La oración del ogro: de la comunidad desobrada a la comunidad demandante
«El testimonio más importante y el más penoso del mundo moderno, aquel que reúne tal vez a todos los otros testimonios que esta época se encuentra encargado de asumir, en virtud de quién sabe qué decreto o de qué necesidad (pues también ofrecemos testimonio del agotamiento del pensamiento de la Historia), es el testimonio de la disolución, de la dislocación o de la conflagración de la comunidad».[1] Así comienza Jean-Luc Nancy su libro La comunidad desobrada, publicado en francés en 1983, años antes del colapso del socialismo real representado por las repúblicas soviéticas, años después de los numerosos límites impuestos por la Guerra Fría a los comunismos locales de varios países. El pensamiento y los ideales inoperantes son formas teóricas que toma la dislocación de la comunidad de manos de las políticas de lo individual; las artes en los límites de la comunidad son el testimonio sensible de su disolución y su crisis.
En 1984, Jaime Reyes publicó La oración del ogro (ERA),[2] testimonio parco y deformado de las rupturas de las comunidades políticas dentro del territorio mexicano, apenas un año después de publicado el libro de Nancy, y un par más después de la persecución contra las guerrillas socialistas, en el punto naciente del ingreso de México al dictum neoliberal. La oración del ogro también es una reflexión autocrítica sobre el comunismo como horizonte de una lucha que, por esos momentos, parecía aguantar un poco más. Su frase final, «La comunidad es demandante» parece un corolario del primer párrafo de La comunidad desobrada.
La oración del ogro es un largo poema que cierra la obra de Jaime Reyes, poeta excéntrico donde los haya, fue formalista en un sentido que se acercaba a la llamada «vanguardia blanca» (Coral Bracho, David Huerta, Alberto Blanco y Gerardo Deniz) en las tensiones de una prosodia lejana a la machacona enunciación lírica del verso medido, sin por ello dejar de recurrir a los versos usuales de la lengua. A diferencia de estos, sin embargo, mantuvo una militancia clara en los poemas, tanto temática como formalmente. No fue un poeta de manifiestos ni vanguardias, pero tampoco lo fue del aislamiento ni la «soledad» creadora; militante y crítico permanente, abre con el poema «A José Revueltas»: «Nosotros que buscamos la seguridad / acechándola hemos encontrado / tapiadas urnas de cristal e incienso / tapiados muros incendiarios». La suya es una poética de la fractura en el sistema social, no en el sistema literario. De allí quizá la multiplicidad de registros y voces que confluyen a lo largo del poema, la singularidad de lo quebrado se hace sensible en la unidad heterogénea y contrahecha de las enunciaciones. Esta unidad, por su lado, sería el aglutinante que permite pensar lo común sin asumirlo como una totalidad absolutista.
Tres momentos funcionan como pivotes de la construcción del poema: la reflexión sobre lo común en formas diversas (el acompañamiento militante, la amistad, el barrio, la familia); los territorios como espacios reservados y expurgados de lo común y de las personas que lo hacen posible; la estética citacionista que no «da voz» a los descomunados sino que los hace hablar por sí mismos en un registro fiel pero en una forma distinta. Sin las elaboraciones teóricas del citacionismo actual, ni al parecer el referente directo de la estética apropiacionista de las vanguardias norteamericanas, Reyes elabora una compleja red de significantes que dan apariencia (es decir, hacen aparecer) la multiplicidad comunitaria.
Vuelvo a Nancy: «“Con”, “juntos”, o “en común”, naturalmente no quiere decir “los unos en los otros”, ni “los unos en el lugar de los otros”. Implica una exterioridad. (Incluso en el amor no estamos “en” el otro más que estando al exterior del otro; y el niño “en” la madre es también, aunque de un modo completamente distinto, exterior en esa interioridad. Ni en la muchedumbre más aglutinada se está en el lugar del otro.) Pero aquello tampoco quiere decir meramente “al lado”, o “yuxtapuestos”. La lógica del “con” […] es la lógica singular de un adentro-afuera. Es quizá la lógica misma de la singularidad en general». La exterioridad en la interioridad toma una forma más clara en el último de los poemas: «La ciudad destruida», reunión «casi literal», según Reyes, de entrevistas a habitantes de la ciudad, tiradas de frases y anécdotas en las que alcanzan a leerse de entre la heterogeneidad del texto algunas voces, algunos registros singulares, algunas posiciones «en común»:
Tengo amigos, veintidós ya cumplidos el siete de julio. Siempre he trabajado lo que puedo decir haciendo la lucha. Mi hermano me enseñó a pararme y se acabó y yo le seguí. Una vez me perdí en la noche y fue mi madre y me pescó en la mañana. Quiero jugar contigo le dije: Mira yo no puedo jugar. Había que salir tirando golpes. Salí tirando golpes. Quiero la revancha. Llevo las manos todavía encogidas, así los brazos.
Así como otros momentos de La oración del ogro, «La ciudad destruida» es un relato de violencias sobre los habitantes de la ciudad, la disolución de los espacios y el despojo de los territorios por parte del Estado (mutatis mutandis para que todo siga igual, 30 años después, con despojos y violencia bajo el manto ideológico de la modernización y la economía); pero no se trata de un relato estetizado que pretenda mover a la empatía, tampoco podría «ponerse en el lugar de los otros». El procedimiento citacionista, como en otras obras similares, desplaza la voz de un hacedor por la multiplicidad afectiva del territorio. La comunidad no es el horizonte de los habitantes sino el principio de activación de los cuerpos expulsados de un espacio por las máquinas de la modernización tras la construcción de los ejes viales y nuevas zonas habitacionales en la Ciudad de México:
Temíamos esos condominios. Hay personas que lloraban. Duele. Dejar las casas viejas y las vecindades. Daba miedo que nos las fueran a quitar. Y nos aventamos más de tres meses en la mañana, al mediodía y en la noche ahí estábamos, porque no nos dejaran fuera. —no lo metas porque se escurre, déjalo allá en la cocina —llora un niño No nos oponemos. Mi esposo gana cinco y son seis a los que hay que mantener. Con qué nos quedamos. Ni para vivir ni para nada. Los automovilistas, los camioneros, los carros, los que manejan. Pasó que le aventaron un carro a una niña y la destrozaron, porque no le hicieron caso. Que ahora hay mucho coche y que hay más coches que gente.
Las máquinas de la modernidad: el auto, el concreto, el yo lírico. La comunidad no como la oposición original a lo moderno sino como el espacio de una reconstrucción posible, la dislocación de los territorios comunes (no puede haber mejor ejemplo que el corte sobre la ciudad por los ejes viales) como la afección que origina un ser en lo común mediante el «con» y el «junto a» de los textos. Los cuerpos expulsados y precarizados de los habitantes ponen sus palabras para expropiar el espacio del poema (paracaidistas de signos y formas); con ello construye, a su modo, una posición común después de la comunidad. La oración del ogro es, pues, al mismo tiempo un testimonio de la disolución de la comunidad y una confirmación de que su agotamiento no es absoluto.
Acostumbran a esos ruidos cargueros, sufriendo moderadamente, sin ofender al vecino, sin perjudicar presumir la competencia de ganar. Si en la noche baila el solo una vez al mes o al año, qué mitades conseguir. Agente de ventas, cobrador, periodista, comerciante, el bolero más chingón, mesero o albañil: el por enemigo chochea. La comunidad es demandante.
Decía que Reyes fue a su modo un vanguardista de la forma que no se separó de la militancia pero que tampoco la elaboró mediante manifiestos. Frente a la política de las vanguardias históricas, el proyecto de Reyes pertenece a lo que Roberto Espósito denomina lo impolítico, no la negación sino la vuelta a la raíz. Si la raíz de lo político está en el espacio creado por la comunidad, a partir de La oración del ogro creo que la comunidad contemporánea, desobrada y derramada en la multiplicidad de las identidades inestables, ya no se abre como un horizonte posible sino como una reconstrucción necesaria para la visión de otro horizonte. La comunidad es demandante porque es la instauración de sí misma, y también su contingencia.
[1] Las traducciones son de Pablo Pereira, de la edición española de Arena Libros publicada en 2001.
[2] Aunque ha tenido lectores y críticos entre los escritores de su generación y todavía más entre los jóvenes, el libro era casi una leyenda de las fotocopias y las librerías de viejo; la edición de 1984 es la primera y hasta ahora única del poema. Es de celebrarse que la editorial independiente Malpaís lo reeditará y pondrá de nuevo en circulación muy pronto, con un prólogo de Eva Castañeda Barrera, dentro de la colección Archivo negro de la poesía mexicana. Debo reconocer que también formo parte de este trabajo colectivo entre Malpaís y el Seminario de poesía mexicana. Simpatías y colaboraciones aparte, el poema de Reyes me parece una lectura imprescindible para poder articular preguntas sobre nuestro presente.