La lucha social y la vida cotidiana
Todos tenemos una historia particular e íntima que sentimos lejos de los grandes cambios sociales e históricos. ¿Por qué debería ser de otra forma? «Claro que, por mucho y por muy alto que gritara ¡muerte al fascismo!, el Orejas no tenía que levantarse a las seis de la mañana para poner el cocido en el fuego, ni despertar a Isabel para dejarla encargada de los pequeños, ni abrir el almacén de la calle Hortaleza a las ocho en punto, ni cerrarlo a la una y media para volver a casa corriendo a recoger tres tarteras, ni llevarle una a su padre y otra a su hermano a sus respectivos cuarteles para liquidar la suya de pie, en la trastienda, tres minutos antes de abrir otra vez, ni llegar a su casa a media tarde para encontrárselo fumando con sus amigos en el cuarto de estar», ésta era la vida tan ocupada de Manolita que Almudena Grandes describe en su más reciente libro: Las tres bodas de Manolita y que parece preguntar: ¿qué me puede importar lo demás (manifestaciones, desaparecidos, muertos y más manifestaciones) si tengo mucho trabajo y a quién mantener?
Este libro es el tercero de un proyecto de seis que pertenece a la obra Episodios de una guerra interminable, una serie de novelas que nos habla de las vicisitudes cotidianas de una España subyugada por el franquismo, una dictadura. Respecto a la tercera parte, Las tres bodas de Manolita, se puede leer de varias maneras, ya sea como un manual para la formación de cuadras juveniles anarquistas o socialistas, la historia del ascenso de un soplón o como una respuesta a aquellas personas que piensan que su vida cotidiana no se verá trastocada por las dictaduras, el mal gobierno o las conspiraciones de la cúpula política. Ésta última forma es la más interesante.
Cuando hablamos de eventos sociales, como sucede en México con Ayotzinapa, por ejemplo, y vemos trastocada nuestra vida cotidiana por las consecuencias de estos (la angustia por las manifestaciones que nos impiden llegar temprano a nuestro trabajo, el miedo que provoca el granadero listo para golpear a lo que se mueva, la confusión por la desinformación por parte de los medios entre otras secuelas de la lucha social), pareciera que nosotros estamos inmersos en un juego en el cual no participamos: ¿realmente podremos hacer algo en una situación que nos supera? La historia de Manolita parece decirnos que sí.
Su hermano Antonio, un líder de las Juventudes Socialistas Unidas, encuentra tiempo en la vida tan apretada de Manolita para «casarla» con un amigo que se encuentra en la cárcel. Este amigo, que se llama Silverio, a quien apodan el Manitas por su capacidad para componer máquinas con una horquilla y una liga, es el único que podría decirles cómo funcionan dos multicopistas, para imprimir propaganda antifranquista, que llegan de contrabando desde América. Ponerlas a funcionar es esencial para combatir una campaña de desprestigio que el gobierno franquista realiza contra la lucha social de los ya vencidos, en la guerra de las armas: los republicanos. La violencia armada ya no es opción pero sí la guerra ideológica.
En una presentación de este libro que Almudena Grandes realizó ante cientos de profesores oaxaqueños de educación pública, dijo: «La violencia no podemos ejercerla nosotros, la violencia está monopolizada por el Estado». En un sistema que tiene las herramientas militares, policiales y jurídicas a su favor, ¿cómo se puede luchar de forma vandálica si existen leyes a favor de unos, si se puede catalogar lo que es violento y lo que no? La obra de Grandes analiza, a través de las historias individuales de sus personajes que la autora desarrolla de forma íntegra, las características y consecuencias del fascismo en individuos que sólo desean sobrevivir. Al leer el libro, se abre un mundo, que si bien es España, podría ser México visto desde los ojos de una señorita, que al igual que la mayoría de la población mexicana, no tiene tiempo para manifestaciones, que al igual que todos nosotros sabe que ha «llegado la hora de los miserables […] la hora de los pobres, de los humillados, de los que nunca [han] tenido suerte», la hora de un cambio, de curar los venenos de la corrupción, la traición, la indiferencia en que nos sumerge nuestra vida cotidiana y nos impide actuar ante la injusticia.