Tierra Adentro
Ilustración por Luis Carlos Hurtado.

Son pocos los escritores que consideran que sus traducciones deben contarse como parte de su obra. Para muchos, como Juan Almela, traducir no es un oficio diferente a todos aquellos que se deben soportar para poder seguir escribiendo. Él es distinto a quienes se jactan de haber vertido a un gran escritor de una lengua a otra. Su caso es más el del escritor que no encumbra la práctica de la traducción.

En una entrevista con Fernando Fernández, este preguntó: “Ha declarado una y otra vez su hastío por los trabajos editoriales y de traducción, de los que ha vivido. ¿Cuál es, si la hay, la parte positiva de esa experiencia?”. Almela respondió lacónicamente: “No la hay”. Su postura sobre la traducción puede no parecer alentadora para un joven traductor. No es un panorama de ensueño, antes bien, es el de la desilusión o el de la futilidad. La respuesta de Juan Almela se vuelve más interesante debido a que no se trata de cualquier traductor: hablamos del poliglota que tradujo miles de cuartillas que bien podrían formar una biblioteca más que respetable.

En más de tres décadas vertió al español libros sin los cuales no se explican las discusiones intelectuales más importantes de la segunda mitad del siglo XX, como la obra de Levi-Strauss, lo más selecto de la escuela estructuralista, los Ensayos de poética, Roman Jakobson, o los Problemas de lingüística general de Émile Benveniste. Resulta curioso pensar que ninguna de estas obras pueda tener un carácter “positivo”. Quizá porque la importancia sea de otra índole.

No podría afirmar que conozco todas las traducciones que realizo Juan Almela, especialmente aquellas que no me competen aparentemente, como Historia natural de la agresión, de F. J. Ebling. De cualquier modo, los libros de Georges Dumézil llaman particularmente mi atención. Alguien me dijo hace poco que Gerardo Deniz (lo llamo ahora así para distinguirlo del Almela traductor) sólo se preciaba de haber traducido a Dumézil. No he podido comprobar ese dato; sin embargo, a mí me hacía corroborar una sospecha: ¿qué otra prosa y que otra ambición podría llamar la atención de un poeta como Gerardo Deniz? Sólo alguien como Dumézil, que se propuso comparar las mitologías de todas las culturas indoeuropeas. No imagino a alguien más apto y dispuesto para traducir el resultado.

Los libros de historia de las ideas o de antropología comparada, así como otros tratados teóricos, presentan la dificultad de ser tan sintéticos como eruditos. Por si fuera poco, en ellos desfilan citas de autores de distintas épocas y de distintas lenguas, referencias y vocablos extraños. La labor se vuelve casi imposible cuando se agrega la dificultad de la filología, que Dumézil dominaba como pocos. Por eso no me parecería extraño que Juan Almela, ahora si Almela, hubiera doblegado, al menos por un segundo, su animadversión hacia la traducción.

En los libros que tradujo de Dumézil, la cantidad de vocablos del anglosajón, del sánscrito, de lenguas germánicas, griego y latín sobresalen no sólo por su frecuencia sino también porque no tienen traducción, explicación ni una generosa nota al pie. El diálogo está puesto en una vara muy alta. Sin embargo, existe un contraste significativo: la traducción de, por ejemplo, El destino del guerrero, respeta cabalmente la intención estilística de Dumezil por ser claro en la medida de lo posible. El traductor toma la decisión de ser “naturalizante”, o lo que Gideon Toury llamaría target-oriented, lo que quiere decir que Almela se preocupó porque el lector fuera capaz de comprender lo que el autor, ya lejano, le quería decir. Esto es, el traductor sirve de vehículo para que el lector conozca el sentido de la obra.

El título original de la obra de Dumézil es Heur et malheur du guerrier. De haber querido ser literal, “extranjerizante”, o como diría el mismo Toury, source-oriented, Juan Almela podría haber esgrimido una extraña expresión, como “Dicha y desdicha del guerrero”, o peor aún: “Esplendor y miseria del guerrero”. Pero la pericia del escritor es y era tanta que sabía que no habría traducción sin perdida. Entonces, mejor reescribir y dar cuenta, siendo misterioso, el contenido de toda la obra. De esta breve reflexión podemos hacer notar el carácter de legibilidad de Juan Almela como traductor y el contraste directo con la erudición propia de la obra que el traductor respeta.

¿Resulta esto familiar? ¿Existe algún parentesco con cierto plan estilístico en los poemas de Gerardo Deniz? Las respuestas a estas preguntas, meramente especulativas, son innecesarias. Quien lee a un autor en una traducción lo hace a través de otro. De alguna manera se lee primero al traductor que al autor y, forzosamente, aquel debe estar a la altura de este. Cuando leemos la magnífica traducción que Almela hizo de Dumézil, notamos inmediatamente que se asumió como el escritor de un libro a caballo entre el sentido y el sentido desplazado a otra lengua. Agrega un vocabulario que nos es cercano (como el adjetivo “harto”, o expresiones singulares), sin saltar de registros nada repetitivos (un buen repertorio de conectores lógicos; me gusta en particular su uso de la locución “así enterados” por or, que suele traducirse, monótonamente, como “ahora bien”) y en suma, nos devela la obra, esto es, le quita el velo de lo extraño, de lo que no está dicho en un código que nos sea cercano.

Jorge Luis Borges, a quien debemos citar —no sé por qué— siempre los traductores, en una de las Siete noches (la dedicada a la Comedia de Dante), dice que la traducción no debe buscar sustituir al texto original, no debe buscar ser su sucedáneo, sino aspirar a acercar al lector al texto, al significado del texto. La tarea de un filólogo como Dumézil, a la vez que el análisis antropológico de una cultura, se centra de alguna manera también en develar el sentido primigenio de las palabras, que esconden dentro de sí un significado que desconocíamos. Son esas palabras que aparecen en su libro y que Almela dejó, como él, sin traducir. Ahora es simplemente momento de lanzar una pregunta al aire: ¿Qué es Tolhausen? Pongamos que Tolhausen es un diccionario. El símbolo del diccionario, la figura del diccionario, ese catálogo de vocablos con sus ilusiones y, en nada “positivas”, definiciones. Podríamos preguntar si hay una traducción posible, y quizá Juan Almela nos responda que “No la hay”, puesto que “Quien conoció a Tolhausen nunca vuelve a ser el mismo”.

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