Tierra Adentro

Titulo: Antígona González

Autor: Sara Uribe

Editorial: Surplus

Lugar y Año: México, 2012

Instrucciones para contar muertos, dice Sara Uribe en su poemario Antígona González. Quiero escribir sobre esos cuerpos que faltan y no puedo. ¿Pueden a uno quitarle nombre y rostro? Ahí están las notas, las cuentas y el silencio rodeándolo todo como un yugo, envileciendo cada parte humana que nos queda. Los nombres de los desaparecidos se han vuelto un mar de sombras, una fosa común que poco a poco adquiere la medida exacta de este país. Este país que se ha vuelto una llaga infectada de silencios.

Antígona (conductora del poemario) busca a su hermano entre las filas interminables de desaparecidos, quiere someterse a la terrible tarea de reconocerlo tendido y polvoriento en una húmeda morgue. Ruega porque haya escapado y se encuentre escondido en algún lugar de la frontera, pero en el fondo sabe que ha pasado a engrosar las cifras no oficiales, listas negras e infinitas de violencias que tiñen de rojo lo cotidiano. No quería ser una Antígona, pero me tocó, dice resignada y continúa su búsqueda.

En 2012, este poemario fue publicado por la editorial oaxaqueña Surplus. Desde el 12 de septiembre de 2010, el blog Menos días aquí, en el que voluntarios realizan un conteo nacional de asesinatos por violencia en México, informa de 51 474 casos. En su entrada se lee “Proyecto colectivo. Contamos muertes por violencia en México. Mantenemos viva la memoria de nuestros muertos. Reclamamos paz”. Sara Uribe ha sido parte de esos voluntarios, registró cientos de asesinatos cuyas historias suelen esfumarse entre papeles viejos y links en la web; comenzó a trabajar en Antígona durante el sexenio calderonista  ante la creciente violencia en el norte del país, empleando técnicas de apropiación, intervención y reescritura de las Antígonas de Sófocles, Judith Butler, María Zambrano, Griselda Gambaro y Marguerite Yourcenar.

¿Son esas muertes distintas a otras? Mi bisabuela se fue a los noventa y tantos años, tranquila en su cama, recordando a su hija. La vi dormida y toqué sus manos de arena. Tiene un pedazo de tierra donde a veces voy y pongo flores, un lugar donde acomodarme en los días más fríos, una historia que contar. Uno se va y todo se acaba. El problema es que no es así, uno se queda. Permanece porque existe un nombre, porque hubo un cuerpo y algo que decir sobre lo que ya no es. Los desaparecidos no tienen esa oportunidad, han sido doblemente violentados, alguien decidió por ellos sobre su principal derecho, y más aún, les negó tumba y nombre: aquí yace el ser amado, el que alguna vez pude abrazar y ahora recuerdo. Besar la piedra, saber que ahí descansa el cuerpo propio, no el ajeno.

Derecho a morir con dignidad. Pedimos que no nos quiten la única certeza: que hemos de regresar a la tierra acompañados de otras voces, volvernos minerales donde crecerán plantas y recuerdos. En Antígona González, Sara Uribe clama por la recuperación del cadáver, la voz para decir tengo derecho, aún a esto. Surplus recientemente reeditó este libro; Maricela Guerrero, Roberto Cruz Arzábal y su autora lo presentarán este viernes 10 de octubre en la Feria del libro en el Zócalo de la Ciudad de México.

Apropiación, intervención y escritura pueden entenderse como la necesidad de formar parte de lo colectivo y renunciar de una vez por todas a esa soledad anquilosada llamada sujeto, propiedad, moneda de cambio. Antígona González es un texto intervenido por los otros, obra cuerpo que mantiene su cohesión y al mismo tiempo señala la distancia. Esta obra desplaza al autor entendido como una variante más del capital bajo la premisa de que el lenguaje ha sido siempre un espacio compartido, en constante destrucción. Los cuerpos son palabras adheridas a superficies ásperas o dejadas al sol para pedir a los dioses por su sombra. ¿De qué nos hablan los cuerpos cuando no están, las desapariciones?

Apropiarnos del territorio, expropiar las palabras ante estas políticas de silencio y terror. En Antígona, renombrada, Marina Azahua dice que para no olvidar a esos muertos tendríamos que renombrar el mundo, cambiarle el nombre a todas las cosas y aprender de nuevo otro lenguaje, quizás así nos veríamos obligados a recordar cada historia, cada principio aunque sea por su final. Apropiarnos de esos cuerpos como de palabras que intentan describir circunstancias distintas, formas de vivir y entender la realidad sesgadas por un sistema homogéneo y totalizador. ¿Qué haremos para volver a escribir?, preguntó hace poco Antonio Calera-Grobet en redes sociales, para que las cosas simples vuelvan a importar si todas las Antígonas siguen buscando y sin remedio.