Tierra Adentro

Originaria de Houston, Texas, Sharifa Rhodes-Pitts publicó su primer libro en 2011, Harlem Is Nowhere: A Journey to the Mecca of Black America, el cual fue acogido favorablemente por la crítica. Su trabajo se centra en la población afroamericana de los Estados Unidos, como se aprecia en este ensayo.

Hace poco, en el barrio de Flatbush, en Brooklyn, dos mujeres de treinta y veintitrés años de edad tocaron a la puerta de un depar­tamento; tras entrar, exigieron a punta de pistola que sus inquili­nos desalojaran el inmueble. El New York Daily News reportó que una de las mujeres declaró a la policía, a manera de explicación, que “estaba harta de que gente blanca se mudara a la zona”. El New York Post agregó que una de las mujeres estaba furiosa porque le habían rentado el departamento a los tres inquilinos blancos en lugar de a ella. Las tres víctimas —dos hombres y una mujer— hu­yeron del inmueble tras recibir una serie de extravagantes amena­zas de muerte. (“Si llaman a la policía o a la inmobiliaria, escogeré a cinco personas de los contactos de cada uno de sus celulares y los mataré. Si no se largan en veinticuatro horas, cinco tipos ven­drán a asesinarlos a todos”). Las dos mujeres, identificadas en los reportajes como Precious Parker y Sabrina James, se quedaron en el departamento durante dos días antes de ser aprehendidas por la policía. Los encabezados que detallaron el incidente declara­ban que las mujeres habían “invadido” el departamento tras el enfrentamiento armado. Esta mordaz descripción, junto con la supuesta motivación racial de las mujeres, transforma el incidente. Deja de ser sólo uno más de aquellos estrafalarios crímenes tipo Gotham que parecen hechos a la medida para la prensa amari­llista, y pasa a convertirse en un punto crítico de la prolongada lucha que las personas negras y pobres deben soportar para lograr vivir en esta ciudad.

Las mujeres fueron arrestadas por robo, asalto, detención arbitraria, posesión ilegal de un arma y amenaza. Hasta ahora no se han mencionado cargos por crímenes de odio (excepto por parte de los sarcásticos comentaristas que se preguntan por qué Al Sharpton, Jesse Jackson y Eric Holder no se abalanzaron sobre el caso).[1] Algo en el encabezado olía a humor negro, como si perteneciera a las adoradas noticias satíricas de nuestros tiempos. Un crimen que surgió más del hartazgo que de la malicia, que abiertamente declaraba algo que mucha gente piensa y dice sin recurrir a actos similares de violencia.[2] Teniendo únicamente los datos incluidos en los testimonios periodísticos, dudo que las acciones de las mujeres digan más de lo que las mujeres en sí mismas supuestamente dijeron. Sus acciones no pueden entenderse de manera clara y verosímil como actos políticos — la raza de las víctimas y la raza de los perpetradores no le dan coherencia al incidente de manera automática, éste no se ajusta a ninguna fábula post-lucha por los derechos civiles que nos contamos acerca de qué haremos para crear un mundo más justo.

¿Pero pueden las acciones de estas dos mujeres entenderse como una forma de resistencia? Una forma intrínsecamente fútil de resistencia, sin duda, pues literalmente se arrinconaron en una esquina sin posibilidad de escape. Inevitablemente llamarían la atención del Estado. Quizá, como muchos de sus colegas, ya se encontraban bajo vigilancia del Estado. Es decir, tal vez ya estaban viviendo en un cuarto sin salida. El intento de robo —¿secuestro de departamento?— buscaba obtener como botín el espacio físi­co, el arrendamiento, la ocupación. Pero una vez que obtuvieron el espacio, ¿qué iban a hacer con él? Ya no podían escapar. No podían intercambiarlo por dinero. Se hallaron atrapadas en una versión peor de la misma situación.

Tal vez lo que robaban era tiempo. Me adentro en los reportajes. En esos dos días de invasión. Estoy sentada con Precious Parker: y Sabrina James y su pistola y su cansancio —no, lo diré mi cansancio. Pues yo tampoco tendría la capacidad económica para mudarme al barrio en el que ahora vivo, sólo que yo no tengo una pistola ni la voluntad para utilizarla—. No queda nada por hacer en este cuarto, más que esperar, así que nos contamos historias. Les platico de Fannie Lou Hamer, famosamente harta y cansada de estar harta y cansada.[3] Hamer soportó golpizas y formó parte de un gran movimiento no violento, pero en respuesta a la amenaza constante del terrorismo de supremacía blanca en Misisipi, dijo, “tengo una escopeta en cada esquina de mi recámara y el primer blanquito que siquiera parezca tener intención de aventar dinamita sobre mi porche no le volverá a escribir a su mamá de nuevo”. Les estoy contando sobre la invasión de una ciudad provisional hecha de carpas en Lowndes County, Alabama, construida cuando los comuneros negros fueron expulsados desus granjas por intentar votar, en el mismo sitio donde surgieron las Panteras Negras.[4]

Precious Parker y Sabrina James usaron la amenaza de la violencia para obtener —no importa qué tan temporalmente— un espacio donde vivir, donde existir. Estoy intentando entender sus acciones a la luz de otros eventos que han sucedido en la ciudad, y que hemos acordado que son legales y no violentos. Supuestamente es un acto no violento cuando las constructoras obtienen privilegios especiales por incluir unidades de vivienda de “bajo costo” dentro de un nuevo edificio de lujo y entonces crean una segunda entrada, separada —una “puerta para pobres”— para ser utilizada por los residentes de clase baja. Supuestamente es no violento cuando los propietarios y los agentes de Crown Heights, Brooklyn, despojan sistemáticamente a sus arrendatarios por medio de adquisiciones de contrato irrisorias y desalojamientos injustificados.

Si este acto de “secuestro de departamento” tiene alguna legitimidad, se la toma prestada a la mismísima fundación de esta nación. He aquí el delito menor como reconstrucción histórica. Sin la ventaja de portar disfraces de la era de los peregrinos, Parker yJames ensayaron el método a través del cual la propiedad de estas tierras fue violentamente transferida de los pueblos indígenas a los colonizadores.

En mi libro Harlem Is Nowhere resumí el problema del futuro de Harlem como espacio negro de la siguiente manera: esta es nues­tra tierra que no poseemos. He aquí un territorio sobre el cual las personas negras tienen derechos espirituales y psíquicos, tras ha­ber sufrido aquí, haber amado aquí, haber guiado a generaciones enfrentándose a la destrucción aquí. El apego al lugar a través de las generaciones es un tema sobre el cual he hablado de manera pública y reiterada, buscando reivindicar el valor del enraizamien­to en una época donde su realidad vivida se erosiona. Sin embargo, ni al escribirlo ni al hablarlo me di cuenta de que lo hacía desde un cuarto sin salida. La transferencia violenta de la tierra en beneficio de los colonizadores europeos gestó la ficción de la propiedad, de la misma manera en que consagró la leyenda del cuerpo negro sin vida, sin valor, sin alma —que podía convertirse en esclavo—. Verdaderamente, nuestra tierra que no es nuestra.

Consideremos a James Weeks, un estibador de Virginia que probablemente fue esclavo. Es posible que antes de comprar las tierras que se convertirían en Weeksville,[5] él comprara supropia libertad. Es comprensible que la adquisición de la propia libertad fuera una respuesta pragmática ante la demencia de la esclavitud. Sin embargo, para existir dentro de los términos de esta libertad se requiere aceptar la idea de que uno puede ser comprado. La emancipación no revierte esto; la libertad no te vuelve completamente libre. El esclavo liberado, que se descubre a sí mismo como propiedad, inevitablemente participa del sistema que perpetró su cautiverio y usurpó violentamente la vida indígena. (Nótese el adjetivo “liberado”, el cual convierte a su sujeto en el objeto de las acciones de otra persona: una persona liberada no es lo mismo que una persona libre). Esto no desacredita el significado de Weeksville, pero nos ayuda a examinar adecuadamente las condiciones bajo las cuales se construyó. Fue un bastión de la idea de la libertad en una tierra fundamentalmente no libre. Era un cuarto sin salida —pero ahí dentro nos podíamos acurrucar para protegernos los unos a los otros y consolarnos entre todos y contar historias.

Weeksville es recordado como el refugio de los negros que esca­paron de Manhattan tras los disturbios de reclutamiento de 1863, pero el asentamiento se construyó sólo cuatro años después de los disturbios antiabolicionistas de 1834, cuando miles de blancos des­truyeron iglesias, casas y negocios negros, junto con otros sitios asociados al movimiento abolicionista. ¿Qué clase de casa puede uno construir en tiempos de disturbios? Los expertos en preserva­ción que trabajaron en la restauración de las casas en 1983, y que estaban acostumbrados a trabajar con “detalles arquitectónicos de gran estilo”, notaron, con un dejo de menosprecio, que “en rea­lidad estamos lidiando con estructuras comunes de bajo nivel”. Se trata de “lo que la persona promedio hubiera construido… aque­llo que alguien que lee Mecánica popular hubiera hecho si fuera a construir un avión. Se parecería a un 747, pero tendría un motor de vocho en el interior”. El New York Times describió las casas di­ciendo que “no tenían ningún estilo arquitectónico distintivo”. Sin embargo, es posible que el esfuerzo por preservar y restaurar las estructuras —es decir, de ajustarlas a lo que entendemos como un edificio— borrara sus elementos más interesantes. Quizá las casas fueron construidas con un estilo más allá de lo común, un estilo todavía no reconocido por los estudios arquitectónicos. Lla­mémosle afrobrutalismo, protofugitivismo o predestruccionismo. Esta es la casa que uno construiría, con escasos recursos, sobre la base inestable de la no libertad estadounidense, y con el olor no tan lejano de edificios de negros quemándose.

En tanto que anhelamos conmemorar tales esfuerzos, el intento de soberanía que se desarrolló entre los límites de la calle Fulton y las avenidas Ralph, East New York y Troy era ya un monumento cuando fue “redescubierto” en 1968 por dos conservacionistas que sobrevolaban el área en un avión de hélices. La gente que vivía cerca de los edificios Hunterfly, en las unidades habitacionales que se erigieron cual triunfo de la renovación urbana, no necesi­taban de su descubrimiento, interpretación ni conmemoración. ¿Acaso no bastaba como interpretación suficiente la vista de las casuchas derruidas que se podía apreciar desde las ventanas de los departamentos de las unidades?

Las obras de “Funk, Dios, jazz y medicina: Brooklyn negro radical”, [6] nos llevan a considerar cómo hemos vivido sobre estas arenas movedizas y de qué manera las prácticas fugitivas y las institu­ciones nos han otorgado una manera de expandir las posibilida­des de nuestra no libertad —y de qué manera pueden continuar haciéndolo—. Estos cuatro elementos constitutivos —funk, jazz, Dios y medicina— son los cuatro postes que enmarcan un cuar­to. Son formas de ser y de vivir y de pensar, todas conectadas por el tiempo: la deformación, contorsión y desafío del tiempo lineal que marca la música negra; los elementos trascendentes de la espiritualidad y la curación que alargan la vida. Cuando se construye sobre suelo inestable y tierra robada, quizás el material más importante sea el tiempo y la habilidad para habitar una idea expandida de la historia, como la que la profesora de Columbia, Saidiya Hartman, nos ofrece cuando afirma, “Yo también vivo en tiempos de esclavitud, y con esto me refiero a que estoy viviendo en el futuro creado a partir de ella”.

*Traducción de Marina Álamo Bryan

 

[1] N. de la T. Sharpton y Jackson son reconocidos activistas por los derechos civiles en Estados Unidos. Holder es la primera persona afroamericana en fungir como Fiscal General de los Estados Unidos. Sharpton y Holder son importantes asesores de Barack Obama.

[2] N. de la T. Bajo la promesa de “darte un techo sobre tu cabeza, comida sobre tu mesa y dinero en tu bolsillo”, el partido político The Rent is Too Damn High Party (Partido La Renta Está Muy Pinche Alta) ha postulado como su candidato a Jimmy McMillan, un activista político, en las elecciones para alcalde de la ciudad de Nueva York, en 2009, y para gobernador del estado de Nueva York, en 2010.

[3] N. de la T. Fannie Lou Hamer fue una líder y activista por los derechos civiles que participó en la lucha por el derecho al voto en Estados Unidos. En diciembre de 1964, Hamer, acompañada de Malcolm X, dio un discurso en Harlem titulado “Estoy harta y cansada de estar harta y cansada” (“I’m Sick and Tired of Being Sick and Tired”). La historia de la negación al voto por discriminación racial en Estados Unidos es larga y compleja, y ha tocado a distintas demografías, incluyendo a negros, latinos y asiáticos. Fue hasta un año después del discurso de Hamer que, con la Ley de Derecho al Voto de 1965, se lograron prohibir las prácticas discriminatorias que prevalecían —como el pago de impuestos y los exámenes de alfabetización— para poder acceder al derecho a votar.

[4] N. de la T. La Organización para la Libertad del Condado de Lowndes (Lowndes County Freedom Organization, LCFO), mejor conocida como el Partido Pantera Negra (Black Panther Party) por su logotipo del felino, fue una organización liderada por el activista Stokeley Carmichael y creado en 1966 en Alabama para luchar por el derecho al voto de la población afroamericana. En esa época, en Lowndes había 80% de población negra, pero 90% de la tierra era propiedad de blancos y ninguna persona negra había logrado registrarse para votar en más de medio siglo. Este movimiento, cuya resistencia se basó en el simple acto de lograr registrar a la población afroamericana para poder votar, inspiró la creación del Partido Pantera Negra de Autodefensa (Black Panther Party for Self-Defense), surgido en Oakland, California, cuyos miembros son más conocidos como Panteras Negras, y quienes solicitaron permiso a la organización de Alabama para adoptar su nombre y símbolo.

[5] N. de la T. Weeksville es un barrio en Brooklyn, Nueva York, en el vecindario actualmente conocido como Crown Heights, cuyo asentamiento original fue fundado a finales de la década de 1830 por esclavos libertos. Su nombre deriva de James Weeks, un estibador que compró tierras en la zona. Weeksville fue una de las primeras comunidades negras de Estados Unidos; ahí la población afroamericana podía poseer propiedad legalmente, tenían sus propias iglesias y uno de los primeros periódicos afroamericanos, The Freedman’s Torchlight. En 1968, el historiador James Hurley y el piloto Joseph Haynes emprendieron una búsqueda para hallar restos del asentamiento decimonónico original. Sobrevolando el área encontraron un conjunto de casas, escondidas al fondo de un callejón rodeado de unidades habitacionales. Llamadas las Casas de Hunterfly Road (Hunterfly Road Houses), han sido restauradas y ahora forman parte del Weeksville Heritage Center.

[6] N. de la T. Funk, God, Jazz, and Medicine: Black Radical Brooklyn fue una exposición organizada por el Weeksville Heritage Center en octubre de 2014.