José Emilio Pacheco: Las compañías que elegimos
Autor prolífico y de múltiples preocupaciones, José Emilio Pacheco se distingue como una de las figuras más destacada de la cultura mexicana. Armando González Torres revisa las diversas facetas de Pacheco y habla del intelectual comprometido con el futuro y el pasado.
Este ensayo fue publicado originalmente en el número 147 de la revista Tierra Adentro, en agosto-septiembre de 2007. Lo retomamos de nuestro archivo a manera de homenaje al maestro.
El hombre de letras
José Emilio Pacheco es uno de los escritores vivos más reconocidos en todos los ámbitos: su obra es apreciada por la crítica, ha suscitado un gran interés de la academia, ha aglutinado premios y goza del favor de un numeroso segmento de lectores. Pacheco ha cultivado la poesía ―desde el cuidado formal de sus primeros libros pasando por un ánimo experimental y desenfadado de la anti-poesía desnuda y moralizante de sus últimos años―; ha escrito una narrativa que explora, con la misma maestría, la reminiscencia entre nostálgica y aterrada de la infancia; la estampa histórica; el cuento de misterio o el relato experimental; ha refrescado, al margen de la academia, la memoria mexicana con estudios y antologías imprescindibles; ha realizado una labor fundamental de enlace con otras lenguas y tradiciones culturales mediante una prolongada faena de traducción y difusión y, desde el periodismo cultural y su legendaria columna “Inventario” ha llevado a cabo un recuento de la vida mexicana y ha abierto un mirador internacional que, por la cualidad de su prosa y lo valioso de sus descubrimientos, tiene el don de la permanencia, extraño en el entorno provisorio de los medios. Pacheco también ha sido consecuente con la noción de que un hombre de letras habita en sus obras y no en las actividades sociales, por lo que ha mantenido una prolongada reserva frente a la proyección mediática.
No resulta fácil clasificar la obra y figura de Pacheco en alguno de los estancos habituales: podría decirse, con todas las ambigüedades que ello implica, que es un escritor de orientación progresista, aunque no acuda a mítines, ni abandere candidatos; podría suponerse, por su previsión ante la farándula artística, que es un anacoreta, aunque ha tomado posturas valientes en numerosas ocasiones y ha seguido el pulso periodístico de la actualidad; podría decirse que es un escritor sumamente popular, aunque raramente aparezca en los medios o se presente en público. Por lo demás, para situar a Pacheco tal vez habría que acudir a adjetivos intelectuales que, en esta etapa de relativismo, especialización y pragmatismo, se utilizan poco y hasta parecen anticuados, como humanista y moralista. Humanista porque, como poeta, narrador, editor, traductor y antólogo, Pacheco ha heredado de la gran tradición mexicana de intelectuales con vocación social, un afán de asimilar el conjunto de la cultura y practicar todos sus oficios, incluyendo los más humildes y esforzados. Moralista porque Pacheco defiende, más allá de las banderas de coyuntura, determinados valores generales e intemporales y busca darles significado y densidad histórica, tanto fuera como dentro de su literatura. Ciertamente, Pacheco es un humanista un tanto escéptico, que conoce las fallas del carácter humano y las formas en que, a través de la historia, se ha encarnado la estupidez, la maldad y la ambición. Es también un moralista temperado, que no concibe vías únicas, ni doctrinas inflexibles, para procurar el bien. Estos rasgos, aunados a su carácter, han moderado su inserción en la vida pública y le han dado una saludable distancia de la acción, la ambición y los compromisos con causas inmediatas.
La inclinación moral
Hablar de moral en la literatura moderna se ha vuelto casi una confesión de gusto rudimentario en ingenuidad. Por supuesto, la estética no es éticamente neutral y aun la escritura más abstracta y formal implica un ejercicio donde se involucran emociones, perspectivas y juicios morales. Sin embargo, como señala Wayne C. Booth en su indispensable Las compañías que elegimos, el debate sobre la manera de vincular moral y literatura no sólo es difícilmente resoluble, sino que, en muchos sentidos, se encuentra suspendido por una serie de juicios y prejuicios. En el caso de Pacheco, la naturaleza abstracta, más emocional que ideológica de su compromiso moral, es relevante por lo atípico que resultaba en un período en que la moral llegó a identificarse con la ideología y con la acción política más inmediata. Porque es necesario recordar que Pacheco se incorporó a la vida cultural y alcanzó su temprana madurez como escritor hacia los años 60 y 70 cuando en México se consolidó la disputa ideológica y la guerra fría encontró sus trincheras principales en la vida cultural.
En esta circunstancia, Pacheco ha eludido las tentaciones del poder o del partido y ha emprendido un complejo cultivo de lo que podría concebirse como moral a secas, es decir, más que la acción de un ente político, la relación de un hombre frente a lo absurdo y abominable. Ciertamente, a diferencia de sus colegas, como Carlos Fuentes, Elena Poniatowska o Carlos Monsiváis, Pacheco ha sido huraño con los medios y ha mantenido un perfil más bajo en materia de opiniones y compromisos, lo que ha limitado su exposición. Por lo demás, Pacheco generalmente se ha mantenido alejado de la crítica programática o militante, sus preocupaciones son de más largo alcance y dimensión: el dolor causado por un hombre a otro hombre, el tema de la barbarie, la inconsciencia en torno al desastre ecológico, la descomposición moral y política de la sociedad. Quizá podría hablarse de tres inquietudes principales en la visión moral de Pacheco: la prevención ante el progreso, la necesidad de mirar el pasado y la relevancia de convivir con la naturaleza.
Por un lado, Pacheco hace una crítica de ese progreso nivelador y mimético, que enfrenta a los hombres y mujeres de carne y hueso con abstracciones, susceptibles de mutilar sus formas de vida, empobrecerlos y arrebatarles su identidad. La modernidad y la tecnología son observadas, en general, como fuerzas que despersonalizan, aíslan y exacerban el egoísmo y la competencia innatos. Por lo demás, para este autor, las grandes empresas modernizadoras pocas veces parten de iniciativas populares y provienen de élites extranjerizantes o agentes externos, incapaces de observar las necesidades y expectativas de los individuos comunes.
Por otro lado, Pacheco busca realizar una citica comprometida con el futuro y con el pasado (¿o es qué, al olvidar, no nos volvemos cómplices de los crímenes de los ancestros?), que reivindica la memoria como una facultad moral de primer orden. No es extraño que sus mejores obras tengan que ver con la naturaleza moral de la memoria y con la distintas formas de recuerdo entre víctimas y persecutores. Pacheco asume que el hombre no sólo es responsable del mal presente, sino también del de antaño: la responsabilidad por el pasado es un hecho actual que exige reconocimientos y reparaciones simbólicas y, en ocasiones, prácticas.
La otra gran preocupación de Pacheco es la incapacidad de comunión con el mundo, de convivencia armónica con el entorno natural. Para Pacheco, como lo denota en gran parte de su literatura, el éxito tecnológico ha destruido el sentido de dependencia del individuo y lo ha llevado a erigirse en su propio Dios. La tecnología aumenta las áreas del mundo en donde el hombre resulta éticamente responsable. Con todo, los poderes de la tecnología también han devuelto al hombre la conciencia del desastre y se vive un estado de incertidumbre muy semejante al de las antiguas culturas que concebían el fin del mundo como un hecho inminente. En este sentido, Pacheco apela por preguntarse sobre la responsabilidad del individuo en la preservación del orden cósmico, por lo que la noción de compromiso se plantea de manera más urgente, no con una ideología con una causa política inmediata, sino con la realidad el instinto de supervivencia.
Ética y literatura
Estas inquietudes éticas se han desplegado a lo largo de su obra, en su narrativa, en su poesía y en su faena periodística. Aunque desde el principio de su obra podía advertirse un compromiso con los expósitos, desposeídos o extraños, esta pulsión ha sido cada vez más evidente en la evolución de su obra y el poeta, el narrador y el periodista se han convertido en cronistas del desastre, testigos de la injusticia y voz de sus agraviados. En busca de una literatura que deje un saldo favorable a la vida, Pacheco ha corrido riesgos y ha oscilando entre la lucidez y conmoción artística como forma pedagógica o la exposición didáctica y moralizante. Esta oscilación es evidente en momentos contrastantes de su narrativa y poesía.
Quizá la obra narrativa más profundamente política y a la vez moral de Pacheco sea la novela Morirás lejos, ese prodigio de nemotecnia que combina la experimentación literaria compleja y rigurosa con la denuncia. A partir de una anécdota, o mejor dicho, una imagen recurrente ―un torturador nazi que vive recluido en una pequeña habitación en la Ciudad de México y que presumiblemente es espiado por una antigua víctima a quien igualmente espía a través de la persiana― Pacheco recrea la historia judía, el drama de la diáspora y las sucesivas agresiones al pueblo judío. Morirás lejos evoca distintos planos temporales: el supuesto asedio de una víctima, “Alguien”, a un verdugo nazi, “eme”, las distintas etapas históricas del suplicio judío (la lucha contra los romanos y la destrucción de Jerusalén, la batalla por el gueto de Varsovia, los campos de concentración), y la propia visión de la Alemania nazi. Novela sobre la novela y, a la vez, novela profundamente militante, novela experimental y de denuncia, con una prosa de un perfecto laconismo y surcada por una poesía cruel y mortuoria, para mi gusto Morirás lejos es, por su grado de dificultad y por su misterio, lo mejor en la producción narrativa de Pacheco. Este “modelo para armar” tan habitual en la literatura de la época no se limita a crear un ingenioso artefacto literario, sino que es una metáfora de las infinitas posibilidades de la memoria y el significado. La evocación y la enunciación son profundamente falibles, de ahí la renuncia de la literatura a un relato unívoco y la reivindicación de un infinito de posibilidades, pues se trata del intento angustioso por describir, guardar testimonio y brindar significado a aquello que parece escapar a la comprensión humana.
A diferencia de la elaboración y complejidad de Morirás lejos, Las batallas en el desierto es una novela de formación que, con un estilo realista y transparente, narra la historia del enamoramiento de Carlitos de Mariana, la madre de su mejor amigo. Si bien la sencillez y belleza del estilo la han vuelto entrañable para muchos de sus lectores, el trazo de sus situaciones y personajes no logra ocultar su intento deliberado de ejercer la crítica social. Por ejemplo, no hay que esforzarse mucho para entender que el dilema del padre de Carlitos, propietario de una fábrica de jabones, que ante la invasión del mercado por parte de los estadounidenses debe venderla a sus rivales y convertirse en su empleado, es una bienintencionada ilustración del dilema de la dependencia de la industrialización mexicana y de la aculturación norteamericana. En fin, la hipocresía social, la corrupción, la desigualdad y la dependencia son denunciadas de manera alegórica a través de la trama y el trazo de los personajes, en cuya estructura pesa más la carga ideológica que la sangre y la carne. Este afán didáctico es evidente en el reto de su escritura y, sobre todo, de su reescritura: a medida que pasa el tiempo hay una tendencia creciente a privilegiar el mensaje sobre el desarrollo natural de la trama, sobre la libertad y ambigüedad de la escena literaria.
En lo que atañe al trabajo poético, su evolución también admite, y en esto acuerdan varios de sus críticos, la distinción de dos etapas: una primera, por llamarla así, formalista, en la que se incluirían Los elementos de la noche y El reposo del fuego y una segunda, que podría denominarse militante, en la que se inscribe toda la producción ulterior. Aunque la crítica moral ya es manifiesta desde sus primeros libros, el poeta social y político se hace plenamente presente en No me preguntes cómo pasa el tiempo cuando, influido por el clima radical de la época, inicia el tránsito hacia una poesía más realista y comprometida con las circunstancias ineludibles de las guerras, la explotación económica o la enajenación política. Al mismo tiempo, Pacheco apuesta por el ingenio y la ironía como artífices de su poesía. Ya no es el ritmo cuidado de El reposo…, sino el trazo corrosivo, que mediante la impresión o la risa busca la revelación poética o política. En No me preguntes… se instaura ese creador desconfiado de la filigrana poética que cultiva la llaneza, la denuncia y el humor y que a veces se acerca a los procedimientos de la llamada anti-poesía. Artefactos de crítica social y aprendizaje moral, los poemas de Pacheco, a partir de No me preguntes… son también interrogaciones sobre el lenguaje de la poesía y sobre la actualidad de los cánones y preceptiva. No es extraño que, en esta concepción de la poesía la paráfrasis, el escolio, la glosa, el subrayado, el pastiche, la imitación, la disgregación de la voz en heterónimos, la traducción y todos esos actos contrarios a una escritura egocéntrica se conviertan en el principal método creativo de Pacheco. La poesía, en la nueva concepción de Pacheco, ya no es la creación de un ser excepcional, sino el diálogo con una tradición exhausta y, sobre todo, la posibilidad, mediante la acusación directa o la ironía, de afinar la conciencia del lector. Por supuesto, el humor de un autor concentrado en la moral puede ser complejo de descifrar y, por su carga moralista, puede convertirse en ñoño. El poema “Idilio”, con el que abre Irás y no volverás, es representativo de la irrupción de este humor pedagógico en la poesía de Pacheco: el reposado paseo de dos amantes, pleno de reminiscencias pastorales, es interrumpido por el descubrimiento de una fábrica donde se elabora gas paralizante. Más allá de su discutible efectividad como recurso literario, este procedimiento poético da cuenta del interés de Pacheco por demostrar que, detrás de la apariencia de belleza, detrás de la cotidianeidad, se esconde el rostro torvo de violencia.
Los riesgos del moralista
Los moralistas no son escritores simpáticos para todo el mundo, sus denuncias revelan nuestra mala fe, pueden volverse sentenciosos e inoportunos, pueden también rendirse a los aplausos de la tribuna y descender a la autocomplacencia y la autocompasión. No poco de eso ha ocurrido en una literatura que ha perdido en misterio y rigor lo que ha ganado en carácter edificante. Quizá muchos lectores nostálgicos de la espléndida fantasmagoría de algunos cuentos de El principio del placer, de la visión cruda y ambigua de la historia de Morirás lejos o de sus mejores poemas, no nos resignamos a esa mutación del escritor en pedagogo. Con todo, pese a los riesgos que corre, es significativo que en este tiempo de abstención del juicio, persista una perspectiva que erija la moral como criba de la inteligencia. De cualquier manera, las buenas intenciones representan una cuerda floja en el mundo intelectual y quizá una de las funciones más valiosas del intelectual sea, como sugería Jorge Cuesta, decepcionar a sus lectores, ahuyentar a las almas perdidas que buscan una guía de moral práctica y enfrentar al lector con las dudas y conflictos internos que asaltan al escribir una línea o emitir una opinión.