La isla de retazos y morenas

Titulo: Dama de Porto Pim
Autor: Antonio Tabucchi
Traductor: Carmen Artal
Editorial: Anagrama
Lugar y Año: Barcelona, 2001
Hay hombres que aman las islas, como dice el relato de D.H. Lawrence, y otros que parecen nacidos para contarlas, quizá porque las ínsulas son fronteras, posibilidades, distancias materializadas, mundos posibles y misteriosos por excelencia. Antonio Tabucchi (Vecchiano, 1943-Lisboa, 2012) pertenecía a ambas categorías. Novelista, cuentista, ensayista, profesor, experto en Fernando Pessoa, la vida de Tabucchi quedó unida a Portugal por el amor de una mujer y por las palabras de un hombre multiplicado en muchos seres que aguardaban nerviosos en los escritos de un baúl.
Aunque con estirpe viajera evidente, Dama de Porto Pim, obra brevísima del autor italiano publicada en 1983, no es un libro tradicional del género, como advierte Tabucchi desde su prólogo. El escritor lo trastorna desde varios puntos de vista. Primero, Dama de Porto Pim no es un texto de fidelidad ni memoria realista, sino un libro “inmune a la imaginación que la memoria produce”, una visión personal y con “disponibilidad a la mentira” de un paisaje tanto físico como emocional, desde un ángulo de apasionado asombro. Se trata de la historia mínima y entrañable de un “inútil faro de la noche” del alma, rescatando una evocadora frase de Tabucchi.
La temática de estos folios es tan sencilla como abarcadora. Las ballenas y los naufragios son los polos para narrar una impresión poética y tangencial del archipiélago de las Azores, esos “montes de fuego, viento y soledad” distantes a 1500 kilómetros de la costa portuguesa. Tabucchi no hará un Moby Dick ni una crónica decimonónica ni un documento antropológico que desentrañe las cualidades exóticas o las instituciones sociopolíticas de los lugareños. No se burlará con mordacidad o elegancia de los isleños, como lo hizo en el siglo XIX Mark Twain. Pero tampoco los deificará. Tabucchi se dedicará a contar ese espacio desde la crónica de sus ojos y los de los otros, a medio camino entre la sugerencia y el susurro. Fabricará su isla no con base en verdades económicas, políticas, sociales o científicas, sino guiándose por el delirio personal, el contacto cotidiano, los trozos de conversaciones –reales o imaginadas–, la vida ilustre de un poeta del pasado, la fisiología de las ballenas, las impresiones de una playa, las canciones de pesca y los dioses nativos; para compilar una radiografía anímica totalmente libre y heterogénea de un sitio tan real como fantástico, una Atlántida desperdigada, rocosa y lejana en pleno siglo XX.
El montaje fragmentario estructura la narrativa de Dama de Porto Pim y le da un aire de movilidad y contrastes que seduce al lector. El don de Tabucchi es recrear y maravillarnos con una tierra mágica, una isla de retazos de memoria personal y libresca desde una voz que no se asume erudita ni desdeña mezclarse con los otros, robar y abandonar una charla, tener un recuerdo o, mejor aún, crearlo, construirlo, fingir que está ahí y que es nuestro. Esa voz narrativa, llena de flexibilidad y de poesía, reveladora pero no pedantesca, presa en la sensación del viaje y después volando a otras memorias y personajes periféricos para asistirse en su relato, es una de los logros más impresionantes y disfrutables en el libro.
Como los puntos más brillantes de la obra de Tabucchi, signados por la brevedad y la creación de atmósferas y mundos engendrados por lecturas o duermevelas, Dama de Porto Pim vivirá en la frontera borrosa entre el delirio poético y la historia “objetiva”, esa riquísima parcela narrativa donde la realidad factual y la ficción imaginativa tienen límites más que borrosos, incluso sobrepuestos, felizmente mezclados. “Estilizado libro de frontera”, lo llamó Enrique Vila-Matas y luego describió en brillantes trazos la ficción de Tabucchi: “Elegancia, humor, melancolía. Y la agazapada idea de viajar para derrumbarse en el sueño”.
Esa cualidad soñada del texto permite que los límites impuestos por el realismo más documental y lisiado se quebranten. “Hespérides. Sueño en forma de carta”, texto que abre el volumen, presentará la isla con indudables referencias platónicas, en una descripción mítica donde los insulares se mezclan los dioses y la memoria es sueño, sortilegio, creación. Tabucchi recupera y rehace a su modo el motivo literario de la isla misteriosa, ese enclave donde se unen la crónica de viaje, el ensayo antropológico y la literatura fantástica. Pero lejos de idealizar el terreno, el narrador lo presenta revestido de la realidad más entrañable y limítrofe con el mito: esa que se narra desde los cetáceos como monstruos o apariciones tan maravillosas como cotidianas, desde las pasiones de sus lugareños, desde los naufragios y batallas de antaño, además de las miradas asombradas de sus visitantes.
La fidelidad de la memoria de Tabucchi no es la de una cámara objetiva, sino la de una conciencia literaria que se afinca temporalmente en un territorio abrupto y desconocido. Al sitio no lo unen lazos de sangre, pero sí afinidades secretas y narrativas: contar las Azores es la posibilidad de elegir un naufragio en la escritura, una estación insular que crea asidero, memorias y un mundo breve y condensado en una isla real del fin del mundo.
La facultad de ir libremente desde el cuento hasta el ensayo o la nota geográfica, esa escritura integradora –en continuo diálogo intertextual con fuentes clásicas o con los viajeros que lo precedieron– borra los géneros y crea la sensación de encontrarse con un pequeño manual de miradas oblicuas y voces múltiples. Tabucchi narra la llegada en barco a la isla mediante un cuento minimalista y fragmentario de deuda norteamericana en “Pequeñas ballenas azules que pasean por las Azores”, donde se adivina el fin de un idilio amoroso y la aparición inicial de las ballenas como leitmotiv del volumen; pero luego puede saltar a la vida imaginaria y vaporosa en la mejor tradición de Marcel Schwob en “Antero de Quental. Una Vida” y culminar con un cuento de crimen amoroso como “Dama de Porto Pim”.
Estos tres breves relatos serán las vértebras narrativas de la pequeña ballena de Tabucchi nadando en las Azores, pero su carne y sus músculos estarán en la extraordinaria capacidad del autor para yuxtaponer los fragmentos de otros libros y charlas durante la travesía. Ahí aparecerá el bricolaje narrativo del italiano con toda su capacidad sugerente y poética. En “Otros fragmentos”, el narrador seguirá el recorrido de dos ciudadanos británicos (Joseph y Henry Bullar) para trazar los puertos y poblados insulares y recordará los antiguos navegantes que circunnavegaron la tierra (Joshua Slocum) o la primera mujer ballenera de la que se tiene noticia en las Azores. Asimismo, el libro expondrá manuales y reglamentos de caza ballenera, textos de retórica legal, porciones ensayísticas de Jules Michelet o los escritos oceanográficos de Alberto I, príncipe de Mónaco, y obsequiará a los amantes de la cartografía mapas antiguos y notas geográficas. Luego de intercalar con sabiduría estos materiales, el narrador volverá a su propia voz y será un personaje más al que le cuentan una historia final de amor trágico, para cerrar el libro de manera brillante. Así veremos nacer un artefacto textual fragmentario y poliédrico, pero recorrido por una sutil unidad en su conjunto.
Uno no escoge muchas cosas en su vida, pero la literatura sirve para hacernos un linaje de elecciones, una sangre distinta, un vínculo profundo y simbólico con voces y personajes de otros tiempos y horizontes. Dama de Porto Pim es parte de esa familia oscura, misteriosa, en que se nos convierten algunos libros y sus palabras oraculares. Yo lo consulto o converso con él cada tanto tiempo, en periodos de oscuridad, en tiempos de bloqueo o temporadas de escritura. He leído y releído Dama de Porto Pim muchas veces y varios fragmentos de su prosa brevísima y potente se me han quedado en las telas del corazón, como diría Gelman:
Las morenas se pescan de noche, con luna creciente, y para llamarlas se usaba una canción sin palabras: era un canto, una melodía primero susurrante y luego lánguida y después aguda, jamás he oído un canto tan lastimero, parecía que viniese del fondo del mar o de ánimas perdidas en la noche, era un canto antiguo como nuestras islas, ahora ya nadie lo conoce, se ha perdido, y quizás más vale así porque llevaba en sí una maldición, un destino, como un sortilegio. (79)
Quizá por ello sé que el dios de la añoranza de los hombres del archipiélago es un niño con cara de viejo. Recuerdo los lamentos confusos, las letanías y los susurros de las almas de los náufragos en la isla de San Miguel sin haber estado ahí. He asumido como propio el periplo asombroso de Joshua Slocum, embarcado en el Spray, como el primer navegante que circunnavegó en soledad los océanos y he dejado mensajes en el dique del muelle de Horta con la certeza de viajar con el viento. Y cada cierto tiempo, también, tomo un arpón para vengar la afrenta de un amor perdido en Porto Pim. Toda esa música, ese delirio, esa furia, son tan reales como las Azores de Tabucchi en estas páginas. Bienvenidos a una breve enciclopedia para los navegantes solitarios.