La incertidumbre cuántica y sus conexiones con el alma de los seres
Titulo: La incertidumbre cuántica
Autor: Horacio Warpola
Así es como se ve cuando voy al cielo
dicen que allí es como la suavidad
dicen que es como la tierra
dicen que es como el día
dicen que es como el rocío
María Sabina
Una partícula existe. Su antipartícula existe. Una partícula se encuentra con su antipartícula, entonces ambas se anulan. Quedará el vacío. Eso dice la ciencia. Entonces la ciencia no sabe cómo es que puede existir el universo.
Partícula y antipartícula son iguales, pero tienen las cargas eléctricas invertidas:
Como cuando digo algo y significa otro. Como cuando quería una cosa completamente opuesta a la que pensó mi corazón. Como cuando escribo y al instante desaparece el pensamiento que iba a escribir.
Partícula y antipartícula parecen carne y lenguaje. Parecen ser un falso opuesto.
Los cálculos no saben reflejar las sutilezas de lo vivo (o quizá eso sean las paradojas). Existe lo invisible para la matemática. Es el misterio que se oculta a cualquier ecuación, a cualquier razonamiento. Es el misterio innombrable de las fuerzas que operan sobre los cuerpos de todo lo que vive, la experiencia del ser:
Yo nunca sabré lo que es ser una estrella o un árbol o una gota, tampoco habrá agua ni materia que contenga la misma historia que mi cuerpo.
Lo que soy yo no lo eres tú, pero somos lo mismo, los mismos materiales. Lo que sabemos ciertamente es que el universo, el tiempo, tú y yo tendremos que morir. Esto es lo que plantea Horacio Warpola desde el primer poema de un libro que abre una herida en el sentido, una herida que en su interior es un abismo que brilla.
¿Has visto cómo en las fotografías del universo, aparecen las galaxias sobre el fondo como si fueran cicatrices?
En medio de la lectura de la Incertidumbre Cuántica, se abre un abismo, pero no para caer sin retorno en la oscuridad que devora, sino para viajar dentro de lo minúsculo del gesto, para contemplar la inmensidad de las sensaciones, para sumergirse en lo insondable de nuestro propio misterio “Mi reflejo es una filosofía de la fe”, dice Warpola. Y mientras los ojos recorren la página, el abismo que se abre es una cicatriz de luz sobre la lengua. En las dinámicas de la física, un cuerpo negro es un objeto teórico o ideal que absorbe toda la luz y toda la energía radiante que incide sobre él. Un cuerpo negro es entonces el lector.
Warpola presagia desde la portada las conexiones entre los reinos de la ciencia y la poesía. La llamada ecuación del amor que presenta la portada y con la que Paul Dirac cambió el destino de la humanidad en el siglo pasado, nos recuerda algo que ya nos habían contado nuestras brujas, poetas y chamanes: todo está conectado y lo estará por toda la eternidad y cualquier imperceptible aliento moverá el universo entero para siempre. Horacio lo sabe y también sabe que el poema es otra forma de matemática, y que lo que una fórmula intenta despejar, que los teoremas y sus millones de intentos, que todo aquello oscuro, puede ser clarificado con cierta forma de conjuro, un mecanismo de acomodar palabras, también sabe que la claridad es también un espejismo.
La famosa ecuación tiene la bellísima característica de representar con unos pocos símbolos el comportamiento de las partículas más pequeñas del todo cuando viajan hacia lo más lejano de todo lo que conocemos. Los silencios de este libro también.
¿No es el material del universo el mismo que flota, florece y se fricciona en medio de la jaula de costillas que cargamos?
¿No es la materia opaca de ese todo la que está en cada una de las partículas de la voz? ¿en sus tonos inexplicablemente distintos?
La voz, el lenguaje, están hechos de materiales que raspan, hielan, iluminan, riegan, dan calor, estremecen, materiales que son capaces de destruir los campos, de hacer crecer las plantas, de evaporar toda el agua de una isla.
Cuando Warpola dice “nuestra piel muerta es carne de lo invisible”, con un sólo verso nos hace ver pelusillas flotando a contraluz: piel de nuestro cuerpo que quizá una noche antes fue acariciado o solamente reposó entre el silencio fluorescente del sueño. Vemos nuestro ser entero en el afuera, flotando en medio de la luz como millones de asteroides miniatura. El cuerpo propio como una maqueta diminuta del cosmos.
Cuando Warpola dice 120 células no son un ser humano, pero sabemos que todo nuestro código genético puede ser leído y reproducido, traficado incluso, nos volvemos a preguntar, ¿qué es un ser humano?, ¿qué es la voz? ¿qué son estos materiales de los que estamos hechos? Y cada poema del libro nos mira de frente y nos pregunta ¿qué es la poesía sino un simulacro de lo infinito?
En Primera atmósfera I, Warpola reproduce la formación del universo cuando pone a hervir leche para el café; la cocina se vuelve la Nada en microescala, sobre la estufa tendrá lugar el Bing-Bang, y entre las burbujas blancas nacerá la antimateria. Llevar los grandes misterios, las grandes preguntas, la violencia de la creación, al pequeño cotidiano, a la ternura de la mecánica del habla.
Cada poema es una puesta en escena de la marcha de la creación y su efervescencia invisible adentro de las venas, en una carta de amor, en una cucharada de cereal.
Este es el espíritu de la Incertidumbre Cuántica, la plena conciencia de que los paradigmas sobre el tiempo, el espacio, sobre lo humano, lo invisible, se han movido de lugar gracias a la tecnología, pero que lo inasible de la naturaleza se torna igual de irrepresentable para cualquier lenguaje, y lo más cercano al centro de lo vivo, será una expresión, un balbuceo, un verso:
En la madrugada un gas
de electrones flotando por la casa
rociando materia indescifrable por las alfombras
el perro la percibe y ladra
en su ladrido hay algo misterioso
Ha probado la esencia de la creación
Este libro nos recuerda que frente a lo vasto de la existencia, lo pequeño de nuestra razón y la infinitud del lenguaje, la brújula está en la escucha, en el murmullo del canto de lo vivo. Y todo está vivo.
En el cascarón del aparente orden hay una fisura, un quiebre diminuto: la poesía.