La Micropedia: un elogio de la vista otra
Entre la vasta obra del escritor Ignacio Padilla destacamos su proyecto cuentístico. A contracorriente de la proverbial indiferencia que el medio literario y editorial suele mostrar por este género, cada volumen publicado por Nacho no era producto de la acumulación o el azar, sino de un plan cuidadosamente trazado. Para él, se trataba de un mapa, una ruta a seguir y, sobre todo, una «propuesta de vida».
Durante las semanas posteriores a la partida de Ignacio Padilla ha sido común encontrarse con esa declaración suya en torno al proyecto narrativo que pensaba emprender durante toda su vida: «Quiero que mis cuentos se lean en un futuro, cuando no esté, como mi biografía. A todos los encuadro en lo que llamo Micropedia; ése será algún día el nombre de mi obra cuentística».[1] Y no es que su vida hubiese transcurrido en las Antípodas, ni que hubiese estado poblada de encuentros con androides o lotófagos; me parece que tampoco implicaría, necesariamente, que las relaciones entre los personajes de sus historias, con frecuencia tristes o crueles, definiesen la manera en que estuvo aquí en que amó, en que trató a sus semejantes. Es razonable suponer que, al decir «biografía», tuviera ambiciones más altas, porque para quien escribe historias (y, sobre todo, para quienes cuentan desde la mirada fantástica) la vida cotidiana no es suficiente vida. Nacho tenía la vista otra, y cualquier resumen biográfico estaría incompleto sin tomar en cuenta lo que pudo atestiguar gracias a ella. Pero antes de hablar de esa cualidad extraña, de navegar esas aguas habitadas por quimeras, quizá, sea necesario repasar la cartografía que Ignacio Padilla recorrió como escritor, registrada ya en el mapa de las letras mexicanas.
EL FÍSICO CUÉNTICO
Ignacio Fernando Padilla Suárez nació el 7 de noviembre de 1968 en la Ciudad de México. Comenzó a escribir en cuanto le fue revelada la satisfacción de inventar sus propias historias, poco después de aprender a leer. Él mismo contaba que en sus recuerdos más lejanos ya estaba la voluntad de escribir, así que desde los ocho años escribía historias de ciencia ficción. Su primer libro se publicó cuando tenía veintiún años (Subterráneos, Castillo, 1990). Luego formó parte del Crack, el movimiento literario surgido en 1996 con el que Padilla vivió «la literatura como actividad de grupo, de amistad»[2] junto con Eloy Urroz, Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou y Ricardo Chávez Castañeda. El grupo, como ya se sabe, atrajo los reflectores con un manifiesto colectivo; la parte que le correspondía a Padilla explicaba que el Crack surgía a partir del cansancio de que «la gran literatura latinoamericana y el dudoso realismo mágico se hayan convertido, para nuestras letras, en magiquismo trágico […] cansancio de escribir mal para que se lea más, que no mejor». También anunciaba su afiliación a una «estética de la dislocación», o al cronotopo: «el no lugar y el no tiempo, todos los tiempos y lugares y ninguno»; y a la necesaria revitalización del lenguaje, pero no necesariamente a través de elementos vanguardistas, ¿por qué no considerar a los de un pasado de oro?: «renovar el idioma dentro de síemismo, esto es, alimentándolo de sus cenizas más antiguas».[3] Veinte años después, y aun cuando el mismo Padilla, condescendiente, se refirió a él mismo y a sus colegas de entonces como «arrogantes» y a las propuestas del movimiento como «una bravuconada», podría decirse que —independientemente del balance global del Crack— Padilla fue fiel a sus objetivos y materializó varias de sus propuestas, ya desde la novela citada en el manifiesto que lo inauguraba como autor del Crack: Si volviesen sus majestades (Nueva Imagen, 1996).
Desde entonces su carrera no conoció pausa ni demora, y las páginas de uno u otro género (ensayo, narrativa para niños, cuento, novela, crónica) fueron aumentando con celeridad y cosechando galardones. Al final de su vida contaba con una treintena de libros cuyas variadas formas y temáticas son como un caleidoscopio en el que se agitan, incansables, numerosos cristalesde distintos colores que dejan ver figuras recurrentes, ciertas obsesiones: la necesidad de viajar, de explorar coordenadas lejanas en el tiempo y el espacio; el asombro ante los prodigios de la imaginación fantástica; la especulación apocalíptica; una mirada escéptica hacia la bandera tricolor de los ideales humanistas (libertad, igualdad y fraternidad) y, en cambio, la convicción melancólica de que el miedo y el mal son motores que mueven con mayor fuerza al mundo, preocupación patente en la novela Amphitryon (Espasa-Calpe, 2000) o el ensayo La industria del fin del mundo (Taurus, 2012), en la que afirmó: «Pensar un futuro horrible es a veces la forma natural de activar la mutación de un presente inaceptable».[4]. Su obra entera revela una gran preocupación por utilizar la lengua castellana con la mayor plasticidad posible, no sólo para obtener una prosa precisa y deslumbrante, sino para construir una ambigüedad turbadora en la que fuese un reto para sus lectores distinguir la realidad de la ficción, incluso en las historias donde abundan los elementos maravillosos, casi siempre a partir de una investigación documental que pocas veces hizo explícita.
Pese a que sus trabajos más extensos recibieron más atención y elogio, Nacho se describía a sí mismo como «un físico cuéntico al que de vez en vez le nace una novela». Aunque estamos ante uno más de sus recurrentes juegos de palabras, la elección de este personaje (mezcla de científico loco y cuentacuentos) no parece ser inocente. En un ensayo sobre Cumpleaños de Carlos Fuentes, Padilla alaba la cualidad del autor para «conseguir que la narrativa sea la única expresión del saber humano capaz de amigarse con y adelantarse a la física cuántica en su búsqueda por fijar de una buena vez y para siempre, más que el tiempo mismo, su caprichoso fluir».[5] Si bajo este esquema el narrador se adelanta al científico, parece que el físico cuéntico sería, entonces, un investigador del mundo cuya capacidad de contar le permite encapsular el tiempo para hacer de la vida y sus breves destellos algo perdurable, aunque sea sólo a través de la tinta y el papel.
Pero la vocación del cuentista contiene otras inspiraciones. Para Padilla, el cuento es un taller donde con paciencia de artesano es posible obtener una pieza perfecta, es un lugar de contención que, a causa de su brevedad, funciona como un espacio seguro en el que es posible ensayar una y otra vez el resultado ideal:
Con el cuento me refugio, me regalo una caja que imagino suficiente para no dejar de creer en una utopía de perfección que no es ni ha sido nunca viable […] me doy un contenedor para que mi materia no se desparrame y pueda yo pulirla hasta el cansancio, ingenuo, quijotesco otra vez, ignorante de que el diamante demasiado pulido no será más luminoso sino cada vez más pequeño…[6]
Para apoyar esta idea, Nacho se encomendó a Borges en un texto que resume su poética como cuentista («El accidente de la novela moderna»). Recurre a él para elaborar su propia teoría en torno a la novela y el cuento con una idea que, según el mito, pertenece al autor de Ficciones: una buena razón para no escribir novelas es no permitirse equivocarse tanto, más por una vocación utópica, casi metafísica del autor, que por simple cobardía. A partir de la idea de que el Quijote de Cervantes era en realidad un cuento que escapó de las manos del autor, Padilla aventura que como la novela es imperfecta, inacabada y distópica, está más cercana a lo carnal, a lo humano; mientras que el cuento, casi perfecto, completo y utópico, anhela acercarse a lo divino:[7] «La novela siempre va a parecerse más a la realidad, el cuento en cambio siempre será una quijotada que va a tender a lo fantástico y a sustraerse de ella».[8] Y es aquí, en esta mística, donde la forma muerde la cola del fondo y viceversa, y se asoman los ojos de la vista otra.
EL REY SECRETO Y SU VISTA OTRA
En varias ocasiones, Padilla se refirió al cuento como «un género destinado a ser el rey secreto» [9]que merece salir de las sombras, algo que, desde su perspectiva, sólo se puede obtener reeducando a los lectores, pues el cuento tiene exigencias particulares que han sido relegadas gracias al imperio comercial de la novela. De ahí que Nacho se convirtiera en, por así decirlo, un militante del cuento que convocó año con año al Encuentro Internacional de Cuentistas en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara con el objetivo de crear puentes hacia los lectores para provocarlos a ampliar la demanda de historias breves y eliminar los prejuicios de la industria editorial respecto al género. Su deseo era recuperar la gran tradición del cuento latinoamericano y a autores como Augusto Monterroso, Horacio Quiroga, Felisberto Hernández o Macedonio Fernández (aquí yo añadiría a Elena Garro, Amparo Dávila y Guadalupe Dueñas). De hecho, el origen del proyecto de la Micropedia está en lo que Padilla definió como «mi ansiedad, mi nostalgia de los grandes proyectos cuentísticos», en concreto, de la obra cuentística de Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes y Julio Cortázar. «Los libros de cuento de hoy se despatarran, faltan esos grandes proyectos cuentísticos, pensados como volúmenes», afirmó al tiempo que bromeaba acerca de quienes se conforman con reunir sus historias breves en un «cajón de sastre (o desastre)».[10]
Quizá el nombre de Micropedia podría explicarse con el talante juguetón de Padilla, imitando el tono de una de esas definiciones como salidas del diccionario que indicaban a los lectores de sus libros de qué iba lo que tenían en las manos:
Micropedia: Del gr.- mikro- «pequeño» y el gr.- paideia- «conjunto de conocimientos, enseñanza».
Si confiamos en que este juego nos acerca a la intención del proyecto, los volúmenes de la Micropedia reunirían el pequeño conjunto de conocimientos (en contraste con la vastedad y aparente totalidad de la enciclopedia) que caben en la vida de una persona, entendida como algo más que la recapitulación de los sucesos acumulados en una ficha biográfica: lo que de aquello pudo extraer quien los experimentó. Aquí esta definición imaginaria se toma una libertad más, porque le es necesario hacer de la experiencia un concepto flexible que permita afirmar que Ignacio Padilla fue testigo presencial de los sucesos policiales de Trampantojo tanto como lo fue de lo ocurrido, digamos, cierto martes de febrero en el interior de un banco, mientras esperaba su turno en la fila. ¿Por qué habría de ser una experiencia menos importante que la otra? Jorge Luis Borges, mucho antes de esta escandalosa acepción, ya había dicho: «¿Por qué tengo que creer que un subsecretario es más real que un sueño?».
La Micropedia ya llevaba veinte años en marcha. En varias ocasiones Padilla planteó que sería una tetralogía, pero en otras afirmaba que continuaría realizándola sin prisa: «Me he propuesto escribir no sólo uno, sino todos los que pueda a lo largo de mi vida. Mis libros de cuentos son esa propuesta de vida, y las novelas y todo lo demás son las irradiaciones de este señor que está escribiendo, mientras vive, un libro de cuentos… que nunca se va a acabar, porque insisto: nunca se va a acabar».[11] Esto es lo que podemos recontar de ella:
▶ Micropedia I: Las antípodas y el siglo. En este primer volumen Padilla cuenta historias de viaje del siglo xix emulando los
testimonios de exploradores, pero también la literatura anglosajona y sus monstruos. En el cuento que da nombre al libro imagina una nueva Edimburgo (donde vivió) surgida en el desierto de Gobi; mientras que en «Rumor de harina» se reapropia del realismo mágico para hacer «una crítica al nacionalismo, la xenofobia y el genocidio».[12]
▶ Micropedia II: El androide y las quimeras. Va sobre los autómatas, las muñecas y las mujeres. Las quimeras, en obsesivo afán taxonómico, están aparte porque son recreaciones de arquetipos: Galatea, Circe, la bruja «encarnada por una mujer que existió, porque en los años 30 fundó un paraíso nudista en una isla de las Galápagos»,[13] y Miranda, la niña salvaje de La Tempestad de Shakespeare. Salvo por esa idea implícita de las mujeres como algo extraño, como el otro que permea muchos de los cuentos (y que no le es exclusiva: es un lugar común de cierta literatura mexicana), el libro es una hábil fusión de personajes y sucesos reales, como la fábrica de muñecas parlantes de Edison en Las furias de Menlo Park, con la ficción más imaginativa.
▶ Micropedia III: Los reflejos y la escarcha. Relatos cuyo denominador común es la fraternidad, los hermanos y la idea de
los dobles, clones o gemelos. Las historias sorprendieron al mismo Padilla por una violencia que parecía venir desde la historia de Caín y Abel. Abordan desde el incesto (el inquietante «Pesca de rojo y cielo») hasta temas de ciencia ficción, como la melancólica descripción de una inteligencia artificial en «Largo sueño de las cifras» o «El año de los gatos amurallados», que en 1994 ganó el premio Kalpa.
▶ Micropedia IV: Lo volátil y las fauces. En 2014 se publicó Las fauces del abismo que es, según Padilla, la primera parte de un bestiario, correspondiente a las criaturas de tierra (las fauces). Sobre el bestiario de aire (lo volátil), Padilla refirió, en una entrevista con Julio Puente García: «Ya tengo los cuentos de aves, dragones e insectos volátiles, pero los estoy dejando descansar».[14] Tanto en su homenaje en Bellas Artes como en esa misma conversación hizo referencia al que habría de ser el siguiente volumen, la Micropedia V: El vapor y sus relojes: «El nuevo proyecto cuentístico será de ciencia ficción, de steampunk. Incluye temas como la combustión humana espontánea, la teoría de la relatividad, el mundo de Julio Verne, el tiempo y el progreso».[15] Sobre la Micropedia como proyecto de vida, alcanzó a decir también: «Es sobre todo una toma de conciencia de quién soy y cómo soy, y qué es lo mejor que puedo hacer; qué orden le voy a dar a una obra que va a existir cuando yo ya no exista. Es parte de la conciencia de muerte a la que todos nos enfrentamos más temprano que tarde en la vida. Una necesidad de limpiar la casa para cuando ya no estés».[16]
- El androide y las quimeras, Páginas de Espuma, Madrid, 2008
- Micropedia II: Los reflejos y la escarcha, Páginas de Espuma, Madrid, 2013
- Portada de Las fauces del abismo, Océano, México, 2014, volumen que desarrolla el «bestiario» terrestre de Padilla
El rey secreto (otro personaje dibujado por Nacho), con mucha frecuencia da cuenta de esa «rara facultad de ciertas gentes para reparar en lo invisible»[17] que describió en «Elogio de la Vista Otra», cuento que es también una defensa de la mirada fantástica, con un título que se ajusta a la Micropedia: «de la Visión Otra había mucho que decir, porque esa facultad era algo muy probado y experimentado, no sólo de fisiólogos montañeses sino de sabios señalados más acá de la Muralla de Adriano […] si se mira a través de un roble hendido por un rayo, se afecta una visión de objetos animados que otrora eran invisibles, y se escucha claramente un conversar de rocas, un rumor de sierpes y un disputar de ramas entre los abetos».[18]La obra entera de Padilla está escrita primordialmente con la vista otra quizá porque el cuento es «la casa donde habita lo fantástico».[19]
Paradójicamente, eso que la industria editorial y algunos sectores de la crítica juzgan en otros autores mexicanos como limitante o necia automarginación, en Ignacio Padilla son consideradas cualidades, y no sólo por la calidad de su obra: «No tengo empacho en reconocerlo, me influyeron el cómic bueno y el malo y algunas series de televisión malas están en mi obra y en mi ritmo narrativo».[20] En su condición de autor canónico, Padilla se salvó de experimentar las consecuencias negativas de esa influencia, y se puede aventurar por qué: gracias a su presencia en el Crack –validado por el sistema cultural aunque surgiera como movimiento de ruptura–, al éxito comercial de sus novelas y a sus trabajos sobre Cervantes que lo hicieron parte de la Academia de la Lengua, es probable que haya estado protegido contra las adversidades a las que suelen enfrentarse quienes escriben 1) cuento, 2) a través de la mirada fantástica, y 3) dentro de una genealogía de autores, temas y formatos considerados «marginales»: el cómic, la televisión, cierta clase de cine, los subgéneros literarios. La nobleza de Nacho se impone frente a este doble estándar del aparato literario porque siempre reconoció el sesgo que había en el juicio hacia este tipo de obras y autores:
La literatura fantástica está muy habitada, junto con la ciencia ficción, la novela negra; los subgéneros están vinculados con el cuento porque el cuentista está en los márgenes. El interés que se pone en estos (sub)géneros explica que es en la marginalidad, en lo fronterizo, donde se hacen las grandes creaciones de la literatura y del pensamiento humano.
Es difícil dejar de notar que su tristísima partida provoca ese desasosegante sentimiento de lo fantástico del que hablaba Cortázar. Como Nacho mismo narró en Bellas Artes poco antes de morir, semanas atrás había aparecido en Facebook un doble del autor, un tal Ignacio Padilla cuya cuenta llevaba su imagen pero había sido «abierta desde la República Checa […] mis amigos me dijeron ‘es una típica historia de un cuento tuyo’».Quizá con el tiempo habría escrito algo sobre los doppelgängers y sus augurios fúnebres, quizá no. Pero en ese momento, el físico cuéntico convirtió la experiencia en una historia con la que, ante el sinsentido de la vida, podía compartir la risa y el desconcierto con amigos y lectores.
Ojalá que en memoria suya, honrando lo que demostró con la diversidad de su trabajo, la riqueza de su imaginación y la calidad de su obra, disminuyan los prejuicios y se valoren los alcances del cuento fantástico contemporáneo. Como él habría querido.
[1] Fabiola Palapa Quijas, «Falleció Ignacio Padilla; deseaba que sus cuentos hablaran de él», La Jornada, 21 de agosto de 2016. En línea: http://www.jornada.unam.mx/2016/08/21/cultura/a08n1cul
[2] Íbid. En línea: http://www.jornada.unam.mx/2016/08/21/cultura/a08n1cul
[3] 3 Ignacio Padilla, «III. Septenario de bolsillo», «Manifiesto del crack», en
Crack. Instrucciones de uso, Grijalbo, Random House Mondadori, Barcelona, 2004.
[4] Ignacio Padilla, La industria del fin del mundo, Taurus Ediciones, 2012
[5] Ignacio Padilla. “Cumpleaños, o la cristología del tiempo”, en Revista de la Universidad de México 58. México, 2008. En línea: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/5808/5808/pdfs/58padilla.pdf
[6] Ignacio Padilla. «Elegía de la novela zombificada», La Jornada Semanal 933,
20 de enero de 2013. En línea: http://www.jornada.unam.mx/2013/01/20/semignacio.html
[7] Lo explica aquí con más detalle: «Excelente por excesiva, la novela explica
al hombre por sus tumbos, por esos baches y esas exuberancias con los que, ya sin el pudor del cuento, nos define tal cual somos, no así como debíamos ser […] el cuentista se catapulta, siempre ingenuamente, en el sueño de crear una obra que refleje un ansia de perfección, de modo que el lector vea estimulado en él o en ella la intuición de lo único, lo bueno, lo verdadero y lo bello». Ignacio Padilla, «El accidente de la novela moderna», Revista de la Universidad de México 108, 2013.
[8] «El cuento es el rey secreto de la narrativa: Ignacio Padilla», Ministerio de Cultura de Colombia, 21 de noviembre de 2014. En línea: http://www.mincultura.gov.co/prensa/noticias/Paginas/El-cuento-es-el-rey-secreto-de-lanarrativa-Ignacio-Padilla.aspx
[9] «Ignacio Padilla considera al cuento como ‘el rey secreto’», El Universal, 7 de abril de 2014. En línea: http://archivo.eluniversal.com.mx/cultura/2014/cuento-minoritario-ignacio-padilla–1001452.html
[10] Homenaje a Ignacio Padilla en el ciclo Protagonistas de la Literatura Mexicana organizado por la Coordinación Nacional de Literatura del inba el 2 de agosto de 2016, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, junto a Ana García Bergua y Jorge Fernández Granados. Transmisión por Periscope. En línea: https://www.periscope.tv/w/1jMKgydQDdXJL
[11]Íbid
[12] Como bien apunta Julio Puente García en Ignacio Padilla, México, y el legado de la tradición literaria latinoamericana (1985-2015), tesis doctoral para la UCLA, Los Angeles, 2016, p. 117. En línea: https://escholarship.org/uc/item/8td3484r#page-6
[13] Ignacio Padilla, «La neurosis es una parte fundamental para la experiencia creadora de un escritor», entrevista con David González Torres, enero de 2009. En línea: http://www.aviondepapel.tv/2008/01/ignacio-padilla/
[14] Julio Puente García, «Apéndice: De viajes, cuentos y literatura (nacional): Entrevista con Ignacio Padilla», realizada en 2015, en ,p. 214
[17] Ignacio Padilla, «Elogio de la Vista Otra», en Las fauces del abismo, Océano, México, 2014
[18]Íbid.
[19] Julio Cortázar, «El sentimiento de lo fantástico», conferencia dictada en la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela, 1982. En La vuelta al día en ochenta mundos, tomo 1, Siglo XXI, México, 2005.
[20] «Ignacio Padilla, una manera escrupulosa de vivir del cuento». Agencia EFE, 20 de febrero de 2015. En línea: http://www.efe.com/efe/america/entrevistas/ignacio-padilla-una-manera-escrupulosa-de-vivir-del-cuento/50000489-2542027
[21] “Ignacio Padilla considera al cuento como ‘el rey secreto’”. El Universal, 7 de abril de 2014. En línea: http://archivo.eluniversal.com.mx/cultura/2014/cuento-minoritario-ignacio-padilla–1001452.html