La nada de Macedonio Fernández
Serían insuficientes cientos de prólogos para presentar a Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1 de junio de 1874 – 10 de febrero de 1952) y su extrañísima obra filosófica y literaria. Pero si tuviera que señalar el “origen” de mi obsesión con Macedonio, diría que todo comenzó con la nada. Con un chiste que no tiene nada de chistoso, pero que me recordó a otro chiste que juega con la nada. De esos dos chistes, se deriva una poética de la nada y un proyecto filosófico y literario sin precedentes. El humorismo de la nada de un escritor que se postuló para la presidencia.
El sublime anónimo
Una “chica extraviada le pregunta a un transeúnte: ‘¿No vio pasar una señora que no iba con una chica como yo?’ (Sublime chiste anónimo)”. En Cuadernos de todo y nada, Macedonio Fernández anota este chiste que se convirtió en una de mis frases favoritas. La lógica de la frase es sorprendente y el chiste va a perder la gracia una vez intente explicarlo, pero vale la pena desgranar su función para valorar cómo es que Macedonio Fernández es quizás el filósofo de “la nada” más potente en América Latina.
El chiste juega con la negación: la mujer sólo puede reconocerse por lo que no la acompaña, es decir, la chica, que en realidad es una pura ausencia. El chiste trae a la luz la ausencia presente de la chica, pues materializa (en primera persona) lo que de otro modo no se puede nombrar: la nada. La chica extraviada solo es sin señora. Está extraviada solamente por estar sin una señora. Pero esto tiene otro nivel más allá del evidente en el que se desarrolla, es decir, la forma tácita de la pregunta: “¿no vio?”. Este uso coloquial del “no” al empezar una pregunta enmarca, así, una doble negación. ¿No vio pasar una señora que no iba con una chica como yo? La chica necesita desdoblar su ausencia en una “chica como yo” para poder afirmar el no ver a una señora. Se trata de dos tipos de ausencias, dos tipos de nada.
Ahora bien, no basta con decir que la frase es un chiste y explicar su lógica verbal. Hay que destacar que lo crucial es el vínculo entre la chica extraviada y la señora que se articula en una suerte de banda de Moebius, que revela que el lazo perdido entre ambas es lo que posibilita que concuerden en esta lógica del chiste. También es lo que provoca que este vínculo aparezca como algo al producir un corto circuito entre ambos elementos. Se sostiene la posible articulación de lo imposible mediante la negación.
El del café
La lógica de la chica extraviada sin señora me recordó inmediatamente a un chiste repetido hasta el cansancio en los muchos libros de Slavoj Žižek, Alenka Zupančič y Mladen Dolar, los filósofos de la escuela eslovena que se plagian mutuamente para ilustrar estructuras específicas. Cada vez que le cuento el chiste a mi mejor amiga, me reitera lo nada gracioso que es el chiste, pero lo cuento para mostrar cómo funciona la nada en este caso paralelo: “Un hombre entra a un restaurante y le dice al mesero: ‘Joven, ¿me da un café sin crema por favor? El mesero le responde: ‘Disculpe señor, se nos terminó la crema, ¿se lo puedo ofrecer sin leche?’”1 Lo que el mesero le responde al comensal introduce una paradoja que se le suma a la dimensión misma de la negatividad. La respuesta presupone que el “sin” algo en realidad significa “con la falta de algo” o, incluso, con-sin algo. No se trata solamente de una ausencia, café sin crema, café sin leche, sino de café con-sin leche, con-sin crema. El chiste, desde mi sentido del humor torcido, es graciosísimo, y es el paralelo perfecto de la chica con-sin señora que el transeúnte no vio.
El de Macedonio
De la vida de Macedonio Fernández no hay sino anécdotas. Como diría Geraldine, Macedonio es un ser anecdótico que quería ser inédito, quería convertirse en anécdota. A setenta años de su muerte, no nos quedan más que anécdotas sobre su vida. En realidad, se sabe muy poco a ciencia cierta acerca del enigmático y mágico Macedonio y cualquier intento de escribir una biografía con datos certeros sobre su existencia implicaría traicionar sus propios principios.
Entre las muchas anécdotas sobre Macedonio, se cuenta que en el año 1920 Macedonio fundó una comuna anarquista spenceriana en una isla selvática en Paraguay. Que no le gustaba darle la mano a nadie. Que guardaba alfajores viejos debajo de su cama. Que siempre tenía algún dicho ingenioso para cualquier situación. Que olvidaba sus escritos en los armarios de las pensiones en las que vivía por temporadas. Que era mejor conversador que escritor. Lo cierto, es que Macedonio llenó su vida de pistas falsas, ocultó hechos y también destacó otros, le sugirió a otros el retrato que escribieron, llenando su obra de señuelos autobiográficos.
El mejor ejemplo de esto es cuando Macedonio se postuló para ser presidente de la República Argentina, queriendo insinuarse en la mente del público “de manera sutil y enigmática”. La lógica detrás de su postulación era la siguiente: si un hombre quiere vender cigarrillos, como hay tantos hombres que se proponen trabajar en cigarrerías, no le irá bien. Ahora, si un hombre se postula como candidato a presidente, siendo que no hay demasiados candidatos que se postulen al supremo cargo ejecutivo, probablemente le vaya bien. Se dice que entre 1921 y 1922 Macedonio y sus amigos planearon una serie de acciones colectivas para introducir la ficción en la realidad. Macedonio y sus amigos regalaban o dejaban extraviadas en tranvías, salas de cine o en la calle, tarjetas y libros con anotaciones de propaganda pro-Macedonio. Lo esencial, según dice Borges, no era llegar a la presidencia, sino la difusión de su nombre. Que su nombre se insertara en el juego de la realidad, como un chiste compartido. Se puede añadir que el programa político-electoral de Macedonio eventualmente se desplazó hacia un programa estético-metafísico, legándonos una de las obras literarias más extrañas del siglo XX.
El de las gemelas
En la obra de Macedonio Fernández la nada es uno de los temas fundamentales y frecuentemente le atribuye a la nada una lógica, una forma y una dinámica.
En la década de 1920 Macedonio Fernández comenzó la escritura de uno de sus proyectos literarios más importantes, las novelas gemelas: Adriana Buenos Aires (Última novela mala) y Museo de la Novela de la Eterna (Primera novela buena).2 Macedonio nunca deja de esgrimir su ironía y nos dice que escribió las novelas gemelas de forma simultánea: “escribía por día una página de cada, y no sabía tal página a cuál correspondía; nada me auxiliaba porque la numeración era la misma, la calidad de papel y tinta, igual la calidad de ideas”. Para que las novelas gemelas no se pelearan, tenía que esforzarse y procuraba darles la misma atención. Así, nadie sería capaz de distinguir cuál de las dos era la favorita del autor. Macedonio intenta valorar ambas novelas por igual. Aunque su última novela carga el epíteto de ser “mala” y la primera novela el de “buena”, las gemelas son parte de su programa pedagógico y, según el autor quería, se debían de vender al dos por uno, en un solo libro.
En “la última novela mala” una mujer se enamora y la melosa historia intenta hacernos sentir la tragedia del amor imposible y no correspondido. Adriana Buenos Aires, usa la “alucinación” para “hacer participar al lector en las alegrías y penas de personaje”, lo que resulta “irremediablemente pueril”. Es decir, usa las técnicas de la novela realista y nos muestra un mal ejemplo de cómo el lector se puede involucrar demasiado en la trama de la novela, prestándole toda su atención a asuntos triviales, románticos y efímeros. Es una novela llena de verosimilitud, “el deforme intruso del Arte, la Autenticidad”. Lo que Macedonio repudia en su ejemplo de las malas novelas es la ilusión de un lector (el tipo de lector que llama “lector de vidriera” o “lector continuo”) que se “pierde” en la trama, en el enredo novelesco, y comienza a creer que lo que lee es verdadero porque le parece verosímil, auténtico, una representación fidedigna de la realidad.
En contraste, Museo de la Novela de la Eterna es una obra maestra que es una novela sin novela y sin elementos novelescos, en donde no hay trama. La línea temporal está llena de interrupciones, y nunca llega a comenzar, pues su objetivo es “una conmoción total de la conciencia”. Le dedica la novela al “lector salteado”, figura ideal que rompe con su técnica la continuidad de la ilusión novelesca. Museo está compuesta casi enteramente de prólogos. Al final, hay una breve sección de la “novela” en donde no sucede nada y se pospone la acción. En Museo, por cierto, uno de los personajes principales es el “Presidente”.
Museo de la Novela de la Eterna es una “novela a cuyo comienzo no ha precedido la nada”. La precede Adriana Buenos Aires, que no es la nada, sino que es una novela con-sin novela, con conciencia de ser la última novela mala.
El de la vieja hendida Nada
“Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja hendida Nada. Y comenzó. Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años. Es indudable que las cosas no comienzan cuando se las inventa. O el mundo fue inventado antiguo.” Este prólogo del Museo de la Novela de la Eterna es un manifiesto en contra de los que creen tener nuevas ideas, un manifiesto en contra de la vanguardia y el valor de la “novedad”, a favor de la vieja hendida Nada. Ahí, comienza el legado de Macedonio Fernández, a favor del plagio, de la comunidad, de la anécdota, de enriquecer la realidad con sus extraños personajes conceptuales. Lo que encontramos en distintas obras de distintas épocas, el añadir-se, sumarse a lo que ya hay en la realidad, en la tradición. No empezar desde cero, desde el balbuceo del bebé, desde un nuevo comienzo, sino desde un recomienzo, la vieja hendida Nada, el bostezo de la Nada.
El mundo fue inventado antiguo, quizás, y a eso quiere llegar Macedonio con su filosofía de la nada: “cuando quiero pensar en la nada ¿surge en mi mente alguna imagen sobre la cual recaiga ese pensar? Si la hay, pienso en algo y no en nada; si no la hay, no pienso. Tenemos, es cierto, la palabra nada que a algo alude: es una negación condicionada, o parcial de existencia condicionada: el no haber tal cosa o sentir en tal lugar o tiempo, es decir junto a tales determinaciones de otras cosas: no hay nada sobre esa mesa; el no haber en percepción lo que hay en imágenes: no haber en mi casa los manjares en que pienso. Nada carece de otro sentido”.
A través de su peculiar humor, el anecdótico Macedonio alude una y otra vez a la negación condicionada, la chica sin señora, el café sin leche, la vida sin biografía, la novela sin novela. Desde esa vieja hendida Nada hoy leemos a Macedonio, quien carece de otro sentido.
- Alenka Zupančič, ¿Por qué psicoanálisis?. México, Paradiso editores, 2013, pp. 80-81.
- Alicia Borinsky dice que Macedonio escribió Adriana Buenos Aires en 1922 y la revisó en 1938. Adolfo de Obieta dice que la novela “puede haber sido parte de un Proyecto proselitista de Macedonio ligado a su deseo de presentarse como candidato para la presidencia argentina”. A su vez, la primera version de Museo de la novela de la eterna se publicó en 1940 bajo el título Una novela que comienza. A pesar de las promesas del autor, la versión “completa” de Museo no se publicó sino hasta 1967, quince años después de la muerte del autor y cuarenta años después de que la concibiera como la gemela de Adriana Buenos Aires. De acuerdo con Cecilia Salmerón en su brillante libro Macedonio Fernández: su conversación con los difuntos (México: El Colegio de México, 2017), “Aunque Fernández proyectó la publicación de sus novelas como dilogía, la tendencia ha sido la de estudiar Museo de la novela de la Eterna en forma aislada… M nació ‘desmellizada’. Los lectores que la recibieron en 1967… no pudieron conocer Adriana Buenos Aires sino hasta 1974” (20).