Tierra Adentro
Fotografía por Nidia Rosales Moreno.

La Guelaguetza es un espectáculo de danza considerado actualmente la fiesta máxima de la capital oaxaqueña. Surgió como parte del Homenaje racial que en 1932 conmemoró cuatro siglos de haberse erigido esta ciudad. Mi madre todavía conserva la invitación que en ese tiempo se repartió en calles del centro y que mi bisabuela extrañamente guardó durante más de medio siglo. Según Jesús Lizama Quijano,[1] este programa de eventos, que incluía el certamen Señorita Oaxaca, tablas calisténicas y el desfile de representantes de las distintas regiones del estado acompañados de sus respectivas comitivas y por ancianos que portaban bastones de mando, marca un antes y un después en la historia de la ciudad.

La pauta está en los propósitos de su creación, un intento por introducir en el sentir general de la población ideales posrevolucionarios y nacionalistas, así como la visión de que a la par del resto del país Oaxaca se integraba a los modelos de desarrollo económico. Sin embargo, con esto también se buscaba consolidar un sentido de unión y solidaridad después de los grandes sismos que azotaron al estado en 1931 y que mermaron la ciudad, ocasionando incluso que muchas familias decidieran mudarse a otros lugares más seguros. La gente dormía afuera de sus casas por miedo a que las réplicas se desataran en medio de la noche, y quienes lo habían perdido todo, lo hacían en los atrios de las iglesias, contaba mi bisabuela.

Sobre el origen de este espectáculo cuyo nombre significa ofrendar, compartir, regalar en zapoteco, hay quienes dicen que se realizaba desde la época prehispánica para la adoración de la diosa del maíz Xilonen. Su nombre fue tomado de la costumbre, presente hasta nuestros días, de dar guelaguetza, es decir, ofrecer alguna cosa (un animal, comida o trabajo) para la realización de la fiesta de algún miembro de la comunidad, esperando que ese favor nos sea regresado cuando lo necesitemos. Por otro lado, Lizama Quijano piensa que dicho vínculo con el pasado se inclina más hacia la fiesta decimonónica de Los lunes del Cerro durante la segunda mitad del mes de julio y que coincide con la celebración de la Virgen del Carmen, cuya reminiscencia se conserva hoy en día y que consiste en ir a desayunar a las faldas del Auditorio Guelaguetza, en el cerro del Fortín.

Me parece que la relación con ese pasado prehispánico no está del todo errada. Quizás no haya manera de comprobar esto más que con leyendas o historias que nos contaron los abuelos, pero no todo lo que identifica a un pueblo debe ser parte de un conocimiento científico. Sabemos que los centros ceremoniales de las culturas precolombinas de diferentes periodos se edificaron en los cerros que circundan a los Valles Centrales, y aún ahora se sigue pensando, sobre todo en comunidades indígenas, que los cerros son seres vivos a quienes se les debe rendir tributo y permiso porque albergan espíritus de la tierra que no dudan en cobrar revancha cuando se construyen puentes o carreteras sin su consentimiento.

Cuando era niña, el primer Lunes del Cerro estaba reservado para acudir temprano a los puestos de comida que se instalaban en las escaleras casi interminables que conducen al auditorio estilo helénico, desayunar y luego, si el sol lo permitía, ver la Guelaguetza. Los elementos que nos ligan a una ciudad y quizás a la vida misma son repeticiones de los mismos actos que hicieron los abuelos o padres. Esas ambigüedades nos atan a la memoria del otro. Se llaman costumbres, tradiciones, y contrario a lo que suele pensar el sujeto posmoderno desligado de su entorno porque, entre otras cosas, así lo requiere este capitalismo atroz, no son retrocesos sino formas efectivas de vivir en comunidad y de, por lo menos, observar la diferencia, los rasgos que nos distinguen desde lo colectivo.

Estas vías para sentirme parte de esta ciudad han ocasionado en mí fuertes contradicciones. Por un lado, me parece necesario romper con ciertos modelos que las tradiciones promueven y donde nunca, a pesar de mi educación sentimental, me he sentido cómoda.

Actualmente, la Guelaguetza es producida por el gobierno del estado. Desde 1951 ha tenido un formato más o menos parecido al que vemos ahora. Los bailes que se presentan durante cuatro horas pertenecen a distintas delegaciones de las ocho regiones. Quiénes van y quiénes no es un asunto delicado que ha sido señalado constantemente por la población. El Comité de Autenticidad es una sociedad civil que durante medio año viaja a las comunidades que solicitan su participación y sugiere se modifiquen ciertos elementos necesarios para este espectáculo. Si hacemos a un lado el anquilosado nombre que aún conserva podremos ver que es en otra palabra donde se encuentra la clave para entender su función: espectáculo, una representación o forma de mostrar la diferencia y de ofrecer entretenimiento al público.

Mi padre forma parte de este comité desde hace 25 años. Quizás resulta contraproducente decirlo aquí pero creo también que es necesario aclarar algunos aspectos que nos ayuden a ver con mayor claridad esta celebración. Contrario a lo que piensa Lizama Quijano y buena parte de quienes saben de la existencia de este organismo, sus miembros no eligen a las delegaciones que bailarán en el cerro, ni imponen música, pasos o maneras de vestir. Los visitantes raramente pueden imponer sus puntos de vista en cuestiones tan delicadas como las tradiciones o la identidad de un pueblo, aun cuando sus observaciones finales tengan peso en el programa artístico final. El Comité dialoga con los bailarines, eso es todo.

Lizama Quijano no conoce a ninguno de sus integrantes ni ha viajado a los pueblos a convivir con la gente, como menciona en una entrevista del 2013.[2] Solemos aceptar el discurso académico como la autoridad máxima para hablar de un tema. Lo cierto es que mi padre y los demás miembros viajan a estas comunidades cada fin de semana durante la mitad del año y ven si los números de música y baile cumplen con algunos requisitos propios de un espectáculo: tiempos, sincronía, uniformidad en la vestimenta, buena ejecución musical, proyección escénica, etc., y después sugieren a esos grupos folclóricos ajustarse a estos parámetros estéticos.

Lo que se presenta en el Cerro del Fortín corresponde enteramente con la forma en que estos grupos de baile quieren representarse a sí mismos y a su comunidad. Sé que esto suena a que cuando se sugiere algo en realidad se está imponiendo, pero así he visto las cosas desde cerca. Todos los integrantes del Comité trabajan en otros sitios y realizan esta actividad sin recibir otro pago más que permitirles conocer lugares bellísimos a los que no llegan turistas y vivir la genuina pasión de dar al otro sin recibir nada a cambio .

La Guelaguetza es un espectáculo valioso sobre todo por las repercusiones que tiene en las comunidades. Funciona para conservar las vestimentas tradicionales, aunque se usen sólo en ocasiones especiales, y para revalorar la cultura que ha sido mermada por nuevas vías para entender la realidad. Asimismo, por su origen ligado a la explotación de sus recursos, la Guelaguetza se encuentra al frente de una industria cultural que sigue creciendo y genera cambios en la manera en que el sujeto se percibe a sí mismo y al otro. Un paso que el arte ha transitado ya desde hace tiempo.

¿Es negativo crear productos culturales de este tipo? No puedo dar una sola respuesta. Me parece que en cualquier caso representa una fuente de ingresos importante para los habitantes de esta ciudad. Entre la ocupación hotelera, la venta de artesanías y de comida, y el aumento de ferias, eventos culturales y conciertos, la ciudad recibe una derrama económica de la que carece durante casi todo el año.

Pero ponerle etiqueta a la identidad resulta peligroso, es una vía para dejar de vivir la colectividad y centrar la atención en el sujeto y su aislamiento. Coincido con Lizama en que se trata de una fiesta para urbanitas y turistas. Cuestionaría también si es en realidad una fiesta, entre cuyas características usuales se encuentran momentos catárticos donde los participantes se integran y pierden su identidad, jugando a ser el otro. De cualquier manera, la Guelaguetza es la prueba viva de cómo se ha construido simbólicamente esta ciudad y cuáles son los discursos que operan en ella. Oaxaca es un sitio sumamente discriminatorio, con fuertes conflictos sociales y políticos, hay que decirlo. Me parece que esta fiesta hace visible esas diferencias, enfrenta a los espectadores con una otredad que incomoda porque a pesar de todo se presenta orgullosa de su identidad, aunque sea por breve tiempo y en ese espacio regulado. Al hacer visible el problema quizás podamos idear otras formas y espacios para disminuir la brecha que separa usualmente a quien observa del observado. La próxima presentación de este espectáculo será el lunes 28 de julio.

Fotografías por Fernando Rosales García.
 

[1] Jesús Lizama Quijano, La Guelaguetza en Oaxaca. Fiesta, relaciones interétnicas y procesos de construcción simbólica en el contexto urbano, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), México, 2006.

[2] “¿Qué es y qué no es la Guelaguetza? Entrevista de Mich Hernández a Jesús Lizama Quijano”Proyecto ambulante, 31 de julio de 2013. [Consultado el 20 de julio de 2014].