect o Hot Tub Time Machine, aunque ni de lejos tienen la calidad de la obra de Zemekis.

Terminator, La Jetté, 12 Monkeys, Futurama, Donnie Darko, Primer, Los cronocrímenes, Predestination (horrible adaptación de la maravilla de Heinlein) y un gran etcétera juegan en las coordenadas la tragedia griega: sus personajes, al final, no son libres. Sarah Connor o Fry están destinados, en una especie de loop temporal ineludible, a cumplir sus papeles. Lo quieran o no, lo busquen o no, lo eviten o no, cumplen el rol necesario para que la historia, que ya les ha sido contada, termine como les ha sido contada. Los personajes de este tipo de historias son pacientes de un destino que está dado desde antes de que ellos nacieran. Recuérdese que Nibbles es parte de una raza extraterrestre que planeó que Fry se congelara para que así llegara al año tres mil, viajara al pasado, fuera su propio abuelo y careciera de cierta onda cerebral que le permitiría impedir una colonización interplanetaria. Edipo, para no matar a su padre y acostarse con su madre, huye de su casa campesina; en el camino, mata a un rey, se casa con su esposa; descubre que era adoptado y que el matrimonio mancillado son sus verdaderos padres.

Fry y Edipo son personajes trágicos: por más que intenten o ignoren su destino, lo cumplen a cabalidad. Desde otro lugar se ha decidido qué y cómo lo harán. Lo sorprendente no es que lo logren; lo que sorprende, al menos para los espectadores del siglo XXI, es la poca injerencia que tienen sobre sus actos. Nos embelesa lo complejo de la maquinaria.

Si hay una recompensa para los personajes trágicos, es la anagnórisis: el reconocimiento de que uno es parte del destino y, por tanto, de algo más grande. La naturaleza, los dioses y los humanos son parte de una misma y sola physis, que es, heráclitamente, «Un fuego eterno que apaga y se enciende según medidas».

El sentimiento último de algunos viajes en el tiempo es la comunidad: uno es con los otros, si se quiere, una marioneta de la moira, pero al fin y al cabo, uno es con los otros. El viajero de La Jetté y  Corbin  de 12 monkeys se consuelan con el amor de una mujer, con saber que no son títeres solitarios (la ética de Spinoza va un poco por ahí). John Connor es el paroxismo de la comunidad: es el salvador de la humanidad, manejado por sí mismo desde el futuro.

No por nada la tragedia era el arte helénico.

En Volver al futuro, Marty y el Doc (y en mucho menor medida Jennifer, Einstein y Biff) están fuera de la comunidad: son parias temporales que deben cuidarse de no tocar nada en el pasado pues el más pequeño cambio alteraría el futuro como no se imaginan.

Marty y el Doc ya no pertenecen a ningún tiempo y no podrían pertenecer a ninguno. Al moverse de su hogar temporal (algo imposible para todo otro ser humano) renuncian, sin saberlo, a la seguridad. Se arrojan a un abismo de libertad.

Si Antígona es comunitaria frente a su destino, Marty y el Doc están viciados y obsesivamente deben evitar o arreglar sus desfiguros. «Si algún día regresas al pasado no toques nada» es el imperativo kantiano del abuelo Simpson y como buen imperativo kantiano es imposible de cumplir a cabalidad: la sola presencia del viajero en un tiempo que no es el suyo es una alteración.

Ahí empieza la melcocha: ellos deben respetar el pasado, pero, si lo quieren, pueden no hacerlo y a veces, sin notarlo, no lo respetan. Así es como Marty inventa el rock & roll, Biff Tannen se vuelve un villano post-apocalíptico y el Doc conoce al amor de su vida (casi cincuenta años antes de nacer).

Y como en la vida contemporánea, uno debe correr riesgos pero no de más: asegurar una casa, un buen sueldo, una buena pareja, criar dos o tres hijos, mandarlos a la escuela y que crezcan para asegurar una casa y un buen sueldo. Uno debe correr riesgos pero sin tocar las partes importantes (respetar la sagrada familia o lo políticamente correcto). Somos libros de forjar nuestro destino si y sólo si seguimos reglas ya establecidas.

La tragedia está en  que eso asegura nada y, además, nos llena de culpa. Los siameses de la libertad son la carga moral y la responsabilidad que conlleva el saber que es culpa de uno que las cosas hayan salido mal; no sólo pesa la posibilidad, sino el error desastroso.

El personaje trágico griego cometía hamartía para dar pie a la peripecia; pero la hamartía no era moral, sólo «se perdía la marca» y en vez de llegar a  un destino llegaba a otro (casi siempre peor pero predestinado). Marty y el Doc pueden no sólo equivocarse, sino llevar a la condena: nunca haber existido. Por eso el Doc es tan ascético y decide leer la carta que le dejó Marty para salvarse de los libios.

Volver al futuro es una reificación del valor más importante para la modernidad occidental: la libertad. Los griegos anhelaban tener un lugar, pertenecer (y mira que sí lo lograban); nosotros, humanos del siglo XXI, necesitamos (y nos inventamos) ser libres, tal vez porque lo somos mucho menos que nuestros pares helenos: estamos expulsados de nuestro propio tiempo, como Marty y el Doc.


Autores
(Chihuahua, 1986) vivió en Toluca y ahora en el Distrito Federal. Próximamente será maestro en filosofía. Ha publicado en las revistas Los bastardos de la uva, F.I.L.M.E., Icónica, Registromx y El portal de Toluca. En este momento forma parte de Kinotecnia cineclub.